28 de abril de 2007

La ducha

por Pedro Mairal

Desde la cama la oigo que abre la ducha. Primero ese tamborileo parejo del agua que sale por los agujeritos y cae en hilos uniformes sobre el piso hueco de la bañadera. Como un redoblante. Después se le agrega el ruido de la cañería del agua que cae por el desagüe, un sonido más profundo, tubular, cavernoso. Después se empieza a hacer charquito en la bañadera y el agua golpea el agua, uno sonido más de lluvia fuerte, de chubasco, menos parejo que antes, menos industrial; un sonido que ya no se parece a los agujeritos de la flor de la ducha. Ahora los ruidos se vuelven ruidos de un ser vivo que obstruye el agua, salpica, se baña, ruido de que sin duda hay alguien ahí, bajo el chorro, y el agua cae en riachos, goterones a destiempo, cae de golpe mucha agua contra el agua quizá de una mano que hizo piletita un instante y la soltó toda de golpe. Y ahora el ruido se silencia como si hubiese cerrado la canilla pero es, en realidad, que puso toda la cabeza bajo el chorro y la mata de pelo amortiguó el sonido. Después vuelve la lluvia que suena pareja durante un momento quizá porque ella está quieta lavándose a un costado la cabeza, hasta que suenan unos chorros de mechones empapados y es varias veces y más pesado todavía, "plash, plash", como si el agua azotara contra el piso, agua jabonosa, pesada, con shampoo, cayendo en el clímax del baño matutino; la aceleración de los borbotones y las salpicadas, el momento de mayor actividad y empape entre los codazos del enjuague, hasta que de pronto se calla todo. Un silencio. Unos hilos últimos en la cañería. Silencio. Casi misterio. Y ella sale desnuda con un turbante de toalla.

24 de abril de 2007

Mini Consti



Un asesor de imagen, un semiólogo, algo, ya mismo para Chávez, alguien que lo aconseje y le explique que está bien enarbolar la constitución en sus discursos, pero que si lo hace con una edición miniatura parece como si aplastara entre sus dedos las garantías individuales y los derechos sociales de todo un pueblo.
Que le digan que hay un problema de escala. Que, o el libro es muy chiquito, o él está demasiado agrandado y queda como endiosado, como un bebé gigante que agarró la constitución para jugar y se la está por llevar a la boca para tratar de comérsela.
¿O será todo a propósito, perfectamente calculado para que a los ojos de los mini votantes parezca que ya tiene la estatura de Bolívar?

21 de abril de 2007

El bocadillo de Délfor


por Fabián Casas
Sobre la novela “Jill”, de Philip Larkin (1922-1985)


Qué pensarían de un tío viejo y solterón que se la pasa diciendo que los libros son pura mierda y que Picasso, Joyce y Miles Davis representan la enfermedad de nuestra civilización? ¿Y qué haríamos si descubrimos que en el cajón de la cómoda nuestro tío impresentable guardaba poemas hermosos que había escrito después de cenar y lavar los platos? Bueno, ese tío existió y se llamó Philip Larkin, tal vez el mayor poeta inglés posterior a Auden, si es que estos podios le sirven a alguien.


Larkin fue un filisteo conservador. Por lo cual tenía pocos amigos y pasó casi toda su vida trabajando como bibliotecario en la universidad de Hull. Solitario, describió su british way of life de esta manera: “Mi vida es tan simple como puedo. Trabajar todo el día. Cocinar, comer, lavar los platos, hablar por teléfono, beber, televisión por las noches. Casi nunca salgo. Supongo que todo el mundo procura ignorar el paso del tiempo: algunos hacen muchas cosas, están un año en California y en Japón el año siguiente, y después está lo que hago yo: hacer lo mismo exactamente todos los días y todos los años. Probablemente ninguna de las dos maneras sirva”. Como un gusano de seda de clase media, segregó unos pocos libros de poemas que hablan sobre la vida ordinaria sin ningún tipo de epifanía: una mujer que hojea su libro de fotos y mira su época de juventud, gente reunida en una iglesia o esperando la muerte en los pasillos de un hospital. Si uno no es un superhéroe, un movilero de CQC o una estrella del rock, puede comprender de qué habla la poesía de Philip Larkin: de la vida que llevamos entre el nacimiento y el ocaso. Por eso sorprendió que la publicación de sus poemas completos se volvieran un hit con casi treinta y cinco mil ejemplares vendidos a los dos meses de publicarse. Su poesía, casi toda traducida en España y que se consigue a veces en nuestro país, fue lo que le dio renombre en el mundo. Pero también escribió sobre jazz y recopiló en un libro sus artículos de diatribas constantes contra el free jazz (“esa estupidez”) y contra la experimentación musical que llegó con Miles Davis, Charlie Parker y John Coltrane. Larkin detestaba la vanguardia porque abría una grieta insalvable entre el artista y el público y que llevó, según sus palabras, a que se “hayan pintado retratos con ambos ojos en el mismo lado de la nariz o escrito novelas caóticas donde los personajes se sientan en cubos de basura”. Larkin sólo quería tener algo para decir y poder contarlo de manera bella y sencilla. Ya muy joven, a los veinte años, escribió Jill (1946), su primera novela, ahora reeditada en nuestro país. Este relato clásico que cuenta la iniciación de un joven en los claustros del Oxford de la Segunda Guerra Mundial, es una buena introducción al mundo de Larkin, una especie de punk verdadero, ya que desde joven lo acosaba la idea de ningún futuro, encarnado en ese momento en las bombas alemanas y posteriormente en la brevedad de nuestras vidas.


“Cuando me gradué, en 1943, sabía que no podía alistarme porque me habían declarado no apto, ni enseñar porque tartamudeaba, y en el servicio civil me rechazaron dos veces, de modo que pensé que no tenía nada que hacer así que me quedé en casa y escribí Jill”. Larkin fue amigo de Kingsley Amis –el papá del “uruguayo” Martin– y de John Wain, con quienes formó un grupo poético conocido como The Movement, que impactó en la poesía inglesa de los 50. A ambos escritores los había conocido en Oxford. Y es esta casa de estudios el escenario donde se narra el calvario que sufre el joven John Kemp –un alter ego de Larkin– cuando tiene que, becado, dejar su pueblo y a sus padres para ingresar en un colegio tradicional. La novela está escrita –como buena parte de su poesía– en una tercera persona bastante intensa, esas terceras personas que siguen al héroe como el defensor al delantero cuando se viene un corner. Una tercera persona que nos involucra en toda la estructura de la novela, en cada uno de los personajes que desfilan por ella: Christofer Warner, el compañero de pieza salvaje y engreído, o el profesor Crouch, que decide que Kemp es su alumno más brillante para después aburrirse de él y dejarlo casi de lado para casarse y emigrar. Kemp es un perdedor. Tímido e irresoluto, no logra que lo acepten entre el grupo de amigos que se la pasa tomando cervezas de bar en bar. Entonces, decide crear una chica imaginaria a la que le escribirá cartas. La llama Jill. Y la va macerando nítida en su cerebro a medida que la fragilidad de su vida social se vuelve evidente. A nadie le interesa estar con Kemp salvo que lo utilicen para pedirle plata o algún favor ocasional. Uno ha conocido muchos de estos Kemp a lo largo de su vida, uno ha sido el mismísimo Kemp buscando favores entre la gente que nos cae simpática y recibiendo a cambio una patada en el culo. Por eso nos mimetizamos con su destino –Larkin trabaja con maestría esta sección del relato–, esperando que algo o alguien le cambie la cara y el rumbo a ese loser abominable. Entonces aparece Jill. La chica que él había inventado sale de su mente y se pasea por la calle. Es de carne y hueso. Y peor aún, Jill es la prima de la novia del compañero de habitación de Kemp. El encuentro es inevitable. Kemp la aborda en un colectivo. Titubea, se ruboriza, no puede soltar palabra.


Paremos acá. Quiero contar algo que me pasó cuando iba leyendo este pasaje central del relato. Me acordé de Délfor Medina, un actor amigo de mi viejo que terminó teniendo una heladería por Congreso y presentando bandas de garage. Hace muchos años, él pasó una temporada en la costa con mi familia, de vacaciones. Délfor era un hombre alto y musculoso, tanto que en el ambiente le decían “el grandote”. Ese verano –yo tenía doce años– solíamos ir todos a playas alejadas. Y fue en una de esas tardes cuando el grandote se decidió a aleccionarme sobre las mujeres. Me dijo que la pinta era lo de menos. Que, textual, “si uno tiraba un buen bocadillo, caía la princesa de Mónaco”. Me acuerdo perfecto de esa frase que se volvió como un axioma. Cuando lo vi a mi hermano más chico le conté lo que me había dicho Délfor: que no había que preocuparse por la pinta, que un buen bocadillo podía con todo. Rápidamente entre mis amigos del barrio empezó a circular la buena nueva de “el bocadillo de Délfor”. En una escena clave de Belleza americana, la película de Sam Mendes, un freak que persigue a una chica está mirando un video que él mismo filmó y donde una bolsa de papel posesionada por el viento se mueve de un lado a otro y él, en estado hipnótico, le dice a la muchacha lo que reamente ve en esa imagen: la soledad del mundo, la belleza abandonada de la vida, etc, etc, todos bocadillos de Délfor que se clavan en el corazón de la niña quien, impresionada, sólo atina a agarrar la mano del chico que hasta segundos atrás le parecía un pelmazo. Larkin también debe haber tenido la redención del bocadillo de Délfor. De hecho, su segundo libro de poemas –The Less Deceived– está dedicado a Mónica Jones, una mujer de hermosura demoledora que fue su pareja y que aparece en una foto de su biografía que alguna vez vi en una mesa de saldos en Londres. ¿Habrá podido Kemp con Jill? ¿Largó al final el bocadillo de Délfor? La respuesta, amigos, está soplando en el viento.

(Publicado en Perfil, Cultura, domingo 13 de abril.)

18 de abril de 2007

El viejo letal de Indiannapolis


por Fabián Casas

El subte, a veces, puede ser un lugar de redención. Ayer,en medio del clima asmático y pegajoso, un niñín leía, de parado, Barbazul, de Kurt Vonnegut. Me emocioné. Por un lado está el demoledor cambio climático, el imbécil de Telerman pensando que hacer cultura es traer a Tom Waits, Tinelli confirmando la sentencia Zappiana de que lo que más abunda en el mundo es el oxígeno y la estupidez, el maestro asesinado que renace en una pancarta piquetera bailando por un sueño y los nenitos encerrados en una casa para solaz de los que no pueden pasar la noche en vela. Y toda la mar en coche. Pero por el otro sigue Kurt. Hay una canción que cantan las hinchadas que me gustaría cantarle al viejo letal de Indianápolis: No te vayas campeón/quiero verte otra vez.

Kurt Vonnegut fue un veterano de guerra que debió soportar dos tragedias: una colectiva y otra más personal: el bombardeo de Dresde que hizo puré a toda la ciudad -y del que se salvó encerrándose en un matadero- y el suicidio de su madre. Comprendió muy temprano que el horror, a determinado nivel de ebullición, se debe convertir en risa o corremos el serio peligro de quedar turulatos. Escribió varias novelas extraordinarias: Matadero cinco, Las Sirenas de Titán, Barbazul, Buena Puntería, Cuna de Gato. Supongo que cada lector del Viejo debe tener su preferida: la mía es Las Sirenas de Titán. En ella Kurt utiliza el truco de tomar prestado recursos de la ciencia ficción para enmascarar un relato descaradamente realista. Como es realista La metamorfosis, de Kafka. Sobre el final de su vida de escritura, Vonnegut tenía un estilo: era una mezcla de Louis Ferdinand Celine y el cómico Juan Verdaguer. Parece que hace una semana se cayó y se hizo trizas. Con daños irreversibles en el cerebro, entró a boxes. Los que leímos sus libros con pasión, sabemos dónde está ahora. Nos vemos, Kilgore Trout!

ESTÁN QUEMANDO

César Mermet


Están quemando,
en los pequeños patios
y detrás de las tapias opulentas
y más allá del parque, hacia los campos, arde.
Están quemando.
El verano caduco
están quemando.

Caminemos, ven, caminemos por esta grave fiesta,
mientras queman amémonos, callemos,
escuchando al destino argüir en las fogatas.

Están quemando.
Es que declaran muerto al gran verano,
es que toda la gala del año consumieron.
Están quemando.
Entre ardientes acequias de corriente llama,
entre el sordo sonido de la temprana quema
pasemos a los parques, caminemos arriba,
entre la luz dorada de los álamos lentos.
Abajo están quemando,
Entre rondas de sueters, las risas atardecen.

Están quemando.
Pasemos por el humo,
herrumbremos de arcaico olor esta amistad de otoño,
atravesemos la nostalgia fastuosa del humo;
las extensas exequias del estío
están quemando.
Crucemos por la gala fracasada del tiempo,
están quemando,
caminemos, inexorablemente escoltados de llamas.

No queman más que el verde consumado,
no más que la belleza que cumplió su estío,
a la estación que entrega su verdad usada
están quemando.

Tu suéter tiene olor tardío,
pasemos por el humo, que se enrede en tu pelo
con la tristeza en briznas del otoño.
Crucemos las pacíficas banderas del humo,
atravesemos los solemnes arcos, la sencillez del humo.
Están quemando.

¿Se dirá que es tristeza este ademán del aire
que inmensamente eclipsa azul la tarde,
que tanto huele a madurez cumplida,
que tan serenamente nos comprende?
Están quemando.

¿Dirás que es de tristeza esta espesura aérea,
este espesor en calma,
la despaciosa densidad humosa, su ambulante sombra,
la esperanza sorda que la tarde difunde?
Están quemando.

Mira arder los veranos abundantes,
la acumulada gloria del gran año,
el oro vegetal en láminas sonoras
en la azulada altura de las alamedas,
cayendo a las hogueras.
Mira quemar al tiempo sus productos,
mira arder al festejo,
las ceremonias tácitas que unánimes vecindades celebran
el mismo día y en el mismo instante
por idénticas órdenes de ritual y de juego.

La dulcísima tarde están quemando.
El año culminante están quemando.
Las hojas leves que alumbraron los días
están quemando.

Respira el humo vivo, amiga,
aspira este incisivo olor amante y acre
de muerte vegetal resucitando,
ave de humo de doliente esperanza.
Inhala este color oscuro, bienoliente a mañana,
esta ácida calidad futura, nutrida de pasado sin embargo;
esta índole tenue que vivifica el alma,
hecha de polvo de nervatura muerta sin embargo;
liviandad de pedúnculos caídos, sin embargo,
un prolijo, crujiente contorno dentado
que sin embargo el fuego muerde, muerde y devora.

Nos respira el humo,
nos aspira la vida, nos envuelve,
quiere sentir qué olor a pasajero amor
ofrece nuestra carne.
El humo dice:
-Ellos están quemando.
Salgamos a sentir
el dulce olor a vida de estas pesadas llamas.
Dispendiosos amantes,
su insensato estío están quemando.

El ancho cielo de esta hora dice:
-Abajo están quemando.



1950


http://www.cesarmermet.blogspot.com/

17 de abril de 2007

Esa aburrida poesía blanca

Hoy en día, en Francia, la poesía, al perder contacto con su público a medida que renuncia a toda dimensión existencial, ética y de destino, deriva en tendencia a agotarse en juegos paródicos, o incluso a quedarse exangüe, como esa aburrida “poesía blanca” que se mantiene desde hace un tiempo en el proscenio. La actual “modernidad negativa” no ha teorizado nunca su práctica, solo se contenta con promulgar interdictos, ya que posee tabúes, sobre todo, y uno de los más risibles es aquel que sospecha de toda emoción, incluso la más sobria, aun cuando la poesía posee su propio pathos, que es el de la afasia. Con el pretexto de poner a prueba los límites de la lengua, imita la abstracción minimalista pictórica, movimiento repetido multitud de veces epigonalmente, sin tener en cuenta que la poesía no puede llegar tan lejos en su propio despojo como la pintura, en razón del vínculo del lenguaje con el sentido y el deseo que no puede cortarse sino a riesgo de perderlo todo. ¿Hay que erradicar de la lengua todos los nombres del deseo? Mallarmé dijo un día que “la destrucción fue mi Beatriz”, y desde entonces un muro entero de la poesía actual todavía no ha podido reedificarse. ¿Es un destino de lo sublime, por exceso de sublimación, el de devenir solamente negativo, sublime de lo impresentable? ¿Es un destino del deseo puro, a fuerza de quemar los objetos, el de terminar extinguiéndose en un deseo de nada, deseo de muerte? (Martine Broda) (via Días después del diluvio)

15 de abril de 2007

Por 6 goles

Al parecer, después de la revancha ganada por los porteños, los cordobeses ganaron hoy, en el bueno, por diferencia de 6 goles, el Desafío Blogger Interprovincial. El Sr. de Abajo no pudo ir (tiene el remís en el mecánico, el cuerpo en cama y el alma en pena), y lamenta no haber podido estar ahí. Aunque más no fuera para hacer frente a la derrota y sacar fotos. Felicitaciones a todos. Esperamos la crónica de Funes. Dicen que el próximo es en Uruguay?
El video de abajo es una secuencia de la revancha el año pasado, donde se ve un ataque porteño y el contrataque cordobés.


13 de abril de 2007

La Costa

por Paula Peyseré


La imprudencia,
la imprudencia;
la falta de billete ante el puesto de revistas,
las mesas de las parrillas que ocupan la vereda nos deprimen.
La chica que atiende el puesto de marrón
pone Reincidentes a todo volumen.

En ojotas por las góndolas no se puede caminar,
las hebillas de moda n o p a r a n, no sirven,
no agarran bien el pelo.

La carreta carga-garrafa está construida
con una cuna de bebe oxidada y llantas de playera
celeste que le adosaron.
El kiosco es un problema compuesto;
pistolas de agua, patos que se inflan, colgantes de hello
kitty marinera, hello
kitty escritora, hello
kity musulmana;
todas las hello respetando a la kioskera
que tiene un retraso mental de trece.
-No me vas a cobrar dos pesos, me vas a cobrar solamente uno-
...si ya cargué tres termos a la redonda y no pagué más que una moneda...


Paseamos por el bosque que alquila caballos.
Es de una lógica milenaria
haber decidido domar a los caballos pero para nosotras
está claro, está a la vista
que hay un problema, y es de tamaño.

Hacemos una caminata de dieciseis kilómetros para el lado de Mar de ajó,
para el lado de la lluvia intermitente,
para el lado del castillo en proceso de evaporación;
las niñas son las sirenas,
los niños son los bomberos,
las madres aplauden a los niños que los padres llevan en hombros.

Hacemos una caminata de veinte kilómetros para el lado de Mar de ajó,
para el lado de la lluvia de hecho,
para el lado del hotel enorme con forma de cubo platinado
que tiene pedicuría, tiene cine y tiene spa:
no sabemos suponer si a estos huéspedes
les intriga salir al balneario.


*

8 de abril de 2007

4 de abril de 2007

Testigo de fusilamientos


«Jueves, 17 de diciembre de 1959

Come en casa Borges. Dice que un muchacho, que en aquella época era conscripto del regimiento 2 de infantería, le contó los fusilamientos de junio de 1956. Fusilaron a nueve, todos compañeros del 2. Los fusiladores eran cuarenta y nueve. Los fusilados y los que fusilaban estaban vestidos con idéntico uniforme de fajina. Los llevaron en camiones. Los fusilaron en el patio de la penitenciaría, en la calle Las Heras, a la luz de los faros de los camiones. Entre los fusilados había un sargento músico, muy buena persona, muy querido de todos. Este sargento músico vio que al relator se le escapaba una lágrima: "No es nada, muchacho; apuntá acá", le dijo, señalándose el corazón. Otro de los fusiladores se puso a llorar. Los fusiladores estaban en dos filas; una, primera, con una pierna arrodillada; otra, atrás, de pie: eran como un muro erizado de máuseres, a dos alturas. Antes de morir, uno gritó: "¡Viva el 2 de infantería!". BORGES: "Mirá todas las cosas enormes que hay en ese grito. Es como decir: "Yo sé que ustedes no tienen la culpa. Yo sé que ustedes y nosotros somos los mismos". Si hubiera gritado "Viva Perón" o "Viva la patria" sería una idiotez. Como los tiros de máuser son muy fuertes, aquello fue una carnicería: los despedazaron. Sin embargo, el oficial que mandaba el pelotón, dio un tiro de gracia en la cabeza a cada uno de los fusilados: lo que está bien, porque sería una crueldad que uno estuviera sufriendo, y lo que es impresionante, porque era matar a muertos. Uno de los fusilados quedó sentado; cuando retiraron al de al lado, cayó; se vio entonces que también estaba muerto, pero que había quedado sostenido por el otro. ¿Por qué los fusiladores serían del mismo regimiento que los fusilados? Tal vez por algún reglamento que venía de antes, de cuando había rivalidad entre los regimientos: hubiera sido peligroso que los de uno fusilaran a los de otro". »

Texto: del libro Borges, de Adolfo Bioy Casares, Destino, Bs As, 2006, pág. 604.
Foto: actual plaza Las Heras, donde antes estaba la cárcel, que fue demolida en los 60.

3 de abril de 2007

El miércoles


Presentación del libro:
En la resaca

poema(s) de Daniel Freidemberg
publicado por Paradiso Ediciones

Miércoles 4 de abril a las 7 de la tarde
Sala Solidaridad del
Centro Cultural de la Cooperación
Corrientes 1543, Buenos Aires

participan:
Américo Cristófalo, por Paradiso
Emiliano Bustos, Ezequiel Zaidenwerg y el autor
organiza:
Espacio Literario Juan L. Ortiz, del CCC


Parecía insostenible tanta natación

por Clara Muschietti


Parecía insostenible tanta natación
la tela húmeda adherida a la entrepierna
parecían mentira
todas las cabezas de silicona
los brazos sincronizados la respiración justa
el cloro hiere
parecía especial que nadara preciso
alguien dijo lo que importaba
armaban
un cuadro las toallas afuera
no tenía que hundirme pero me hundí
una pulserita perdida
siempre me gustaron las misiones imposibles
alguien
un superior me dijo que me retirara
me fui chorreando agua a buscar mi toalla
la que tenía mi nombre en una tirita blanca
pero agarré la de otro y caminé hasta el vestuario
con los ojos rojos la piel levemente arrugada
no quise saber qué nombre tenía impreso la tirita blanca
qué identidad qué paradero qué trauma me envolvía
verde suave con ese perfume a limpio
no quise saber a quién le había dejado
mi toalla azul
mi discusión con llanto de esta mañana.



Las afinidades electivas
La campeona de nado