No tengo banda ancha en el nuevo depto. Una vez cada varias horas me conecto con dial up, que hace ese ruido antiguo biiiiiiiii-grrrrrrrr-boing boing boing-grrrrrrr. Y reviso mails que no contesto. Me encerré a escribir un guión que debía hace tiempo. No levanto la persiana. Dejo el aire prendido. Escribo parte de una escena y después disparo las flechas con sopapita que le regalé a mi hijo para cuando viene a casa. Disparo al vidrio, tres flechas. Trato de acertarle al blanco que dibujamos ayer con marcador. Algunas se pegan, otras no. Escribo otro pedazo de una escena. Me levanto, despego las flechas, me vuelvo a sentar. Escribo. No estoy en Buenos Aires (estoy pero no estoy). En enero se puede no estar. Es el mejor mes. Se puede ser como Wakefield. Pareciera que uno se puede mudar a la vuelta de su casa y no volver nunca más. De pronto a las 2 de la mañana tengo el cerebro quemado. Salgo a la calle. Esquivo los charcos de los aire acondicionados. Compro agua en el kiosko. Soy feliz. Cuando soy invisible no me cambio por nadie.
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3 comentarios:
qué lindo texto, Miguelito.
Qué edad tiene el nene? Mirá que con una pistola así yo le disparaba las flechitas al escote de Zulma mientras planachaba las blusas de mami. Haceme caso por una vez y al nene comprale una tele.
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