Pedro Mairal
“Era más blanda que el agua, que el
agua blanda.” Con esa frase empieza Naranjo en flor, quizá el
mejor comienzo de todas las letras de tango. Es uno de esos casos de
la poesía en que la forma es el fondo. Está hablando de la suavidad
de una novia que tuvo, de lo inasible de esa mujer, de su recuerdo
que se le escapa entre las manos, como el agua. Y el verso mismo es
el agua, se acerca “era más blanda que el agua”, hace una pausa
arriba como una ola, y se aleja repetida y hacia atrás, “que el
agua blanda”. Son esas repeticiones del tartamudeo de la emoción.
Pero empecé al revés. Quería hablar
primero de meterse en el subte a las ocho y media de la mañana y
apiñarse como si los demás no fueran otra cosa que la angustia, los
problemas sin resolver, temas pendientes, eso es el horrendo prójimo
de golpe, un vagón de conflictos, incertidumbres que se te cayeron
encima temprano, se te llenó el vagón con los pasajeros de tu
pesadilla, no entran más, pero siguen subiendo. Como dice Mermet,
“Donde no cabe uno, caben tres”. Te cuesta respirar. Te
concentran, no te dejan distraerte de vos mismo. En una época soñaba
que salía de un estadio, iba casi adelante en una multitud, me metía
en la boca del subte, por el pasillo, toda la gente venía detrás,
el pasillo doblaba y terminaba ahí, como el final de un túnel sin salida. Y la gente se empezaba a acumular. Soy un claustrofóbico
controlado.
Y el otro día venía así, aunque sin
controlar demasiado bien la cosa. Tenía trepado al monstruo. El
espacio entre la gente era más gente. Alguna de esas cabezas de
ganado era yo, queriendo bramar fuerte, pero mugiendo por dentro.
¿Yendo a dónde? Al Microcentro, al micropunto. Parecía que el
subte estaba intentando reducirnos de tamaño para que entráramos en
esa idea porteña, esa maqueta de ciudad. Decidí bajar en Pueyrredón
para caminar desde ahí, pero al salir de la aglomeración tuve que
abrirme paso a empujones. Salí furioso contra nadie, que es la peor
furia.
En el pasillo, cuando todo me parecía
el fin del mundo, unos acordes de armónica me levantaron del piso y
me dejaron flotando. Era el comienzo de Naranjo en flor. La música
se me metió hasta los huesos, calmó a la fiera, me humanizó. La
guitarra y la armónica en la reverberación del pasillo del subte.
La luz de la escalera hacia la calle. Salí cantando. Es un
guitarrista pelado y genial. Al día siguiente le compré el disco.
Se llama Nino Zoccola.
Perfil, 18 de mayo de 2013