21 de agosto de 2007

Tangos - Dentro del poema - 2013




1921

Música: José Ricardo / Carlos Gardel
Letra: Celedonio Flores

Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada,
que has nacido en la miseria de un convento de arrabal...
Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
la manera de sentarte, de mirar, de estar parada
o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.
Ese cuerpo que hoy te marca los compases tentadores
del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil,
mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores,
entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.

Son macanas, no fue un guapo haragán ni prepotente
ni un cafisho de averías el que al vicio te largó...
Vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente...
¡berretines de bacana que tenías en la mente
desde el día que un magnate cajetilla te afiló!

Yo recuerdo, no tenías casi nada que ponerte,
hoy usas ajuar de seda con rositas rococó,
¡me reviente tu presencia... pagaría por no verte...
si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:
ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!

Ahora vas con los otarios a pasarla de bacana
a un lujoso reservado del Petit o del Julien,
y tu vieja, ¡pobre vieja! lava toda la semana
pa' poder parar la olla, con pobreza franciscana,
en el triste conventillo alumbrado a kerosén.



1926

Letra: Francisco García Jiménez
Música: Anselmo Aieta

Bajo Belgrano... Cómo es de sana
tu brisa pampa de juventud,
que trae silbido, canción y risa
desde los patios de los studs.
¡Cuánta esperanza la que en voz vive!.
La del peoncito que le habla al crack:
-Sacame 'e pobre, pingo querido,
¡no te me manques pa'l Nacional!...

Calle Blandengues... donde se asoma
la morochita linda y gentil,
que pone envueltas con su mirada
sus simpatías sobre un mandil...
En la alborada de los aprontes,
al trote corto del vareador,
se cruza el ansia de la fortuna
con la sonrisa del buen amor...

La tibia noche de primavera,
turban las violas en "El Lucero",
se hizo la fija del parejero
y están de asado, baile y cantor.
Y mientras pierde la vida un tango
que el ronco fueye lento rezonga,
se alza la cifra de una milonga
con el elogio del cuidador.

Bajo Belgrano... cada semana,
el grito tuyo que viene al centro:
-¡Programa y montas para mañana...
Las ilusiones prendiendo va...
Y en el delirio de los domingos
tenés reunidos, frente a la cancha
gritando el nombre de tus cien pingos
los veinte barrios de la ciudad!...


1928

Letra y música: Enrique Santos Discépolo

Por ser bueno,
me pusiste a la miseria,
me dejaste en la palmera,
me afanaste hasta el color.
En seis meses
me comiste el mercadito,
la casiya de la feria,
la ganchera, el mostrador...
¡Chorra!...
Me robaste hasta el amor...
Ahura,
tanto me asusta una mina,
que si en la calle me afila
me pongo al lao del botón.

¡Lo que más bronca me da,
es haber sido tan gil!

Si hace un mes me desayuno
con lo qu' he sabido ayer,
no er'a mí que me cachaban
tus rebusques de mujer...
Hoy me entero que tu mama
"noble viuda de un guerrero",
¡es la chorra de más fama
que ha pisao la treinta y tres!
Y he sabido que el "guerrero"
que murió lleno de honor,
ni murió ni fue guerrero
como m'engrupiste vos.
¡Está en cana prontuariado
como agente 'e la camorra,
profesor de cachiporra,
malandrín y estafador!

Entre todos
me pelaron con la cero,
tu silueta fue el anzuelo
donde yo me fui a ensartar.
Se tragaron
vos, "la viuda" y "el guerrero"
lo que me costó diez años
de paciencia y de yugar...

¡Chorros!
Vos, tu vieja y tu papá,
¡Guarda!
Cuidensé porque anda suelta,
si los cacha los da vuelta,
no les da tiempo a rajar.

¡Lo que más bronca me da,
es haber estao tan gil!




1929

Música: José María Aguilar
Letra: Celedonio Flores

Recitado:
Cotorro al gris. Una mina
ya sin chance por lo vieja
que sorprende a su garabo
en el trance de partir,
una escena a lo Melato
y entre el llanto y una queja
arrodillada ante su hombre
así se le oyó decir:

Me engrupiste bien debute con el cuento ‘e la tristeza,
pues creí que te morías si te dejaba amurao...
Pegabas cada suspiro que hasta el papel de la pieza
se descolaba de a poco hasta quedar descolgao.

Te dio por hacerte el loco y le pegaste al alpiste,
te piantaron del laburo por marmota y por sobón...
Yo también al verte enfermo empecé a ponerme triste
y entré a quererte, por sonsa, a fuerza de compasión.

Como quedaste en la vía y tu viejo, un pobre tano,
era chivo con los cosos pelandrunes como vos,
me pediste una ayuda entonces te di una mano
alquilando un cotorrito por el centro pa’ los dos.

Allá como a la semana me mangaste pa’ cigarros,
después pa’ cortarte el pelo y pa’ ir un rato al café;
una vez que discutimos me tiraste con los tarros,
que si no los gambeteo estaba lista, no sé...

Te empezó a gustar el monte y dejaste en la timba
poco a poco la vergüenza, la decencia y la moral,
como entró a escasear el vento me diste cada marimba
que me dejaste de cama con vistas al hospital...

¿Decime si yo no he sido para vos como una madre?
¿Decime si yo merezco lo que me pensás hacer?

Bajó el bacán la cabeza y él, tan rana y tan compadre,
besándole los cabellos lloró como una mujer



1930
Letra y música: Enrique Santos Discépolo

Cuando la suerte qu' es grela,
fayando y fayando
te largue parao;
cuando estés bien en la vía,
sin rumbo, desesperao;
cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol;
cuando rajés los tamangos
buscando ese mango
que te haga morfar...
la indiferencia del mundo
-que es sordo y es mudo-
recién sentirás.

Verás que todo el mentira,
verás que nada es amor,
que al mundo nada le importa...
¡Yira!... ¡Yira!...
Aunque te quiebre la vida,
aunque te muerda un dolor,
no esperes nunca una ayuda,
ni una mano, ni un favor.

Cuando estén secas las pilas
de todos los timbres
que vos apretás,
buscando un pecho fraterno
para morir abrazao...
Cuando te dejen tirao
después de cinchar
lo mismo que a mí.
Cuando manyés que a tu lado
se prueban la ropa
que vas a dejar...
Te acordarás de este otario
que un día, cansado,
¡se puso a ladrar!




1930

Música: Guillermo Barbieri
Letra: Celedonio Flores

Campaneá cómo el cotorro va quedando despoblado
todo el lujo es la catrera compadreando sin colchón
y mirá este pobre mozo cómo ha perdido el estado,
amargado, pobre y flaco como perro de botón.

Poco a poco todo ha ido de cabeza p'al empeño
se dio juego de pileta y hubo que echarse a nadar...
Sólo vos te vas salvando porque pa' mi sos un sueño
del que quiera Dios que nunca me vengan a despertar.

Viejo smocking de los tiempos
en que yo también tallaba...
¡Cuánta papusa garaba
en tus solapas lloró!
Solapas que con su brillo
parece que encandilaban
y que donde iba sentaban
mi fama de gigoló.

Yo no siento la tristeza de saberme derrotado
y no me amarga el recuerdo de mi pasado esplendor;
no me arrepiento del vento ni los años que he tirado,
pero lloro al verme solo, sin amigos, sin amor;

sin una mano que venga a llevarme una parada,
sin una mujer que alegre el resto de mi vivir...
¡Vas a ver que un día de éstos te voy a poner de almohada
y, tirao en la catrera, me voy a dejar morir!

Viejo smocking, cuántas veces
la milonguera más papa
el brillo de tu solapa
de estuque y carmín manchó
y en mis desplantes de guapo
¡cuántos llantos te mojaron!
¡cuántos taitas envidiaron
mi fama de gigoló!



1935
Música: Gardel
Letra: Lepera

Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos,
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La quieta calle donde el eco dijo:
"Tuya es su vida, tuyo es su querer",
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.

Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir, que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Vivir,
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.

Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar.
Pero el viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guarda escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.


1939

Letra: Homero Manzi
Música: Antonio de Bassi

Dónde vas, carrerito del Este,
castigando tu yunta de ruanos,
y mostrando en la chata celeste
las dos iniciales pintadas a mano...?
Reluciendo la estrella de bronce
claveteada en la suela del Once...
cruzando ligero las calles del Sur...?
¡Porteñito! ¡Manoblanca!
¡Vamos, fuerza, que viene barranca...!
¡Manoblanca! ¡Porteñito!
¡Fuerza, vamos, que falta un poquito...!
¡Bueno, bueno...! ¡Ya salimos"
Ahora sigan parejo otra vez,
que esta noche me esperan sus ojos
en la avenida Centenera y Tabaré.
¿Dónde vas, carrerito y porteño,
con tu chata flameante y coqueta,
con los ojos cerrados de sueño
y un gajo de ruda detrás de la oreja...?
El orgullo de ser bien querido
se adivina en tu estrella de bronce...
Carrerito del barrio del Once,
que vuelves trotando para el corralón...
¡Porteñito! ¡Manoblaca!
¡Vamos, fuerza, que viene barranca...!
¡Mano blanca! ¡Porteñito!
¡Fuerza, vamos, que falta poquito...!
¡Bueno, bueno...! ¡Ya salimos!
Ahora sigan parejo otra vez, 
mientras sueño en los ojos aquellos
de la avenida Centenera y Tabaré.





1943
Música: Francisco Canaro
Letra: Ivo Pelay

Se dice de mí...
se dice de mí...
Se dice que soy fiera,
que camino a lo malevo,
que soy chueca y que me muevo
con un aire compadrón,
que parezco Leguisamo,
mi nariz es puntiaguda,
la figura no me ayuda
y mi boca es un buzón.

Si charlo con Luis,
con Pedro o con Juan,
hablando de mí
los hombres están.
Critican si ya,
la línea perdí,
se fijan si voy,
si vengo o si fui.

Se dicen muchas cosas,
mas si el bulto no interesa,
¿por qué pierden la cabeza
ocupándose de mí?

Yo sé que muchos
me desprecian compañía
y suspiran y se mueren
cuando piensan en mi amor.
Y más de uno se derrite si suspiro
y se quedan, si los miro,
resoplando como un Ford.

Si fea soy, pongámosle,
que de eso aun no me enteré.
En el amor yo solo sé
que a más de un gil, dejé a pie.
Podrán decir, podrán hablar,
y murmurar y rebuznar,
mas la fealdad que dios me dio
mucha mujer me la envidió.
Y no dirán que me engrupí
porque modesta siempre fui...
¡Yo soy así!

Y ocultan de mí...
ocultan que yo tengo
unos ojos soñadores,
además otros primores
que producen sensación.
Si soy fiera sé que, en cambio,
tengo un cutis de muñeca,
los que dicen que soy chueca
no me han visto en camisón.

Los hombres de mí
critican la voz,
el modo de andar,
la pinta, la tos.
Critican si ya
la línea perdí,
se fijan si voy,
si vengo, o si fui.

Se dicen muchas cosas,
mas si el bulto no interesa,
¿por qué pierden la cabeza
ocupándose de mí?



1948

Música: Aníbal Troilo
Letra: Hombero Manzi

San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación.
Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre florando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.

Sur,
paredón y después...
Sur,
una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya...
Las calles y las lunas suburbanas,
y mi amor y tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé...

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.






1944

Música: Virgilio Expósito
Letra: Homero Expósito

Era más blanda que el agua,
que el agua blanda,
era más fresca que el río,
naranjo en flor.
Y en esa calle de estío,
calle perdida,
dejó un pedazo de vida
y se marchó...

Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento...
Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon con el viento.
Después...¿qué importa el después?
Toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado,
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz.

¿Qué le habrán hecho mis manos?
¿Qué le habrán hecho
para dejarme en el pecho
tanto dolor?
Dolor de vieja arboleda,
canción de esquina
con un pedazo de vida,
naranjo en flor.




1956

Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo

Lastima, bandoneón,
mi corazon
tu ronca maldición maleva...
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
mi confesión.

Contame tu condena,
decime tu fracaso,
¿no ves la pena
que me ha herido?
Y hablame simplemente
de aquel amor ausente
tras un retazo del olvido.
¡Ya sé que te lastimo!
¡Ya se que te hago daño
llorando mi sermón de vino!

Pero es el viejo amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturde,
la curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón.
Un poco de recuerdo y sinsabor
gotea tu rezongo lerdo.
Marea tu licor y arrea
la tropilla de la zurda
al volcar la última curda.
Cerrame el ventanal
que arrastra el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras el alcohol?...





1962
Música: Aníbal Troilo
Letra: Catulo Castillo


Estás desorientado y no sabés
qué "trole" hay que tomar para seguir.
Y en este desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés.
La araña que salvaste te picó
-¡qué vas a hacer!-
y el hombre que ayudaste te hizo mal
-¡dale nomás!-
Y todo el carnaval
gritando pisoteó
la mano fraternal
que Dios te dio.

¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano!
Llorás por dentro,
todo es cuento, todo es vil.

En el corso a contramano
un grupí trampeó a Jesús...
No te fíes ni de tu hermano,
se te cuelgan de la cruz...

Quisiste con ternura, y el amor
te devoró de atrás hasta el riñón.
Se rieron de tu abrazo y ahí nomás
te hundieron con rencor todo el arpón

Amargo desencuentro, porque ves
que es al revés...
Creiste en la honradez
y en la moral...
¡qué estupidez!

Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.


20 de agosto de 2007

Plaza del chorro de Quevedo - Bogotá

Bien ahí las pibas!

por Adriana Battu


En el diario El Tiempo de Bogotá, ayer domingo, salió esta contralista, paralela a los seleccionados en Bogota 39. Leer con atención:

Si ganaba esa tal Eloísa, ¿viajaba Cucurto con peluca?

Acá se habla del "boliviano Pedro Mairal". Y acá, si clikeás la foto del de camisa azul, sale su verdadera naturaleza.

Viajamos con el team colombiano de la revista Maxim en el avión, y Miguel quedó con hernia ocular, no puede mirar de frente ahora; para mirarte te busca medio de reojo. Seguiremos ampliando.

19 de agosto de 2007

Resistencia, 13º Foro, 2008

Me invitaron al 13º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura en Resistencia, Chaco, organizado por la Fundación Mempo Giardinelli.

Primero visité la Escuela Técnica Nº21. Los chicos me recibieron con un mural y en el salón de actos repleto, me hicieron muchísimas preguntas inesperadas que me hicieron trabajar la cabeza. Les agradezco a todos, a la gente de la biblioteca y a la profesora Gladys Etelechea.




Diego me dibujó mientras yo hablaba.


La vista desde mi ventana. Hacía calor, daban ganas de quedarse.

En el Domo del Centenario, el auditorio, había 1500 personas. La mayoría profesores y maestros de distintos lugares del país.



En nuestra mesa hablamos sobre "Nuevas tecnologías: cómo afectan los modos de leer", junto con Alejandro Piscitelli, Olga Dri, Alejandra Correa y Sealtiel Alatriste.

Después cada uno leyó algún cuento corto o un poema. Noé Jitrik se llevó los aplausos leyendo un diccionario de palabras inventadas como "Lacraniano", "Peronga", "Conculinato".



Mempo Giardinelli y su mujer Natalia Porta López organizan el foro todos los años.


Óscar Collazos (Colombia), Guillermo Saccomano, P.M. y Sealtiel Alatriste (México).



Adiós a Resistencia y muchas gracias a la Fundación Mempo Giardinelli por tratarnos tan bien.


18 de agosto de 2007

"El Ultrabosque" - María del Carril


Presentación de "El ultrabosque"

por Gervasio Landívar

En general, los libros de cuentos llevan por título el de uno de los relatos incluidos: El aleph, Bestiario, Las invitadas. La otra posibilidad es un nombre genérico: Primeras historias, Historias desaforadas, Cuentos crueles, Cuentos de la selva. María del Carril optó por otra vía, que quizá tenga algún antecedente desconocido por mí: inventar para sus libros un nombre sugestivo que no es el de ninguno de sus cuentos. Una estrategia que nos intriga y ya por eso es eficaz.

En el caso de su libro anterior, Humus, el título era quizá demasiado evocador: el humus favorece el crecimiento de casi todo. El ultrabosque, en cambio, conserva la alusión vegetal de Humus indicando, tal vez, un programa creativo, pero es una metáfora más específica y muy adecuada al contenido del libro. El título reverbera también en la acertada ilustración de la tapa, que nos indica que el follaje tupido del ultrabosque se funde con la ciudad. También, en algunos cuentos, se extiende a la orilla del mar y tierra adentro, pero la parte más densa de la espesura es claramente urbana, y la reconocemos fácilmente pero con una sonrisa nerviosa, porque nos incluye.

William Faulkner sostenía que el trabajo de los escritores debía basarse en tres elementos: la observación, la imaginación y la experiencia. No hay duda de que María tiene admirables poderes de observación. Poderes de los que por suerte deja constancia notable en su escritura porque así incluso los que no la conocen personalmente pueden disfrutar de ellos. Pero los que tenemos el privilegio de tenerla como amiga, sabemos también que María sabe convertir esos poderes de observación en relatos orales sumamente vívidos. Yo soy muy curioso, enfermizamente curioso, tal vez, y por eso me atrae la gente que cuenta bien las cosas. Desgraciadamente, algunos amigos, inteligentes y perspicaces, que podrían ser fuente de relatos minuciosos y amenos, empiezan a resoplar cuando uno les pide información y a los cinco minutos se cansan, o uno pide detalles y ellos dicen no recordarlos o que no se fijaron o que se olvidaron. Con María nunca pasa esto, se fija en todo y fija las imágenes para poder recuperarlas y dar así a sus amigos, a sus lectores, versiones de la realidad que sería muy raro que no nos interesaran.

En cuanto a la imaginación, las pruebas son también indiscutibles. Pero la imaginación de María no es la del disparate arbitrario y fácil. La imaginación de María, como la de todo buen artista, parte de su entorno. Parte de una mirada que prefiere mostrar a criticar, una mirada de sobreviviente que perdona pero recuerda y que sigue estando muy atenta a esos infiernos mínimos, esos purgatorios morbosamente fascinantes que, para el ojo advertido, pueden surgir en una madre que administra los juguetes de su hija, en los ocupantes de un banco de iglesia, en una chica a la que le toca dormir con la mucama, en una clase de teatro, en una diva photoshopeada, en una abuela amarga, en la mesa de al lado mientras tomamos un café o almorzamos, en una señora que va de compras.

En cuanto al valor de la experiencia, las opiniones están muy divididas. En una época, los escritores varones creían que sin emular a Hemigway o a Henry Miller no se podía escribir. Hemigway no era idiota pero el que cree que hay que imitar su biografía para escribir bien lo es. Hay grandes escritores que pasaron por experiencias mucho más intensas que Hemingway, como Primo Levi, que estuvo en Auschwitz, y otros que vivieron sin privaciones toda su vida casi sin salir de la casa en que nacieron, como Emily Dickinson. La clave, me parece, la da Borges cuando dice que lo que le ocurre a un hombre le ocurre a todos y que cada uno de nosotros es muchos. La literatura, evidentemente, le da la razón a Borges porque confía en que escritor y lector, aunque los separen siglos, la guerra y la paz, la pobreza y la riqueza, la juventud y la vejez, la crueldad y la compasión, la religión, la lengua, van a poder comulgar en la lectura, por el solo hecho de compartir la conciencia de poseer un fondo común de humanidad. Por eso, porque sé que entiende y comparte lo que dijo Borges, a María también le sobra experiencia.

Una nota más sobre este tema: el escritor inglés David Lodge dijo con sensatez que no le parecía bien hacer que sus personajes padecieran sufrimientos que excediesen la experiencia vital de su creador. Esto puede parecer un mandato innecesario pero, si leemos bien, vemos que todos los buenos escritores, María del Carril incluida, lo cumplen. Nada peor que un escritor que imposta su vida al escribir y nos quiere vender que es Hemigway cuando todos sabemos que no pasa de chateador veloz.

En cuanto a lo formal, María cumple con la premisa clásica de evitar que el estilo llame la atención sobre sí mismo. Las palabras son precisas, la sintaxis no nos perturba, el léxico se amolda con naturalidad a las edades y condiciones de cada uno de los personajes. María, de todos modos, reserva una carga un poco mayor para los finales, que sí llaman, sin desentonar, la atención sobre sí mismos al acercarse a un uso poético del lenguaje, no porque se vuelvan herméticos sino porque se vuelven musicales, concluyentemente musicales.

Estas elecciones formales se conjugan con un punto de vista que unifica todo el libro. Sin ánimo de ofender, es el punto de vista de una estudiosa de insectos, de una entomóloga. Pero María es una entomóloga sin prejuicios, que encuentra insectos en todas las clases sociales. Cuando se la agarra con Laura Andrea y su mamá Normita, sobre todo con Normita, en “Romper el hielo”, podemos pensar que María es una autora que desde arriba se ensaña con la gente cursi, y aunque eso es cruel por la desigualdad de fuerzas, la perdonamos porque lo hace con humor y sin golpes bajos. Pero basta leer “Condiciones de la existencia” o “Una vuelta a la manzana” para ver que la entomóloga Del Carril puede ser incluso más cruel con dos insectos paquetísimos y usando tanta clarividencia y tanto humor como en el otro caso.

Una prueba de esta ecuanimidad es el uso de la palabra, o de la expresión, más bien, “pobrecitos” o “pobrecita”. La usan en el libro los dos insectos elegantes que ya mencioné, pero también la inolvidable protagonista del cuento “El alba”, Silvia, a la que imaginamos ronca y menemista, una rea con bastante calle que llegó a su departamento de Recoleta en los noventa y que pasa horas y horas en una confitería cara estudiando a los clientes que, a diferencia de ella, en algún momento abandonan el local. También Silvia, más absurda que nadie, se cree con derecho a comentar “pobrecito” cuando ve entrar a uno de los habitués que anda de capa caída. Ya todos sabemos que no hay compasión más falsa que la de aquel o aquella que se conmisera diciendo “Pobre” ante el relato de la desgracia ajena. Cuando decimos “pobre” no paliamos en lo más mínimo el dolor o la condición lamentable del compadecido y encima nos colocamos en una especie de podio moral, llenos de autosatisfacción. María no sólo se da cuenta de esto sino que sabe que hablar de esa manera nos desnuda, deja expuesta nuestra propia inseguridad, las rendijas del miedo. Esta es otra virtud de la visión de María del Carril, aunque no sé si “virtud” es la palabra que corresponde: nos hace notar que toda palabra que pronunciamos nos condena. Cualquier cosa que digamos será usada en nuestra contra. A veces, incluso, cualquier cosa que pensemos.

Lo interesante, también, es que esa especie de condena parece ser realmente universal. Para María, como es natural, los victimarios, los que maltratan y desprecian, son condenables, pero, y esto es lo inquietante, las víctimas no parecen dignas de mejor opinión. La espléndida Eva, en “Una vuelta a la manzana”, es, claramente, fría y egoísta, una mala indudable, pero esas parientas menos espléndidas, más cariñosas, insistidoras en que tienen que verse más seguido, no logran despertar nuestra simpatía y más bien coincidimos con la glacial Eva cuando las considera unas pesadas. En “El cuarto de las abejas”, Rosie, matriarca exigente, asiste con resignación al cumpleaños de una nieta y pasa revista a toda su familia, que la decepciona profundamente. Lo lógico sería ver en ella una vieja odiosa y maledicente pero, otra vez, María logra que estemos de acuerdo, al menos en parte, con el juicio de Rosie. En el cuento “La superficie”, Carmen, partidaria extrema, fanatizada, de la buena educación, aturde con elogios y cumplidos a su anfitriona, sin reconocer jamás que está viéndola, por primera vez, postrada en una silla de ruedas. Sin embargo, nos termina pareciendo más criticable la pasividad de la anfitriona, su incapacidad para “romper el sortilegio”, como ella dice.

Y en ese cuento, un poco antes, usando palabras de Cortázar, el mismo personaje había aludido a un momento tan tenso entre las supuestas amigas que casi dictamina el “final del juego”. Pero el juego no finaliza. En los cuentos de María, el juego siempre tiene que seguir. Estos juegos son por lo general siniestros, pero llevaderos, entretienen tanto al torturador como al torturado, causan daños permanentes pero no letales; esos juegos son los ritos, los hábitos, las frases heredadas e involuntarias que pronunciamos todo el tiempo sólo porque las reglas del juego lo exigen. María es claramente escéptica respecto al margen de libertad que tenemos para cambiar nuestras circunstancias. Pero no es cínica, y ojalá coincida conmigo en que, por ejemplo, Laura Andrea va a poder usar ese margen exiguo para “romper el hielo” con sus muñecas y violar las reglas que le impusieron.

Todos los cuentos de El ultrabosque combinan un clima más bien opresivo, muchas veces al borde de lo intolerable, con una descripción distraídamente malévola. El humor es una elección peligrosa para los escritores y especialmente para los escritores argentinos: se lo suele asociar o a un tipo de escritura menor (el sainete, el grotesco) o, si no, es la expresión objetable de un privilegio de clase, es la actitud irónica de quienes pueden darse el lujo de huir de una realidad siempre trágica. Lo cierto es que una parte muy sustancial de la literatura mundial tiene por fundamento al humor, que no es sólo el poder de hacer reír sino una manera admirablemente pedagógica de ver el mundo. Hay muchas escuelas de excelente humor literario: la inglesa es sin duda la más famosa (Wilde, Shaw, Evelyn Waugh, David Lodge), la rusa y centroeuropea que a veces es tétrica pero tiene mucha fuerza (Gógol, Chéjov, Bábel, Kafka), la francesa del absurdo (Ionesco y Michaux) y en la Argentina, gracias a Dios, tenemos los ejemplos brillantes de Borges, Cortázar, Bioy y Silvina Ocampo. El humor de María se mueve un poco entre Silvina Ocampo y Kafka, un Kafka atenuado por el clima más benigno del ultrabosque porteño y una Silvina Ocampo menos cruel, pero estas atenuaciones no quitan fuerza al humor de María del Carril, que está ligado a su poder de observación y que siempre acierta.

Quiero terminar aclarando algo obvio pero que vale la pena recordar y es que mucho más importante que todo lo que pueda decirse sobre un buen libro es la lectura de ese libro. Lo recuerdo porque las presentaciones de libros se han convertido en rituales necesarios, un poco indefinibles, especies de cumpleaños o bautismos donde el presentador no sé si hace de padrino o de oficiante, pero después de la ceremonia todos, el autor y el oficiante incluidos, empiezan a comer y a beber y a ponerse al día con parientes y amigos, y a contarse chistes y al libro, como al bebe del bautismo, lo mandan a dormir vaya uno a saber adónde. No quedaría bien que les ordenase que empezaran a leerlo ahora, sería incómodo para todos, pero esta noche, en cuanto vuelvan a sus casas, léanlo; suena como una orden, pero les aseguro que me lo van a agradecer.
(miércoles 13 de agosto de 2008)

Libros que vienen

Chamamé, de Leonardo Oyola, publicado en España por la editorial Salto de Página.

Libros que vienen


Escolástica Peronista Ilustrada, de Carlos Godoy, por editorial Funesiana.

17 de agosto de 2007

La marquesa salió a las cinco

por Pedro Mairal
Medio cansado de la narrativa (de escribirla, de leerla). Tanta acción, tanto reclamo de dinamismo, tanto fue, vino, volvió, subió, viajó, estaba cayendo… Todos esos verbos, todos esos movimientos que no dejan ninguna huella en el aire ni en el alma, esos conflictos y oponentes, esas intrigas y estafas, explicaciones, diálogos. A las tres sonó el teléfono. Atendió. Cine, trama, novela, cuento, guión.

Quiero leer lo que le pasa a la gente cuando para. Sin verbos. Lo que le pasa al personaje del hijo en el poema de Damián Ríos cuando ve a su padre borracho. Lo ve. Está parado frente a él en un descampado. Se da cuenta. O lo que le pasa a Cucurto cuando visita a su hermano en Quilmes después de la inundación y lo ve con un pescado en la mano. Copio acá abajo los dos poemas.

Hablo de quedarse mudo, mudo de acción, quedarse helado o quemado, fulminado por el rayo misterioso, un gigantesco signo de pregunta que te queda flotando sobre la cabeza como un halo de santo. Hablo de quedarse quieto, tratando de entender algo en medio del remolino de tu propia vida. El reflector del poema iluminando una sola cosa en la noche del mundo.
Me pongo grandilocuente y mis amigos narradores periodistas se codean. Pero para mí, y al menos por un tiempo (días? semanas?), basta de verbos y relleno literario, entró, preguntó, se sobresaltó, basta de transiciones, escenas necesarias para generar expectativa, climas, secuencias, sintaxis, párrafos, capítulos.

No escribo más cosas largas, no leo más cosas largas. No puedo pasar de la página 20. Necesito la droga dura, la droga densa de la poesía. La vida entera metida en un solo poema. Echás dos gotas de un gran poema en diez litros de agua narrativa y hacés un novelón inabordable. En mi novela El año del desierto me llevó 280 páginas borrar toda Buenos Aires; los buenos poetas, en cambio, lo hacen en un solo verso: “¿y si la ciudad fuese una gran pradera?” dice Cucurto; y Fabián Casas dice: “Hay toque de queda, pero no queda nada”.


***

Acá La misma luz en todas partes, de Damián Ríos;
y La casa de Cacho, de W.Cucurto

Cucurto 3:00 am

p.mairal

16 de agosto de 2007

Nuevos Libros - Editorial Limón


Editorial Limón publica a los poetas Consuelo Fraga (Eduardo Acevedo 852), Ariel Williams (Conurbano Sur) y Claudia Prado (Viajar de noche).


**


obligación de ser corteses

claudia prado

en la ruta una tarde así,
demasiada luz
pero llegamos a esa casa
y nos invitan a descansar
a la sombra de unos árboles,
a vos y a mí,
y nos dan agua turbia y fresca,
por última vez natural
distribución de las tareas
la conversación está a mi cargo,
en el interior a oscuras
esa mujer y yo hablamos,
afuera jugás con los chicos
de la casa, con un perro,
ellos tienen lo mejor de vos,
tu risa
de acá no ha pasado nada,
la mujer habla,
cultiva flores y las seca,
las estaciones, yo sé
cómo una cosa lleva a la otra,
el resto de una tarde
demasiado luminosa,
calor y soledad de este verano,
no me sorprende
el pretérito imperfecto,
ella va a decir, necesita decir
“cuando él vivía...”,
apenas un silencio y señala
la chacra blanca de luz
las dos agradecemos
la obligación de ser corteses,
lo inconveniente de explicar
que este calor sólo es posible
en donde algo está
irremediablemente roto


(Viajar de noche, 2007)

15 de agosto de 2007

Texto leído en la presentación de En Celo

por Esteban Schmidt
Quiero hacer referencia a un aspecto que se lee como controversial dentro del minúsculo grupo de personas que siguen los lanzamientos de las editoriales pero quienes, al verse todos los días y hablar siempre de lo mismo, desarrollan una endogamia que les hace perder de vista cuán pequeño es el mundo de la gente letrada y cuánto más pequeño va a ser conforme esto se vaya haciendo cada vez más pelota. Con esa distorsión, no se puede ver en la escala normal que tienen las cosas y nos permite decir como Bill Buchanan le dijo a Jack Bauer hace algunas semanas: Jack, calm down porque necesito ver the big picture. [TEXTO COMPLETO]

14 de agosto de 2007

Anoche

Se presentó En Celo. Gracias a los presentadores. Quedan las preguntas de Ramos, los buenos augurios de Figueras, las certeras palabras de Becerra al decir que cada cuento es como una patología sexual y las de Schmidt bardeando el concepto de generación en un habilidoso stand up.[MÁS FOTOS ACÁ]

Hoy martes

Presentación de ¿Con quién dormías? de Guadalupe Muro, en C.C. de la Cooperación, Sala Raúl González Tuñón, Av. Corrientes 1543.

13 de agosto de 2007

El Gran Guionista

por Miguel U.
Voy a pagar unos libros que encargué, en una ventanilla, un piso 12, en una editorial. Detrás de la ventanilla un tipo con facha de stripper del golden, con pelo tipo marine y claritos, bronceado color terracota-solarium, camisa medio ajustadita en los biceps.
-Te traigo esta factura, quería pagar…
Ni me mira.
-Puse uno nuevo el otro día – dice en voz demasiado alta.
-¿Cómo? – le pregunto.
-Uno hermoso, pez velo se llama. ¿Sabés lo que duró? Tres horas.
Ahí entendí que no me hablaba a mí, sino a alguien que estaba fuera de mi ángulo de visión. Siguió:
-Se lo morfaron los otros. Lo estropearon todo. No sabés. Le comieron toda la cola. Lo metí y al rato veo que lo estaban persiguiendo y lo mordían. Tiene una cola como un velo de novia, por eso le dicen así, pez velo. Lo que más me dolió fue tirarlo a la basura.
Agarró la factura sin mirarme:
-Doscientos treinta y cuatro me dice.
Siempre siento que es imposible superar al gran guionista del mundo. No se te pueden ocurrir diálogos así. Cuando llegás a la escena en que el tipo va a pagar unos libros, rellenás con cualquier lugar común: un cobrador malhumorado, una mina muy pintarrajeada, no sé, una vieja. Lo raro es que hay novelas sucediendo todo el tiempo por todos lados. Esa gente ahí metida hablando de sus peceras, un tema al que vuelven y profundizan a lo largo de los años que trabajan juntos. Qué se yo. Siempre me fascinó la forma en que las cosas pasan, se desarrollan. Una vez fui a un velorio y a las dos horas a una fiesta en la misma cuadra; la gente de cada uno de los dos lugares ni se conocía.
No sé de qué se trata “La música del azar” de Auster, pero me gusta el título. Hay una perfección inalcanzable en el azar. Hace poco en una cocina, en una de esas fiestas de departamento, estábamos con mi amigo Ramón que nunca habla. Entraba gente, abrían la heladera, cerraban sin sacar nada. Fumaban. Salían haciendo unos mutis por el foro perfectos. Acepto que estábamos medio coloquetis, pero era sorprendente lo bien armado que estaba todo. Cayeron unos gorditos con fernet y coca, saquearon el hielo del freezer y lo mezclaron todo ahí, sólo para ellos, en dos botellas de agua mineral cortadas con un tramontina. Los tres de barbitas candado. Después me dijeron que uno era dealer. Más tarde parados en el mismo lugar había unos amigos de veintipico, una de las minitas colgada del novio que contaba chistes. Pero colgada como si el tipo fuera de helio. Era como una mochila. Si un día se pelean, el tipo se la va a tener que hacer extirpar. Había otro tipo con una remera de Bob Esponja que quería tomar mate a las tres de la mañana y abría las alacenas parado sobre la mesada de mármol.
Las cosas sucedían delante de nuestros ojos. Y se me está escapando todo. Perdí todos los detalles, todo el timming de comentarios y cruces de diálogos que formaban diálogos nuevos, toda la complejidad se me fue al carajo del olvido. La yuxtaposición musical que nos llegaba como en rachas, los ochentas remixados, la dueña de casa que se nos sentaba en la rodilla, el peso exacto de su culo, los ratos en que no entraba nadie. Ramón estaba totalmente chino por el cáñamo.
-¿Qué está pasando, Raimon? ¿Qué es todo esto?
-No sé, pero qué bien escribe Dios aunque no exista.
-Hay que escribir así sin meterse, dejar que escriba solo el mundo.
-No -me dijo-, para mí no hay que escribir más, ¿para qué? No hay que leer tampoco. Hay que asombrarse nomás.
Nos quedamos callados, sumergidos en un largo silencio loser. La dueña de casa se asomó por la puerta de la cocina buscando a alguien, colgándose del costado del marco de la puerta. Le vimos solo el torso y desapareció.
-¿La viste? Se asomó como una portera –dijo Ramón.
-Sí… ¿Vos decís que quiere japi?
-Querer sí. Pero hay que ver si quiere la tuya.
-...
- Quizá vas a tener que quedarte hasta que amanezca ayudando, limpiando vómitos. Pero puede ser.
Tendría que haberlo grabado, porque no fue así, fue más o menos así.

11 de agosto de 2007

Este lunes

Presentan el libro: Esteban Schmidt, Juan Becerra, Marcelo Figueras y Pablo Ramos.

10 de agosto de 2007

La fuga

por Ignacio Molina

Yo seguía haciéndome pis en la cama. Debajo de las sábanas mi mamá ponía una especie de celofán que impedía que el colchón se mojara demasiado. Cuando algún amigo mío o de mis hermanos venía a jugar o a tomar la leche, yo hacía todo lo posible para que no se acercara a mi cama: no había casi nada que me diera más vergüenza que el ruido que todos escuchábamos cuando alguien se sentaba ahí. Era parecido al de estrujar el envoltorio de esos caramelos que me compraban para el recreo. Algo así pero multiplicado por mil.
Muchas veces, también me hacía pis en la escuela. Demoraba tanto en decidirme a pedirle permiso a la señorita, que lo más común era que llegara mojado a los mingitorios. Empapado, el pantalón gris del uniforme me hacía picar toda la zona alcanzada por el chorro. A veces la picazón se daba sólo en la zona del pito, pero otras veces se extendía hasta alguna de las rodillas.
Cuando me quedaba a comer y a dormir en la casa de mi mejor amigo, tomaba muy poca agua en la mesa y después trataba de pasar en vela toda la noche; quería estar despierto cuando me vinieran las ganas. Acostado, con los ojos bien abiertos, jugaba a darles formas de animales a las siluetas de las cosas que veía en la oscuridad. Oía, cada tanto, el motor de los autos y las voces de las personas que pasaban por la calle. Imaginaba a la hermana durmiendo plácidamente en el cuarto de al lado, y mi cama tendida y vacía a dos cuadras de ahí.
Una noche no aguanté más: se me cerraron los ojos, y me desperté mojado a los cinco minutos. Supe que el pis acababa de salir; todavía estaba caliente. En el baño, parado en un banquito, y para no hacer ruido al tirar la cadena, abrí la canilla del lavatorio y terminé de vaciar ahí la vejiga. Vi cómo el agua se teñía de amarillo, y busqué una toalla con la que después intenté secar las sábanas y el colchón.
Cuando vi, por las rendijas de la persiana, que ya comenzaba a hacerse de día, pensé en escaparme. Sabía que en cualquier momento sonaría algún despertador. A punto de llorar, mientras veía las sombras cada vez menos borrosas que venían del pasillo, empecé a imaginar la fuga. Con un temblor en el pecho me levanté, estiré la frazada, atravesé el living en puntas de pie y gané en silencio la calle. Todavía me puedo ver, corriendo al amanecer por esas cuadras de Bahía, con las mandíbulas tensas por el frío, una toalla humedecida entre las manos, y, en el pijama, un lamparón oscuro a la altura del pito.

9 de agosto de 2007

Los escritores y deportistas cordobeses...

...de irrefrenable vida disipada, retratados el 24 de septiembre de 2006 en el instante exacto en que comprendieron -gracias a la sana vanguardia del Open Gallo- el porqué de su lamentable derrota.

Lamberti & Bogni S.A.

Hoy jueves


8 de agosto de 2007

Fundación Mítica del Sr. de Abajo


Pasó un año desde que se fundó este blog, el 8 de agosto del 2006, un día de mucho frío que inauguramos almorzando guiso de mondongo en el boliche de medrano y gorriti y lo seguimos con cafecitos para espantar los pingüinos en un bar de villa crespo, creo, donde el bautista propuso el nombre El Sr. de Abajo, Incardona lo aprobó y lo meditamos. En la despedida fue la foto donde salió asomándose detrás un ser que reclamaba ser el auténtico Sr. de Abajo.

Ahora, un año después, entran 500 personas por día a este blog. Algunos parecen saber lo que buscan, otros caen googleando cosas como "tocarle las tetas a una mujer". Está bien, cumplimos fines didácticos. Todos son bienvenidos. Pasaron y seguirán pasando muchos amigos y amigas por acá. Esperamos que la lista de colaboradores siga creciendo. Saludos a todos y gracias.

(en la foto de izq. a derch: Frodo, El Sr. de Abajo, Tu Fu y Donald. )

6 de agosto de 2007

Interviú a Casas


(ilustrado por simpsonizeme + sr.de abajo)

Borges, de Bioy - Índice Analítico

Gracias le doy a mi amigo Gervasio Landívar, que lo encontró y me lo mandó. El siguiente link lleva al Índice analítico (por nombres, temas, etc) del Borges de Bioy. Era lo que le faltaba al libraco para poder abordarlo de alguna otra manera que no fuera cronológica o al azar. (Creo que a Barban le va a gustar cuando vuelva de vacaciones). Ayer Verbitksy en su nota dominical hizo su lectura del libro.

4 de agosto de 2007

Monólogo de Ricardo III de Shakespeare

traducción p.mairal


Ahora ya el invierno de nuestra mala suerte
Se convirtió en verano por este sol de York;
Y toda la tormenta que amenazó la casa
Se hundió en la entraña oscura del océano.
Estamos coronados de victoria
Mostrando nuestras armas abolladas;
Ahora las alertas son reuniones de risas,
El canto de batalla se hizo dulces compases.
El guerrero sombrío ya relajó la frente
Y -en vez de montar potros espinosos
Para espantarle el alma al enemigo-
Ahora da saltitos con su amada
Al ritmo lujurioso del laúd.
Y sin embargo yo que no fui hecho
Para esas travesuras deportivas
Ni seduzco al espejo del amor;
Yo que he sido estampado así, grosero,
Y sin ninguna gracia para poder lucirme
Ante una fácil ninfa desenvuelta;
Yo que he sido expulsado de toda proporción,
Que he sido traicionado en estos rasgos
Por la naturaleza engañadora,
Deformado, inconcluso, enviado antes de tiempo
Al mundo que respira, y hecho a medias,
Tan defectuoso y lejos de la moda
Que me ladran los perros si me acerco;
Yo ¡entonces!, en este débil tiempo de flautitas,
Con nada me deleito para pasar el rato
Excepto cuando miro mi sombra bajo el sol
Y pienso sobre mi deformidad.
Ya que entonces no puedo
Convertirme en amante
Para alegrar estos amables días,
Elijo convertirme en un villano
Y odiar los perezosos placeres de este tiempo.
Ya puse la conspiración en marcha
Y todos los manejos peligrosos
Con falsas profecías, cartas, sueños,
Para enfrentar al rey contra mi hermano Clarence
En un odio mortal.



***


Versión original: Richard The Third

3 de agosto de 2007

Coshoca do Brasil

Última entrega y ya no jodo más. Les dejo el link al blog de Los Estupefactos donde colgamos todos los temas (hay más inolvidables: Tango del Beto, C'est la vie, Zamba for export... y también improvisaciones gansas grabadas en el momento). Lo que sigue acá abajo pretende ser una especie de bossa. De entrada pido disculpas a los lusófonos (los que hablan portugués) por la chantada de esta letra que imita tan mal la fonética brasilera que por momentos parece italiano.
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Coshoca do Brasil

Eu procuro chi navegar nas olas chi tus cabelos
Eu procuro chi explorar na cueva chi tu pradera
Eu procuro chi erosionar sendero chi mato grosso
Eu procuro chi acarishear nas curvas chi tus caggeiras

Y por qué no me das entrada na tu esponya
Y por qué no me das morada pra meu toronya

Eu preciso chi hundir meu nariz na tua estrela
Eu preciso chi enlechar tua boca que es muito bela
Eu preciso chi masticar tus bragas con meus denchis
Eu preciso chi naufragar dormido nos peishos keinchis

Eu procuro chi sorbetear el suco chi tu coshoca
Mais dificultoso é con pelinio grosso na boca.

© Los Estupefactos, 1995

31 de julio de 2007

Feliz cumpleaños

Nacional y Popular


El sueño de Juan

fotos: moret producciones

Milonga del constipado (Los Estupefactos)

Bueno, esto sigue. Nuestros temas no variaban mucho. Sexo -más imaginario que real- y temas escatológicos. La milonga del constipado, como su nombre lo indica, pertenece al segundo rubro. A la gente que le den mucho asco esos temas les recomiendo abstenerse de escucharla. Teníamos 22 años (y pensar que hay generaciones que a esa edad ya hicieron la revolución).
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© Los Estupefactos, 1995

29 de julio de 2007

Los Estupefactos

por Pedro Mairal
En los noventas, mientras se echaba a andar la máquina transformadora de la poesía nacional, yo andaba ingenuamente por la banquina en mi bicicleta lírica escribiendo poemas que hablaban de , y además formaba parte de Los Estupefactos, una banda que nunca tocó ni se propuso tocar en vivo. Grabábamos canciones los domingos. Uno solo de los integrantes era músico, había tocado en una de esas bandas de Zona Norte sobre las cuales el Monolingüe prometió escribir un día. Mi amigo tenía una consola de sonido y hacía además teclados, guitarra y voces. Yo hacía algunas letras y cantaba un poco, cuando no había más remedio.

El límite de integrantes de Los Estupefactos era difuso. A veces se sumaban novias (nunca mías) que hacían coros y efectos especiales. Yo no era el único letrista. La mayoría de las letras las hicimos todos juntos, sentados en el Macdonalds de Olivos, ahí donde la vía pasa por arriba de avenida Libertador. Nos divertíamos, aunque no sé si la pasábamos tan bien. Me acuerdo de tardes largas tirados en sillones todavía sin drogas, sin sexo, sin rocanroll. Tardes de medialunas y cocacola y después grabar pedazos de temas quinientas veces porque alguien pifiaba y salían mal. Así fuimos sumando hits: "Milonga del constipado", "C'est la vie (se la vi)", "Tango del Beto", "Cochoca do Brasil"...

Con el consentimiento de los integrantes de Los Estupefactos, que prefieren conservar su anonimato, voy a ir colgando algunos temas. Acá, la primera entrega:

(a V. M., la voz femenina, in memoriam)

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RAP DEL VOLUMEN MAMARIO IMPORTANTE

trota la Tota tumba te retumba
te tumba la Tota teta catacumba
rebota te trota azota a la patota
titánica te explota la capota

tiembla la taza pasa la mamasa
totémica traza pánico en la plaza
qué blando durando tétano del tango
qué mambo para el tálamo qué tambo

turba la turca tienta la sirvienta
perturba la curva y te recalienta
te azotan te trotan flotan y complotan
son dos enormes gotas que rebotan

pobre del ciego griego en sus sosiegos
perdiéndose bobos globos veraniegos
y pobre del manco blanco sin tocata
que sueña con la chica nada chata

Tota tentando andando topeteando
tirante camisa el tráfico atascando
tanque de arranque lunas del estanque
no hay niño ni corpiño que se banque

curva la tarde y arde como loca
temible tapioca que hace agua la boca
talentos que lentos cortan el aliento
culpables de mi endurecimiento

© Los Estupefactos, 1995

24 de julio de 2007

Declive

por Rodrigo (de Fideos con Manteca)

Con la merma joven me cocinaba verde y la saliva nutría al labio si, siempre sí, estaba más rojo: como el color absoluto, ese límite era una idea; por eso era buena, verdadera y terrible: ella era rojos y yo verdes puros, porque descubría que esos colores, sin ser blancos o negros, caían en un punto y chocaban con la luz del fondo de un tunelcito: la muertecita del día, le decía, los segundos de mayor altura.
Mi vida se ordenaba de a muertecitas los martes, miércoles y jueves cuando me bajaba del 53 a la noche, a eso de las 20.30. Caminaba para esa esquina y mi vista pasaba una energía que duele como por un embudo y le atendía pinchando esas gomas brutales, mis gomas; aunque de mí a ella nos separaban los metros y un vidrio lleno de fichas de audio, cobre y teléfonos inalámbricos. Hola, Mariana y Hola, Rodrigo, me respondía y sonreía. Era tan bueno escucharla que pensaba que encontrarse era dibujarse ideas dulces de a puntitos en la cara y aguantarse la fuerza de todos los músculos que conspiraban una rápida emperración: yo sé que el mundo se habría partido en mil pedazos si en esos momentos me hubiese bajado los lienzos y ella doblado el cuerpo contra el mostrador con fuerza matemática.

Así que pasó el tiempo y no pasó nada. Lo único que tenía eran brazas de ganas en la cabeza, hasta que ella tuvo un Nextel que pirí pirí a un tipo de Pablo Podestá y no nos miramos más.

Mientras hacía mi trabajo descargando cajas, ahí me la encontré y me explicó que hoy a la tarde la habían despedido y que ya ahora, todo así de una, se estaba mudado con el novio a una casa a unas cuadras por allá adentro.
Y les voy a hacer un juicio: él era mi primo y para poner a la cuñada me sacó así sin nada, tan sin esperarlo dijo y parecía que tenía 10 años, que tengas suerte, por Palomar te vamos a extrañar y le sonreí como sé sonríe y se acaricia: sin exagerar y sin sentirse miserable, sólo y ridículo.

21 de julio de 2007

Yo los quiero, pero

por Adriana Battu
Muchachos, yo pensaría seriamente en la posibilidad de hacerse castrar. ¿O no se dan cuenta el tiempo que perdieron correteando atrás de las polacas pantorrilludas (como dijo mr. u), las austríacas inmaculadas, las lituanas que les sacaban dos cabezas? Daban un poco de lástima. Yo los quiero, pero francamente ir hasta Cambridge, todo pago por ongs, todo organizado en pos de la estimulación de las conexiones cerebrales del conocimiento, para que ustedes anularan la circulación de la sangre en la cabeza y lograran sólo obedecer a la pequeña testa del sr. de abajo. Una lástima.
Y encima no embocaron una. Perdón que los deschave, pero igual ya lo confesó mr. u. Porque si me decís que se la pasaron de gran follaje interracial, todavía. Ahí garpa el asunto. Pero no. Era verlos con cara de perros tristes, embrutecidos por el tanque lleno, como dice mi hermanito. Y pareciera que no desfilaron ante sus vistas y oídos los mejores escritores británicos vivos. No escucharon a los editores que hablaron del futuro incierto de la edición, no aprovecharon para intercambiar algunas ideas, influencias, posibilidades de publicación. No. Los señores querían intercambiar fluídos.
Y esto no lo digo desde mi baja libido, ni nada así. Yo -después de la oferta concreta y rechazada del traductor italiano (que acepto que no era Alain Delon, pero tenía todos los dientes)- fui la que más cerca estuvo de hacer "la bestia de dos espaldas". La metáfora es de Shakespeare, que también anduvo por ahí firmando autógrafos. Se lo perdieron, muchachos. La próxima mejor vayan a este resort, la van a pasar bomba y nadie les va a poder decir que no es un programa literario, porque debe ser como estar metido una semana dentro de una novela de Houellebecq.

Las nubes


p.mairal

19 de julio de 2007

Seguirá siendo siempre


Quizá mis dos cuentos preferidos de Fontanarrosa son Caminar sobre el agua y Entre las cañas. El primero es sobre una nena a la que su profesora de catecismo le enseña a caminar sobre el agua, como Cristo, pero en la piletita del fondo del jardín, y la madre se queja porque vuelve con los zapatos mojados. El otro no lo puedo contar sin arruinarlo, digamos que son unos amigos que van a jugar un campeonato a un barrio muy pesado de Rosario.
Da tristeza que se haya muerto Fontanarrosa, uno no sabe qué hacer. Pero están sus libros ahí. Libros donde seguirá siendo siempre uno de los mejores cuentistas argentinos.
p. mairal

16 de julio de 2007

Tarde en la noche, viendo a Cortázar


por Fabián Casas

Antes que nada tengo que avisar que soy un sentimental. En el cine, cualquier escena medio lacrimógena -aunque sea malísima- me hace llorar. Por eso, resulta extraño que a veces en los velatorios de seres queridos no llore. Tal vez porque son precisamente para llorar. Soy -con el llanto- como esos tipos que se excitan para tener sexo en los lugares dónde es más difícil tener sexo (debajo de la mesa de un bar concurrido, en el pasillo de la oficina, etc). La otra noche estaba tirado en mi cama viendo tele y de golpe apareció Cortázar, entrevistado por un gallego letal. Era una entrevista de fines de los setenta, imagino. Lo primero que me vino a la mente fue el recuerdo de estar volviendo del centro a mi casa, en el subte línea E, con el ladrillo negro de Rayuela recién comprado. Tenía once años y pasaba las manos por el lomo del libro con la excitación en el pecho propia de los enamorados. Leía en la contratapa cosas como: "Rayuela, exasperante contranovela, libro total, denuncia de la inautenticidad de la vida humana". Lo abría, lo hojeaba. Tenía un tablero de dirección con ordenación de los capítulos para leerlos de diferentes maneras. El primer verso de la novela decía: "¿Encontraría a la Maga?", la puta madre. Todo era críptico, prometedor, maravilloso. Me acuerdo que pensé: si me leo este libro, si lo diseco y lo metabolizo en mi porvenir, voy a ser un genio inalcanzable. Después, pasaron las lecturas múltiples de Rayuela, después pasaron los años y el libro me empezó a parecer ingenuo, snob e insoportable, aunque jamás me pude desprender de él y ahora mora en mi biblioteca medio hecho mierda por el paso del tiempo. Hasta que finalmente llegó el día en que negué a Cortázar tres veces mientras cantaba el Gallo Airano. Listo. Pasemos a otra cosa: primero publicar después escribir. Sin embargo, esta noche Cortázar habla con su inconfundible acento gangoso, francés, como el zorrinito enamoradizo de la Warner. Cortázar habla de sus primeros pasos, desprecia a los escritores que no piensan hacer la revolución, defiende a los escritores de la garcha del boom, critica su 62 modelo para armar y destroza su Libro de Manuel. Yo asiento. Habla de la urgencia de escribir mientras el mundo tiene que cambiar drásticamente. No hay pasión por la indiferencia: hay ingenuidad y nobleza. Me doy cuenta de que le creo todo lo que dice. Entonces, tapado por la frazada escocesa, solo con mi perra Rita a los pies, me doy cuenta de que estoy llorando. Sí, sí, digo, mientras empino el quinto whisky, Cortázar tiene razón. Quiero que vuelva. Que volvamos a tener escritores como él: certeros, comprometidos, hermosos, siempre jóvenes, cultos, generosos, bocones. No esta vulgar indiferencia, esta pasión por la banalidad, esta ficcionalización con todos los tics de la peor tv de la tarde, los talk shows de Moria, y toda esa mierda. Al octavo whisky lo llamo a mi amigo Santiago y le digo, medio llorando, medio exaltado: Che, Aira nos cagó, la literatura argentina cayó en la trampa de Aira !es un agente de la Cía! Los escritores serios, los grandes gigantes, son mirados de soslayo: ¡reina el viva la pepa! Aira le hizo mucho mal a la literatura, la partió en dos, antes y después de él. De Operación Masacre a Operación Jajá.

4 de julio de 2007

El gran Chicho López presenta:

El staff del Sr de Abajo se va a uno de esos seminarios por el mundo pero, si se quedara en Buenos Aires, iría a ver esto:



3 de julio de 2007

Bastante bien

por Miguel U.

Estoy almorzando en un boliche de San Martín y Paraguay que tiene butacas altas y una barra contra la ventana. El lugar te deja medio en vidriera pero podés comer solo con bastante dignidad, sin ese aire triste del que almuerza con su alma en una mesa vacía como un jugador de ping pong listo para sacar pero sin contrincante enfrente.

Afuera están trabajando unos tipos de telefónica. Uno está metido hasta la cintura en un pozo cuadrado en el asfalto. Me gusta mirar los trabajos en la calle; a veces me dan ganas de participar, arremangarme, levantar esas tapas de hierro fundido y cambiar una pieza de algo, cambiar cables, morder con la llave inglesa una tuerca grande hasta hacerla aflojar, un trabajo que se vea, sin dudas existenciales ni influencias del campito intelectual.

El tipo que está metido en el pozo -gordito de flequillo morocho, como un nene de cuarenta años- me ve comiendo mi sándwich. Pasa una mina. El tipo me hace cara de “mirá esa mina”, señalándola con la mirada y volviendo a mirarme. Miro a la mina. Le pongo cara de “bastante bien”. Medio que se ríe. Al rato una vieja platinada, un loro viejo hiperbaqueta, horrible pero con actitud, se para cerca para esperar un taxi. Cuando el tipo me mira, se la señalo con los ojos. La mira y, cuando la ve, me mira y nos reímos.

Empiezo a pensar en escribir esto, postearlo. De pronto pasa Saccomano caminando. De verdad. Esas pavadas que suceden. Cruza la calle super serio, da un paso largo para no pisar el rollo de cables. Pienso “Qué raro. Pasa Sacomano por el medio de este post. Aunque sea poco creíble lo incluyo. Si pasó pasó.” El tipo me señala un par de minas más. Desde ahí abajo tiene mejor ángulo que yo. Termino de comer y salgo. Le digo:
-No te gustó la vieja que te mostré.
-La vieja no -me dice-. Yo te busqué unas bastante buenas.
-Sí, bastante bien -le digo-. Bueno... Chau che.
-Chau- me dice.
Me cierro la campera y vuelvo al edificio calefaccionado donde trabajo leyendo textos y apretando teclitas.

1 de julio de 2007

Asado en celo

Le dimos la bienvenida al mundo a la antología En celo. Se bebió mucho. Gracias familia Bruzzone por la hospitalidad. Y gracias por subirnos a mí y a un par más al radiotaxi (no sé de quién es la ropa que tengo puesta).

El Castrador Oculto


por Fabián Casas


Ah, las viejas series! Tenían capítulos unitarios que empezaban y terminaban en el mismo día, aunque algunas siguieran su trama a lo largo de toda la temporada. Las veíamos por la noche, con toda mi familia tirada sobre la cama matrimonial de mis viejos. En ese entonces, seguíamos El fugitivo. Me acuerdo del último capítulo, en el que el doctor Richard Kimble consigue atrapar al Hombre Manco que había matado a su esposa. Un capítulo doble con final feliz y catártico. Ahora la cosa se perfeccionó, se volvió rizomática. Por ejemplo Lost. No me imagino que pueda tener un final satisfactorio para sus seguidores –dentro de los cuales me encuentro–, a esta altura del partido y con cuatro temporadas en el buche. No, me parece que los guionistas no van a poder suturar a Lost cuando deban converger las tramas y subtramas que se fueron desperdigando dentro y fuera de la isla. Creo que Benjamin Linus no quiere producir satisfacción. Con la obra inédita de J.D. Salinger va a pasar lo mismo. Cuando finalmente ya no esté entre nosotros y, como suele suceder, le abran la caja fuerte donde, dicen, tiene los originales que ha venido escribiendo desde que dejó de publicar, en 1965, sus lectores devotos van a sufrir una desilusión. ¿Por qué? Porque siguiendo Seymour, una introducción, penúltimo relato publicado de la saga de los Glass, uno se encuentra ya no con un texto de ficción, sino con una hagiografía, un manual para santos, algo parecido a la New Age pero con un ruido pertubador de fondo.

Para Salinger, los personajes se volvieron más reales que los lectores. No se puede juzgar a Seymour Glass, porque es un santo que mora en el cerebro del escritor de Cornish. Salinger ha creado una secta para vencer el miedo a la muerte, al deseo, a la vejez y a la ansiedad de la notoriedad. Sus personajes son los primeros que ha reclutado para ese culto. Le tocó comprender muy joven, como soldado en las playas del día D, que la vida es un infierno sin posibilidad de buen final. Tal cual lo intuye el Sargento X, del extraordinario relato Para Esmé, con amor y sordidez, quien –al igual que su creador–no ha podido terminar la guerra con las facultades intactas.

El vagabundo del Karma. Vivimos en una sociedad vanidosa, donde se ha perdido la posibilidad de estar solo. Ya casi no hay vida privada y todo tiende a suceder en las pantallas. De ahí que una persona como Salinger, que simplemente ha decidido no publicar más lo que escribe y mucho menos dar reportajes, sea catalogada por la prensa mundial como “El recluso”. Parece que quien no quiere salir en los medios, es decir, no entrar en el juego de la visibilidad, es un outsider. Antes un recluso era alguien detenido en una cárcel de máxima seguridad (como el joven Robledo Puch, tan parecido a Rimbaud en su juventud); o un ser que decidía clausurarse en vida para dedicar su alma a Dios, como en el relato El padre Sérgii, de León Tolstoi. Salinger, por lo que se puede saber, sigue haciendo una vida normal. Va de compras al supermercado, va de cuerpo en un baño que tiene pegado a su dormitorio (según afirma Joyce Maynard), mira viejas películas con un proyector (es probable que se haya modernizado y vea DVD) y solía asistir a las graduaciones de sus dos hijos (según afirma Margaret Salinger, su hija). Y una cosa más: todas las mañanas se pone un overol, medita, y después entra a un pequeño cuarto donde escribe las historias de la familia Glass.

No se sabe que le haya mostrado estos textos a alguien. Joyce Maynard, quien vivió con él cuando era casi una niña, escribió en Mi verdad, su autobiografía: “Entramos en casa de Jerry desde el sótano, donde tiene un frigorífico lleno de frutos secos y hortalizas de su huerto. A través de la escalera accedemos directamente a la sala de estar. En ella hay un par de sofás tapizados de terciopelo muy gastado relleno de plumas, butacas, mesas cubiertas de libros y de revistas de homeopatía, catálogos, rollos de películas y periódicos. También hay un televisor, un tocadiscos, montones de cartas y números atrasados del New Yorker. La casa es pequeña: cocina, sala de estar y los dormitorios de Jerry y de sus dos hijos, aparte de una habitación atiborrada de libros y periódicos en la que veo la máquina de escribir de Jerry. Además, si bien no me la muestra (ni me la mostrará tampoco en todos los meses que viviré en la casa) hay una caja de caudales de las dimensiones de otra habitación, donde tiene guardados sus manuscritos inéditos”.

Está bueno lo de la máquina de escribir para alguien que no va a dar a reproducir más sus textos por el mundo. Es como imprimir al instante. David Viñas me dijo una vez que en los libros de algunos escritores se podía sentir el ruido de fondo de la computadora. Salinger, en cambio, le pega a la máquina. Me imagino el ruido de las letras metálicas al golpear sobre la hoja, en la inmensidad del bosque donde vive. Una especie de mensaje en clave morse del Sargento Salinger, ex miembro del servicio de contrainteligencia de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Grandes montañas de cuerpos. Mark David Chapman, el Anticristo del pop, estaba obsesionado con The Catcher in the Rye, sobre todo con una escena que muchos de los que disfrutamos ese libro conocemos de memoria. No es una escena principal, simplemente es una escena puesta en estado de pregunta, con toda la potencia de la poesía. Holden Caufield está dentro de un taxi y empieza a hablar con el conductor, que se llama Horowitz:

—Oiga, Horwitz ¿pasó alguna vez cerca de la laguna del Central Park?
—¿Cerca de dónde?
—De la laguna. Del lago pequeño que hay allí. Donde están los patos ¿No recuerda?
—Sí. ¿Qué tiene?
—Sin duda, habrá visto a los patos que nadan en ella en primavera. ¿No sabe, por casualidad, adónde van en invierno?
—¿Adónde van quiénes?
—Los patos. ¿No lo sabe, por casualidad? Digo: ¿viene alguien con un camión para llevárselos o vuelan ellos… hacia el Sur o algo por el estilo?
Horowitz se dio vuelta en el asiento. Era un tipo impaciente. Sin embargo, no era malo.
—¿Cómo puedo saberlo? ¿Cómo puedo saber una estupidez como ésa?
—Bueno, no se enoje –le dije. Parecía que la cosa no le había gustado.

En los relatos de Salinger anteriores a su conversión al “glasismo”, este tipo de incertidumbre propia de la mente infantil es muy común. Sus héroes parecen estar atrapados en el mundo de los adultos y desde ahí dan pelea, pero no con certezas, sino con extravagancias: como Seymour en Un día perfecto para el pez banana, donde ayuda a la nenita Sybil a entrar en el mar besándole la planta de su pie de una manera sugerente, o el joven perturbado que en otro cuento memorable vaticina que se viene la guerra contra los esquimales.

Muchos de los cuentos anteriores de Salinger –no publicados en libros pero sí en revistas–, que le sirvieron para calentar motores antes de empezar con su obra central, versaban de soldados en su día de franco o soldados que se preparaban para ir a la guerra. Leídos ahora, resultan pedagógicos. Pero ya estaba de fondo la lucha por mantenerse joven y no caer en el mundo mediocre de los adultos. No se suele ubicar a Salinger como un escritor de guerra, pero la guerra fue la que modeló su carácter para siempre. El escritor estuvo en el 12º Regimiento de Infantería de la Cuarta División cuando éste puso su pie en la playa de Utha. Fue una carnicería atroz. Se sabe que, previamente al día D, Salinger estaba terminando varios capítulos de The Catcher…, con la portátil que se había llevado a la trinchera. Y que mientras avanzaban para cercar a los alemanes, como miembro del CCI, se encargaba de interrogar a los prisioneros. Como el Sargento X de Esmé, Salinger terminó con un colapso mental. Muchos años después, en el jardín de su casa de Cornish, su hija Margaret solía ver a su padre extático y poseído: “Un día estaba de pie al lado de mi padre, tendría yo unos siete años, y estuvo durante una eternidad con la mirada perdida puesta sobre las espaldas de los jóvenes albañiles que construían una nueva parte de la casa, iban sin camiseta y el sudor brillaba sobre sus músculos bajo el sol. Cuando volvió a la vida, me dijo: ‘Todos estos chicos, tan fuertes, siempre estaban en las primeras filas, siempre eran los primeros en caer, uno tras otro’, dijo, haciendo un gesto con las manos como si apartase grandes montañas de cuerpos”.

El gurú de la contrainteligencia. Así que en algún momento de la Segunda Guerra Mundial J.D. Salinger perdió la cabeza. Otra vez, como la describe en el relato de Esmé, se podría decir que su mente se bamboleaba como un bulto mal asegurado en el portaequipaje de un tren.
De manera que por un lado tenemos un Salinger joven, emprendedor y entusiasta que empieza a escribir para las revistas satinadas y con la mira puesta en ser publicado en el consagratorio New Yorker. De pronto viene la guerra y con su red metálica le deja la vida partida como una cancha de tenis. A partir de ahí va a ser un soldado, aun cuando hayan pasado muchos años del fin de las hostilidades. Esto lo describe muy bien su hija Margaret –citada varias veces más arriba– en su libro El gardián de los sueños: “La guerra, como algo inacabado, siempre estuvo presente en su cabeza durante los años que viví en casa. Incluso de adolescente, cuando llegaba a casa y empezaba a darme la lata con algo, como hacen los padres con los adolescentes. Le decía: ‘Papá ¡dejá de interrogarme, ya!’. Y él contestaba: ‘No puedo evitarlo, es lo que soy’. No usaba el pasado sino el presente, como si todavía estuviera interrogando a los prisioneros. ‘Es lo que soy.’ Da un poco de miedo”.

Ya no tendría que resultar paradójico que uno de los héroes de la contracultura juvenil, un ícono para muchos de la rebeldía de los jóvenes contra los mayores, sea en el fondo un militar con una clara orientación de derecha. Witold Gombrowicz –el defensor de la juventud y la inmadurez– tampocó comulgó con los muchachos revoltosos del Mayo Francés. Salinger también –siempre según su hija– era poco afecto a los negros, los indios y los hispanos. Una vez que ella sacó un diez en Español, su padre le gritó: “¡Genial, ahora estudiás el idioma de los ignorantes!”. Para el Catcher sólo existián los chinos y los nobles hindúes. Desde que salió de la guerra, J.D. Salinger ha incursionado en muchos cultos: el budismo zen, el hinduismo vedanta, la ciencia cristiana, la dianética de Ron Hubbard, y se entregó a muchas prácticas extravagantes como beber orina, hablar en lenguas desconocidas y sentarse en un acumulador de orgone de Reich. Según Joyce Maynard, comiendo macrobiótica y meditando, pretende vivir hasta los doscientos años. Ahora bien, lo cierto es que, más allá de sus obsesiones personales, este escritor dejó, por lo menos, tres libros notables: los Nueve cuentos, The Catcher in the Rye (traducido como El cazador oculto o El guardián entre el centeno) y Levantad carpinteros la viga del tejado. La mayoría de los personajes de estos relatos son niños extraordinarios, sabios y casi casi la encarnación de la Divinidad. Leyéndolos, uno puede sentir lo que se siente cuando percibimos en una persona inquietante los síntomas futuros de la locura. Aunque están puestos por el autor para luchar contra el mundo adulto, para celebrar la posibilidad de ser for ever young, uno siente que, en realidad, son adultos demasiado rápido. No sé, siempre me desagradaron los niños genios, esos que escriben libros geniales y dicen cosas geniales. Me gustan los chicos normales, los tarados como yo que conocí en mi infancia en la escuela Martina Silva de Gurruchaga.

¿Entonces, por qué fascina Salinger? Sencillamente porque a veces escribe muy bien. El cuento Esmé es una proeza narrativa concretada en pocas páginas. Y tiene un solo truco: en el comienzo, hay un narrador en primera persona. En la segunda parte del relato, se pasa a una tercera sin mucha explicación. Pero de golpe. Como si las frases se mimetizaran con la somnolencia mental que sufre el perturbado Sargento X. Algo pasó en el medio, pero de eso no se habla. Eso que está elidido y que Salinger prefiere no narrar es lo que no se puede nombrar porque el lenguaje no está preparado para transcribir esas cosas. No es la técnica del témpano de Hemingway, es la técnica del fuego del Diablo, el otro gran demiurgo.

Otro cuento clave de Salinger es en el que se narra el suicidio de Seymour, Un día perfecto para el pez banana. El héroe de la familia Glass empieza su representación en la saga tomándose el palo. Se pega un tiro inesperado en el hotel donde está con su esposa pasando las vacaciones. En el comienzo del relato, la esposa y su suegra tienen una conversación telefónica que nos hace presagiar que algo anda mal, pero en la suegra, no en Seymour. Uno tiende a pensar: una vieja conservadora que no entiende a los jóvenes brillantes. Es realmente exquisita la manera en que Salinger relata el cuento. Son como breves escenas de teatro que van dando cuenta de una tragedia. La charla telefónica, Seymour y Sybil en la playa, y Seymour ya de vuelta en el hotel, a un costado de la cama gemela donde duerme su mujer y con una pistola automática Ortigies, calibre 7.65 en la mano para volarse la sien. ¿Pero qué pasó? Se sacude el lector. ¿Estaba loco en serio? ¿Tenía razón la vieja que le limaba la cabeza a la hija pidiéndole que se cuidara de su marido? Con el correr de los libros vamos a tener una respuesta: Seymour Glass, como el Nazareno, se suicidó por nosotros. Porque estaba escrito, pero esta vez por Salinger. Y como Cristo, también, les besó los pies a sus apóstoles, los niños, esta vez encarnados en la pequeña Sybil Carpenter.

En su hermoso libro El nacimiento de la literatura argentina, Carlos Gamerro dice que Salinger dejó de publicar no porque le molestara la crítica adversa, sino porque le molestaba que criticaran a sus personajes. Tiene razón. Bajó la persiana. Pero dice su hija que conserva un archivo donde, con una marca roja, explica que ese texto, en caso de que muera, debe corregirse antes de publicar. Y con una marca azul, que está corregido y listo. Los colores de las dos pastillas que Morfeo le ofrece a Neo.

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