por Luciano Lamberti
A veces despertabas y la ciudad estaba inmersa en la niebla.
Las luces nocturnas aún encendidas, los autos como
formas oscuras y razantes, las ventanas apagadas,
hileras de personas encapuchadas
esperando el colectivo.
Tenías que salir en bicicleta
con una bufanda alrededor de la cara
y las manos moradas y pálidas, atravesar
a ciegas las calles, rodeado por la niebla.
Al llegar al colegio tenías el pelo húmedo
y algo había cambiado, sí,
aunque te sentaras en el mismo estúpido lugar,
eras otro ahora, eras el que había vencido
a la ciudad fantasma.
Tenías en vos un parásito inmortal.
[ACÁ HAY MÁS]
1 de octubre de 2007
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