31 de diciembre de 2010

La nieve, la electricidad

.
por Luis Chaves



La ropa tendida
y esas nubes.


Hay un perro nuevo,
me sigue a todas partes
aquí está debajo de la mesa,

cuando llueve con truenos
se clava al piso y no lo mueve nadie.

La casa está igual
menos la cocina,
la ampliamos botando la pared de atrás.
Ahora es más moderna,
tiene mostrador de granito
como en las revistas que mandaste,
cuando mandabas cosas.


Pusimos piedras blancas en el jardín,
hacen camino hasta la puerta.
Antes de llover
o cuando ya casi oscureció
entra el olor de la albahaca.
Eso tampoco ha cambiado,
todos los días
de todos los años,
esté quién esté,
ese aroma entra apenas
a la parte de la casa
que da al jardín
como siguiendo el camino de piedras.
Entra la albahaca
luego llueve
u oscurece.


Tenemos la misma tele
aunque parezca mentira.
Anoche, por cierto,
mientras pensaba en otra cosa
en un programa pasaban
la imagen de unas torres enormes
clavadas en campos verdes
para sacar electricidad del viento.
Todas en fila, formadas,
las hélices enormes y lentas
giraban a destiempo,
perdían la sincronización.


Entonces dejé la otra cosa
y pensé en eso
un buen rato:
cómo sería ir ahí,
el silencio mecánico talvez
al pie de una torre.
Luego me quedé dormida.


Afuera pasan las nubes
en formación,
las piedras del cielo parecen,
piedras rodantes.


Va a llover
y tengo ropa tendida.
Los truenos son el sonido
de la electricidad.
Pienso esa frase de revista
mientras el perro tiembla,
atornillado al piso.


Puede ser tu lugar
donde están esas torres,
no entendí mucho
era el canal alemán o el francés,
a mí me confunden igual.
Unas praderas extensas,
parches verdes
de gramíneas diferentes
como corrientes de agua
o manchas de diesel
que se juntan
sin mezclarse.


Cómo será tu casa,
la ruta que lleva a la puerta,
la ropa secándose en un balcón.
En la tele veo programas de lugares y viajes
como el de anoche
o uno con gente rodeada de blanco
hundida hasta las rodillas.
Luego el mismo lugar sin gente,
sin otro sonido que el tic tac interno,
el que no viene del televisor.


Daban ganas de estar ahí.
La nieve en la tele,
detrás de la electricidad,
me pregunto cosas,
tu lugar, qué pensarás
antes de que llueva
o anochezca,
cosas así pienso
hasta que me duermo.


Me sigue el perro
pero se queda afuera,
al pie de la puerta.
No entra a este sueño
como de aspas gigantes
en cámara lenta,
la nieve al otro lado
de la electricidad.


Huele a albahaca,
es de noche
o va a llover.


Cuánto pesarán,
me pregunto,
sacando la mano
por el balcón de tu casa,
los copos,
los copos de nieve,
cuánto duran en la mano.


***


http://www.tetrabrik.blogspot.com/
Luis Chaves acaba de publicar en Costa Rica un libro de prosas cortas con el título de "300 páginas", una autobiografía no autorizada.


23 de diciembre de 2010

Sobre "Abejas" de Alejandro Crotto



Tradiciones contradictorias




por Diana Belessi


Pocas veces el primer libro de un poeta joven irrumpe en la escena de Buenos Aires con tal intensidad, y toma mi corazón por completo. Hablo de Abejas, de Alejandro Crotto, publicado por ediciones Bajo la Luna. Leí a este muchacho, por primera vez, meses antes de la aparición del libro, en Diario de Poesía, y fue tal la emoción, el estado de plenitud que me produjo, que no dudé en buscar el blog que tenía anunciado y le envié un mensaje diciéndole que sus poemas eran maravillosos. Gesto raro en mí, me asusté después de haberlo hecho, pero su austera respuesta me tranquilizó, y tardé más de dos años en conocerlo personalmente. Su erudición y su memoria me parecieron inconmensurables. También su candidez. Si ésta prima sobre aquéllas, salvando el corazón y la cabeza, Alejandro Crotto será un gran poeta, como lo es en este pequeño libro que acaba de publicar hace apenas un año.

Cuando trato de ver cómo lo logra, veo en primer lugar la masa musical que despliega cada poema, especialmente los largos, como “Las palomas”, o “En el haras Vadarkablar”. Cuenta, sin afeites, una anécdota, con un casi infaltable acento sobre la sexta, o la cuarta y la octava, mostrando en su base rítmica que no le es ajena la versificación en lengua castellana, desde el Renacimiento hasta el Modernismo, y dejando al poema ser libre en su tradición de ruptura, buscando en los quiebres melódicos el sentido que lo llevó a escribirlo. Abejas reúne tradiciones que parecen contradictorias, o al menos suele vérselas así en la arena arena local de la poesía. El ejercicio de la traducción, esa enorme escuela, retumba al mismo tiempo.

Cuenta, a la manera de la poesía, historias mínimas que se vuelven, en su envés, inmensas: caza, desplume de palomas; el apareamiento de una yegua; el instante previo a comer unos tallarines; las abejas que mueren de sed sobre una palangana de agua; etc. Y en la vibrante evocación de una imagen natural, los sentidos se agigantan.

Esto sostiene también la magia de los poemas breves, como “Hilo”, donde interrumpe la sintaxis con una larga frase comparativa, para rematar al final, con dos verbos, aquello que empezó diciendo allá atrás: “vaya salándome en su toque eso que en mí […], titila, quiere”. O de ese otro, ricamente aliterativo, cuyo final parece marcar la poética de este libro: “De lo que abunda / el corazón hable la boca”. Es fácil decir de un libro de poemas que es bueno y hermoso; es difícil explicar por qué. Ojalá estas líneas inviten a leerlo sin preguntarse nada, en la eucaristía del lector con el poema.
.

Revista Ñ, 18 de diciembre de 2010

13 de diciembre de 2010

El hombre polar regresa a Stuttgart


Contratapa de El hombre polar regresa a Stuttgart

por Silvio Mattoni

Si fuera un lector real, atolondrado, diría: “El hombre polar es el mejor libro de Cucurto”. Y como sí soy un lector, también esa impresión del libro es verdad. Aquí el lenguaje tropical ha retrocedido un poco, porque han llevado a nuestro héroe al corazón de Europa, donde el sol no calienta. Pero el viaje le templa la voz y hace más fuerte la sinceridad, esa ilusión de decir algo que hace vivir un poema. En este caso, muchos: cada uno memorable. Chocan al principio entre sí las imágenes del mundo embellecido, a la vez antiguo y superdesarrollado, de una Alemania boscosa y urbana, contra lo que trae adentro un joven escritor sudamericano. La poesía le dice: “sacá todo, no dejés nada sin observar, ganá lo que puedas y multiplícate, agarrá la ocasión de los pelos…” Aunque a veces la melancolía, como una contradictoria niebla que abruma al bosque desconocido, llega hasta el ánimo del que escribe. Pero sigue escribiendo; los versos son su estufa inmanente, interior. La memoria le dicta las historias familiares, las interrogaciones al padre, el amor a los hijos. Un poema sobrevive porque llega a transmitir esa ilusión de que la vida continúa. Hay quiebres y catástrofes, pero la vida sigue. La poesía también. Cucurto, más todavía. Incluso nos canta un homoerotismo reinventado que sacude toda la historia de la vieja literatura, desde los griegos hasta los futbolistas atildados, pasando por los niños de barrio en su infinita variedad. El regreso de Cucurto, como un ataque nuevo, otro asedio a la ciudad cualquiera, celebra con mil efectos de ternura y tragedia, de plagio amoroso y destrucción, la supervivencia de un poeta auténtico en un mundo clasificatorio, al que en el fondo redime, poniéndole otro polo. A partir de entonces, el trabajo revela su inutilidad en última instancia, y se destacan los lujos, los adornos, o sea la poesía, como lo único necesario para sostenerse vivo. Si estamos muertos, ¿para qué querríamos una heladera llena? Si un hijo se enferma, ¿de qué nos sirven las palabras? Preguntas a la confusión de lo real, núcleo activo y movedizo de estos poemas, que vale más que todo orden de lenguaje.


4 de diciembre de 2010

Grabando en Entre Ríos

Con el historietista Juan Sáenz Valiente
Foto: Angel S. González

Boliche Díaz Hnos.


Juan Sáenz Valiente dibujando en el boliche. Foto: Angel S. González


Pedro Mairal

El boliche de los hermanos Díaz está lejos de todo, en medio del campo, a veinte kilómetros de General Galarza, al sur de la provincia de Entre Ríos. Saer o Briante lo hubieran mostrado bien. Está sobre el tramo de ripio que llega a la comisaría y un poco más allá donde se corta y donde se acaba el mundo cuando llueve fuerte, porque se hace un barro arcilloso que ahora empantana las camionetas y antes reventaba los caballos. Es un almacén pero lo llaman el boliche de los Díaz, como si en el fondo dijeran el boliche de los días porque está clavado ahí desde 1960, sin cambiar. Hay un ombú al costado del camino para hacer sombra a los autos que paran, apenas una abertura en el alambrado para que pase la gente, y la construcción de material y chapa. Cuando el recién llegado entra, tiene que acostumbrar la vista a la penumbra. Los Díaz son plurales, están siempre de a dos, aunque son cuatro, dos hermanos y dos hermanas, pero ellas casi no atienden el mostrador, salvo urgencias que no suceden nunca. Uno está parado y el otro sentado. Uno de anteojos, bigote y boina con visera, achispado para las respuestas y los números, y el otro un poco más joven, más ancho, de cara roja y ojos claros y menos luces para el presente pero más sabio para los tiempos largos, para callarse y seguir tirando. Envejecieron así como están, entre almanaques de jineteadas y propagandas de cerveza. Medio siglo de historia política argentina los atravesó como esas filmaciones en cámara rápida de cielos cambiantes. Ahí siguen detrás del mostrador.

Ahora hay un hombre joven de gorra tomándose un taco de wisky a las diez de la mañana; va llevando unos postes que asoman de la caja de su camioneta estacionada. Hablan del camino, de Vialidad que no pasa hace rato a emparejar con las máquinas y se está haciendo un huellón de barro seco que rompe la dirección y las puntas de eje. Silencios largos entre temas y subtemas. Pasan cosechadoras lentas por el camino y camiones apurados levantando tierra. La maquinaria agrícola que avanza tiene un aire extraterrestre, como grandes naves de alas plegadas y ruedas gigantes. Es el Imperio de la Soja. Los Díaz tuvieron un pedazo de campo chico hasta los ochentas, después vendieron. En esa época se empezó a ir la gente. Antes había chacras en la zona, estaba más parcelada la tierra. Había tambos, huertas, gallineros. No eran tiempos felices, ni más fáciles, pero había más movimiento, más comunidad. En los tiempos del finado papá, dicen los Díaz. Empiezan así varias frases. Estarán los cuatro hermanos entre los 65 y los 75 años, todos solteros. Al lado de una estampa de Ceferino Namuncurá hay unas fotos viejas: el finado papá en blanco y negro, bastante reforzado, vestido de botas y pantalón y saco y corbata y sombrero de ala corta, impecable y ajustado, como un alemán redondo, teniendo de la rienda un caballo ensillado y también muy ajustado. La pata más gringa de una gauchesca que nunca existió. Y otra foto de gente trabajando en una cosecha. Son del año treinta más o menos, dice el Díaz sentado, porque el finado papá estaba vestido así para ir a ver a la madre de ellos que en ese tiempo todavía era la novia.

Parecen haber armado entre los cuatro hermanos una sociedad cerrada en la que cualquier pareja era la intrusa o el intruso. Debe haber habido novias, novios, relaciones fallidas, peleas. O quizá no. Quizá ninguno dudó de la hermandad blindada. No cabe duda que les funcionó para atravesar el tiempo. Ahora para un Renault 18, con parches de distintos colores. Bajan dos hombres y queda una mujer en el asiento de atrás. Suenan las puertas de las heladeras viejas. Cerveza fría. Compran galleta, caramelos para los chicos. La balanza tiene una especie de espejo retrovisor muy misterioso. El boliche está surtido: alpargatas, encendedores, tanquecitos de Flit, carne, pan y leche fraccionada en botellas de Pepsi de dos litros. El hombre de los postes se fue. Llega una maestra de guardapolvo en un Duna, viene a comprar una lata de tomates porque están haciendo unas pizzetas para los chicos en la Escuela 12. Llega un Falcon celeste, baja un hombre y las dos mujeres se quedan, una en el asiento del acompañante y otra en el asiento de atrás. Se saludan con la mujer que estaba en el Renault. Se conocen. Las mujeres sólo entran al boliche para comprar algo del almacén pero no se quedan a tomar un trago. Ahora adentro hablan de la lluvia que no llega y de una nena de diez años que encontraron muerta en Gualeguay.

(Perfil, 26-11-10)


30 de noviembre de 2010

Malabarismo

.
Daniel Durand


Bajó el sol, salgo a la sombra del patio
para hacer malabares. Tiro
las bolas bien alto y
al levantar la vista veo
el cielo todavía soleado.
Dentro de unos días se morirá mi madre.
Unas cuantas golondrinas
vuelan a media altura
entre la casa y el cielo,
se pelean con chirridos
y se alimentan de insectos invisibles.

(De "Ruta de la Inversión" )



12 de noviembre de 2010

Recomendado



El trayeco desde Entre Ríos a Buenos Aires es uno de los grandes desvíos de la literatura argentina -Juanele, Zelarayán, Durand, Ríos. ¿Cuánto influye el pasaje de ese corto viaje de la escritura?

Larga payada hecha de digresiones y de afectos, Enterrianos es un libro de amor. Porque hay uno que escribe, otra que lee y una historia que termina bien. Las frases de esta novela primero formaron cartas, que fueron echadas por debajo de la puerta de la chica, y no esperaban respuesta; después se transformaron en capítulos, y con el título de Habrá que poner la luz simularon ser una novela que circuló entre algunos amigos a fines del siglo pasado bajo el sello Ediciones del Diego. Eloísa Cartonera las rescató e hizo una versión en 2003. La novela se fue desprendiendo de esos capítulos que pasaron a integrar libros de poemas y también antologías varias y de a poco volvieron a ser cartas y por último nuevamente frases. Ahora Mansalva vuelve a recopilarlas, agrega fragmentos inéditos, desdeña partes completas, tacha, prosifica versos, suma personajes, integra, reordena y bajo el título de Entrerrianos vuelve a simular una novela. Esta es la historia de unas frases entonadas para seducir.
(Contratapa)

10 de noviembre de 2010

Elogio de la pereza


–¿Entienden al ocio como algo bueno o malo? ¿Y cómo lo ven en el caso del protagonista?

Fabián Casas: –La edición alemana del libro me llamó la atención porque el título es Elogio de la pereza. No se llama Ocio. Y yo lo veo como algo productivo, como dice Heidegger: uno en el estado de aburrimiento siente por primera vez el ser. Así que yo lo entiendo de esa manera. Me parece que es como una sensación productiva: aunque siempre estamos dentro de las líneas del mercado, es salirse un poco y bajarse de esa alienación. Es un momento irrepetible en la vida de una persona: uno está en su casa, escuchando los discos que le gustan, masturbándose, no sabiendo qué hacer con su vida pero, a su vez, también con un montón de cosas que se pueden ver en el horizonte y que pueden llegar a pasar. Para mí, ese tipo de ocio es un momento super interesante.

1 de noviembre de 2010

Ocio

EL PAMPERO CINE y TRESMILMUNDOS CINE
con el apoyo de la Universidad del Cine
presentan
OCIO
una película de Alejandro Lingenti y Juan Villegas

basada en la novela de Fabián Casas

A PARTIR DEL JUEVES 11 DE NOVIEMBRE DE 2010
CINE COSMOS
Av. Corrientes 2046
Jueves, viernes, sábados y domingos - 20 y 22 hs.

17 de octubre de 2010

El mudo de Berlín

.
Pedro Mairal

Tengo un día en Berlín antes de volver. La hipertrofia vincular de la Feria del Libro de Frankfurt me quemó la simpatía, la capacidad de sonreír, de interesarme por el prójimo literato, el prójimo editor, el prójimo periodista. Me subí al tren y ya no hablé con nadie más y llegué mudo a Berlín, y analfabeto, porque no puedo ni pronunciar el nombre de la calle donde estoy parando, ni preguntar por estaciones de subte, ni pedir la comida sin señalar con el dedo la foto del menú. Es mentira que todos los alemanes hablan inglés, al menos no conmigo. Ya caminé la ciudad, vi la arquitectura de la reunificación, crucé el río Spree y el Havel y los canales, pasé por la puerta de Brandenburgo, ya me embebí con el peso de nuestra cultura occidental que de vez en cuando termina haciendo eclosión en guerras mundiales. Hoy renuncio al Potsdamer Platz y al Alexanderplatz y a los museos y pinacotecas y a Nefertiti y a la historia de la humanidad, pido disculpas, soy una bestia, y por eso mismo quizá en un impulso de rechazo por lo humano entro en el zoológico. Me quedo largo rato ante las jaulas de los monos. Qué alivio no entender lo que dicen las familias este sábado, ni captarles sus matices. Son primates albinos frente a los primates encerrados. Una chica pelirroja se acerca al vidrio donde está el macho orangután. Los dos con el mismo tono de pelo. Los niños se cuelgan de las barandas, se balancean, los monos también. Una vieja muy pintarrajeada le hace muecas al gorila, le saca la lengua de manera bastante obscena. El gorila ensimismado escupe el vidrio y lo lame recuperando su escupida, varias veces. Un chimpancé deambula con una bolsa sobre la cabeza, una nena arrastra un suéter. Me pongo a sacar fotos, no tanto de los monos, sino de los humanos frente a los monos, de la continuidad entre ambos. Alguna gente se pone incómoda cuando se da cuenta de que está dentro de mi encuadre. Voy al acuario y miro las medusas, como latidos de gelatina, el puro corazón latiendo hacia adelante. Me pregunto si no somos eso al fin y al cabo, corazones que laten hacia adelante. Ya hace quince días que estoy de viaje y lo extraño a mi hijo.


Perfil, 16 de octubre de 2010
*El mote de El mudo de Berlín lo inventó Fabián El Bautista Casas.
Va un video de ese día. Dura 5 minutos.

27 de septiembre de 2010

Vox, títulos





Esta última foto es de Sebastián Muzi, del libro "Océano y pampa" con textos e imágenes de Bahía Blanca.

18 de septiembre de 2010

Damián Ríos

Con una especie de ansiedad feliz o de nostalgia de futuro, estoy esperando un libro de Damián que se va a llamar Entrerrianos y va a salir en Mansalva dentro de poco. Mientras tanto Cecilia Pavón subió a su blog un texto que Ríos leyó en el ciclo Miau Miau: "Hola, te decía en el otro mail que ando con ganas de escribir, como si le debiera algo a alguien..."

17 de septiembre de 2010

El Viejo León del Zoo

foto: laura crespi



por Fabián Casas

para Damián Ríos
y Martín Gambarotta


La última vez que hablamos fue un domingo muy frío, por la noche. Me acuerdo que Guadalupe y yo estábamos metidos en la cama cuando sonó el teléfono y era él. Me dijo que tenía la computadora ocupada por sus hijos y que por eso aprovechaba para saber cómo iba el embarazo. Le dije que teníamos fecha de parto para la semana entrante y que ni bien saliera Ana al espacio, le íbamos a avisar. Desde que se había enterado que esperábamos un hijo, él nos hacía un seguimiento ginecológico-telefónico semanal. Me acuerdo que cuando le conté lo del embarazo, se le quebró la voz y se puso a llorar. Me dijo que dar vida era lo máximo que uno podía hacer en el mundo, que él, ahora, estaba al servicio de sus hijos.


Cuando cumplí 21 años me fui de viaje por América con mis compañeros de filosofía. Queríamos remedar el viaje del Che pero sin que muriera nadie. Antes de salir del país, mientras parábamos en el camping de Salta capital, di en una librería con la obra poética completa de Juan Gelman, editada por Corregidor. Años después Gelman me dijo que era una edición llena de errores, pero yo no estaba capacitado para identificarlos. De Gelman, en ese entonces, me gustaban hasta las erratas. Conseguí ese libro de manera curiosa. Le vendí mis botas naúticas al sereno del camping y con esa plata me lo compré. Lo raro fue que a la semana detuvieron al sereno robando en las carpas. No sé por qué, en vez de robarme las botas, prefirió pagármelas, lo cual redundó en el excedente del libro de Gelman y en que pasé unos días hermosos leyéndolo en el pasto y a orillas de los ríos donde acampábamos. Era muy feliz. Aún hoy Cólera Buey me parece una obra genial y disfruto de los poemas de Sydney West y algunos que otros sueltos de los primeros libros. Como el del albañil Iraniaka, al que la muerte cuando lo está pasando para el otro lado le dice que tiene que venir también su corazón, pero él le explica que no puede porque su corazón "ha hecho su casa en una mujer". Estoy citando de memoria y puede que los versos no sean exactamente así. Porque muchas veces modifico los versos en mi cabeza hasta que me los apropio. Otro poema que me gusta es de Gotán, un libro de Gelman que causó sensación en su momento pero que ahora parece haber envejecido ya que estaba muy apegado a la época. El poema empieza con este verso: "Al que extraño es al Viejo León del Zoo". De manera curiosa, cuando recuerdo este comienzo, le agrego el adverbio "verdaderamente". Es decir, que digo "Al que verdaderamente extraño es al Viejo León del Zoo". No sé por qué. Sin duda es mejor no empezar -ni terminar- con un adverbio, pero en mi memoria éste se vuelve necesario, como si anclara el verso en el corazón.


Parece que fue a un encuentro de escritores que organizaron en Montevideo. Le tocó un fin de semana muy frío y el hotel donde lo habían ubicado no tenía calefacción. Como también le iban a demorar el pago por los honorarios, es decir, no era en cash sino con factura a 60 días, él se puso en llamas y se hizo mucha mala sangre discutiendo con los organizadores. Consiguió que lo cambiaran de hotel y que le pagaran en el acto. Como era un encuentro de escritores, a mí me parece que debe haber jugado también la parte narcisista y que debe haber tenido que encender día y noche su representación, algo que resulta muy desgastante aún para esos que, de alguna manera, hicieron de su personaje una segunda naturaleza. El Viejo León del Zoo -porque ahora lo recuerdo así- era tímido y muy emotivo. Con la sensibilidad a flor de piel. Y para defenderse tiraba zarpazos y meaba el entorno en lugares inapropiados. Parecía estar siempre al ataque -y tal vez lo estaba- pero nunca se había comido a ningún cazador.


La primera vez que lo ví fue en en un apart hotel de la avenida Santa Fe donde vivía. Yo había leído algunos relatos suyos y teníamos amigos en común. Algunos de los cuentos me parecían muy buenos -como "Japonés", una obra maestra- pero lo que más me impactaba eran las fotos de su cara con las que ilustraba las tapas de sus libros. "Pájaros de la cabeza", editada por Catálogos, era genial. Los pelos parados, las cejas levantadas en signo de alarma, los ojos desorbitados. Era la contracara de esa enfermera que te pide silencio en las paredes de los hospitales. Ese rostro parecía orbitar el caos, ser el caos. Ahora, mientras escribo, me imagino que él me hubiese dicho: "No pongas rostro, boludo". Tampoco quería que pusiera "torso" en vez de pecho. El apart hotel era un desastre. Entrabas por una galería que nacía casi sobre la 9 de Julio, subías unas escaleras y tenía todo patas para arriba. Recuerdo un mate volcado sobre una alfombra verde. Tenía un escritorio repleto de papeles y una computadora siempre prendida. Y un grabador con música folclórica, lo cual me sorprendió. No sé de qué hablamos aquella vez, pero nos hicimos amigos. Desde ese momento lo visité en diferentes casas, donde vivía solo o en pareja, con más o menos hijos, con hijos más grandes y más chicos. Siempre con pocos libros -suyos y de otros- pero leyendo de manera persistente a los contemporáneos. Tenía algo particular con esto y que es esencial para una cultura: era un escritor que no bendecía a los que escribían como él. Le gustaban los que hacían lo contrario, los que expandían la paleta de colores sobre la que él trabajaba. No estaba generando su propio canon para que reafirmara su obra, es más, es probable que esos nuevos escritores cuestionaran sus textos. Con él se podía hablar, se podía discutir de igual a igual. Un don que pocas personas pueden sostener. Somos todos iguales, en esencia, pero muchos se olvidan de eso. También quería que los escritores grandes -los que él admiraba- conocieran a los autores que él "promocionaba". Una vez me citó en un hotel donde estaba parando Saer. Cuando llegué el Turco tomaba una copa de champagne mientras él y dos hijos suyos se comían todo lo que estaba en la mesa. Me dijo, con la boca llena, que le pasara mi libro al genio de Serodino. Eso hice. También le dije -para entrar en calor- que para mí había sido central leer sus libros, que era el escritor más grande del mundo. "Cicatrices", le dije. Saer me miró -aunque habló, no recuerdo su voz- y agarró mi libro y lo dejó caer entre su muslo izquierdo y el pliegue de la silla. Y debe estar aún ahí, porque no le volvió a prestar atención. Quique se me acercó y me dijo: "Comé que paga el Turco".


Volvió de Montevideo enfermo -por lo que pude reconstruir- y pasó unos días malos. Respirando cada vez peor. Igual no paró, vio gente, fue a comer a casa de amigos, escribió, leyó, se fue a nadar al club y cuando el cuerpo estaba al dente, caminó hasta el Hospital Italiano para internarse. Ya lo había hecho varias veces. Se internaba, se ponía mejor, volvía a sus cosas. Sabía que en cualquier momento se podía morir, era algo que tenía presente, pero esto no lo perturbaba. No era un esclavo. Con relación a su muerte, era un hombre libre. Podría haber muerto mucho antes, un montón de veces. Podría no haber publicado nunca. De hecho, lo hizo ya mayor, a los 39 años. Ahora digo que toda su obra -que es grande- no le llega ni a los talones a él. No extraño sus cuentos, no extraño que no escriba más, que no vaya a leer cosas nuevas suyas. Extraño su voz, su risa. Su generosidad. Su mal genio. No reivindico su inteligencia. La inteligencia es algo que puede tener cualquiera. Es un don. Reivindico su bondad. La bondad es algo que uno trabaja, que uno aprende a ser. Su inteligencia, por ejemplo, puede hacer una reescritura cool del Orlando de Virginia Woolf, pero a mí ese relato -"Memoria de paso"- me deja seco. Es como un ejercicio de habilidad. Pero su coraje y su talento pueden escribir "Los libros del caminante", tal vez su libro más querido por mí. No digo el que me gusta, digo querido. En ese libro él se estaba probando como novelista, tanteaba en abismo. Después está "Vivir afuera" o "En Otro orden de cosas", novelas que parecen irrumpir desde la literatura hacia la sociología. Y no al revés. Frescos de época. A mi lo que me gustaba de Quique era la forma en que vivía, a la marchanta, con una inmensa vitalidad. Para un conservador y depresivo como yo, era homeopático verlo avanzar entre el desorden, imponiéndose con sus gustos y disfrutando de sus diatribas. Como una torta de hojaldre, uno percibía que había tenido muchas vidas, muchas mujeres, muchos amigos, muchos muertos punks en su haber. Y muchos hijos. Dice Vera -su hija- que cuando era muy chica él la llevaba en una bolsa de hacer las compras. Me quedé pensando largo tiempo en esa imagen. La precariedad de un bebé adentro de un objeto cotidiano y bamboleante como una bolsa. Ojalá yo pueda tomar algo de esa frescura a la hora de relacionarme con mi hija. Estas noches en las que camino en círculo con ella en mis brazos, para que se duerma, pienso mucho en Quique. Y siento que él también está nadando de noche. Con largas brazadas. La respiración, ya lejos del agobio de la historia, es perfecta. Va a la par nuestro. Eso me da fuerzas. De alguna manera, soy Fogwill.

3 de septiembre de 2010

In plot we trust

In plot we trust

Taller de lectura de relatos estadounidenses (1914-2009)

Coordinado por Santiago Llach

El taller constará de doce encuentros, en cada uno de los cuales se se leerán tres cuentos de distintos autores estadounidenses. Será un viaje de placer por la imaginación narrativa de una nación agropecuaria que se transformó en imperio. Habrá una exposición inicial a cargo del coordinador y luego se trabajará en conjunto, buscando crear un clima relajado en el que surjan perspectivas iluminadoras sobre los textos.
Los cuentos se leerán en castellano. Pero también se pondrán a disposición y se recurrirá a sus versiones en el original. No es necesario conocer el idioma inglés para asistir al curso.
El taller está abierto a interesados en la literatura en general, estudiantes, etc.

Duración: tres meses, del 18 de septiembre al 13 de diciembre
Horario: Sábados de 11 a 13
Arancel: $150 mensuales, o $375 por todo el curso
Lugar: Crack-up Libros, Costa Rica 4767, Palermo
Informes e inscripción: libros@crackup.com.ar / 4831-3502

Horarios: Martes a las 19 o domingos a las 19:30
Arancel: $150 mensuales, o $375 por todo el curso

Lugar: Talcahuano y Corrientes
Informes e inscripción: santiago.llach@gmail.com


www.inplotwetrust.blogspot.com

28 de agosto de 2010

Consumidor Final, en chino


La influenza cucurtiana ya alcanzó el Oriente. Me escribe Guillermo Bravo para contarme que salió mi libro en la cartonera de Pekín, en chino. Va foto de lectoras y atrás, infraganti, un serial killer.

foto: daniel mendez

25 de agosto de 2010

El zapato más viejo del mundo

Hace poco en una excavación en Armenia encontraron el zapato más viejo del mundo, tiene 5500 años. La imagen (esta primera que pongo acá abajo) me hizo acordar a mi colección de fotos de zapatos náufragos.









9 de agosto de 2010

Grabando

Veinte años después estamos grabando parte de un capítulo de Impreso en Argentina en el lugar exacto. Del equipo de filmación nadie sabe -ni importa tampoco- que yo me senté acá casi todos los días de 1989, abajo de este árbol, cuando andaba bastante desesperado y perdido en la soledad de mi mentira, porque había largado el Ciclo Básico de Medicina, pero no me animaba a contarlo en mi casa y me tomaba el 37 todas las mañanas para quedarme en la facultad leyendo y escribiendo, llenando el cuaderno de Matemáticas con unas prosas cortas, medio poéticas, de las que no me acuerdo nada. Lo que sí me acuerdo es que en este lugar empecé a escribir. Ahora estamos grabando sobre otro tema, una escena del capítulo de Misteriosa Buenos Aires. Para conducir un programa sobre libros, tengo que actuar de mí mismo, lo cual es bastante difícil porque nunca supe bien quién soy. Es raro: hoy me toca actuar de escritor justo en el lugar donde me pensé por primera vez como escritor. Nadie sospecha eso. En la pausa de la filmación, saco unas fotos.

22 de julio de 2010

Tembladerales de oro

.
Poema de Francisco Madariaga

.



"Este es el poema que yo más quiero. Una vez en un viaje que hice a esa zona de campo -esto fue en el 67...68- yo tenía una de esas pequeñas radios, de esas primeras que salieron a transistor, y pesqué la parte final de un informativo de la radio de Corrientes que decía: Paraná. Acaban de ser sepultados los restos del poeta Alfredo Martínez Howard, que han sido trasladados desde La Serranita en Córdoba a Paraná, su ciudad natal. Ese fue el orígen del poema. Martínez Howard me hablaba siempre del tema del oro a través de toda la historia de la poesía. Me leía lo que él conocía sobre el tema del oro y leía poemas relacionados con el oro. Le gustaba hablar de eso. Cuando me enteré, este fue el homenaje. Salí, era la tardecita, estaba por entrar el sol, y tuve la sensación de que todo se transformaba, estaba todo como una especie de cuadro vivo, en el paisaje todas las palmeras parecían lámparas encendidas, todas doradas, las vaquitas estaban en unas cuchillas pastando, doradas por el sol, todo era un paisaje de oro. Entonces surgió el poema. Por eso está dedicado a él".

(Francisco Madariaga, junio 1992, conversación con Félix della Paolera)

13 de julio de 2010

Mirta Arlt



Estamos empezando una serie de entrevistas para el programa Impreso en Argentina, para Encuentro. Acá con Mirta Arlt, la hija de Roberto Arlt, y el gran equipo: Mariana, Mercedes y Ángel detrás de cámara.

10 de julio de 2010

Dativo ético

Por Pedro Mairal

(Perfil, 2 de julio de 2010)

Cuando Maradona lo hace entrar a Palermo en el partido contra Grecia y, según sus propias palabras, le dice al oído “definímelo”, está usando una forma gramatical que se llama dativo ético o dativo de interés. Es la misma expresión que usan las madres cuando dicen: el nene no me come. (El nene no me come, doctor. No, señora, el nene no la traga.). Definímelo, dice Maradona. También le dice a Mancuso: Traémelo a Palermo. Y en una entrevista reciente: “Son jugadores que me están rindiendo de una manera increíble en los entrenamientos”. El dativo ético es una manera de subrayar una participación afectiva. Una vez escuché a una madre justificar por qué no le convencía para nada la novia del hijo, diciendo: “Me le fuma encima, se me le abalanza…”. Ese “me” es un complemento indirecto con el que podemos involucrarnos más en la acción que contamos y mostrar así un vínculo sentimental. Entonces Maradona, que siempre se ha caracterizado por ser efectivo y certero con las piernas y la lengua, dice definímelo porque el partido es como su hijo. Los jugadores en alguna extraña manera se lo juegan a Maradona y para Maradona.

Nunca había visto un DT tan comprometido afectivamente con lo que sucede en la cancha. El despliegue emocional de los otros directores técnicos, incluso los más efusivos, es el enojo, los nervios, la explosión colérica, como Bielsa durante la derrota de Chile frente a Brasil. Pero Maradona llora, se cuelga de un suplente como un koala, hace panzazo de foca de acuario sobre el pasto. Porque el partido es su criatura. Si Argentina gana, Maradona lo gana. Si Argentina pierde, Maradona lo pierde. Al borde de la cancha quiere que sus jugadores le cuiden el partido, que se lo ganen. Por eso no se sienta, sino que se queda ahí parado, porque está custodiando algo que es de él (porque fue de él cuando era el mejor jugador del mundo, y ahora no lo quiere soltar). Se para al borde de la cancha como un expulsado que, aunque no le permitan jugar, no puede dejar de involucrarse. Maradona siente el partido porque el partido sucede dentro de él. Lo ansía, lo extraña, lo necesita, lo dirige.

8 de julio de 2010

Waiting for the Mundial

por Fabián Casas

LOST


Muchos se preguntaban por qué la gente fue a Ezeiza a aplaudir a la Selección en su regreso. Es que no todos saben que es una costumbre argentina aplaudir cuando hay un niño perdido en la playa. El plantel del Gordismo, que hasta hace poco se imaginaba en la final del Mundial, de golpe tomó la aerolínea Oceanic e irrumpió con los pies para adelante en un bonus track de Lost [SIGUE ACÁ]

5 de julio de 2010

Leyendo a Mermet

En el ciclo Carne Argentina estuve leyendo un poema de César Mermet que son unos consejos medio zen para viajar en bondi: Aforismos del micro

21 de junio de 2010

Clausuran La Propia Cartonera en Montevideo


Pedro Mairal
La Intendencia de Montevideo clausuró el local de La Propia Cartonera donde se hacen y se presentan los libros, porque no les parece que en un centro cultural pueda haber una rocola, un pool y que se sirva cerveza. ¿Qué es un espacio cultural para esa intendencia? ¿Un lugar de mármol blanco? Estuvimos ahí el año pasado y podemos asegurar que el grupo de La Propia Cartonera genera trabajo y cultura en su comunidad, abriendo para la gente algo que suele ser inalcanzable: la literatura, los libros, el proceso de edición y la escritura. Todos los gobiernos pretenden hacerlo a gran escala y fallan, La Propia Cartonera lo hace a pequeña escala y lo consigue. Lástima que aparezca la burocracia para ponerle palos en la rueda.
Más info en La Propia Cartonera.

10 de junio de 2010

¿De qué hablan los autores argentinos en europa?


Quizá por la perspectiva de la distancia, o por el relajamiento de la distancia misma, o por la necesidad de hacerse entender ante extranjeros, o por quién sabe qué, los escritores argentinos hablan más claro fuera del país. Acá una buena discusión en Berlín de autores argentinos y alemanes: Sergio Raimondi, Pablo Ramos, Lola Arias, Félix Bruzzone, Timo Berger, Juliane Liebert, Julia Zange, Laura Alcoba, Nora Bossong, Daniel Falb, Tilman Rammstedt... Hablaron de poesía y mercado, países ricos/países pobres, literatura y política, el plagio y la literatura "joven".

8 de junio de 2010

Desde el camión

(Publicado en la revista Brando, en mayo de 2010)
.
Pedro Mairal
.

La noche antes del viaje daba vueltas en la cama. Me voy a morir, pensaba. Por hacerme el transcultural. Voy a quedar en la ruta señalado con una de esas crucecitas que ponen los familiares al costado de la curva mortal. Estaba todavía a tiempo de cancelar. Además no sabía quién iba a ser el camionero. ¿Qué pasaba si era el camionero prototípico que “chupa como un camionero” y maneja borracho? ¿Cuántos kilómetros iba a soportarlo si manejaba mal? Le había preguntado a mis amigos si les parecía que yo iba a poder ponerme el cinturón de seguridad en el camión y se rieron en mi cara. Me estaba arrepintiendo de haber aceptado la propuesta de la revista: subirme con un tipo que no conocía a un camión con acoplado por las rutas argentinas para escribir un artículo... [SIGUE ACÁ]

30 de mayo de 2010

Música country

.
Pedro Mairal
.
Es un otoño privado, pensé cuando entré al country al que me invitaron el fin de semana. Afuera del cerco perimetral no había una estación del año, sólo se había acabado el verano y en un par de meses iba a empezar a hacer frío. Dentro del cerco era otoño, un otoño de postal con árboles amarillos que perdían las hojas, un otoño diseñado por paisajistas, con árboles plantados en grupos cromáticos. Me pasé dos días como metido dentro de un estudio de grabación, imaginando que hacía un documental con todo eso, viendo cómo unos amigos disfrutaban y otros se tragaban los comentarios cáusticos sobre el barrio cerrado, unos tomaban distancia progre y otros se entregaban a la belleza del truco. Cuando una amiga dijo yo tengo mi corazoncito a la izquierda alguien le retrucó, sí, y el paladar a la derecha. Hubo ofensas. Llegando a los cuarenta las posiciones de vida se empiezan a definir aunque no se quiera: están los que hicieron algo de plata y los que, mientras se toman el vino ajeno de 200 pesos, dicen estar orgullosos de su austeridad. Están los que tienen niñera o mucama (“ayuda” se dice ahora) y los que declaran que jamás harían eso pero le encajan el niño a cuanta persona se les cruza por el camino. Etc. En las sobremesas hubo diálogos que atrasaban varias décadas, sobremesas como de película de Aristarain, con frases que empezaban diciendo “porque vos te pensás que la vida...”. Me fui a dormir. A las tres de la mañana, desvelado, quise salir al jardín y sonó una alarma. Me había perdido el momento instructivo. Se despertó todo el mundo. Ahí estábamos en la penumbra del living en pijamas y joggins. La alarma parecía estar avisándonos que entre nosotros algo se terminaba o se empezaba a hundir.

Una pareja alegó que desertaba porque el hijo estaba con un poco de fiebre. Yo me quedé. A la mañana siguiente salí a caminar y vi una escena rara: una grúa sacaba un mini tractor de la pileta del Club House. Pregunté. Unos pendejos, me explicó el guardia. Existe el terrorista de country, que suena un poco como Tarzán de maceta o esquimal de freezer. Son los adolescentes que destruyen todo lo que pueden. Tiran a la pileta el tractorcito de cortar pasto, destruyen las casas en obra, se meten en las casas vacías. La caricatura indica que los padres, para entregarse libremente al golf, a los talleres de cerámica y a la infidelidad, delegan al cerco perimetral y a la guardia privada la tarea de ponerle límites a los hijos. No sé si será tan así, quizá haya otras causas. El vandalismo implica siempre el placer de la destrucción y la transformación. Hay gente que dice que va al country para que no le pase nada a su familia, y después comprueban que efectivamente no les pasa nunca más nada. Quizá la falta de cambio, lo invariable, acumule una violencia silenciosa. Quizá los chicos rompen todo para que algo cambie, para que algo pase. Tiré esta teoría en el auto cuando salíamos del otoño, pero no cuajó mucho. En silencio la pareja de amigos que me traía de vuelta rebotaba al unísono en cada lomo de burro.

Perfil, 9/4/10

27 de mayo de 2010

La gran novela argentina

.
"...ahora me preguntan cuándo voy a publicar una novela grande. Nunca pensé en eso ni lo puedo pensar. No tengo que escribir la gran novela argentina. No soy el Premio Herralde; soy el Premio Errale (risas). Es más fácil ganar el Errale. Todos mis libros son una comprobación de que puedo ganar el Errale".

.

Horla City y otros, poesía completa de Casas

26 de mayo de 2010

Pasión de multitudes

Pedro Mairal
.
Cómo escorchan con la emoción futbolística, la pasión, el pathos de la redonda. Se abrió la temporada de pathos. Soy un amargo: en los mundiales no comparto esa emoción colectiva, la pasión de multitudes, miro los partidos nervioso y de reojo, la paso mal solo, me alegro de los triunfos en silencio, secretamente. Sobre todo ahora que la fiebre albiceleste es tan empresarial, ahora que tantas empresas te auspician la emoción. No sé por qué el festejo colectivo siempre me dio un poco de vergüenza ajena, saltando en la multitud siempre me sentí un infiltrado. Además de amargo, melancólico. Pero empieza la justa deportiva sin igual, el Diego y sus once apóstoles, la publicidad exasperante de hinchas multirraciales, la multitud de extras actuando la emoción con lluvia de papelitos y banderas y plasmas de cincuenta cuotas.
.
Nos van a taladrar con el amor global, la unión de los pueblos y las etnias y los continentes, el fútbol como Esperanto, como idioma en común con el que todos podemos entendernos; el africanito, el japonesito, el europeíto, el latinoamericanito, los colores unidos de Benetton, todos abrazados en la tarjeta de crédito. Hasta el ruido del clamor de las hinchadas, la efervescencia popular, se vuelve efervescencia de gaseosa, en el mezclado final del sonido del comercial. La publicidad no imita al hincha, el hincha imita la publicidad, al menos en los mundiales. El hincha mundialista se comporta como lo predisponen las grandes marcas, copia conductas, intenta alcanzar el éxtasis del máximo disfrute deportivo que propone la tele.
.
Me gustaría ver los partidos editados, sin sponsors oficiales ocupando el setenta porciento de la pantalla, sin primeros planos de Maradona parado al borde de la cancha como una bomba de tiempo a punto de explotar, sin victorhugomoralismos, sin araujismos, ni fantinismos, ni marianoclossismos. Pero no se puede. Están todos los intermediarios, y además el fútbol no es la cancha, la pelota y los jugadores, sino el medio: las cámaras, los carteles, el debate, el replay con siete logos... La pelota no se mancha, pero se esponsorea.
.
(Perfil, 22 de mayo de 2010)

3 de mayo de 2010

La migración

por Fabián Casas
Hace poco un conocido me dijo al pasar que un amigo se había ido de la ciudad. Me lo dijo como quien registra un cambio de clima o consigna distraído lo que dice una gacetilla en un diario. A mí la noticia no me conmocionó de manera ostensible, para afuera, es decir, dije, “ah, sí, ¿se fue?”, pero por dentro algo se activó y empezó a crecer hasta que tuve la necesidad imperiosa de escribir sobre mi amigo y el vínculo que nos unió y explicarme a mí por qué me había afectado tanto que alguien se las tomara a sólo cinco horas de omnibus de donde vivo. Un tranco que se puede también cruzar en auto en tres horas y media. Y sobre todo, ¿por qué me afectaba que mi amigo se hubiera ido si en los últimos años apenas nos veíamos de manera ocasional? [SIGUE ACÁ]

180 familias


"la empresa aún no saldó los sueldos de marzo..."

22 de abril de 2010

15 de abril de 2010

Sudor

Pedro Mairal

Estuvimos cuatro años de novios con Valeria hasta que empezamos a buscar departamento para irnos a vivir juntos y en la búsqueda infinita me empecé a dar cuenta de que yo rechazaba todos los departamentos que veíamos porque en realidad no quería mudarme con ella. Pero todo lo demás fue felicidad. O casi todo. [SIGUE ACÁ]

31 de marzo de 2010

Ocio al cine, por Lingenti y Villegas

Con la actuación estelar de Lucas Funes Olivera

En abril en el Bafici
Viernes 9 10.15 Hoyts 09 / Privada (prensa + acreditados)
Viernes 9 23.15 Hoyts 09
Domingo 11 20.45 Hoyts 09
Domingo 18 23.45 Hoyts 09

Basada en la novela de Fabián Casas

30 de marzo de 2010

En Celo en Cine

Cinco cuentos de la antología de los chanchitos fueron llevados al cine por directores argentinos en una película que se llama 5. Todavía no la vi. Me hablaron muy bien de la versión de Coger en castellano que hizo Andy Sala.


La dan en el Bafici, en Abasto, el 10 abril a las 00:30 h, el 11 abr / 13:15 h y el 18 abr / 23:30 h