por Esteban Schmidt
Quiero hacer referencia a un aspecto que se lee como controversial dentro del minúsculo grupo de personas que siguen los lanzamientos de las editoriales pero quienes, al verse todos los días y hablar siempre de lo mismo, desarrollan una endogamia que les hace perder de vista cuán pequeño es el mundo de la gente letrada y cuánto más pequeño va a ser conforme esto se vaya haciendo cada vez más pelota. Con esa distorsión, no se puede ver en la escala normal que tienen las cosas y nos permite decir como Bill Buchanan le dijo a Jack Bauer hace algunas semanas: Jack, calm down porque necesito ver the big picture.
El aspecto controversial que mencionamos es el abuso de la idea de la generación, tanto en la creación, como en la posterior promoción de este libro de cuentos de tapa verde y dos chanchos. Tanto la facción juvenilista militante como quienes integran el coro más que nada invisible y comentador que hacen crítica demoledora y resentida de cualquier cosa en la que no estén involucrados, pertenecen a un círculo muy insignificante de la comunidad, e incluso de la comunidad de compradores de libros. Quien revisa los libros en las mesas de las librerías no recibe ningún efecto negativo por leer que en la tapa de un ejemplar se enfatiza en los mejores de una nueva generación y nadie asocia esa referencia con nada que haya leído en el suplemento de cultura de Perfil, en el Radar o en el blog de nadies, ni se le ocurren asociaciones con otras generaciones de cualquier otra cosa; al contrario, todos estamos educados, y muy bien educados, para desear que los que vienen, hagan, y que los que ya hicieron, dejen hacer a los que vienen. Nadie, excepto esta minoría a la que pertenecemos, se abalanza romántica o irónicamente sobre un libro.
La idea de lo nuevo es siempre una buena noticia para la comunidad porque da esperanza en forma automática acerca del futuro. Las mamás compradoras de libros se ponen contentas, dicen mirá, escriben, no se van a Barcelona. Clarín, que es el diario siempre abierto a lo nuevo, y más que nada a lo nuevo que no jode, por cuanto se quiere asegurar los mercados presentes y futuros de lectores, sin estar prohijando yuyo malo, hierba venenosa para el negocio del grupo, se ha ocupado de darles su lugar también. Todos contentos. Todos para la foto con los gorritos de lana, hijos de puta. Hace frío, pero no es Toronto, no lookiés como neoyorkino. Foto aniversario del viaje de egresados a Bariloche, pero sin el coordinador que murió de sobredosis. Por suerte. Demasiado satisfechos por las aportaciones que no son para tanto. Y no me refiero a que los cuentos no sean buenos, porque au contraire, son buenísimos y los que no son buenísimos tienen muchísima onda.
Todos sabemos que los libros prácticamente no se compran, no se leen, que se editan tres mil ejemplares, dos mil, que increíblemente la propia editorial los tira muchas veces al bombo al no publicitarlos como es debido, y no es éste el caso, y que no importa casi nunca qué es lo que los libros digan o cómo lo digan, sino lo que los libros simbolicen, de qué puedan jactarse los compradores al tener el librito en la mochila o en la mesa de luz. Pueden decirles que son ciudadanos preocupados por temas de moda como la ecología, el armamentismo, la corrupción política, o que son simplemente modernos, o que son sanos. Uno puede pasear por la ciudad en esos camioncitos con los que se vende sandías en los pueblos diciendo que Felipe Pigna es un simplificador pero eso no va a modificar la necesidad que tiene nuestra gente de contarse la historia de su país de una manera simplota y auto incriminadora. Sus libros traen esas anécdotas de que a Belgrano le robaron los dientes de oro hace ciento veinte años y entonces ves que todo es cíclico y que si la historia se repite, nosotros no supimos ver y nos merecemos estar sonados. Te quedás en paz, pobre pero en paz. Gracias, Felipe.
Lo mismo con Marcos Aguinis. Un señor más o menos inofensivo que le explica a Mirtha Legrand con palabras sofisticadas que cómo estamos. Y cómo vamos a estar Mirtha, estamos como el ojete. Pero Marquitos no te lo dice. Conservando su seriedad boba, conserva lectores, que no son lectores, porque son apenas compradores, porque no hay nada para leer en esos libros. Viene todo masticado. No hay operación intelectual, no hay cadena semiótica, o sea, no hay un porongo.
Este país, como todo el mundo sabe, está destruido. Acá en San Telmo, sin ir más lejos se roban veinte semáforos por semana. Y en Paris no se roban semáforos. Y en Paris viajás en subte y tenés veinte tipos por vagón leyendo libritos de bolsillo, y acá subís a un vagón y no sacás un libro porque no querés desentonar, no te querés hacer el que lee, ahh mirá el señorito cómo lee, qué carita de enciclopedia que tiene. O sea nadie lee, ni siquiera los que leen, leen, porque no tienen con quién compartir lo que leen y además porque las series norteamericanas están buenísimas. Te empezás a bajar temporadas de 24, de Six Feet Under, de los Soprano, de Scrubs, de Traveler, de Weeds, y si te descuidás pasaste medio año sin agarrar un libro y después ya empieza la segunda temporada y después sale una serie nueva de una familia del medio oeste con hijos bizcos y tengo bajando Comando de Embarazadas, la segunda temporada sin subtítulos, y tenés las barras horizontales del emule al rojo vivo y esperás que se ponga verde y diga completo y no leíste nada. Fuiste al baño y cuando volvés aparece el burrito por abajo que te dice completo y te faltan los subtítulos, carajo, y no leíste nada.
Te pasaste mil y una noches viendo series y como tampoco sentís que te volviste un pelotudo, porque las series están buenas, bien escritas, bien actuadas, no leíste, te llevás el libro para el subte pero es lo que decíamos antes. Escribir, sin embargo, no sólo tiene su prestigio sino que, por raro que esto parezca, es más fácil que leer y al mismo tiempo uno siente que está dejando su marca en el mundo, y ciertamente te enganchás más minitas o minitos si escribís, que si lees. Si te disciplinás un poco, no es tan trabajoso. Una oración detrás de otra, dos personajes, un conflicto, acción, y ya está. Y ojo, generación joven, a apurarse con todo porque ahora hay como una moda en las terapias de mandar a escribir a los pacientes. Porque te va a hacer bien. Un día toda la ciudad habrá escrito la historia del día en que se le murió el perrito y lo enterraron en el jardín.
Tengamos entonces nuestra conversación endogámica de la generación que obviamente nos causa tanta gracia a tantos porque si uno se encuentra en un cumple con un pibito que dice yo, yo, shoo, todo el tiempo, que todo remite a él, bueno, decís pobre pibe, quedate quietito, no pasa nada, vos también vas a tener novia un día. No te apurés, sentate, y escuchá cómo hablan los demás. Pero hay que tener mucho culo para que los demás no digan yo, y yo, también. Lo mismo para este ejercicio público del nosotros, los jóvenes, uuu, qué jovencito que sos. Hablar de nosotros es para que otros digan ustedes. Pero tengo mis serias dudas de que ése sea el objetivo de la mayoría de vosotros, los mejores. Todos tenemos nuestras agendas secretas.
Ahora, si es una fuerza así como política de la literatura, nosotros contra los viejos, no funca. Es un sentimiento que se puede parar, que se tiene que parar. Hay cosas que a uno lo ponen felices pero debe abstenerse de festejar. Los que crecimos más complicaditos con la política, sólo podemos pensar en festejar públicamente elecciones donde nos va bien y hasta nuestros cumpleaños son muy moderados. Por lo tanto el activismo de los escritores jóvenes nos irrita porque estarían planeando nada más que la promoción de sus vidas. Lo cual es obediencia ciega a las reglas de funcionamiento general. La rebeldía, esa marca de la juventud, tendrá que esperar tal vez a otra generación. Gente que se enoje más y que se someta menos. Y que sonría menos. Que le parezca todo un poquito más choto. O sea, más como es todo. Y la cita cultural no redime. Citar a Puig, a Borges o Bioy no cambia la historia. Se puede ser un reclutador adocenado, un escritor adocenado, un lector adocenado, un presentador adocenado. La boludez tiene mil caras. Si digo pan, no comeré. Si digo pan, digo pan y si digo Puig, solamente digo Puig. Y no dije nada, la verdad.
Lo nuevo, decía, nos pone contentos y no es sólo en el capitalismo, uno de los dictadores más vistosos del siglo pasado, el compañero Mao Tse Tung, les decía a sus compañeros chinos: Lo verídico, lo bueno y lo hermoso siempre existen en comparación con lo malo, lo falso y lo feo, y reclamaba, Mao, que cien flores se abran y compitan cien escuelas ideológicas porque las plantas de invernadero no pueden tener gran vitalidad. Mao no hizo un corte por edades para definir lo hermoso y bueno y lo que sería salvado de su bestialidad, no dijo hasta 37 años o sólo pueden jugar los que son caballos o yeguas en nuestro calendario. La política lee en función de amigo/enemigo y el capitalismo registra y recorta en función de las necesidades del mercado. El campo cultural podría prescindir de ambos y dedicarse a encolumnar, pero no fanáticamente, en función de lo bueno y no de lo nuevo. Qué importancia puede tener si alguien escribió un cuento a los veintiún años o a los treinta. Cuando se lee, uno no dice ¡que nuevo!, suele decir ¡qué bueno! Para remediar eso, la editorial se ha encargado de decir que son los mejores narradores. Los mejores hacen cosas buenas.
Y sobre la idea de lo bueno es que la patria de los resentidos hace leña. Que alguien sea bueno suele ser insoportable para muchos. Los solapeadores leen en diagonal los cuentos o los leen enteros, y no les gusta, porque ya no le gustaban antes de empezar. De esos, uno no debería ocuparse. Son gente que le sobra a la comunidad. No dan nada, y se roban la polenta que tenemos para ir para adelante. Los que se quieren sentar a escribir y no se sientan nunca, los que no saben lo que quieren y lastiman a los que sí ya saben.
No puedo hablar mucho de los cuentos, pero me dan ganas, sí, de pelear un poco con el compilador que dice muchas cosas que me pusieron nervioso. Pero de pelear tranqui, basta de sangre. Diego dice que sobre las generaciones anteriores revoloteaban los fantasmas de Borges y Cortázar, y que sobre esta generación no, y entonces gozan de una libertad inusual. Qué tiene que ver. Loco.
No necesitan desarrollar su obra a partir de un diálogo constante con el pasado ni tampoco se plantean como desafío elaborar estrategias para superar a sus generaciones precedentes, es otra cosa que dice el Diego de esta gente.
Puedan desarrollar sus obras frente a los escollos del contexto, dice también, en lo que sería, Diego, una frase para cualquier contexto. Imaginaos si Dostoievsky quería cambiar el nombre de Rascolnikov por el de Gorbachov, era una tortura retipear todo de nuevo. Un joven narrador mejor, un mejor, cambia los nombres con el buscar y remplazar del Word y es un segundo. Y eso es un contexto macanudo, Diego, no jodamos. Y los diez días que conmovieron al mundo, ¿eh?, sin grabador, sin wi fi, sin barritas de cereal.
¿Cuál será el contexto al que se refiere el Diego?
Suponemos que la plata, l’argent. Que es muy bueno saber que es un problema sólo para el que no la tiene. Y es bueno saber que mucha gente estuvo mal siempre y que en todos los tiempos los escritores debían trabajar de cualquier cosa porque sino se los comían los piojos. En los curriculums de los autores, por otra parte, no se habla de sus patrimonios.
Y Diego sigue irritando. Dice: Al usualmente identificado máximo escritor argentino resulta un verdadero desafío a la imaginación suponerlo en sus prácticas íntimas. Irrita, porque una cosa es pensar eso y decirlo en un marco privado, como conversación liviana, y otro prologar un libro diciéndolo. No es por defender a Borges de la imaginación de nadie porque Borges juega simultáneas a ciegas con la imaginación de todos los que estamos acá y nos gana. Pero sí, porque habla de una visión del sexo limitada, en la cual los físicos y la actitud masculina caradura define al macho por sobre cualquier manifestación tierna. Y como Diego dice que esta generación no dialoga con fantasmas, creo que es cierto que, muy a su pesar, con lo que debe dialogar es con la pornografía, entre otras cosas, y el desafío intelectual es vencerla. El artista que intenta descomponer por medios estéticos las manifestaciones siniestras de la vida humana debe denunciar su aspecto oscurantista, ideológico y limitador de las pasiones. El porno enseña a pensar el sexo como algo duro y malvado. Y obviamente el usualmente identificado no pasaría un casting. Menos si la prueba se la hace Diego.
En cuanto a si Borges podía pensar el sexo, bueno, La Intrusa está colgada en Internet.
Les leo un pedacito:
Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
El usualmente identificado prosigue:
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.
Cuando pase el tiempo, obvio que la cuestión generacional va a perder dimensión. Cuando ya estás lejos, no se ve nada para atrás, sólo lo que resalta en serio por lo bueno casi siempre en este campo, gracias a dios y la virgen. Si uno pudiera desear algo para esta generación es que calle como generación y escriban porque sí o que no escriban si eso les va a cagar la tarde.
Escribir y callar.
Y no regalar la leche.
El aspecto controversial que mencionamos es el abuso de la idea de la generación, tanto en la creación, como en la posterior promoción de este libro de cuentos de tapa verde y dos chanchos. Tanto la facción juvenilista militante como quienes integran el coro más que nada invisible y comentador que hacen crítica demoledora y resentida de cualquier cosa en la que no estén involucrados, pertenecen a un círculo muy insignificante de la comunidad, e incluso de la comunidad de compradores de libros. Quien revisa los libros en las mesas de las librerías no recibe ningún efecto negativo por leer que en la tapa de un ejemplar se enfatiza en los mejores de una nueva generación y nadie asocia esa referencia con nada que haya leído en el suplemento de cultura de Perfil, en el Radar o en el blog de nadies, ni se le ocurren asociaciones con otras generaciones de cualquier otra cosa; al contrario, todos estamos educados, y muy bien educados, para desear que los que vienen, hagan, y que los que ya hicieron, dejen hacer a los que vienen. Nadie, excepto esta minoría a la que pertenecemos, se abalanza romántica o irónicamente sobre un libro.
La idea de lo nuevo es siempre una buena noticia para la comunidad porque da esperanza en forma automática acerca del futuro. Las mamás compradoras de libros se ponen contentas, dicen mirá, escriben, no se van a Barcelona. Clarín, que es el diario siempre abierto a lo nuevo, y más que nada a lo nuevo que no jode, por cuanto se quiere asegurar los mercados presentes y futuros de lectores, sin estar prohijando yuyo malo, hierba venenosa para el negocio del grupo, se ha ocupado de darles su lugar también. Todos contentos. Todos para la foto con los gorritos de lana, hijos de puta. Hace frío, pero no es Toronto, no lookiés como neoyorkino. Foto aniversario del viaje de egresados a Bariloche, pero sin el coordinador que murió de sobredosis. Por suerte. Demasiado satisfechos por las aportaciones que no son para tanto. Y no me refiero a que los cuentos no sean buenos, porque au contraire, son buenísimos y los que no son buenísimos tienen muchísima onda.
Todos sabemos que los libros prácticamente no se compran, no se leen, que se editan tres mil ejemplares, dos mil, que increíblemente la propia editorial los tira muchas veces al bombo al no publicitarlos como es debido, y no es éste el caso, y que no importa casi nunca qué es lo que los libros digan o cómo lo digan, sino lo que los libros simbolicen, de qué puedan jactarse los compradores al tener el librito en la mochila o en la mesa de luz. Pueden decirles que son ciudadanos preocupados por temas de moda como la ecología, el armamentismo, la corrupción política, o que son simplemente modernos, o que son sanos. Uno puede pasear por la ciudad en esos camioncitos con los que se vende sandías en los pueblos diciendo que Felipe Pigna es un simplificador pero eso no va a modificar la necesidad que tiene nuestra gente de contarse la historia de su país de una manera simplota y auto incriminadora. Sus libros traen esas anécdotas de que a Belgrano le robaron los dientes de oro hace ciento veinte años y entonces ves que todo es cíclico y que si la historia se repite, nosotros no supimos ver y nos merecemos estar sonados. Te quedás en paz, pobre pero en paz. Gracias, Felipe.
Lo mismo con Marcos Aguinis. Un señor más o menos inofensivo que le explica a Mirtha Legrand con palabras sofisticadas que cómo estamos. Y cómo vamos a estar Mirtha, estamos como el ojete. Pero Marquitos no te lo dice. Conservando su seriedad boba, conserva lectores, que no son lectores, porque son apenas compradores, porque no hay nada para leer en esos libros. Viene todo masticado. No hay operación intelectual, no hay cadena semiótica, o sea, no hay un porongo.
Este país, como todo el mundo sabe, está destruido. Acá en San Telmo, sin ir más lejos se roban veinte semáforos por semana. Y en Paris no se roban semáforos. Y en Paris viajás en subte y tenés veinte tipos por vagón leyendo libritos de bolsillo, y acá subís a un vagón y no sacás un libro porque no querés desentonar, no te querés hacer el que lee, ahh mirá el señorito cómo lee, qué carita de enciclopedia que tiene. O sea nadie lee, ni siquiera los que leen, leen, porque no tienen con quién compartir lo que leen y además porque las series norteamericanas están buenísimas. Te empezás a bajar temporadas de 24, de Six Feet Under, de los Soprano, de Scrubs, de Traveler, de Weeds, y si te descuidás pasaste medio año sin agarrar un libro y después ya empieza la segunda temporada y después sale una serie nueva de una familia del medio oeste con hijos bizcos y tengo bajando Comando de Embarazadas, la segunda temporada sin subtítulos, y tenés las barras horizontales del emule al rojo vivo y esperás que se ponga verde y diga completo y no leíste nada. Fuiste al baño y cuando volvés aparece el burrito por abajo que te dice completo y te faltan los subtítulos, carajo, y no leíste nada.
Te pasaste mil y una noches viendo series y como tampoco sentís que te volviste un pelotudo, porque las series están buenas, bien escritas, bien actuadas, no leíste, te llevás el libro para el subte pero es lo que decíamos antes. Escribir, sin embargo, no sólo tiene su prestigio sino que, por raro que esto parezca, es más fácil que leer y al mismo tiempo uno siente que está dejando su marca en el mundo, y ciertamente te enganchás más minitas o minitos si escribís, que si lees. Si te disciplinás un poco, no es tan trabajoso. Una oración detrás de otra, dos personajes, un conflicto, acción, y ya está. Y ojo, generación joven, a apurarse con todo porque ahora hay como una moda en las terapias de mandar a escribir a los pacientes. Porque te va a hacer bien. Un día toda la ciudad habrá escrito la historia del día en que se le murió el perrito y lo enterraron en el jardín.
Tengamos entonces nuestra conversación endogámica de la generación que obviamente nos causa tanta gracia a tantos porque si uno se encuentra en un cumple con un pibito que dice yo, yo, shoo, todo el tiempo, que todo remite a él, bueno, decís pobre pibe, quedate quietito, no pasa nada, vos también vas a tener novia un día. No te apurés, sentate, y escuchá cómo hablan los demás. Pero hay que tener mucho culo para que los demás no digan yo, y yo, también. Lo mismo para este ejercicio público del nosotros, los jóvenes, uuu, qué jovencito que sos. Hablar de nosotros es para que otros digan ustedes. Pero tengo mis serias dudas de que ése sea el objetivo de la mayoría de vosotros, los mejores. Todos tenemos nuestras agendas secretas.
Ahora, si es una fuerza así como política de la literatura, nosotros contra los viejos, no funca. Es un sentimiento que se puede parar, que se tiene que parar. Hay cosas que a uno lo ponen felices pero debe abstenerse de festejar. Los que crecimos más complicaditos con la política, sólo podemos pensar en festejar públicamente elecciones donde nos va bien y hasta nuestros cumpleaños son muy moderados. Por lo tanto el activismo de los escritores jóvenes nos irrita porque estarían planeando nada más que la promoción de sus vidas. Lo cual es obediencia ciega a las reglas de funcionamiento general. La rebeldía, esa marca de la juventud, tendrá que esperar tal vez a otra generación. Gente que se enoje más y que se someta menos. Y que sonría menos. Que le parezca todo un poquito más choto. O sea, más como es todo. Y la cita cultural no redime. Citar a Puig, a Borges o Bioy no cambia la historia. Se puede ser un reclutador adocenado, un escritor adocenado, un lector adocenado, un presentador adocenado. La boludez tiene mil caras. Si digo pan, no comeré. Si digo pan, digo pan y si digo Puig, solamente digo Puig. Y no dije nada, la verdad.
Lo nuevo, decía, nos pone contentos y no es sólo en el capitalismo, uno de los dictadores más vistosos del siglo pasado, el compañero Mao Tse Tung, les decía a sus compañeros chinos: Lo verídico, lo bueno y lo hermoso siempre existen en comparación con lo malo, lo falso y lo feo, y reclamaba, Mao, que cien flores se abran y compitan cien escuelas ideológicas porque las plantas de invernadero no pueden tener gran vitalidad. Mao no hizo un corte por edades para definir lo hermoso y bueno y lo que sería salvado de su bestialidad, no dijo hasta 37 años o sólo pueden jugar los que son caballos o yeguas en nuestro calendario. La política lee en función de amigo/enemigo y el capitalismo registra y recorta en función de las necesidades del mercado. El campo cultural podría prescindir de ambos y dedicarse a encolumnar, pero no fanáticamente, en función de lo bueno y no de lo nuevo. Qué importancia puede tener si alguien escribió un cuento a los veintiún años o a los treinta. Cuando se lee, uno no dice ¡que nuevo!, suele decir ¡qué bueno! Para remediar eso, la editorial se ha encargado de decir que son los mejores narradores. Los mejores hacen cosas buenas.
Y sobre la idea de lo bueno es que la patria de los resentidos hace leña. Que alguien sea bueno suele ser insoportable para muchos. Los solapeadores leen en diagonal los cuentos o los leen enteros, y no les gusta, porque ya no le gustaban antes de empezar. De esos, uno no debería ocuparse. Son gente que le sobra a la comunidad. No dan nada, y se roban la polenta que tenemos para ir para adelante. Los que se quieren sentar a escribir y no se sientan nunca, los que no saben lo que quieren y lastiman a los que sí ya saben.
No puedo hablar mucho de los cuentos, pero me dan ganas, sí, de pelear un poco con el compilador que dice muchas cosas que me pusieron nervioso. Pero de pelear tranqui, basta de sangre. Diego dice que sobre las generaciones anteriores revoloteaban los fantasmas de Borges y Cortázar, y que sobre esta generación no, y entonces gozan de una libertad inusual. Qué tiene que ver. Loco.
No necesitan desarrollar su obra a partir de un diálogo constante con el pasado ni tampoco se plantean como desafío elaborar estrategias para superar a sus generaciones precedentes, es otra cosa que dice el Diego de esta gente.
Puedan desarrollar sus obras frente a los escollos del contexto, dice también, en lo que sería, Diego, una frase para cualquier contexto. Imaginaos si Dostoievsky quería cambiar el nombre de Rascolnikov por el de Gorbachov, era una tortura retipear todo de nuevo. Un joven narrador mejor, un mejor, cambia los nombres con el buscar y remplazar del Word y es un segundo. Y eso es un contexto macanudo, Diego, no jodamos. Y los diez días que conmovieron al mundo, ¿eh?, sin grabador, sin wi fi, sin barritas de cereal.
¿Cuál será el contexto al que se refiere el Diego?
Suponemos que la plata, l’argent. Que es muy bueno saber que es un problema sólo para el que no la tiene. Y es bueno saber que mucha gente estuvo mal siempre y que en todos los tiempos los escritores debían trabajar de cualquier cosa porque sino se los comían los piojos. En los curriculums de los autores, por otra parte, no se habla de sus patrimonios.
Y Diego sigue irritando. Dice: Al usualmente identificado máximo escritor argentino resulta un verdadero desafío a la imaginación suponerlo en sus prácticas íntimas. Irrita, porque una cosa es pensar eso y decirlo en un marco privado, como conversación liviana, y otro prologar un libro diciéndolo. No es por defender a Borges de la imaginación de nadie porque Borges juega simultáneas a ciegas con la imaginación de todos los que estamos acá y nos gana. Pero sí, porque habla de una visión del sexo limitada, en la cual los físicos y la actitud masculina caradura define al macho por sobre cualquier manifestación tierna. Y como Diego dice que esta generación no dialoga con fantasmas, creo que es cierto que, muy a su pesar, con lo que debe dialogar es con la pornografía, entre otras cosas, y el desafío intelectual es vencerla. El artista que intenta descomponer por medios estéticos las manifestaciones siniestras de la vida humana debe denunciar su aspecto oscurantista, ideológico y limitador de las pasiones. El porno enseña a pensar el sexo como algo duro y malvado. Y obviamente el usualmente identificado no pasaría un casting. Menos si la prueba se la hace Diego.
En cuanto a si Borges podía pensar el sexo, bueno, La Intrusa está colgada en Internet.
Les leo un pedacito:
Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
El usualmente identificado prosigue:
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.
Cuando pase el tiempo, obvio que la cuestión generacional va a perder dimensión. Cuando ya estás lejos, no se ve nada para atrás, sólo lo que resalta en serio por lo bueno casi siempre en este campo, gracias a dios y la virgen. Si uno pudiera desear algo para esta generación es que calle como generación y escriban porque sí o que no escriban si eso les va a cagar la tarde.
Escribir y callar.
Y no regalar la leche.
agosto, 2007