Pedro Mairal
He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la red de redes, con la banda ancha clavada en la vena, twitteando desaforadamente hacia la nada, hacia la hiperconexión del autista flotante. Se podría parafrasear así largamente a Allen Ginsberg en su poema Aullido, del que ahora sale una adaptación al cine. ¿Será la primera vez que se adapta, ya no una novela o un cuento, sino un poema a la pantalla grande? Claro que lo que se adapta no es sólo el poema sino la historia del poema censurado con el típico juicio oral por inmoralidad americana incluido. Y como no podía ser de otra manera, a Ginsberg, aquel barbudo anteojudo nada lindo, lo interpreta el carilindo James Franco que ya hizo de James Dean.
En fin, volviendo a las redes sociales, me asusta la ausencia mental de algunos amigos y amigas durante reuniones, pispeando la BlackBerry o el iPhone por debajo de la mesa, sonriendo apenas, como si nadie se diera cuenta, participando de otras reuniones paralelas en la nube de la Web. ¿Estás acá o en otro lado? En los dos lados, me dicen. Parezco una maestra de escuela pidiendo atención a los niños díscolos. En algún momento van a lograr hacerlo sin mirar la pantallita y ahí serán plenamente felices. Te mirarán a la cara y estarán en otro lado. Los he reprendido. Se confiesan adictos, se desintoxican durante unos días tratando de no conectarse hasta que reinciden.
Les cuesta cada vez más socializarse de otra manera, se deprimen si nadie les contesta, si no hay “faveos”, algo en el inbox, o un “me gusta”. Necesitan esa ida y vuelta que los afirma. Se les agrega gente que no conocen, pero a la que logran conocer en segundos, porque se arman un perfil global muy rápido de fotos y Facebook, saben dónde trabaja esa persona, qué estudió, si tiene novio o novia, si está casado o casada y cuántos hijos tiene o si no quiere tener, qué está haciendo en ese momento, y qué música está escuchando. Tienen el cráneo de cristal y se pueden ver entre ellos todos sus recuerdos, fantasías y emociones. Se abruman con toda la info ajena y dejan atrás huellas imborrables de todo, y para no seguir cruzándose con sus ex en la Red se encandadan los unos a los otros, se bloquean, se cambian el nick, emigran a otras cuentas. Están en Twitter, Facebook, Lastfm, Vimeo, YouTube, Scribd, Topickr, Blogger, Gmail... Todo a la vez, colapsados de actividad digital. No la pasan bien, ellos mismos me lo confiesan.
Internet parece haber traído nuevas formas de la angustia. El otro día veía al Ninja peleando en un ring de valetodo contra Yacaré. Dos patovicas gigantes. El Ninja lo derribó al oponente en diez segundos con una trompada cruzada a la mandíbula y le quiso seguir pegando en el suelo. Se lo tuvieron que sacar de encima al caído porque si no lo mataba. Y el Ninja saltaba cuando le levantaban el brazo triunfador, gritaba eufórico para las cámaras: “Esto es para cerrarles el culo a todos los giles que hablan mal de mí en los foros de Internet”. Pobre Ninja, yo lo banco.