30 de enero de 2011
Verano en la ciudad a bordo del 160
26 de enero de 2011
Poema XXVIII de Trilce
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.
El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.
Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
1922
13 de enero de 2011
Palermoma
Pedro Mairal
Una amiga tiene en Palermo un departamento de dos ambientes y terracita con hamaca paraguaya y estrellas. A veces se va y me lo presta. Yo, parasitario, me instalo y soy feliz por unos días. El único problema que tengo en esa zona es la comida. En uno de los lugares con mayor concentración de restaurantes por cuadra, no se puede comer. Todos son bares de diseño, con mozas minimalistas que están pensando en su último parcial. Todo Palermo quiere ser un restaurante del MOMA.
Paren. No metan el yo en la gastronomía. No metan la pretensión socio-artística en algo que tiene que ser honesto y directo. Den de comer. Tuve que deambular buscando no sabía bien qué, perdido. Había un lugar que en vez de menú tenía unas boletas como las de votar con el nombre de los platos. No me causó gracia. No es mala onda. Es diseño-fobia. Mi estómago no es conceptual. El único boliche que conocía por la zona es el Club Eros, un restaurante de barrio auténtico, pero estaba repleto, había cola, porque los argentinos –o los extranjeros que llevan en el país más de dos semanas– no son tontos. Se dan cuenta dónde hay comida. Los barcitos y restós con decorado de Sex & the City están vacíos. A veces, adentro hay dos amigos del dueño que van a hacerle la banca. Caminé mucho entre gente semidescalza que hablaba de primeros planos y cosas así. Cineastas con rastas, cinerrastas.
Al final en Gorriti y una después de Uriarte (para el lado de Juan B. Justo) encontré una parrilla real. Me senté en las mesitas de afuera y sin mirar el menú, pedí una tira de asado, una mixta y un porrón de cerveza. Qué felicidad: la panera de plástico rojo, la aceitera y vinagrera pegajosas, la bandejita de aluminio ovalada con la carne, el vaso de vidrio grueso que parecía un vaso de vidrio, el Tramontina con mango negro de plástico, el precio justo, el mozo con buena memoria. Comida para el hombre solo. Gracias, le dije al mozo cuando me iba, pero no sé si entendió a qué me refería.
(Perfil, 8 de enero de 2011)