4 de agosto de 2016

"La uruguaya" se va a Uruguay - 2016



Presentamos "La uruguaya" en Montevideo, junto a la escritora Natalia Mardero, el jueves 11 de agosto de 2016 en librería Escaramuza. Calle Dr Pablo de María 1185, a las 21 hs. Pueden venir cuantos quieran!

4 de mayo de 2016

La uruguaya - novela




LA URUGUAYA, novela publicada por Emecé, 2016



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Contratapa:

“Como en los sueños, en Montevideo las cosas me resultaban parecidas pero diferentes. Eran pero no eran.”
Lucas Pereyra viaja a Uruguay en barco por el día a buscar dólares. Son tiempos de restricciones cambiarias. Tiene ya arreglado un encuentro secreto en Montevideo, pero sus planes pueden fallar.
Encandilado por el recuerdo de un verano anterior y agobiado por un matrimonio que se resquebraja, sueña con escaparse y no volver. ¿Con quién se va a encontrar? Montevideo, esa ciudad idealizada por la distancia, se volverá impredecible.
La uruguaya es una novela inquietante y ferozmente entretenida. Con pulso magistral, Pedro Mairal sostiene la intriga en cada una de sus páginas y demuestra, de modo irrefutable, que es uno de los grandes de la literatura argentina contemporánea.

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Reseñas y entrevistas:





31 de octubre de 2015

Detrás de Natalia



Pedro Mairal


Natalia trabajó un tiempo para mí, como asistente. A veces la extraño. Era hermosa diciendo que no, que mil disculpas pero Pedro está con muchos compromisos estos meses y no va a poder asistir, que desde ya muchísimas gracias por la invitación. Era hermosa con su tono de simpática porfiada, reclamando pagos atrasados, transferencias demoradas, respuestas editoriales. Siempre cordial y efectiva, diciendo lo que había que decir, yendo al punto, sin evasivas ni preguntas tibias. Y sabía exactamente lo que yo quería, lo que necesitaba. Sabía cuándo hacerme de escudo protector frenando plomos, pedidos de prólogos, manuscritos voladores que a veces me rodean en enjambre. Custodiaba mis horas de escritura como el guardia en la bóveda de un banco. Me hacía apagar el teléfono, desenchufar internet. Y sabía cuándo volver a abrir el canal para que yo respondiera finalmente algún mail, cuándo era de verdad importante que llamara yo mismo por teléfono y diera la cara en alguna reunión.

La convoqué cuando se me estaba yendo de las manos mi trabajo con los talleres de redacción para abogados. Un día me di cuenta de que tenía que negociar un honorario y la senté a ella a redactar la respuesta intransigente. Surtió efecto. El curso duraba tanto, era para tantas personas y costaba tanto. Punto. Sin disculpas ni ofensas ni compadradas. Noté que lo hacía mucho mejor que yo: no le discutían ni le regateaban, no le salían con extorsiones emocionales ni precios especiales para amigos. Era perfecta Natalia, y ordenada. Y así contestaba los mails (porque se manejaba solo por mail), con una elegancia de azafata sueca.

Yo le abrí una casilla de correo y empezó a responder: Hola Esteban, soy Natalia, la asistente de Pedro Mairal. Quería recordarles que Pedro va a usar el cañón para el powerpoint, porque tengo entendido que la última vez hubo problemas con la conexión. Hola Constanza, soy Natalia, la asistente de Pedro Mairal, con respecto a tu propuesta de aumentar a treinta el número de alumnos en el curso de redacción, me temo que no es posible, porque Pedro los hace participar a todos trabajando con ejercicios y con más de quince personas se pierde la atención. En todo caso no habría problema en hacer el curso para los otros quince abogados los martes o los miércoles a la misma hora.

Era un placer patearle los temas incómodos. Si alguien me llamaba con algún pedido les decía: mandámelo por mail así se lo paso a Natalia, que ella sabe bien las fechas. Así empezó. Después, cuando los compromisos de escritor se me empezaron a acumular, la volví convocar. Ya había dejado de dar el curso de redacción para abogados, pero se me juntaban mensajes nuevos y extraños. Es difícil explicar la variedad de propuestas y reclamos que puede llegar a recibir un autor. Invitaciones a escuelas, estudiantes de comunicación que tienen que hacer una entrevista y alguien les dijo que vos sos un tipo bastante abierto, entrevistas presenciales en un bar, entrevistas por mail, entrevistas por teléfono, ¿cómo empezó a escribir?, ¿qué autores fueron influyentes en su formación de escritor?, ¿cómo ve la literatura argentina actual?, ¿cómo cree que las nuevas tecnologías modifican el modo en que se consume y producen los textos en la actualidad?, gente que quiere tomar un café porque te leyó y tuvo mucha empatía con un personaje que no sos vos, gente que no te conoce y quiere que le presentes su libro, gente que te conoce y quiere que le presentes su libro, invitaciones a leer en centros culturales, invitaciones a congresos, propuestas para ser jurado de concursos de cuentos, secretarias que piden tu dirección para enviarte la tonelada de anillados que deben ser leídos en quince días, el fotógrafo que llama urgente un año después de que fue hecha la entrevista para hacer las fotos porque se publica la semana que viene, el hijo de unos amigos que necesita ayuda con una monografía sobre El Quijote, pedidos de artículos con temas pautados ¿por qué nos gustan las mujeres maduras?, tesoreras de medios colombianos curtidas por la indignación a distancia que postergan durante medio año un pago de 400 dólares, organizadoras de festivales que necesitan el pasaporte escaneado, editores que están esperando los datos biográficos para la antología, diseñadores que reclaman más pixeles para la foto de solapa...
Pero Natalia no existe, nunca existió. La inventé para que me ataje todos esos penales, y mande los pelotazos para el lado correcto, y así poder escribir. Natalia, la hermosa Natalia, atajaba muy bien y discernía. Sabía cuándo decir que sí, que iba, que allí estaría, porque adivinaba mi intención de aparecer en ese cocktail a emborracharme con amigos, y sabía cuándo aceptar ir a esa escuela lejana porque había algo que me caía bien en esos niños haciéndome preguntas inesperadas, y cuándo tomar un trabajo porque la plata era necesaria para pagar el arreglo de la humedad de la pared de mi casa, y cuándo comprometerme con ese artículo sobre el tema que justo me había estado dando vueltas por la cabeza los últimos meses. Ella me conocía mejor que nadie. La asistente perfecta: superyoica, lacónica, invisible. No faltaba nunca, no me cobraba nada, no comía, no lloraba en el baño. Ahí estaba siempre con lanza y escudo para defenderme. Yo estaba un poco enamorado de ella. Mi mujer de ese entonces le tenía celos, incluso sabiendo que no existía. Le consulto a Natalia, le contestaba yo cuando me preguntaba si el viernes a la noche podía ir al cumpleaños de su tío.

Sólo ella sabía que Natalia era inventada. O quizá algún amigo. Los demás no. Y era un placer leer los mails que le contestaban: Hola Natalia, entiendo la situación, espero que podamos contar con Pedro el año que viene, muchas gracias por la respuesta. Estimada Natalia, no hay problema, podemos esperar el artículo de Pedro unos días más. Natalia, el pago de Mairal estará disponible a partir del viernes, perdón por las demoras. Yo me dividía a la perfección: cuando era Natalia era ella, sentada con la espalda derecha, el pelo atado atrás con una hebilla, anteojos de secretaria, desapego profesional, eficacia, velocidad resolutiva. No dudaba y despachaba los temas en diez minutos. Abría la casilla y contestaba, tipeando rápido, sin faltas de ortografía, poniendo acentos y mayúsculas, y luchando con una dulzura feroz contra la burocracia del mundo. Después, cerraba la casilla y volvía a ser yo, tomando mates lavados cada tres oraciones, todavía en pijama a las 11 de la mañana, derretido en la silla frente al cursor que titila al final del párrafo.

Me empezó a ir bien; Natalia me abría y cerraba puertas, aceitaba mi costado profesional y, como las invitaciones a congresos y festivales provocan más invitaciones a congresos y festivales, empecé a viajar mucho, a figurar en listas de autores jóvenes, a aterrizar en aeropuertos donde me esperaban con el cartelito de mi nombre para subirme a unas combis suicidas cargadas de gente con habilidad verbal. Natalia no viajaba conmigo. Yo me acordaba a veces de ella en la euforia posterior al tercer wisky, entre los brindis internacionales, a punto de derrapar feo tras una poetisa yugoslava, y le decía está todo bien, ta todo bien, y ella me recordaba con su exacta telepatía la entrevista de la mañana siguiente a las ocho, y la mesa redonda diez y media, y la visita al monasterio que se iba a poner difícil con la resaca que se empezaba a vislumbrar. A veces le hacía caso, a veces no.

Una mañana horrible en Bogotá, sentado frente a una computadora del lobby del hotel, bañado y pálido y derrotado por el madrugón obligatorio del mundo cultural, recibí un mail de Natalia. El corazón me bombeó de golpe la sangre etílica. Mi asistente me decía: Querido Pedro, vos sabés que nunca me meto en tus cosas, pero creo que estás descuidando tu escritura. Espero que no te enojes por lo que te digo. Beso, Natalia. Me quedé petrificado hasta que pensé que evidentemente yo había dejado sin cerrar esa casilla en alguna computadora y alguien se había metido a hacerme el chiste. Durante mucho tiempo estuve convencido de que fue mi ex, pero ella siempre lo negó. No sé qué otra persona pudo haber sido. A veces pienso que fue Natalia.

La despedí sin echarla. No la volví a llamar. Redirigí los mails de su casilla a la mía y no volvió a aparecer. Intenté asimilarla poco a poco, ser Natalia yo, aprender a decir que no con mi propia cara, a desviar en mi nombre las distracciones, pero nunca pude hacerlo tan bien como ella y al final la avalancha de asuntos literarios que no tienen nada que ver con la escritura me terminó tapando y me entregué de lleno a los daikiris culturales mientras alguien habla de literatura allá al fondo. La verdad es que la necesito de vuelta, pero no sé si va a querer volver. La necesito para que me desenchufe el wifi de la vena y me ate a la silla de escritor con su lazo de Mujer Maravilla.









"Maniobras de evasión", Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2015





2 de octubre de 2015

Reedición de El año del desierto, en Emecé




Ya está en las librerías argentinas, y pronto en más países de Latinoamérica, mi novela "El año del desierto". Con este libro, el sello Emecé empieza la reedición de toda mi narrativa.




6 de agosto de 2015

Poemas con animales






Elegí algunos poemas con animales, de Watanabe, Cisneros, Mermet, Neruda y Banchs, y se los hice leer a poetas argentinos: Fabián Casas, Alejandro Crotto, Paz Busquet, Gabriela Cancellaro y Cucurto. Está todo acá: en el blog de la librería Eterna Cadencia. 


17 de mayo de 2015

Prólogo a La Sudestada, de Juan Sáenz Valiente




Prólogo a La Sudestada, de Juan Sáenz Valiente 

Pedro Mairal 



En Buenos Aires, cuando viene la sudestada, no hay nada que la detenga. Los vientos cruzados del sudeste y la creciente del Río de la Plata embravecen la costa, la tormenta puede durar días y cambia el humor de la gente. El agua se desborda. En la ciudad, las olas pegan contra el paredón de la costanera y la pasan por arriba empapando la avenida. Un poco más lejos, en el Delta del Tigre, todo se inunda y quedan las casas aisladas, cada una salvada sobre sus pilotes de madera. 

Al investigador privado Jorge Villafañez se le va a venir la sudestada. Es un personaje cínico, gris, tabacoso, ultra porteño, desamorado, puteador, capaz de cualquier bajeza con tal de conseguir un dato, un sabiondo de sobremesa que siempre está de vuelta, y sin embargo las emociones le van a empezar a soplar desde el sudeste sin que se las vea venir. Cuando le piden investigar a la coreógrafa Elvira Puente, los sueños se le enrarecen y, en el fútbol con los amigos, le empieza a pifiar a la pelota. El detective que se las sabe todas, se queda sin pistas. 

El cerebro creativo de Juan Sáenz Valiente es una cosa muy rara. Tiene una libertad de extraterrestre. Es capaz de tomar las influencias más diversas, de Tintín a Egon Schiele, y asimilarlas para hacerlas entrar en su dibujo de una manera completamente personal. Su estilo puede ir en todas las direcciones y esto lo viene demostrando hace más de diez años. Desde entonces publicó Sarna, con guión de Trillo, las recopilaciones de historietas cortas Sigilo y Matufia, que son un despliegue de humor y genialidad, El hipnotizador, con guión de Pablo De Santis, y la más reciente historieta de aventuras Norton Gutiérrez y el collar de Emma Tzampak. Publicó también fanzines y catálogos de muestras, como aquella titulada Es muy importante apreciar un gran impacto vestido de blanco, que Sáenz Valiente, después de quebrarse la mano derecha saltando con su skate, dibujó enteramente con la mano izquierda. De hecho, parece como si tuviera varias manos distintas, una para cada obra, porque le gusta variar estilos. No se repite. A cada libro le da el tipo de dibujo que más le conviene a esa historia. 

Si El hiptnotizador sucedía en un mundo literario, mágico y misterioso, envuelto en una penumbra antigua, La sudestada sucede en la resolana de una Buenos Aires hiperrealista, berreta, fechada en plena luz del 2015, una ciudad donde se acumularon las décadas y donde conviven la melancolía del viejo club de barrio con la posmodernidad descascarada. Porque sabe mirar, Saenz Valiente vuelve visibles las cosas invisibles. ¿Cómo son realmente esos paisajes urbanos que dejamos de ver porque la vida cotidiana los volvió fondos neutros por donde circulamos y vivimos? El perfil de la ciudad tiene una línea irregular. Junto al galpón del viejo taller mecánico se levantan las torres pretenciosas, junto a las molduras de la casa italiana del 1900 hay un maxi kiosco de lata. Se ven las terrazas con los tanques de agua, las medianeras, los depósitos, las antenas, el campanario de una iglesia… 

Hay como un cariño por los detalles dibujados, pero sin nostalgia y sin ninguna intención de embellecer ni de volver más pintoresco el espacio de la historia: ahí están esas azoteas porteñas que son la espalda de la ciudad, el lugar donde van a parar los proyectos personales inconclusos y se cuelga la ropa, entre cables cruzados, parrillas de cemento, chapas oxidadas, mangueras, caños, chimeneas. La ciudad amontonada, que creció sin planificación urbana, donde cada uno levanta lo que quiere y lo que puede.

Los personajes, con sus cuerpos tan reales, tampoco están idealizados. Nadie dibuja viejos como Sáenz Valiente. Es como un gerontólogo. Los cuerpos vencidos, encorvados, con sus arrugas, sus rollos, pliegues y papadas. Nada más lejos de los personajes sexys, o atractivos, del dibujo erótico. Cada uno está mostrado como es y no hay posibilidad de pose. Y sin embargo, de nuevo, esa mirada no es despiadada o cruel. En la actitud de revelar la intimidad inconfesable de los cuerpos, hay cierta inocencia, y hasta un perdón absoluto, como si el autor dijera “está bien, somos así, no hace falta simular más”. Esa es una de las raíces de la impresionante humanidad de su dibujo. Hasta los personajes más secundarios, esos que aparecen en un solo cuadrito, tienen caras creíbles y a la vez grotescas, que uno cree haber visto hace un rato por la calle. 

Como un alivio contra esa Buenos Aires individualista y escéptica que parece el espacio emocional de Villafáñez, se contrasta el paisaje natural del Tigre con sus islas y canales. Es el paisaje que elige Elvira Puente, la heroína secreta, escondida entre los árboles, con su danza y un despliegue expresivo que paraliza y derrite al canchero de asfalto. Pobre Villafañez, que estaba tan tranquilo tirado en la cama, fumando en calzoncillos, viendo televisión.





1 de mayo de 2015

"La poesía del hombre invisible" - conferencia en la UDP, Chile

En 2014 di esta conferencia sobre el poeta César Mermet y su amistad con Grillo della Paolera, quien fue mi maestro y amigo. Gracias a la Universidad Diego Portales por la invitación.


 

10 de diciembre de 2014

Entrevista para Libroteca



Me entrevistó Eugenia Zicavo para Libroteca. Hablamos de cine, sexo, pudor y mis dos últimos libros.


9 de diciembre de 2014

Poemas con animales, viernes 12 de diciembre 2014





Poemas con animales
a cargo de Pedro Mairal y Alejandro Crotto

Un recorrido por ballenas, caballos, perros, insectos y etcéteras 
en las palabras de Watanabe, Ponge, Guimaraes Rosa, Juan L. Ortiz…

Viernes 12 de diciembre, de 19:30 a 21 hs. 

En Zenba - Arévalo 2274 CABA

Informes
4774-1169 / 4776 8130
info@zenba.com.ar 

7 de octubre de 2014

El subrayador - en Chile






Ya está en librerías de Chile mi libro El subrayador (publicado en Argentina como El equilibrio). Lo sacó la editorial Laurel. Va la contratapa del gran Zambra:


«Si uno diluye un buen poema en un litro de agua consigue un cuento regular», dice en este libro Pedro Mairal, y enseguida agrega, sin ironía: «Si uno diluye ese cuento en diez litros de agua, consigue una novela innecesaria». Hay que decir que Mairal ha escrito cuentos formidables y novelas muy necesarias, pero en estas columnas prevalece la mirada del poeta: cierto desdén por el tremendismo, la palabrería, la alharaca. El adjetivo que me viene a la cabeza para describir su tono es bonhomía, que el diccionario de los españoles define como afabilidad, sencillez, bondad y honradez. Algo de todo eso hay en El subrayador, aunque estoy seguro de que Mairal encontraría una palabra menos resbalosa, pues, como dice por ahí, «al final lo que importa es la lengua que usa la gente para escribir en las paredes del baño».

Hay en estas páginas, desde luego, mucho humor, casi siempre de ese que surge sin buscarlo, cuando la escritura, venturosamente, se vuelve un modo de prolongar las conversaciones solitarias. El subrayador es un libro sobre alguien a quien se le ocurren poemas en el colectivo y cuentos cuando anda en taxi, alguien que quizás hacia el final de alguna caminata arma estas columnas susurrantes y medio milagrosas.

Los temas son deliciosamente misceláneos: la paternidad, los demasiados libros, los conflictos vocacionales, los trajines del amor y la amistad, y sobre todo el deseo de aprender, de pronto, un poco más sobre el mundo. No creo que sea posible aludir a este libro sin pronunciar, aunque sea a la pasada, la palabra sabiduría.

Yo no diría que Mairal vive para narrar: en algún momento, después de vivir intensa y silenciosamente, después de absorber, de calar sin pausas ni prisas el presente, Mairal decide narrar, y lo hace con tanta precisión, tan perfectamente adentrado en la experiencia, que es difícil no creerle; no creerle todo, digo.

Alejandro Zambra



1 de septiembre de 2014

El gran surubí - completo online

Ya está en las librerías, en papel. Pero acá va completo online y como salió en Orsai.




EL GRAN SURUBÍ, de Pedro Mairal. 
Ilustrado por Jorge González

























16 de julio de 2014

Dentro del poema - agosto 2014

Taller de lectura de poesía

Coordinado por Pedro Mairal y Alejandro Crotto
Del 7 de agosto al 30 de octubre
Los jueves a las 19hs, en Callao 868 - Usina Creativa Callao

Programa:

1. Giannuzzi - Gonzalo Rojas
2. Fabián Casas - Sergio Raimondi
3. Haiku
4. César Mermet
5. Pablo Neruda
6. Poemas sobre animales
7. Héctor Viel Temperley
8. El soneto
9. Ted Hughes y Silvia Plath.
10. Canto V del Infierno de Dante
11. García Lorca.
12. César Vallejo

info: tallermairal@gmail.com

31 de enero de 2014

Maradona (Accumulated)

(gracias Martín Wilson por traducir esto al inglés)
Pedro Mairal

I have always been obsessed with the famous goal Maradona scored against England. I never get tired of watching it over and over again. There, Diego turns like a little eel, he turns away from trouble, little squat man , like an Amazon hunter, dodging plants, jumping mats, intrudes, getting through the hole of European tempo. Cheeky, runs like a child. He is a wity wily and his rivals try to stop him like outraged adults. Maradona runs like an outlaw, avoiding the moral righteousness of the northern hemisphere. He drains through, he filters and yet often he doesnt touch the ball, he lets her go, he releases her till getting her safe to the net. He passes the ball to himself, to the same self he´ll find forward, more ahead jumping over the defender after dribbling, the change of pace. Our hero rushes, falls, and the arquitects of the fair play cathedral  have no more remedy than to bring him down. But he is like a rascal that robbed, takes his booty away and keeps on the run. The brits seem in plaster, playing at some other game, as if the rules of the sport they once invented have suddenly been changed. They can´t understand nor foresee latin individualism; Maradona never passes the ball to Valdano, the companion next to him. It all takes 9 seconds. He scores. he even eludes the cameraman. Not even his teammates can reach and hug him.



***

( Siempre me obsesionó el famoso gol de Maradona a los ingleses. No me canso de verlo una y otra vez porque Maradona corre ahí como un cazador amazónico, esquivando plantas, saltando matas, se inmiscuye, se cuela por el tiempo europeo (el tempo, el timming). Pícaro, corre como un chico, es un chico y los rivales lo marcan como adultos indignados. Maradona corre como fuera de la ley, eludiendo la rectitud moral del hemisferio norte, se escurre, se filtra, y a la vez no toca muchas veces la pelota, la deja ir, la libera hasta ponerla a salvo en el arco. Se la va pasando a sí mismo, al sí mismo que va a estar más allá, más adelante después de saltar al defensor, después del sobrepique, del cambio de ritmo. Se precipita, se cae, y a los cultores del fair play no les queda más remedio que faulearlo, pero como es un chico que se la robó, se la lleva y se la sigue llevando. Los ingleses parecen enyesados, parecen estar jugando a otra cosa, como si de repente les cambiaran las reglas de ese deporte inventado por ellos mismos. No entienden ni preven el individualismo latino; Maradona nunca se la pasa a Valdano, el compañero que tiene al lado. Todo dura 9 segundos. Mete el gol. Elude hasta al camarógrafo. No lo pueden alcanzar ni los compañeros de equipo para abrazarlo.)


22 de septiembre de 2013

Soneto 18 - Shakespeare




tas más buena que un día de verano
mucho más y además sos más hermosa
el vendaval de enero es inhumano
y el verano es cortito poca cosa
el ojazo del cielo nos aplasta
y el oro de sus rayos devalúa
lo hermoso de lo hermoso se desgasta
porque el tiempo es un chorro con ganzúa
pero el verano tuyo no termina
nadie puede robarte ese secreto
ni la muerte que a todos nos fulmina
porque sos inmortal en mi soneto

mientras siga este mundo respirando
esto sigue viviendo y vos brillando  


(traducción: ramón paz)

*

Shall I compare thee to a summer's day? 
Thou art more lovely and more temperate:
Rough winds do shake the darling buds of May,
And summer's lease hath all too short a date:
 
Sometime too hot the eye of heaven shines,
And often is his gold complexion dimm'd;
 
And every fair from fair sometime declines,
By chance or nature's changing course untrimm'd;
But thy eternal summer shall not fade
Nor lose possession of that fair thou owest;
Nor shall Death brag thou wander'st in his shade,
When in eternal lines to time thou growest:
 

So long as men can breathe or eyes can see,
So long lives this and this gives life to thee.




19 de septiembre de 2013

Evita y Arlt

César Tiempo

Yo era cronista teatral de un diario de la tarde. Caminando por el centro de Buenos Aires, por calle Corrientes, me encontré con Roberto Arlt. Era pasada la medianoche. Entramos a tomar un cafecito en el bar La Terraza, y allí nos encontramos con dos actrices muy jóvenes, muy delgadas y muy pálidas ... Una era Elena Zucotti y la otra Eva Duarte. Arlt no las conocía, yo sí, pues habían venido a la redacción del teatro más de una vez en procura de un poco de publicidad ... Entre café y café, Arlt se puso a hablar ... y de pronto, sin quererlo, manoteó bruscamente la taza que estaba tomando la Zucotti, volcando su contenido sobre el vestido de la Duarte. Arlt exageró su consternación y con un gesto teatral se arrodilló ante la anónima actriz pidiéndole perdón. Evita se puso de pie y corrió hasta el baño a recomponerse. Cuando volvió tuvo un acceso de tos y sonrió, indulgente.
" Me voy a morir pronto " - dijo Eva Duarte sin dejar de toser y de sonreir.
_ No te aflijás, pebeta - intervino Arlt. Yo que parezco un caballo, me voy a morir antes que vos.
_ " ¿ Te parece ? " - preguntó Eva Duarte.
_ ¿ Cuánto querés apostar ? - contestó Arlt.
Pero no apostaron nada. Como dato curioso quiero destacar que el escritor Roberto Arlt falleció el 26 de julio de 1942. Y Evita, la hermosa actricilla del episodio, diez años después, exactamente el 26 de julio de 1952.

*

César Tiempo (seudónimo de Israel Zeitlin), fue poeta, escritor, periodista, autor teatral y guionista. Este texto está recogido de "Buenos Aires ciudad secreta", de Germinal Nogués, pág 196. 

24 de agosto de 2013

Seis de copas

Fabián Casas


El invierno pasado, una gripe fuerte me tomó de sorpresa. Me compré un blister de Refrianex y cometí el error de comprarlo compuesto. El Refrianex compuesto te duerme, el Refrianex solo (que es el que suelo tomar) te levanta. La cosa es que con el compuesto en el cuerpo, tuve que parar el auto volviendo del trabajo y ponerme a dormir, ahí mismo, como suelen hacerlo los remiseros. No sólo duermo en el auto sino que también escucho mucha música, mientras voy a mi trabajo, ya que es un viaje largo. Hace poco tuve que parar el coche de nuevo, pero no porque estuviera dormido, sino porque estaba conmocionado. Venía escuchando el disco 6 de copas, de Edgardo Cardozo, y me fue imposible seguir conduciendo. Estacioné en una calle lateral, arbolada, y me dejé transportar por la música, la voz y la letra encantatoria de este compositor genial. Muchachas de ojos de flores es el tema que abre el disco y donde Cardozo hace algo muy difícil: le pone música a un poema del inmenso Juan L. Ortiz. Es difícil, digo, porque muchas veces asistimos a la musicalización forzada de poemas, como si se tratara de ponerle a un niño un saco que le queda chico o largo, pero que no se ajusta a su esencia. Ya maravillados por el primer tema, el segundo que viene, Vamos a levantarnos para ver las flores del jardín, es la obra maestra del disco. Empieza así: “Tanto que yo creí que nunca iba a ser esto/ Y acá estoy diciéndome es insólito es simplísimo/ entre tantas frases hechas te diré que me hace falta tu canción”. No sé cómo lo logra pero la canción parece elástica y a la vez, mineral. Cardozo es un guitarrista virtuoso pero nunca la habilidad pierde emoción; en algún sentido, parece que trabajara en contra de su habilidad, como debe ser. ¿Por qué le creemos a un artista? ¿Qué es lo que hace que nos resulte definitivo, revelador? Cada tema de 6 de copas es una crítica al cliché de nuestra vida, es la búsqueda de una melodía inexistente. El disco no se estanca, duda y aprende con nosotros. Hace poco un amigo de la familia cumplió años y le regalamos el disco de Cardozo. Como suele suceder cuando se entregan los obsequios, uno le dice al homenajeado: si no te gusta, lo podés cambiar. Con el disco de Edgardo Cardozo la sentencia es otra: si este disco no te gusta, tenés que cambiar vos; dale tiempo, dale gracias.


Perfil, 10 de agosto de 2013




EL AGUARIBAY FLORECIDO

Juan L. Ortiz

Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
En la sombra exhalada -¿de qué su dulce hálito?-
los vestidos ligeros, muy ligeros, con pintas.
Arde de abejas el aguaribay, arde.
Ríen los ojos, los labios, hacia las islas azules
a través de la cortina
de los racimos
pálidos.
Ríen los ojos, los labios. ¿Veis las muchachas o es
la tenue sombra ebria
y bordoneada
que se alucina de muselinas claras
y de otras flores vivas –extrañas flores vivas-
riendo, riendo, riendo hacia las islas?
Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
Arde de abejas el aguaribay, arde.


9 de julio de 2013

Cruce de talleres













dibujo: Germán Amato

Pedro Mairal
Este año empezamos los talleres en Orsai. Miguel Rep coordinó el de dibujo y yo el de narrativa. En algún momento, volviendo con Miguel de las primeras reuniones donde todo era todavía un proyecto, se nos ocurrió hacer el cruce. Podíamos pedirles a los participantes de su taller que ilustren textos del taller de narrativa, y a la vez, la gente de narrativa podía escribir algo a partir de dibujos del taller de Rep. Así lo hicimos y el siguiente es el resultado feliz de esa suma: ilustraciones contadas y cuentos ilustrados en Que no te falle el verosímil. 

29 de junio de 2013

El equilibrio







Contratapa

Santiago Llach

Iluminaciones en la noche de los countries; la voz de Tinelli, banda de sonido de la argentinidad; la falta de autos en la literatura nacional; la playa, pasarela de las carnes triunfales o vencidas; el taxista invasor de la intimidad; el zoológico como espacio para ejercer el narcisismo familiar; la educación de un hombre entre mujeres superpoderosas con forma de arenga; Maradona, cazador amazónico; los locutorios, zonas de acumulación de microbios y de historias orales; el aburrimiento que le produce a un escritor la cultura libresca; una micropoética de los casos policiales: todo ello es descrito con el ojo preciso y sencillo de Mairal.

El equilibrio es una selección de columnas publicadas en el periódico Perfil. Pedro Mairal inventa con ellas un género, en la justa mitad de camino entre las aguafuertes callejeras de Roberto Arlt y los breves ensayos de laboratorio de Jorge Luis Borges. En conjunto, el libro arma un panorama hecho de epifanías sobre la Argentina de principios del siglo XXI.

Pedro Mairal es para mí un escritor ejemplar. Su virtud más notable es digna de envidia: se las arregla para producir felicidad en el lector. Cada uno de los pequeños tratados que contiene El equilibrio ofrece una perspectiva original sobre un aspecto de la vida contemporánea. No es fácil la empatía para los ensayistas; Mairal la logra, quizás porque lo que vende no es ideología.

El primer texto, homónimo del libro, habla de un padre que le intenta enseñar a su hijo a andar en bici, a hacer equilibrio. Como metáfora soave del futuro que encarna al pasado, de ese pase de postas triste y bello, de una generación a otra, en que consiste la “supervivencia mamífera”, el libro contiene un prólogo del padre de Pedro e ilustraciones de su hijo.

Mairal tiene esa virtud de los verdaderos poetas que es elevarse por encima de las candorosas batallas de la época, sin dejar de ofrecer por ello un retrato supremo de la misma.




16 de junio de 2013

Entrada en la naranja



por Pedro Mairal

Cuando Egon Schiele estuvo preso en Neulengbach por hacer dibujos pornográficos, pintó unas acuarelas de su celda. En una se ve sólo el contorno de la puerta, el catre y, sobre las mantas, una naranja. La inscripción dice: “Esa naranja era la única luz (Die eine Orange war das einzige Licht)”. Es un dibujo a lápiz, están apenas coloreadas las mantas raídas y grises, y brilla el color de la naranja. No estuvo preso mucho tiempo, fueron tres meses y tres días, pero se percibe en esas imágenes una soledad absoluta, casi feliz. En otra de las acuarelas, dice: “Me siento purificado, no castigado”. En ese contexto, la naranja que le dieron, o que le mandaron, irradia su propia luz, es lo único vivo en la celda, como si quien la mira se estuviera volviendo transparente, ausentándose, fugándose del encierro hacia un estado espiritual. Difícil ver la naranja como la vio Schiele, aunque el dibujo logra mostrarnos algo de su experiencia.

Si a uno lo hicieran escribir sobre una naranja debería rodearla por sus infinitos lados y después entrarle hasta el corazón. Primero, quizá podría buscar las asociaciones personales en la infancia, la forma en que le enseñaron a uno a cortar la naranja, a pelarla, el gusto, los botecitos, el primo que se ponía un gajo en la boca como dientes postizos y nos tiraba en el ojo ese spray ácido que sale al apretar la cáscara. La naranja secreta y afectiva.

La naranja con mayúscula se podrá rastrear en Wikipedia, su origen oriental, su viaje hacia el Este rodando en su palabra, del sánscrito al persa, del persa al árabe y de ahí al español, narang, narensh, naranjah, naranja... La historia de la naranja, cuando se llamaba naranja china a la redonda y naranja mandarina a la achatada. Hasta que una quedó naranja (salvo en Puerto Rico, donde ahora la llaman directamente china) y la otra quedó mandarina.

Se puede pensar en la naranja general, pero también en esa naranja en particular. Cuando fue flor en una provincia del Litoral quizá, y el riego de los árboles la convirtió en fruto. La dejaron madurar al sol. Alguien la cosechó, la seleccionaron en la planta procesadora, la lavaron, la encajonaron y la llevaron en un camión hasta un depósito y después a un supermercado donde uno la terminó comprando. El viaje de la naranja individual entre millones iguales. La producción y el consumo reducido a un sólo ejemplar que ahora rueda en nuestras manos.

Y esa faceta industrial podría llevarnos a la desnaturalización de la naranja, o más bien a mirar todo lo mercadotécnico que hay en su naturaleza. Su estrategia de franchising en árboles que tienen el know how codificado y automático y producen frutos idénticos que albergan cápsulas mínimas donde se esconden más futuras plantas sucursales. Su packaging perfecto, esférico, impermeable, no tóxico, biodegradable... Todo su marketing saludable, vitamínico, nutricional. La gran naranja capitalista.

Y lo que sucede al hacerle un corte transversal: descubrimos la rueda, que estaba dibujada ahí desde los siglos de los siglos, delante de los ojos de la humanidad que seguía arrastrando bloques de piedra para construir pirámides. Los planos de la rueda dibujada por Dios para que los hombres –ese experimento mal encarado– echen a rodar la historia y aceleren y se estrellen de una vez por todas contra el final de los tiempos.

Y ya que estamos apocalípticos, pensar también la transformación de la naranja quieta, cuando cambia a escondidas cada vez que no la miramos. Se desinfla intacta en la frutera, se inclina, le crece un moretón grisáceo que le avanza, una ceniza que la cubre hasta quedar como una luna de moho, y se va pinchando, pudriendo, secando, se hace tierra. Un bodegón macabro.

Mirarle el aura a la naranja viva, eso que la vuelve gigante, alrededor, su energía movediza de links y asociaciones, las palabras que le salen si la exprimimos: naranjazo, anaranjado, naranjo, naranjales, su color, su jugo, pulpa, semillas, su tango de naranjo en flor, mi media naranja, no pasa naranja. La pinchamos, la cortamos, la aplastamos, la mordemos, la matamos. La naranja entra en nosotros y entramos en la naranja.


Perfil, 15 de junio de 2013



4 de junio de 2013

Estado de spam

por Fabián Casas

Hace ya muchos años, en un poema hermoso que se llama Zona, Guillaume Apollinaire decía: "Estoy cansado de este mundo nuevo". Lo curioso era que el yo que se quejaba de esa modernidad, lo hacía en un poema absolutamente nuevo. Tanto, que sólo unos pocos pudieron percibir su poder renovador en el momento histórico en el que fue publicado. No siempre somos contemporáneos de los hechos. Yo me incluyo entre los muchos que, de haberse encontrado con un mingitorio en una galería de arte, hubiesen meado adentro. Pero ahora estamos con el resultado puesto y sabemos que ese artefacto de Duchamp fue un objeto de ruptura radical. Lo cierto es que si uno se preocupa por informarse, por leer, por estudiar, puede saber, rápidamente, que Duchamp fue muchísimo más que ese mingitorio. Diríamos, como suelen hacerlo los pintores japoneses, que en el trazo de un artista, por más leve que sea, están concentrados todos sus años de estudio, sus experiencias, su vida misma. Acá hay dos cosas que debemos decir rápidamente: por un lado, que el arte es un sistema elitista, que es para pocos. Ni siquiera Adorno y toda su estructura marxista pudieron redimirlo para las clases populares. De todas formas, hay que decirlo, Adorno buscaba la verdad, la verificación de la alienación como modelo afirmativo de su filosofía. La otra cosa que surge es que en la vida cotidiana, las personas ya no tienen experiencia. Si no se tiene experiencia, no se tiene lenguaje, si no se tiene lenguaje lo único que queda parta refugiarnos es la ideología. Y la ideología es como una alacena: ese lugar que cuando uno lo abre sabe que ahí están ordenados los cuchillos, los platos, los vasos, nunca un mingitorio. La ideología sirve para que no pensemos, para que seamos pensados por los que ostentan el poder. Walter Benjamin decía algo muy hermoso: "Para Marx las revoluciones son las locomotoras de la historia universal. Pero quizá en realidad no sea así. Quizá las revoluciones son el momento en que la raza humana que viaja en ese tren empuña el freno de emergencia". Parece contradictorio que un filósofo marxista escriba algo así ¿no? Pero Benjamin y su amiguito Adorno se preocupaban por no comer comida enlatada, se preocupaban por hostigar al devenir de la historia, le miraban los calzoncillos sucios a Kant, a Luckács y a Heidegger. Y pensaban no en la dirección del status quo, sino a contrapelo de los hechos. El artista crea para sí mismo y en esa libertad individual está su aporte colectivo. Existe el fútbol para todos, pero no el arte para todos. Y el mundo nuevo, que agotó a Apollinaire, nos da, día a día, un menú sofisticado de invenciones: no hay vida en Marte pero hay vida virtual. Hace semanas hubo un hecho que ilustra las líneas antes citadas con la precisión didáctica de Plaza Sésamo. Diego Bianchi fue crucificado en las redes sociales porque al explicar una perfomance que él desarrollaba en Arte Ba, dijo que, más o menos, "las personas no queremos ver a los trapitos, los nigerianos que venden relojes". Bastaba ver el video donde él se explicaba para entender que Bianchi sólo se incluía en el relato de manera ingenua. Que podía haber sido políticamente correcto y decir "la gente no quiere ver a estos seres marginales", pero no lo hizo y rápidamente fue censurado por las buenas conciencias que siempre leen de manera literal, sin las inflexiones de la voz. Rápidamente el video se viralizó y la televisión lo replicó hasta el hartazgo como "Arte discriminador". A nadie se le ocurrió buscar quién era Diego Bianchi, cuál era su obra, en el marco de qué contexto se podía ubicar su trabajo estético y político. Si las personas ya no piensan, la televisión mucho menos. Cuando era chico, mis tíos mayores me solían hacer esta broma, me preguntaban ¿sabés el cuento de la buena pipa? Cuando yo respondía que no, ellos me replicaban: yo te pregunté si sabés el cuento de la buena pipa. Y así una y otra vez. No recuerdo otro juego de palabras cuyo remate sea más alienante que este. Casi como un relato kafkiano insertado en un acertijo infantil. 

18 de mayo de 2013

Música para claustrofóbicos


Pedro Mairal


“Era más blanda que el agua, que el agua blanda.” Con esa frase empieza Naranjo en flor, quizá el mejor comienzo de todas las letras de tango. Es uno de esos casos de la poesía en que la forma es el fondo. Está hablando de la suavidad de una novia que tuvo, de lo inasible de esa mujer, de su recuerdo que se le escapa entre las manos, como el agua. Y el verso mismo es el agua, se acerca “era más blanda que el agua”, hace una pausa arriba como una ola, y se aleja repetida y hacia atrás, “que el agua blanda”. Son esas repeticiones del tartamudeo de la emoción.

Pero empecé al revés. Quería hablar primero de meterse en el subte a las ocho y media de la mañana y apiñarse como si los demás no fueran otra cosa que la angustia, los problemas sin resolver, temas pendientes, eso es el horrendo prójimo de golpe, un vagón de conflictos, incertidumbres que se te cayeron encima temprano, se te llenó el vagón con los pasajeros de tu pesadilla, no entran más, pero siguen subiendo. Como dice Mermet, “Donde no cabe uno, caben tres”. Te cuesta respirar. Te concentran, no te dejan distraerte de vos mismo. En una época soñaba que salía de un estadio, iba casi adelante en una multitud, me metía en la boca del subte, por el pasillo, toda la gente venía detrás, el pasillo doblaba y terminaba ahí, como el final de un túnel sin salida. Y la gente se empezaba a acumular. Soy un claustrofóbico controlado.

Y el otro día venía así, aunque sin controlar demasiado bien la cosa. Tenía trepado al monstruo. El espacio entre la gente era más gente. Alguna de esas cabezas de ganado era yo, queriendo bramar fuerte, pero mugiendo por dentro. ¿Yendo a dónde? Al Microcentro, al micropunto. Parecía que el subte estaba intentando reducirnos de tamaño para que entráramos en esa idea porteña, esa maqueta de ciudad. Decidí bajar en Pueyrredón para caminar desde ahí, pero al salir de la aglomeración tuve que abrirme paso a empujones. Salí furioso contra nadie, que es la peor furia.

En el pasillo, cuando todo me parecía el fin del mundo, unos acordes de armónica me levantaron del piso y me dejaron flotando. Era el comienzo de Naranjo en flor. La música se me metió hasta los huesos, calmó a la fiera, me humanizó. La guitarra y la armónica en la reverberación del pasillo del subte. La luz de la escalera hacia la calle. Salí cantando. Es un guitarrista pelado y genial. Al día siguiente le compré el disco. Se llama Nino Zoccola.


Perfil, 18 de mayo de 2013



24 de marzo de 2013

Habemus niñam



Pedro Mairal

Con una mano sostengo a mi hija recién nacida, con la otra escribo esta columna, con la otra le abro a la gata que quiere pasar a la cocina, con la otra agarro la tostada... soy Visnú, el dios de muchos brazos. Ya vengo ejercitándome desde que el verano pasado en Montevideo, en una de esas fiestas de terraza a la que caímos de rebote con un amigo, surgió el uruguayo del futuro. Fue así: encontré un bracito de muñeca dando vueltas entre las macetas y me lo puse asomando de la manga corta de la remera, a la altura de la axila. Parecía real, era medio impresionante. Entre los dedos del bracito puse un cigarrillo. Entonces me manifesté ante los presentes: “Soy el uruguayo del futuro, vengo a mostrarles el brazo suplementario que luego de generaciones y generaciones irán desarrollando para sostener el termo. La mutación será lenta pero ya está en curso. Aquellos de ustedes que sientan un leve rollo sobresaliendo a la altura del sobaco son los más aptos. Ése es el tímido comienzo de lo que será el tercer miembro superior que les permitirá recuperar la movilidad de ambos brazos sin soltar el termo y el mate”. No me echaron. Al contrario. Supongo que el Fernet (muchos montevideanos toman Fernet) ayudó a que mi aparición no cayera mal.

Mi hija solo se duerme en brazos. La miro. Es más chiquita que un haiku. Entra entera en un diminutivo. Como dice e.e.cummings: “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.” Y ella tiene solo dos, por suerte; se las conté cuando nació. Fue el día del Habemus Papam. En las primeras contracciones de la madre yo llevaba y traía toallas calientes, vasos de agua fría, cronometraba intervalos, hacía llamados, ya empezaban a brotarme los demás brazos. En una de las pasadas frente al televisor sin sonido se vio la fumata blanca, en otra pasada el titular urgente: El Papa argentino. Se lo conté a la parturienta. ¿Esto le juega a favor o en contra a Cristina? Si lo sabe usar, a favor, me contestó la licenciada en ciencias políticas entrando en el trance de la siguiente contracción. Y tenía razón. Días después estaba la presidenta vestida de negro Darth Vader: con una mano desenvolvía el mate de regalo, con la otra la yerbera, con la otra el termo, con la otra no se atrevía a tocar la blancura inmaculada de su Santidad, y juntaba las dos restantes entre las piernas, en gesto de escolar arrepentido.

Ahora mi niña arruga la cara y se pone una mano en la frente como un mini luchador de sumo que se enteró de algo tremendo. Se dio cuenta de golpe adónde la traje. Se suponía que éste era un estado laico. Ahora se va a volver todo más católico. No franciscano y humilde, sino más bien con ese aire de Versace que tiene el Vaticano. Aquella propuesta de la jueza Argibay de sacar los crucifijos de Tribunales no prosperará. Sumemos la teatralidad eclesiástica al estilo ya de por sí teatral del peronismo y pensemos en el resultado. El papa peronista. Es una idea genial. El gran guionista que escribe la película de este país se está luciendo. Se viene el cirio pascual hasta en las tortas de cumpleaños. El papa tocando el bombo en la capilla Sixtina. Los retorcidos profetas de Miguel Ángel lo miran de reojo.

Ella sacude los brazos, como si temiera caerse para arriba, le da vértigo ascendente. Vértigo de futuro. Y tiene razón mi niña. Qué país más raro y mazorquero. Un país donde se colgaba el retrato del gobernador Rosas en el altar mientras se celebraba la misa. Esa energía recursiva se vuelve a activar en la nueva era, Iglesia y Estado potenciando sus liturgias. Con cuánta naturalidad el presidente Mujica se omitió de la ceremonia de asunción del papa: “Uruguay es un país absolutamente laico, la Iglesia está separada del Estado desde principios del siglo pasado". Un país tan cercano y tan distinto.

La hija de este gorila hereje abre los ojos. Mira con asombro la luz. Busca tetas en el aire. Mi tamagotchi glorificado. Se chupa una mano. Hace un mini puchero, le tiembla la pera. Habemus niñam. Vino con un papa bajo el brazo. Entró llorando al país que se viene. Daniel Scioli y Karina Rabolini de rodillas rezando como en ese aviso para su campaña, en La Nación. Macri declarando asueto escolar para que los niños de todos los credos puedan ver la asunción de Francisco. Esto lo tiene que haber inventado Cucurto, es el realismo atolondrado. Dios interfiriendo a través del papa cuervo en el resultado del torneo de clausura para que gane San Lorenzo. O quizá lo inventó el poeta Fabián Casas. Los dos están metiendo mano en la obra del gran guionista, no cabe duda hija mía.


Perfil, 23 de marzo del 2013