10 de febrero de 2010

El alba cálida



El poema leído por Madariaga

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EL ALBA CÁLIDA

Francisco Madariaga

¡Se clarifica el día! Oh viejos Elementos, dadme un poco de agua.

La ciudad ha sido invadida por el mar, pero conserva todos sus ruidos, su tráfico.
Todos los rumores se han transformado en cánticos de pájaros.

Viejos árboles míos, ¿estaréis locos en la campaña?
A cualquiera lo meten en un ataúd de habitación delgada hundiéndose en el mar.

¡Que un mar cálido le tape todos los nidos al alba cálida!
Los ferrocarriles penetran en la arena. Uno, sordo revienta y se le abre un abismo de mar. ¡Candentes aventureros que nadie atrapa, hermanos que aún no han pasado bajo mis árboles!

Eh, monos, corregid vuestros errores: al alba cálida no se la mastica ni se la contempla. La virginidad de las ramas de las últimas sombras que nunca ha visto a un hombre, no se la holla, monos. ¡Sacadle toda la boca para el alma!

Asnos que beben en el alba tímidamente porque hay bosques que los embriagan por la noche, me
encuentro bajo el mar, en una estancia de calor esmeralda. De entre ola y ola brotan los pájaros como balas de sol y saltan velozmente hacia el infierno.

¡El alba cálida es el infierno, la iniciadora de todos los amores!

Allá en el fondo la presión ha bloqueado a mi alma a lo largo, en su ataúd habitación. La ha hecho entrar rápidamente, por los pies, en el cuadro verde más infinito.

Después, cayeron ferrocarriles de punta en la arena.

Alba cálida, alba cálida, ¿Por qué acudís a mí en esta habitación tan delicada?
Oh movimientos de las sombras, humedades del pañuelo de los niños, gorjeo del polvo del amor, jaulas mías colgadas en el bosque:
Una liana de oro fuerte de relámpago atrapado por el bosque puede arrancar este ataúd habitación.

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Las jaulas del sol, 1960

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Una noche de junio de 1992, Francisco Madariaga leyó poemas en la casa de Félix della Paolera. La grabación de esa lectura y esa charla estuvo durante años en casette y ahora está digitalizada.
En este blog vamos a ir colgando algunos poemas. El audio entero, con los comentarios de Madariaga sobre cada poema y sus historias de los antiguos gauchos de Corrientes, lo va a colgar Lucio Madariaga, el hijo del poeta, en el blog de homenaje a su padre Rincón del infinito donde está gran parte de su obra.

5 de febrero de 2010

Cuando calienta el sol

por Pedro Mairal

Acá estamos, en bermudas o shorts o bikinis o grandes mallas enterizas que intentan atajar la fofez, lo mofletudo de uno, el excedente, el tejido adiposo, lo liposuccionable que acarreamos con nosotros. Señoras como del Bosco salidas a la luz, oreando por primera vez al sol toda su carne de sombra, blanqueando su viudez amoratada; unas gallegas descendientes del mantón riguroso, del faldón hasta el suelo, del cuello alto y cerrado, de los puños abrochados, ahora ya en pelotas asándose en la arena. Cuerpos como quien lleva un barril, señores médicos con un embarazo de diez meses, encorvados, las patitas de tero, el sombrerito. Mujeres de pechos chupados, estirados hacia abajo, de la mano del responsable de semejante estrago: nenes en bombachita, como mini levantandores de pesas de medio metro de alto, nenas con la espalda negra, haciendo pozos en la orilla. Escribanos saliendo del agua con sus calvas embadurnadas de protector solar y protector lunar. Mujeres despatarradas en la arena, como caídas desde un tercer piso, boca abajo, el corpiño desabrochado; los límites del bronceado y la blancura invernal, urbana, oficinística. Viejos todavía apolíneos requemados, en slip, mostrándose parados con los brazos en jarra mirando el horizonte. Maridos malhumorados bajo la sombrilla, acurrucados, protegiéndose bajo un paraguas del gran chubasco de sol, del resplandor insoportable de la vida. Ingenieros panzones varados en la arena para siempre. Arquitectos flacos costilludos, con tendones a la vista, clavículas funcionales y rótulas. Adolescentes recién estirados con húmeros, fémures y tibias demasiado largos. Mujeres luchando ya en sus cuarenta con cuerpos cansadores que pasaron por el yoga, el tae-bo, el step, el spinning, pilates. Ninfas paradas inmóviles, esculturales en la orilla, proyectando la sombra movediza de sus personal trainers. Todo el sudor perdido para llegar hasta la gloria dorada de esta pasarela de los cuerpos tan reales, indisimulables, nuevos o vencidos. Las atrofias sinceradas bajo el cielo, la escoleosis, las várices, las manchas de nacimiento, y también la histeria de lo tirante, la bikini que justo, la micro bikini que apenas, la tanga que por un milímetro respeta el límite del tabú del pubis y el pezón. La playa como momento de gloria para los orgullosos poseedores de carnes acordemente distribuidas con los gustos de la época. El gran momento esperado todo el año por la chica narigona, feúcha, pero con linda cola. Y también la playa como momento sufriente para los otros, los acomplejados, los tímidos, los pudorosos, que son su cuerpo, no tienen un cuerpo sino que son fatalmente esa suma de detalles evidentes que asoma en el espejo. La playa como muestrario anatómico, dermatológico, caricaturesco de la bíodiversidad. Industriales de pecho canoso, políticos de pechitos caídos, licenciadas en administración de empresas con cicatrices de cesáreas, profesoras de matemática fumando y odiando todavía a sus alumnos sentadas en la orilla, apergaminadas, pecosas, un poco anaranjadas de tanto bronceador, y las tonalidades del fucsia en los recién venidos que duermen al sol, los ardores color ocaso, los elásticos del corpiño amatambrando la espalda, encarnándose, los pliegues múltiples del jefe de personal, como un sharpei albino, y el frío del mar encogiendo las bolsas escrotales de los bañistas, los surfers, los padres de familia que levantan los brazos con el agua a la cintura y hacen pis sin mirar a la orilla.

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(Perfil, 29 de enero de 2010)

3 de febrero de 2010

Poemas Municipales, Santiago Llach



por Santiago Llach

En una de nuestras últimas salidas
,
Ana vino a visitarme a la casa municipal de mis padres.
La llevé a la heladería El Lido
y cucurucho en mano fuimos en su auto
a pasear por la costa.
Después agarramos la Panamericana
y la llevé a un telo,
el legendario Jardines de Babilonia.
Era un sábado y había media hora de espera.
Al final nos hicieron entrar a la suite Nueva York.
Dos pisos, hidromasaje
y una gigantesca vista de la Gran Manzana
en fibra sintética y papel cuatro colores plastificado.
Cogimos con un poco de violencia.
En el paseo de la costa nos cruzamos
con un pibe que iba con su chica
en un Fiat Spazio preparado.
Con Ana discutimos:
yo imaginaba un poema
en el que la pareja advertía el patetismo
de su ostentación fierrera
cuando apagaban el motor frente al río.
Ana, una chica de barrio, de Lanús,
decía que el pistero
nunca podía tomar conciencia de su ser pistero.

Ahora los poemas se escriben así,
a la que te tiraste.

*

(Poemas Municipales, Eloísa Cartonera, 2009)