24 de octubre de 2007

Cachiva

por Rodrigo (de Fideos con manteca)

Va por el domingo a la mañana
como empujándose o empujando paisaje,
o sacudiéndose o sacudiendo calle,
o escuchándose pajarito
o escuchando pajaritos
pampeanos y suburbanos,
o picándole el sol en la cara
o cerrándose la cara
para picarse la transpiración que le sale del cráneo.

Viene silbando la canción de la alarma
de un auto que se despertó con los pajaritos
cuando un peugeot que venía de ramos
pasó pijudo y salivando por el regaeeeetón.

Si supiese jugar al ajedrez podría pensar que era un caballo movido, perdido entre otras jugadas, mirado desde arriba como el motín de coincidencias más trillado y violento de todos los tiempos. Y así entendería muchas cosas: los árboles gigantes, las pibas gritando con otro grupo de pibes canciones frescas que todos conocen, el ruido de una botella vacía como pedazo de oración en español reventándose en el cordón,
bocacalle, boca de tormenta, pasabobo, brea, poste de luz y cables tirados, chapas, charcos, perros con la sabiduría de un ángel juzgando y enumerando con el hocico a la basura en la calle: puchitos, carilinas, chapitas, ramitas, palitos, pastillitas, cigüeñales, arenita, plumas, cartones y pies con medias y zapatillas.
La sangre lo acompaña y lo trepa hasta la punta del pelo cuando se manda por el punte de la estación, y desde arriba,
casi tan arriba como Cristo,
ve cómo el sol se mueve sobre las vías y lo ve cómo se estanca en el techo recién pintado, en los colectivos que pasan insultando al domingo, en el puesto de diarios, en la niebla gris de allá al fondo y en un grupo de angelitos que van a misa porque -desde hace ya tres meses- se preparan para la primera comunión.

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