por Rodolfo Edwards
Compilado por Andi Nachón, este volumen reúne textos, de muy diversos estilos y poéticas, de autoras nacidas entre 1961 y 1980. La presencia rectora de Alejandra Pizarnik.
POETAS ARGENTINAS (1961-1980)
Selección y prólogo de Andi Nachón
Ediciones del Dock
310 PAGS.
El gran problema de las antologías sigue siendo su imposibilidad de impartir justicia, por algo alguien las llamó “antojolías”; no obstante, un trabajo de este tipo es una peligrosa arma cargada de futuro: con el avance de los años no podrá dejar de ser un dispositivo funcional a las redes burocráticas del canon, será un acorazado de papel, de mayor o menor calado, resistiendo los embates del olvido, en medio de miríadas de náufragos. En suma, una antología es no es otra cosa que una selección de piezas literarias siguiendo patrones y criterios a piacere del compilador, no exenta de responsabilidad histórica. Por si quedara alguna duda, Andi Nachón, responsable de la compilación Poetas argentinas (1961-1980), precisa en el prólogo: “Una aclaración: como lectora siempre he sentido que el compilado entraña un gusto amargo. Nunca es suficiente, jamás podrá ser total –qué quedó afuera, qué poemas faltan, cuánto más pudo presentarse aquí-".
POETAS ARGENTINAS (1961-1980)
Selección y prólogo de Andi Nachón
Ediciones del Dock
310 PAGS.
El gran problema de las antologías sigue siendo su imposibilidad de impartir justicia, por algo alguien las llamó “antojolías”; no obstante, un trabajo de este tipo es una peligrosa arma cargada de futuro: con el avance de los años no podrá dejar de ser un dispositivo funcional a las redes burocráticas del canon, será un acorazado de papel, de mayor o menor calado, resistiendo los embates del olvido, en medio de miríadas de náufragos. En suma, una antología es no es otra cosa que una selección de piezas literarias siguiendo patrones y criterios a piacere del compilador, no exenta de responsabilidad histórica. Por si quedara alguna duda, Andi Nachón, responsable de la compilación Poetas argentinas (1961-1980), precisa en el prólogo: “Una aclaración: como lectora siempre he sentido que el compilado entraña un gusto amargo. Nunca es suficiente, jamás podrá ser total –qué quedó afuera, qué poemas faltan, cuánto más pudo presentarse aquí-".
Esta antología completa el arco que abrió Poetas argentinas (1940-1960), textos reunidos por la poeta Irene Gruss; ambas publicaciones toman como referencia el año de nacimiento de las autoras: de esta manera, se abarca una considerable franja temporal que arranca con las poetas que empezaron a publicar en la década del sesenta y se extiende hasta nuestros días, ya que se extraen trabajos provenientes de libros publicados en el reciente 2007. Revisando antologías de poesía argentina del siglo XX, la presencia femenina es escasa o casi nula. Por ejemplo en Los nuevos, selección de cuentistas y poetas publicada por el influyente Centro Editor de América Latina en 1968, entre los 16 poetas antologados, sólo aparecen Juana Bignozzi, Alejandra Pizarnik y Susana Thenon, representando al padrón femenino. Habría que esperar hasta la década del 80 para que la poesía escrita por mujeres adquiera visibilidad. A partir de allí las damas dejaron de ser convidadas de piedra y se incrementa la difusión de sus obras, llegando a tener en los años 90 plena incidencia en el campo cultural, ya sea a través de la organización de eventos y edición de revistas o por la fundación de editoriales independientes.
En el período trabajado por Nachón, se advierte este proceso no sólo por la prodigalidad de estilos y poéticas sino también por la soltura y naturalidad con que se ejerce el oficio. Una antología también se define por sus ausencias y, a la vista de la ajetreada actividad poética que protagonizaron los poetas (mujeres y varones) durante los años 90, hay nombres como los de Fernanda Laguna, Cecilia Pavón (participantes junto a Gabriela Bejerman de colectivos como Belleza y Felicidad), Romina Freschi, Karina Macció o Leonor Silvestri, todas poetas de alto perfil en los últimos diez años, que hubieran merecido un lugar en el libro, pero la antóloga privilegió en su elección obras menos divulgadas. El vitalismo y la fibrosa enjundia que mostraron las mujeres en sus apariciones públicas en librerías, centros culturales, bares y discotecas, en transgresoras perfomances, en encendidas mesas redondas, en impactantes intervenciones ensayísticas, no se refleja en los textos, salvo contadísimas excepciones. Un tono fuertemente deceptivo recorre muchos de los textos, a tono con un mainstream de la poesía argentina, como si la omnipresente presencia rectora de Alejandra Pizarnik siguiese guiando la pluma de las jóvenes poetas.
Otro rasgo que se repite en los textos es la apelación a metáforas de origen vegetal para simbolizar intimismos solipsistas, a veces sufrientes in extremis: “apasionadamente corto el pasto/ahora/y no es mi culpa/hipéricos arrancados de cuajo/me perdonan/la cuchilla/harta de morder piedras ocultas/me perdona”, dice Eliana Navarro en el poema “Insensata”; “Las flores de cereza de los árboles/sobre las calles lentas/develan algún secreto de los vecinos” (Laura Forchetti); “Bullicio, jolgorio/damascos que se pavonean/olorosas margaritas, eucaliptos descarados” (Mercedes Araujo). Es dable destacar también la ausencia casi total de lenguaje coloquial o modismos de época; la mayoría de los poemas seleccionados apelan a un vocabulario neutro, contenido, contrastando con el machismo exteriorista y la afectada ironía que abundó en la poesía de los hombres del 90.
Cuestiones sociales aparecen de soslayo, salvo en la rotunda poesía de María Medrano (“te despiertan a las 2/te duchás/te vestís/te maquillás/esperás/te buscan a las 4/te requisan/te bajan a judiciales/sacan fichas dactilares”) o en la feliz amalgama conceptual de los poemas de Claudia Masin (“Todo lo que perdemos suma una cifra/única, la nuestra. Si perdieras algo tuyo,/algo que no estaba destinado a perderse, tu cifra sería inexacta para siempre”) A veces un verso certero, queda reverberando en la memoria de los lectores y por razones de diversa índole, epocales o no, se transforma en epítome envasado en un frasquito de azafrán. ¿Qué amante de la poesía no recuerda la línea “esa mujer se parecía a la palabra nunca” de Juan Gelman? En Poetas argentinas (1961-1980) hay un poema de la porteña Clara Muschietti que en un momento dice: “éste no es el tiempo de las grandes ligas” y en el contexto adquiere un ímpetu definitorio; la crisis axiológica surgida a partir de los años 90, que continúa su derrotero ya bien entrado el nuevo siglo, parece encontrar en ese verso una adecuada etiqueta. A falta de épica, sólo queda el repliegue, habrá que guardarse hasta la próxima vez. Son tiempos “post-post”, es hora de asumirlo. Se agradece la inclusión en el libro de abundante información bibliográfica que ubica debidamente al lector en tiempos y espacios.
(publicado en la revista Ñ, 24 de mayo de 2008)