8 de febrero de 2007

Che capitán, muerto, volando

por César Mermet

I

Capitán volante muerto, feroz cordero en preso vuelo
por la montuosa oscuridad del día, en águila bajaste
de grandes aspas, rapaz por la sombría
claridad del cielo ciego, pretérito y sonriente
a tu terrena unción con remolino y viento descendió tu muerte
como muerte rugiendo, no de mero muerto,
glorificada arenga yerta, muda voz del cielo
a polvo, befa y presa descendida, a semilla de fábula
venida, depositada en los fecundos ojos,
en la memoria magna, perplejidad absorta
que engendra, que germina, urtica y electriza
la paz del rezo, la comida grave, el jubilar abrazo y la mirada
la frente ensimismada del mirado en encuentros,
del naipe, de la copa, los bautismos; las bodas.

Azote y presa sacrificial, reverencia y gratitud te debo,
por caerme tu sombra en casa ahora, lejos,
abierta y proyectada como sol tu oscuridad focal, potente;
y no pago, no saldo; y no para saldar eclipsas, fosco
la inocencia del día, sino para endeudar; me endeudo
reconozco y debo, declaro que te debo y aquí anoto mi deuda,
enemiga gratitud me cargo y sumo al rencoroso réquiem;
asumo la esperanza armada, tu agresivo credo,
lo traduzco a viejas cláusulas, lo respiro a mi aliento,
ya no es tuyo; ya tu apoteosis cumplió mis propios ritos;
te reconozco, acepto tu señal que por el cielo
vino de vuelo, triunfante dócil, amenazante majestad de muerto.

Sobreviviente cristiano en contra,
reclamo la parte que me toca de tu nombre,
ya añorado por tus contenedores, conciencia omnipresente,
ubícua excusa y culpa sigilosa oteada por los perros
ahora locos de tu múltiple olor y despistados.
Eras un castigo inmortal, de pronto fraude, frágil,
dócil muerto a muerto te tiraste;
decepción, emboscada no esperada fue tu derrumbe humoso;
insoportable trampa defección tu hueco, necesidad tu falta;
y hay difusos diablos, erinias vengativas claras en lo invisible,
ya sin blanco, sin cuerpo, royendo entrañas con rabiosa furia,
descendido que fue muñeco, trapo, sangre,
el fantasmal profeta, agazapada peste, merodeadora esfinge
itinerante, veloz, laberíntico relámpago anatema, la querida amenaza
que erigió sus somnolientas furias, como enarbola mástil de amor
ausente muy deseada del insomne.

Permite, volador del mediodía, a un enemigo tuyo, suyo
y de sus cómplices, formar tu séquito,
infectar, craquelar la funeral unión de tu cortejo,
y sumar otro equívoco a tus deudos inscribiéndose
entre tus herederos ávidos; permíteme cantarte en contra
y heredar tu duda, tu amor y tu visión, ya no tu credo;
no a reclamar tu boina vine ni a jugarme a los dados
tu anecdotario diario, tus restantes balas,
ni tu manual del escondrijo, la encerrona, acechanzas;
no mechón de tu pelo quiero, no tu cinto ceñido a los riñones
sostén de tu coraje;
déjame sólo formar el friso vario de tu metopa,
no pedir sino aquello que sea mío, más hayas hecho tuyo,
aquello que en tu muerte, se hizo claro y de todos
y en cada uno, tuyo.

En este instante marcho inmóvil, con ausentes conjurados
y todos acordados contenedores, los que en tu falta
coinciden y se invocan,
los que en tu muerte allanan sus incisos mínimos,
y dan con el tamaño del acuerdo, y con la plaza de su encuentro;
yo prometo cantar a contravoz, en tu responso, no malograr
tus exequias de cuerpo ausente y discutido nombre,
prometo callar según tu final tono, subsiguiente a tu grito,
a tu cápsula última; porque solo en silencio que tal vida deja
cabe tal vida, porque el silencio que al héroe sigue y cubre,
modifica al mundo, y ninguna palabra opositora o acólita
podrá tocarte, aludirte, rozarte, sino en el espacio de tu silencio,
subyacente a tus peroraciones, tu vacío vocal
tal callar alimenta; y modifica al habla y al hablante,
más que el suasorio, fiero, amoroso o tembloroso
apólogo, invectiva, o funeral, o juicio.
A partir de escuchar, respetar y surcar
el espesor de tu palabra ausente, en sombra,
y a su nivel callar para vivirte, yo prometo
vencer tu procesión y sus riberas,
tu marea veloz, sus márgenes gregarias, agrias, fieras,
con tu silencio y falta desmentir las antífonas y síntesis
de secta, y en silencio respirar tu nombre
invocado en vano por los menores a tu destino, por tus primos laterales de odio.
Hay que vencer por salmo la disputa de los semejantes y los desemejantes,
que comen o que beben de tu nombre; y a quienes, a orillas del creciente río
de las fáciles voces ya te matan vivándote, o te vivan, negándote.
Y a quienes befan, odian, y tiran a tu nombre enarbolado y roto,
y temen tu batalla de Cid volando muerto, cabalgando en el aire,
y se nombran defensores del Nombre más en vano,
mentido, no invocado
con más trivial, sacrílega ligereza en vano pronunciado.


II

Agnus Dei, sudarios militares guardan tu cara
en barro, sangre y radiante maldición impresa,
obligada a mirar a través de párpados clausurados;
vellón breve, negro, y fino barbijo enmarca el hueso desvelado
los pómulos de tigre, la alerta frente ida sobre los ojos y con la mirada;
en reflexiva ausencia, no conciliado, admonitorio, odio apacible,
callas, al fin pampeano, el énfasis, pasión, vehemencia,
del vivo armado, en militante vida, no para decir verdad, nacido
mas para ser verdad vivido
a muerte.

Valor al fin tan sobrio vives, yaces, sentido develado,
con majestad de altura de espera y de descenso, yaces de faz cegada
con distancia de muerto y descendido
barrilete de victoria por vejamen izado,
pero puesto y expuesto en andas, como ejemplar lección flameada
y mostración admonitoria, a la medida de tu eclipse,
y si en el instante azul del vuelo fuiste
parecido a una memoria iluminada, yaces ahora como tu monumento,
convertido en los otros, por fin palpable tu inestable persona,
tú, desnudo de padre y madre, patria, ficha, cigarro socarrón,
ira y anécdota, cara de solo, multitud ahora, rica en apoteosis,
coro y clamor inexorablemente mudo en uno.

III

Permite que sin lágrima, con caridad seca y respeto,
mientras las salvas fúnebres hacen dispendio tu simiente fina
contra el ajeno cielo, te celebre, puma volante,
alucinante befa, espantamiedos, halcón caído llevado en triunfo
por la vía central del aire diurno, honras aéreas, acrobacia y pompa
impusieron a tu muerte, como corona y caña;
pero lo dice el tiempo, nunca ritual invocación, es sólo mofa
y toda elevación y mostración dolida es para siempre
toda consagración sagrada, toda honoración es imborrable honra y todo vuelo es vuelo
y la parodia litúrgica es liturgia y habidas es en la cuenta.

Serás aquel que peregrino Bautista bautismó con fuego
y murió a fuego, dudosa, múltiple, inmortal persona,
una legión delgada que llevó tu nombre en préstamo y escudo
y un cuerpo de los tuyos fue transido, muerto, escondido
y resucitó volando un tercer día, bajó ante peregrinos de los cuatro vientos,
y fuiste mostrado y saludado, como siniestro recién nacido enigma,
a incrédulos, reverentes, ansiosos acusadores, fieles;
quienes antes del tercer flash te negaron tres veces;
y preguntaron "quien es éste" y respondiste majestad de muerto,
siendo el que fue, cualquiera y todos;
y en el mismo día hiciste natividad, resurrección, ascensión,
víspera de juicio, ajusticiado, y "ecce homo" expuesto, apelación tardía,
y cosa ya juzgada, lavada, descendida y enterrada;
y sin embargo se te verá bajando de la crucifixión volante
a un túmulo áspero de severo cemento, aromatizado como niño enfermo,
con esencias de agasajo volátil, y sahumerios asépticos contra lo perecedero.

¿Terminarás aquí en tierra sin mar, isla de piedra y cactus
soledad adentro, o volverás, cuerpo o ceniza, o canto
a dormir bajo las dulces cañas, y allá, la caribeña tierra caliente
sus vientos, gaviotas, cocos, negros, te tratarán de "che", charlando
hasta la media noche guitarras, maracas bisbiseantes caderas,
y un muy llano silencio argentino, finalmente?
Acaso ni siquiera; ahora sólo eres la supuesta ceniza,
duelo de Job, pólen mortal al viento, a la memoria, aventado y sembrado.
Polen muerto serás, más polen sublevado.

¿Por qué es que no hubo sitio en la heredad ruinosa
del mal construido tiempo que precipitabas, un sitio chico
para tu grandeza, ni prado, ni reunión, como acordado
de quienes hubieran merecido la honra de medirse
con tu jovial y torva fuerza de nazareno Ayax y Néstor,
cirujano de fuego, doctorado en apocalipsis, muerte y fuego?

Sigue para viejos niños, sigue volando, sigue llegando y baja,
vuela y desciende, cuelga en el sol, espantaculpas, y con ciclón desciende,
barre, viento, sangrienta nueva, inerte, muerto, toda certeza,
felino volador, pieza cobrada, vuela y llega; ninguna ceremonia
es vana, ni hay metáfora impune; tu vuelo-crucis, sucio te será computado.

IV

Yo no vine a juzgarte; ni a absolverte, ni a elogiarte;
vine a hacerte una venia; como hermano de ira y enemigo de amor
vengo a dejarte no femenina flor, ni la cruz que no acepta
tu desnudo pecho de regresante Adán,
ni a trazar en el aire con el dedo el signo,
no a signarte, puesto que más atrás del signo te atreviste,
explorando al hombre demostrado viejo tras de las casullas y los pectorales;
ni a sumarme vine al réquiem dialéctico de los llamados tuyos, míos,
ni a la alabanza, ni a las execraciones que sobrevuelas, alto,
ni a la arenga impúdica con culpable destemple
de miserable triunfo y estridencia dicha, amenazada, en guardia,
por tus vencedores; ni haré cómplice número en el responso de tus tácticos;
ni canto para acrecentar el cálculo, los redituables, intereses en sangre de tu vivo mito.
No traigo el blanco gajo de un almendro chino,
ni el emblema duple de labor y ciega; ni moraleja complaciente para teletipos.

Vengo a rezar por ti, que anuncias, y es por mis hijos que en ti rezo,
y por la palabra con que rezo, ruego;
ya que todo puso en cuestión no tus razones, sí tu muerte buscada,
aceptada y salida en leve vuelo al cielo, descendida en sol triunfal,
y mostrada en memoria a cardinales mensajeros, a heraldos de naciones.

Crucificada sombra: a poner una piedra de firme cuarzo
en vez de tu gastado nombre, vengo, y a respetar tu soledad dormida,
y tu grandeza, como siempre inaccesible y sola; y a predecir
con ruego, que los grandes encuentren pronto, camino de los grandes,
y los solos, el circuito secreto y la tácita cúpula de fraternos solos;
y para que se cumplan de una vez tiempos de fuego, y los herejes
de todo credo o descredo por excedencia o rebasamiento,
desmesura y delirio y negación del sí gratuito y exaltado,
se reconozcan y hagan porque se les reconozca, como te reconocemos,
develado, claro, explícito muerto completado, debajo de tu ornada vida,
austera imagen, desnudez, de verdad revertida en la triunfante muerte.
Formen legión que tu ícono no contradiga,
y que contradiciéndote te confirmen, síntesis tensa.
Recomencemos desnudos como tú de sangre, padre y madre,
y a partir de tu final empiece no facción, no un sí proclive;
un duro no de cuarzo empiece
y a partir del no, afirmemos fuerte paso y vivamos tu muerte
y distantes, remotos, sigamos al hombre volador, señal del cielo,
sangre en lo alto surcando el tiempo.

Un animal cazado, cuando es hombre, joven, bravo,
y cruza con majestad caída el mediodía,
es demasiado signo osado;
burlada invocación, insulto a largo tiempo, en contra vuelto.
Firmaste caballero colgante un llamamiento, rubricante tu muerte en limpia altura,
te publicaste muerto como proclama, muda en arco
tan entusiasta y raudo, como una antigua alocución cristiana.
Tu avieso yacer de sabia mansedumbre, tu identificación ladina y litoral,
tentó a los descreídos, y tú, su muerto, creíste más que cazadores vivos.
Dejándote pender del cielo como despojo de la tierra,
más allá de tu albedrío, se cumplió algún soberano sino;
y fuiste cordero arcaico, el sumiso que triunfa
sobre cuarteles sórdidos, sobre el diminuto caserío mal soñado
y por sobre el sublevado nunca en vano, uniformado monte,
en polvoriento, austero, disimulado verde caqui;
todo lo cual de desmemoria sabes mientras ciego vuelas,
todo lo cual mirado por tu sombra barredora, es visión nunca vista y no borrable.

V

Por ahora rezo.
El signo efímero y eterno de la cruz
que el dedo hace en el aire no rechaces, admíteme signarte
fraternal contraseña tal como tú saludarías la muerte
varonil de quien supiese morir como cristiano; tú la boina en mano.
Ya cantaremos tu epopeya celebrándote como enemigos íntimos
con reverencia opuesta y con cardos morados espinando los dedos.
Pero nadie podrá decirte "che"
desde la vanidad del triunfo condecorado.
Decirte "che" en tu tierra,
sería tutelar un grave nocturno señorío.
Nadie te diga "che" hasta que calme, disipe, aclare a azul justicia
el sol sin corredora sombra de hombre, de brazo a brazo tamaño de poblado;
tu volador, pequeño, delgado cuerpo muerto vuelto inmensa muerte;
crucificada sombra en cenital eclipse, que atardece y agrava
en pleno mediodía y en cansancio, el pan
en retroceso a masa, a harina, a grano,
a seca tierra y maldición estéril;
y que dando en el vaso, amarga un agrio vino
y eriza en cada frente la conlfuyente pausa
de quienes para comer o comulgar se encuentran, confrontados,
mirando se confiesan, bajan su culpa, enfrían su sopa,
y ceniza es su frente, y ceniza es su dicho callado sobre la lengua.

Mientras tanto, hasta que aceptes esta apurada endecha,
no menos que una misa por todos celebrada, te debemos;
cada cual oferto, dado y sacrificado;
y un amor no menor que tu furia te debemos.
Mientras tanto, seas tú tu patrono y nuestro desafío,
puma que vuela de la guarida al cielo, y reines
libre de tiempo, ceniza armada que va de vuelo,
trazando azules arcos para que pasen a no menor altura
quienes quieran negarte, o celebrarte.

Pablo en epístolas y en Tarso, ya sabría cuánto fuiste el vencedor mayor.
Sólo ahora, todo muerto cristiano y mártir, deja
ramo de Pascua inmemorial, bendito,
en el sitio de tu descenso y es domingo florido y perenne promesa.
Sólo ahora, sabemos verte, hermano.
Libre de ti, caíste al alto rol, a imagen; coincidente
tu muerto con la eterna estampa; eres hombre vencido, el renaciente.
Ahora anónimo eres, tanto como aquel que en soledad sumido,
responda de pronto a un "che" en la nuca, vuelto, fiero,
y se le vea serpiente voladora, tuna de asalto, puma de guerra, brinco,
que de querer brincar entra volando al cielo, muerta victoria alada
y desalada, y nueva en las iconografías de una arcaica esperanza.

Victoria alada y desalada y muerte, vuela, porque la muerte
avergüenza a los mortales, enrostra al vivo, humilla el triunfo.
Ya comprendo.
Más claro hablaste mudo y muerto,
y mejor desnudo y humillado que del honor triunfal vestido y revestido,
che capitán, muerto mayor, volando.



bs. as. 12-13 octubre 1967
madrugada del sábado 14/10/67


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