por Pedro Mairal
• La actividad de los cócteles es similar a la actividad molecular o celular donde hay una voluntad orgánica de la cual uno puede participar ya sea intentando en vano controlar la situación o entregándose a la imparable fluidez biótica del ambiente.
• Hay personalidades fuertes o elementos aglutinantes, a los cuales les basta con quedarse fijos en un lugar y tener un recambio constante de elementos o individuos que se acercan. Forman grupitos de tres o cuatro; uno se va, viene otro, así sucesivamente. Pero se conserva el elemento aglutinante, que mira con soberbia al frente, perdiendo la mirada, sin evidenciar una mirada ávida de búsqueda por ver quién vino. No. Mira al frente con una leve sonrisa constante y cuando le hablan inclina un poco la cabeza acercando su oído, pero tiende a no mirar a sus interlocutores.
• Por otro lado están los impares, los que buscan solos. Por ejemplo, se encuentran A y B y se ponen a hablar. Uno de los dos ve a un tercero, C, que se acerca y lo saluda. Entonces mientras hablan A y C, B se siente excluido y se escurre en otra dirección. Esto puede suceder repetidamente, como una pareja de baile que va teniendo un constante relevamiento de ambos miembros.
• Los individuos y los grupos tienen valencias inestables (valencia: número de enlaces con que puede combinarse un átomo o radical). Un grupo de tres puede tener una valencia negativa y atraer a un cuarto elemento. Pero de pronto se produce la división celular cuando el grupo de cuatro se divide en dos conversaciones y se corta al medio. Después de un rato, la división puede blanquearse si uno de los dos pares se aleja, sin necesidad de disimularlo.
• El grupo de dos, o par, se puede dividir, pero para eso necesita una energía mayor que la necesaria para dividir a un grupo de más de dos. Una violencia. Hay que tener una excusa muy buena y el rupturista tiene que tener en menos al abandonado y en más al próximo interlocutor. Se lo abandona con un "me voy a buscar algo de tomar" o un más honesto "disculpame, voy a saludar a alguien", o para que quede más claro que no interesa más la charla "bueno, me alegro de verte".
• En los márgenes, en la periferia, suelen estar los satélites, un sobrante de impares, que buscan o simplemente se autoexcluyen un poco. Cuando se juntan dos de estos, al margen, suelen formar un semicírculo abierto hacia el polo de atracción. Nunca dan la espalda al centro.
• El polo de atracción suele estar cerca del centro, donde están los organizadores del evento, el anfitrión y las dos o tres mujeres más lindas y más arregladas del cóctel.
• Los individuos magnéticos, o que tienen una valencia muy alta, no pueden desplazarse sin ser interceptados constantemente en breves charlas y deben esforzarse mucho por avanzar.
• Cada individuo pierde y gana valencias y magnetismos a lo largo del cóctel. Cada individuo actúa sin demasiado control casi todos estos papeles en una sola velada. Si nos quedamos lo suficiente, a lo largo de un solo cóctel podemos estar tanto en la cima como en lo más bajo.
• Para sumarse a un grupo hay que ir con la suficiente energía como para cortar, irrumpir, con un "perdón, te vengo a saludar porque..." o "te ví de lejos y no estaba seguro si eras vos", o un simpático "permiso, permiso". Entonces, una vez adentro, hay que tratar de no fracturar del todo lo que se estaba dando entre A y B, por ejemplo, no incautar al interlocutor A que nos interesaba, sino tratar de sumarse. A veces A, el interrumpido, es hábil y dice "le estaba diciendo a B que..." Si no, otra posibilidad es saludar a B, el excluido, y presentarse, nombre, ocupación, "ah... claro, vos estuviste en X s.a.", etc. El peligro de eso es que si se establece demasiado vínculo o charla con B, entonces A, que era nuestro objetivo, se nos puede escapar, agradeciendo a Dios que llegamos a tiempo para sacarle de encima al plomo de B, y entonces quedamos nosotros pegados al plomo de B y entendemos porqué A salió huyendo.
• También puede suceder que una vez que quedamos solos con el plomo de B, el plomo de B decida usar la energía necesaria para romper la charla de dos con un "disculpame" y por un momento caemos una categoría más abajo que B, que ya estaba bastante en el fondo. Somos el rebotado del rebotado, y entonces hay que moverse un poco por la órbita para despejarse, olvidarse, cargarse de valencias, con roces fugaces, ir al baño o tomar otra copa y reintegrarse después desde otra posición.
• Lo positivo de tener una copa en la mano es que, a la hora de integrarse a un grupo, da un aire de "la estoy pasando muy bien y vengo a compartirlo con vos". En cambio, entrar con las manos vacías da un aire de sobriedad y a la vez un aire de sobreinterés y oportunismo. El que viene con las manos vacías o escondidas algo viene a pedir.
• Hay una habilidad que consiste en caminar de costado en los cócteles, caminar con gracia, hacer de golpe una posición de jeroglífico con las manos alzadas, para pasar entre medio de los grupos, y atravesar lo más tupido de la reunión. Hay gente que lo sabe hacer muy bien, incluso con una copa.
• Quien pretenda moverse por el cóctel hacia un interlocutor sin ser interrumpido, debe hacerlo con decisión, con firmeza, sin buscar miradas con los ojos, sin mirar a las caras con actitud de "si encuentro algo mejor lo agarro", sino con la vista en el horizonte, como un valiente.
• Siempre está el audaz que prueba su magnetismo pasivo, sin hacer nada por atraer pares, quedándose solo, al margen, con una copa y recibiendo a veces a un interlocutor y luego a otro, hasta generar un reunión de cuatro o más, todo con su propio poder. Por supuesto, eso tiene sus riesgos, hay que estar en un buen día para hacerlo, y no hay que dejarse tentar por la exaltación espiritual que provocan un par de copas en ayunas.
• La cantidad de ruido de los cócteles altera la calidad de los grupos. En un cóctel muy ruidoso, por ejemplo, difícilmente se arme un grupo de más de cuatro. Los grupos tienden a perder compresión o hermetismo en los cócteles ruidosos porque los individuos tienen que acercarse mucho para entenderse y termina rompiéndose, por ejemplo, la conversación de cuatro en pares que parecen secretearse cosas a los gritos.
• Las mujeres lindas suelen estar en el medio, paradas sobre el polo de atracción, por más de que no sean conocidas del anfitrión, porque siempre algún hombre que pretende ostentar sus influencias les dice "¿lo conocés a J (anfitrión)?" "No", dice ella. "Ah... vení que te lo presento." Entonces la toma de la mano y la lleva al medio, lugar donde ella permanecerá lo que dure el cóctel.
• Al retirarse de un cóctel conviene no saludar. Puede uno despedirse del último interlocutor y después retirarse en paz. Ir hasta el compacto corazón del cóctel para saludar al anfitrión, no solo sería trabajoso sino también incómodo para el anfitrión mismo, que puede hasta recibir con alarma (probablemente fingida) la noticia de nuestra partida. Esto sin contar con las múltiples posibles intercepciones en el trayecto, esa sucesión de diálogos breves, graciosos y disculpantes, como un viacrucis de simpatía, hasta llegar al centro. La situación incluso se podría repetir al hacer el camino inverso tratando de salir. Por eso lo mejor es irse con un decidido silencio, aplacar el yo y desaparecer, restarse importancia, regalar las valencias sobrantes, transparentarse un poco para irse, y aceptar, por fin, la soledad.
• La actividad de los cócteles es similar a la actividad molecular o celular donde hay una voluntad orgánica de la cual uno puede participar ya sea intentando en vano controlar la situación o entregándose a la imparable fluidez biótica del ambiente.
• Hay personalidades fuertes o elementos aglutinantes, a los cuales les basta con quedarse fijos en un lugar y tener un recambio constante de elementos o individuos que se acercan. Forman grupitos de tres o cuatro; uno se va, viene otro, así sucesivamente. Pero se conserva el elemento aglutinante, que mira con soberbia al frente, perdiendo la mirada, sin evidenciar una mirada ávida de búsqueda por ver quién vino. No. Mira al frente con una leve sonrisa constante y cuando le hablan inclina un poco la cabeza acercando su oído, pero tiende a no mirar a sus interlocutores.
• Por otro lado están los impares, los que buscan solos. Por ejemplo, se encuentran A y B y se ponen a hablar. Uno de los dos ve a un tercero, C, que se acerca y lo saluda. Entonces mientras hablan A y C, B se siente excluido y se escurre en otra dirección. Esto puede suceder repetidamente, como una pareja de baile que va teniendo un constante relevamiento de ambos miembros.
• Los individuos y los grupos tienen valencias inestables (valencia: número de enlaces con que puede combinarse un átomo o radical). Un grupo de tres puede tener una valencia negativa y atraer a un cuarto elemento. Pero de pronto se produce la división celular cuando el grupo de cuatro se divide en dos conversaciones y se corta al medio. Después de un rato, la división puede blanquearse si uno de los dos pares se aleja, sin necesidad de disimularlo.
• El grupo de dos, o par, se puede dividir, pero para eso necesita una energía mayor que la necesaria para dividir a un grupo de más de dos. Una violencia. Hay que tener una excusa muy buena y el rupturista tiene que tener en menos al abandonado y en más al próximo interlocutor. Se lo abandona con un "me voy a buscar algo de tomar" o un más honesto "disculpame, voy a saludar a alguien", o para que quede más claro que no interesa más la charla "bueno, me alegro de verte".
• En los márgenes, en la periferia, suelen estar los satélites, un sobrante de impares, que buscan o simplemente se autoexcluyen un poco. Cuando se juntan dos de estos, al margen, suelen formar un semicírculo abierto hacia el polo de atracción. Nunca dan la espalda al centro.
• El polo de atracción suele estar cerca del centro, donde están los organizadores del evento, el anfitrión y las dos o tres mujeres más lindas y más arregladas del cóctel.
• Los individuos magnéticos, o que tienen una valencia muy alta, no pueden desplazarse sin ser interceptados constantemente en breves charlas y deben esforzarse mucho por avanzar.
• Cada individuo pierde y gana valencias y magnetismos a lo largo del cóctel. Cada individuo actúa sin demasiado control casi todos estos papeles en una sola velada. Si nos quedamos lo suficiente, a lo largo de un solo cóctel podemos estar tanto en la cima como en lo más bajo.
• Para sumarse a un grupo hay que ir con la suficiente energía como para cortar, irrumpir, con un "perdón, te vengo a saludar porque..." o "te ví de lejos y no estaba seguro si eras vos", o un simpático "permiso, permiso". Entonces, una vez adentro, hay que tratar de no fracturar del todo lo que se estaba dando entre A y B, por ejemplo, no incautar al interlocutor A que nos interesaba, sino tratar de sumarse. A veces A, el interrumpido, es hábil y dice "le estaba diciendo a B que..." Si no, otra posibilidad es saludar a B, el excluido, y presentarse, nombre, ocupación, "ah... claro, vos estuviste en X s.a.", etc. El peligro de eso es que si se establece demasiado vínculo o charla con B, entonces A, que era nuestro objetivo, se nos puede escapar, agradeciendo a Dios que llegamos a tiempo para sacarle de encima al plomo de B, y entonces quedamos nosotros pegados al plomo de B y entendemos porqué A salió huyendo.
• También puede suceder que una vez que quedamos solos con el plomo de B, el plomo de B decida usar la energía necesaria para romper la charla de dos con un "disculpame" y por un momento caemos una categoría más abajo que B, que ya estaba bastante en el fondo. Somos el rebotado del rebotado, y entonces hay que moverse un poco por la órbita para despejarse, olvidarse, cargarse de valencias, con roces fugaces, ir al baño o tomar otra copa y reintegrarse después desde otra posición.
• Lo positivo de tener una copa en la mano es que, a la hora de integrarse a un grupo, da un aire de "la estoy pasando muy bien y vengo a compartirlo con vos". En cambio, entrar con las manos vacías da un aire de sobriedad y a la vez un aire de sobreinterés y oportunismo. El que viene con las manos vacías o escondidas algo viene a pedir.
• Hay una habilidad que consiste en caminar de costado en los cócteles, caminar con gracia, hacer de golpe una posición de jeroglífico con las manos alzadas, para pasar entre medio de los grupos, y atravesar lo más tupido de la reunión. Hay gente que lo sabe hacer muy bien, incluso con una copa.
• Quien pretenda moverse por el cóctel hacia un interlocutor sin ser interrumpido, debe hacerlo con decisión, con firmeza, sin buscar miradas con los ojos, sin mirar a las caras con actitud de "si encuentro algo mejor lo agarro", sino con la vista en el horizonte, como un valiente.
• Siempre está el audaz que prueba su magnetismo pasivo, sin hacer nada por atraer pares, quedándose solo, al margen, con una copa y recibiendo a veces a un interlocutor y luego a otro, hasta generar un reunión de cuatro o más, todo con su propio poder. Por supuesto, eso tiene sus riesgos, hay que estar en un buen día para hacerlo, y no hay que dejarse tentar por la exaltación espiritual que provocan un par de copas en ayunas.
• La cantidad de ruido de los cócteles altera la calidad de los grupos. En un cóctel muy ruidoso, por ejemplo, difícilmente se arme un grupo de más de cuatro. Los grupos tienden a perder compresión o hermetismo en los cócteles ruidosos porque los individuos tienen que acercarse mucho para entenderse y termina rompiéndose, por ejemplo, la conversación de cuatro en pares que parecen secretearse cosas a los gritos.
• Las mujeres lindas suelen estar en el medio, paradas sobre el polo de atracción, por más de que no sean conocidas del anfitrión, porque siempre algún hombre que pretende ostentar sus influencias les dice "¿lo conocés a J (anfitrión)?" "No", dice ella. "Ah... vení que te lo presento." Entonces la toma de la mano y la lleva al medio, lugar donde ella permanecerá lo que dure el cóctel.
• Al retirarse de un cóctel conviene no saludar. Puede uno despedirse del último interlocutor y después retirarse en paz. Ir hasta el compacto corazón del cóctel para saludar al anfitrión, no solo sería trabajoso sino también incómodo para el anfitrión mismo, que puede hasta recibir con alarma (probablemente fingida) la noticia de nuestra partida. Esto sin contar con las múltiples posibles intercepciones en el trayecto, esa sucesión de diálogos breves, graciosos y disculpantes, como un viacrucis de simpatía, hasta llegar al centro. La situación incluso se podría repetir al hacer el camino inverso tratando de salir. Por eso lo mejor es irse con un decidido silencio, aplacar el yo y desaparecer, restarse importancia, regalar las valencias sobrantes, transparentarse un poco para irse, y aceptar, por fin, la soledad.