(Perfil, 2 de julio de 2010)
Cuando Maradona lo hace entrar a Palermo en el partido contra Grecia y, según sus propias palabras, le dice al oído “definímelo”, está usando una forma gramatical que se llama dativo ético o dativo de interés. Es la misma expresión que usan las madres cuando dicen: el nene no me come. (El nene no me come, doctor. No, señora, el nene no la traga.). Definímelo, dice Maradona. También le dice a Mancuso: Traémelo a Palermo. Y en una entrevista reciente: “Son jugadores que me están rindiendo de una manera increíble en los entrenamientos”. El dativo ético es una manera de subrayar una participación afectiva. Una vez escuché a una madre justificar por qué no le convencía para nada la novia del hijo, diciendo: “Me le fuma encima, se me le abalanza…”. Ese “me” es un complemento indirecto con el que podemos involucrarnos más en la acción que contamos y mostrar así un vínculo sentimental. Entonces Maradona, que siempre se ha caracterizado por ser efectivo y certero con las piernas y la lengua, dice definímelo porque el partido es como su hijo. Los jugadores en alguna extraña manera se lo juegan a Maradona y para Maradona.
Nunca había visto un DT tan comprometido afectivamente con lo que sucede en la cancha. El despliegue emocional de los otros directores técnicos, incluso los más efusivos, es el enojo, los nervios, la explosión colérica, como Bielsa durante la derrota de Chile frente a Brasil. Pero Maradona llora, se cuelga de un suplente como un koala, hace panzazo de foca de acuario sobre el pasto. Porque el partido es su criatura. Si Argentina gana, Maradona lo gana. Si Argentina pierde, Maradona lo pierde. Al borde de la cancha quiere que sus jugadores le cuiden el partido, que se lo ganen. Por eso no se sienta, sino que se queda ahí parado, porque está custodiando algo que es de él (porque fue de él cuando era el mejor jugador del mundo, y ahora no lo quiere soltar). Se para al borde de la cancha como un expulsado que, aunque no le permitan jugar, no puede dejar de involucrarse. Maradona siente el partido porque el partido sucede dentro de él. Lo ansía, lo extraña, lo necesita, lo dirige.
Nunca había visto un DT tan comprometido afectivamente con lo que sucede en la cancha. El despliegue emocional de los otros directores técnicos, incluso los más efusivos, es el enojo, los nervios, la explosión colérica, como Bielsa durante la derrota de Chile frente a Brasil. Pero Maradona llora, se cuelga de un suplente como un koala, hace panzazo de foca de acuario sobre el pasto. Porque el partido es su criatura. Si Argentina gana, Maradona lo gana. Si Argentina pierde, Maradona lo pierde. Al borde de la cancha quiere que sus jugadores le cuiden el partido, que se lo ganen. Por eso no se sienta, sino que se queda ahí parado, porque está custodiando algo que es de él (porque fue de él cuando era el mejor jugador del mundo, y ahora no lo quiere soltar). Se para al borde de la cancha como un expulsado que, aunque no le permitan jugar, no puede dejar de involucrarse. Maradona siente el partido porque el partido sucede dentro de él. Lo ansía, lo extraña, lo necesita, lo dirige.