Pedro Mairal
Parece que esta semana apareció un pubis femenino en televisión abierta y provocó gran conmoción. Después de años de bikinis encogiéndose hasta la histeria del hilo dental, finalmente llegó el pubis a todos los hogares argentinos. Tardó en llegar pero llegó. Venía de lejos, desde el fondo del tiempo, primero tapado por una hoja de parra y por puntas de mantos y harapos flameando convenientemente en los cuadros y los frescos. En Oriente ya había aparecido en grabados japoneses, pero en Occidente apareció quizá por primera vez en La maja desnuda en 1790. Courbet lo patentó el siglo siguiente, ya librado de la tiranía del rostro, en El origen del mundo, un pubis protagónico, hirsuto y alarmante. Después, Gauguin lo pintó exótico y polinesio; Toulouse Lautrec lo retrató prostibulario; Klimt, pelirrojo y Egon Schiele, por fin, dibujó el pubis trágico y erótico. Pelos, sombra sexual. Era todavía el pubis europeo de barba freudiana, tupido y poderoso. Hasta que el avance de la cultura playera, el salto a la fotografía, la masificación de las revistas de desnudos le infundieron pudor y ganas de acicalarse, y el pubis empezó a aparecer ya más prolijo, en gran abanico triangular, el pubis sesentoso, presente y arbustivo. En los ochenta, quizá el nuevo cavado de las mallas fucsias lo obligó a agudizarse y se fue angostando en su ve corta hasta quedar reducido a un bigotito Führer. Así entró en los 90, casi como postizo, una ceja vertical que en el cambio de milenio desapareció por completo y dio paso al pubis koyak, brasilero, desanimalizado, lampiño, impuesto así por la moda dominante del porno que, al considerar que el vello tapa lo esencial, desmalezó por completo el famoso Monte de Venus. La desaparición del pubis, esa nueva forma de calvicie, duró menos de una década, y el pubis se volvió a dibujar en el ideal de la intimidad sexy, la pelambre incesante volvió a ganar la partida hacia un pubis muy apocado, controlado, tapado apenas de la mirada del gran ojo de la televisión por microtangas casi simbólicas. Ahí estaba el pubis esperando en las bambalinas del canal después de recorrer todo ese camino de eclipses y ocultamientos pudorosos, quería por fin llegar a la sobremesa familiar y entrar para siempre en los hogares. Y finalmente apareció: un piolín de bikini que se desató por contrato y el pubis saludó a la teleaudiencia. ¡Buenas noches familia! Duró pocos segundos. El conductor tapó la pantalla, el canal ahora tiene que pagar una multa millonaria, pero el pubis llegó a las casas. Fue un hecho histórico.
Perfil, 8 de octubre de 2011