8 de noviembre de 2007

Terranova y las antologías

(Texto leído por Juan Terranova el martes 6 de nov. en la presentación de "Buenos Aires. Escala 1:1")
1. Enfrentar una novela, un cuento, un libro de cuentos, un poema, un conjunto de poemas, un libro cualquier, en definitiva, es enfrentar un autor. Con las antologías esto es diferente. El lector, siempre en solitario, enfrenta a un grupo de tipos. Uno, el lector, contra todos los que forman parte de la antología. En el caso de Buenos Aires, escala 1:1, uno contra veinticinco, más que una patota. Todo un desafío al pedorrísimo refrán “Muchos contra uno no es bueno para ninguno”. Y encima, podría decir el lector “estos vienen con pretensiones de narrar los barrios de Buenos Aires”.
2. Las antologías son castigadas con una fuerza llamativa. Tienen hasta detractores. Como el aborto, la mano dura, el gatillo fácil o la pena de muerte. ¿Quiénes son estos detractores? Primero que nada son los autores que se quedaron afuera, que no están incluidos y que por lo general, no leen las antologías que los excluyeron. ¿Qué van a leer si no están ellos? Pero no se privan de hablar mal. Si no están ellos, ¿no?, ¿por qué privarse de hablar mal? ¿Qué puede tener de bueno una antología que no los incluye? Los escritores no son de controlar la envidia, más bien todo lo contrario. Pero hay algunos que lo hacen, y leen las antologías y valoran el esfuerzo de sus colegas. Dios los bendiga.
3. Sin embargo, el principal apoyo para la negación lo ponen las mismas antologías. Se trata del infernal trampolín del slogan que adopta muchas variantes. “Los mejores escritores”, “los escritores más jóvenes”, “los escritores nuevos”, todos conceptos vanos, llenos de recovecos traicioneros. Porque siempre hay uno mejor que nosotros, siempre hay uno más joven, más nuevo, más interesante, que tendría que haber estado y no está. Siempre hay, si no un error, la posibilidad de un error. Pero el problema más rotundo lo da la palabra “escritor”. Otra vez la misma situación: uno compra una novela, un libro de cuentos, un ensayo, una autobiografía y no dice, en la tapa, “esto lo escribió un escritor”. No hay necesidad. Pero con la antología, a esta altura un artefacto desquiciado, un pulpo insoportable, es diferente. Parece que participar en una antología no lo hace a uno “escritor”, ni mucho menos “mejor” que otro, ni muchísimo menos “joven”, para no hablar de la problemática palabra “generación”, una palabra llena de fisuras, casi tabú, contra la que todos parecen estar siempre en desacuerdo, en tensión, de la que siempre se desconfía y a la que hay que agregarle una serie de explicaciones y cláusulas para hacerla funcionar con un mínimo de dignidad. Habría que señalar, lo cual es un poco lastimoso pero, parece, muy necesario, que los libros vienen envueltos en el agridulce terciopelo del markentig. Y con eso explicaríamos quizás tantos equívocos, tantas contratapas, tanta joda loca y discusión sobre lo que es al final algo muy obvio. La antología es un junte y rejunte. Y hay que hacerse cargo.
4. Para terminar, me gustaría hablar del queso rotatorio. Toda antología –esta que presentamos hoy no tiene por qué ser la excepción- contiene un queso, una parte, una pieza, en este caso un texto que no va, que pertenece a otra antología, que no funciona, que debería haber sido desechado, que es, en definitiva, malo y que sobra. Pero, y acá este “pero” es fundamental, después de leer y comentar con autores y lectores varias de estas antologías que salieron, me di cuenta, de a poco, que el queso es rotatorio. Ninguna antología tiene un queso fijo. Y esto sucede porque los lectores van cambiando y, gracias a Dios, todos leemos de manera diferente. Los textos que son hits, son casi siempre hits para la mayoría, pero el queso va cambiando. Para unos es este, para otros es aquel, producto de lecturas encontradas y cruzadas el queso se desmarca y va armando un repertorio de variaciones. Leer una antología es algo difícil, porque como objeto no es un espejo, ni una ventana, ni un plato, sino más bien –metáfora trillada pero eficiente– un caleidoscopio que gira y cambia. Para leer antologías, entonces, hay que saber saltar y aprender a luchar contra la hidra de mil cabezas, actividad, por supuesto, no apta para perezosos.
(via Rino)

3 comentarios:

Cassandra Cross dijo...

Muy interesante texto, absolutamente a la defensiva e innecesariamente explicatorio (soy de las que opinan que el escritor debe hablar defensivamente sólo desde el sentido de sus propios escritor). No obstante, es un texto funcional y acorde a las distintas pseudopolémicas que se aprecian en distintos blogs acerca de las "camarillas" detrás de las antologías.

Como he sido una lectora precoz, de esas que consumían con avidez (más, si cabe, la narrativa breve) cualquier material que caía en mis manos, agradezco profundamente la existencia de las antologías, un tipo de estructura literaria fundacional para mí, que me permitió conocer de a poco a grandes autores que luego pude leer in extenso, así como apreciar joyas breves, irrepetibles, de autores hoy perdidos en la bruma del olvido.

Atendiendo a mi escasa experiencia, el artista, más bien que el escritor, es envidioso y egomaníaco casi por definición de casta. En eso estamos de acuerdo. Pero hay algo que me resulta incómodo, una sensación de que hay "algo" que queda fuera del debate, y es esta certeza: Lo que un escritor genuino no deberia perder de vista, más allá del ejercicio del propio oficio, más allá de los imperativos del mercado o las tendencias editoriales, es que hay todo un mundo inexplorado que merece ser narrado. Y que tal vez haya una parcela de ese mundo que le pertenezca en exclusivo. Se llama, en parte, "estilo". Yo prefiero llamarlo "territorio". Ahí, donde es bueno y único, si sabe llegar, se encontrará tan solo como al principio. Y será más sabio, se habrá realizado; independientemente de las voces que hoy consagran y mañana defenestran sin piedad, o de la aceptación de un público masivo, o incluso del marketing editorial.

Al menos, ése es el tipo de realización que pretendo para mí; ese camino a recorrer, es la hidra de mil cabezas contra la que lucho desde mi primer cuento, esbozado con fibras Faber a los seis años.

Perdón por el alargue de la reflexión y si quedó descontextualizado.

Salud!

iracundos dijo...

Es un poco megalómano este texto, no? quien lo lee está básicamente acusado y quien lo escribe queda a la altura de luchas importantes como el aborto, etc. realmente frívolo.

Terra dijo...

Una pregunta: la lucha importante del aborto... ¿vos la vez como una lucha en contra o a favor? Gracias. Juan de Caballito.