por Funes
Me afeité. Así de simple. Agarré la tijera y me puse una toalla húmeda en el cuello, consejo de Marcelo, mi peluquero, dice que así no desparramo los pelos por todo el baño. El baño es de azulejos, Marcelo. Pero igual le hice caso. En mi casa tengo esos espejos que tienen dos alargados y movibles a los costados. Deben tener un nombre pero desconozco. Es un baño viejo. De esos que tienen empotrado el botiquín. Me saqué los anteojos y los cubrí con varios cepillos de dientes y una pasta dental nueva, sin abrir. Para que no se mojaran. Me miré largo al espejo y pensé en la hora: 4.17 de la mañana del lunes. Un lunes. No pude haber elegido peor día para afeitarme la cabeza. Tengo toda la semana por delante. Explicaciones, argumentos extraños, gastadas, el arrepentimiento que voy a sentir en el exacto momento en que esa perra, con su pollera de jean y su pelo cola de caballo, me va a saludar y me va a decir “¿pero qué te hiciste?”, mi jefe que tiene la costumbre de irritarme con su moralina, la gorda que trae los sobres, los del fulbito; todos. Todos querrán saber por qué me afeité la cabeza.
Hace unos días vi una pareja de perros. Caniche toy, creo que se llaman. Fue en la peluquería de Marcelo, eran sus perros; Antony y Colette. La peluquería queda por Rivadavia al 2500. Son todos empleados. El dueño viene a buscar plata y se va. Entonces, hacen lo que quieren. Y llevan a sus perros, por ejemplo. A sus chongos, por ejemplo. Cuando me aburro voy a la peluquería. Para charlar, nomás. Marcelo y Santiago, son los más divertidos; los otros 4 son indocumentados. Hay una chica que barre pelos todo el día y una señora que acomoda las tijeras, afeitadoras y dobla las toallas que cada tres horas mandan al lavadero de Yrigoyen. Entre las Gente y Paparazzi, espero que terminen de atender a un cliente para charlar. A veces, si es conocido, hablamos los tres. Siempre de lo mismo: chongos.
Le aposté a Marcelo que si aceptaba mis consejos para una salida y le iba bien, me cortaba el pelo gratis durante dos meses. Si yo perdía...
Santiago dijo que estaba loco. No me lo dijo en la peluquería. Me mandó un mensajito de texto cuando volvía para casa: “Tas loca! M. t va a cagar pa ke t cortes el pelo. Yo t avicé”. Cuando llegué, lo llamé y le dije que no me importaba. Es más, le dije, para que veas, me voy a rapar ahora mismo.
-No te creo-contestó- Igual, vos sabés que te quiero mucho. Ahí llegó Marta con el pelo hecho un destrozo. Te dejo. Baccio, bb, no hagas locuras - y me cortó. Eran las 4.17 de la tarde del domingo.
Me senté en el sillón roto de mi living y esperé que se apague la luz del celular. El calor. El cansancio. La depresión, será; me quedé dormido. Me desperté a las 4 de la mañana todo babeado. Me lavé la cara y me afeité. Así de simple. Agarré la tijera y me puse una toalla húmeda en el cuello, consejo de Marcelo.
Me afeité. Así de simple. Agarré la tijera y me puse una toalla húmeda en el cuello, consejo de Marcelo, mi peluquero, dice que así no desparramo los pelos por todo el baño. El baño es de azulejos, Marcelo. Pero igual le hice caso. En mi casa tengo esos espejos que tienen dos alargados y movibles a los costados. Deben tener un nombre pero desconozco. Es un baño viejo. De esos que tienen empotrado el botiquín. Me saqué los anteojos y los cubrí con varios cepillos de dientes y una pasta dental nueva, sin abrir. Para que no se mojaran. Me miré largo al espejo y pensé en la hora: 4.17 de la mañana del lunes. Un lunes. No pude haber elegido peor día para afeitarme la cabeza. Tengo toda la semana por delante. Explicaciones, argumentos extraños, gastadas, el arrepentimiento que voy a sentir en el exacto momento en que esa perra, con su pollera de jean y su pelo cola de caballo, me va a saludar y me va a decir “¿pero qué te hiciste?”, mi jefe que tiene la costumbre de irritarme con su moralina, la gorda que trae los sobres, los del fulbito; todos. Todos querrán saber por qué me afeité la cabeza.
Hace unos días vi una pareja de perros. Caniche toy, creo que se llaman. Fue en la peluquería de Marcelo, eran sus perros; Antony y Colette. La peluquería queda por Rivadavia al 2500. Son todos empleados. El dueño viene a buscar plata y se va. Entonces, hacen lo que quieren. Y llevan a sus perros, por ejemplo. A sus chongos, por ejemplo. Cuando me aburro voy a la peluquería. Para charlar, nomás. Marcelo y Santiago, son los más divertidos; los otros 4 son indocumentados. Hay una chica que barre pelos todo el día y una señora que acomoda las tijeras, afeitadoras y dobla las toallas que cada tres horas mandan al lavadero de Yrigoyen. Entre las Gente y Paparazzi, espero que terminen de atender a un cliente para charlar. A veces, si es conocido, hablamos los tres. Siempre de lo mismo: chongos.
Le aposté a Marcelo que si aceptaba mis consejos para una salida y le iba bien, me cortaba el pelo gratis durante dos meses. Si yo perdía...
Santiago dijo que estaba loco. No me lo dijo en la peluquería. Me mandó un mensajito de texto cuando volvía para casa: “Tas loca! M. t va a cagar pa ke t cortes el pelo. Yo t avicé”. Cuando llegué, lo llamé y le dije que no me importaba. Es más, le dije, para que veas, me voy a rapar ahora mismo.
-No te creo-contestó- Igual, vos sabés que te quiero mucho. Ahí llegó Marta con el pelo hecho un destrozo. Te dejo. Baccio, bb, no hagas locuras - y me cortó. Eran las 4.17 de la tarde del domingo.
Me senté en el sillón roto de mi living y esperé que se apague la luz del celular. El calor. El cansancio. La depresión, será; me quedé dormido. Me desperté a las 4 de la mañana todo babeado. Me lavé la cara y me afeité. Así de simple. Agarré la tijera y me puse una toalla húmeda en el cuello, consejo de Marcelo.
6 comentarios:
Muy bueno Funes. Pero cuidado, me parece que Marce quería que te afeitaras para morderte mejor la nuca.
te rapaste de verdad funes?
Lucas, contá también del día q te hiciste el peinado milico y alquilaste un uniforme, y las chiquipuans al verte entrar a la lectura caracterizado así apagaron las tucas en una maceta.
Hay que cuidar las tucas!
Uy, sí!!
Te acordá!
Dale, lo escribo y te lo mando...
Che, Perón Perón, gracias.
Te digo, la posta, Marcelo me pidió que me afeite, pero no la nuca.
"Si te afeito, te afeito ahí; y después te peino", me dijo el turro... igual, es una maza.
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