Tradiciones contradictorias
por Diana Belessi
Pocas veces el primer libro de un poeta joven irrumpe en la escena de Buenos Aires con tal intensidad, y toma mi corazón por completo. Hablo de Abejas, de Alejandro Crotto, publicado por ediciones Bajo la Luna. Leí a este muchacho, por primera vez, meses antes de la aparición del libro, en Diario de Poesía, y fue tal la emoción, el estado de plenitud que me produjo, que no dudé en buscar el blog que tenía anunciado y le envié un mensaje diciéndole que sus poemas eran maravillosos. Gesto raro en mí, me asusté después de haberlo hecho, pero su austera respuesta me tranquilizó, y tardé más de dos años en conocerlo personalmente. Su erudición y su memoria me parecieron inconmensurables. También su candidez. Si ésta prima sobre aquéllas, salvando el corazón y la cabeza, Alejandro Crotto será un gran poeta, como lo es en este pequeño libro que acaba de publicar hace apenas un año.
Cuando trato de ver cómo lo logra, veo en primer lugar la masa musical que despliega cada poema, especialmente los largos, como “Las palomas”, o “En el haras Vadarkablar”. Cuenta, sin afeites, una anécdota, con un casi infaltable acento sobre la sexta, o la cuarta y la octava, mostrando en su base rítmica que no le es ajena la versificación en lengua castellana, desde el Renacimiento hasta el Modernismo, y dejando al poema ser libre en su tradición de ruptura, buscando en los quiebres melódicos el sentido que lo llevó a escribirlo. Abejas reúne tradiciones que parecen contradictorias, o al menos suele vérselas así en la arena arena local de la poesía. El ejercicio de la traducción, esa enorme escuela, retumba al mismo tiempo.
Cuenta, a la manera de la poesía, historias mínimas que se vuelven, en su envés, inmensas: caza, desplume de palomas; el apareamiento de una yegua; el instante previo a comer unos tallarines; las abejas que mueren de sed sobre una palangana de agua; etc. Y en la vibrante evocación de una imagen natural, los sentidos se agigantan.
Esto sostiene también la magia de los poemas breves, como “Hilo”, donde interrumpe la sintaxis con una larga frase comparativa, para rematar al final, con dos verbos, aquello que empezó diciendo allá atrás: “vaya salándome en su toque eso que en mí […], titila, quiere”. O de ese otro, ricamente aliterativo, cuyo final parece marcar la poética de este libro: “De lo que abunda / el corazón hable la boca”. Es fácil decir de un libro de poemas que es bueno y hermoso; es difícil explicar por qué. Ojalá estas líneas inviten a leerlo sin preguntarse nada, en la eucaristía del lector con el poema.
.Pocas veces el primer libro de un poeta joven irrumpe en la escena de Buenos Aires con tal intensidad, y toma mi corazón por completo. Hablo de Abejas, de Alejandro Crotto, publicado por ediciones Bajo la Luna. Leí a este muchacho, por primera vez, meses antes de la aparición del libro, en Diario de Poesía, y fue tal la emoción, el estado de plenitud que me produjo, que no dudé en buscar el blog que tenía anunciado y le envié un mensaje diciéndole que sus poemas eran maravillosos. Gesto raro en mí, me asusté después de haberlo hecho, pero su austera respuesta me tranquilizó, y tardé más de dos años en conocerlo personalmente. Su erudición y su memoria me parecieron inconmensurables. También su candidez. Si ésta prima sobre aquéllas, salvando el corazón y la cabeza, Alejandro Crotto será un gran poeta, como lo es en este pequeño libro que acaba de publicar hace apenas un año.
Cuando trato de ver cómo lo logra, veo en primer lugar la masa musical que despliega cada poema, especialmente los largos, como “Las palomas”, o “En el haras Vadarkablar”. Cuenta, sin afeites, una anécdota, con un casi infaltable acento sobre la sexta, o la cuarta y la octava, mostrando en su base rítmica que no le es ajena la versificación en lengua castellana, desde el Renacimiento hasta el Modernismo, y dejando al poema ser libre en su tradición de ruptura, buscando en los quiebres melódicos el sentido que lo llevó a escribirlo. Abejas reúne tradiciones que parecen contradictorias, o al menos suele vérselas así en la arena arena local de la poesía. El ejercicio de la traducción, esa enorme escuela, retumba al mismo tiempo.
Cuenta, a la manera de la poesía, historias mínimas que se vuelven, en su envés, inmensas: caza, desplume de palomas; el apareamiento de una yegua; el instante previo a comer unos tallarines; las abejas que mueren de sed sobre una palangana de agua; etc. Y en la vibrante evocación de una imagen natural, los sentidos se agigantan.
Esto sostiene también la magia de los poemas breves, como “Hilo”, donde interrumpe la sintaxis con una larga frase comparativa, para rematar al final, con dos verbos, aquello que empezó diciendo allá atrás: “vaya salándome en su toque eso que en mí […], titila, quiere”. O de ese otro, ricamente aliterativo, cuyo final parece marcar la poética de este libro: “De lo que abunda / el corazón hable la boca”. Es fácil decir de un libro de poemas que es bueno y hermoso; es difícil explicar por qué. Ojalá estas líneas inviten a leerlo sin preguntarse nada, en la eucaristía del lector con el poema.
Revista Ñ, 18 de diciembre de 2010