16 de septiembre de 2012

La Pasión


Pedro Mairal


Un médico al que no le gusta el fútbol está almorzando con dos matrimonios amigos, por Núñez, en una larga sobremesa de domingo. Uno de los amigos mira por debajo de la mesa su BlackBerry y dice: “¡Vamos! San Lorenzo metió un gol en el último minuto. Terminó el partido. Están jugando acá en River”. Los amigos del médico discuten sobre San Lorenzo. Uno es de San Lorenzo; el otro, de Boca. El los escucha cansado, mirándose con las esposas respectivas, hartos todos del tema, y se pone a argumentar contra el fútbol.

Afuera hay unas corridas a la salida del estadio. Aconsejan en el restaurante esperar un poco, y cierran la puerta.

Después salen. Hay un tumulto en la esquina. Se acercan. La gente pide un médico. Contra un poste de luz, ven a un hincha de San Lorenzo sentado sobre su propio charco de sangre. El médico duda, se acerca, lo revisa. El tipo le pregunta si se va a morir. El médico no le contesta. Le mira la herida, trata de frenar la hemorragia. Llama a una ambulancia y se arrodilla al lado de él. El hincha, otra vez, le pregunta si se va a morir. El médico le dice que puede ser. El hincha está en estado de gracia. Se ríe a carcajadas pero a la vez grita de dolor. El médico lo acompaña en su agonía.

El hincha le pregunta: “¿De qué cuadro sos”. “No me gusta el fútbol”, dice el médico. “Entonces ahora sos de San Lorenzo”, le dice, se saca la bandera que lleva en los hombros y se la pone al médico. “Mi pasión ahora es tuya”, le dice. El médico se mira la bandera como bufanda colgada del cuello, la agarra y en ese momento el hincha le agarra las manos, se las aprieta y lo trae contra sí como si lo fuera a zamarrear o a decirle un secreto; no lo suelta. Es un tipo grandote y fuerte. Se aferra a la vida muriéndose, yéndose. Es un momento íntimo. Se escucha la respiración agónica. Finalmente, el hincha le dice al oído: “Aguantame los trapos”. Y se muere.

Llegan otros barras corriendo. Lo empiezan a levantar. El médico les dice que ya no hay nada que hacer. Es mi hermano, dice uno. El médico le dice: “Me dio esto”, le quiere devolver la bandera. El hermano le mira la camisa blanca ensangrentada, las manos. Le dice: si te la dio, es tuya.
Se lo llevan en andas. Llega la ambulancia. El médico queda ahí parado en medio de la gente que mira.
Una semana después está dando una conferencia en Europa, en un congreso de medicina. Habla en inglés, lo aplauden. Se va a sentar para escuchar a otros, pero no puede dejar de mirar en su iPhone cómo va el marcador del partido de San Lorenzo. 


***


Cuando vuelve en el avión lee los suplementos deportivos on line. La azafata le pide que apague el teléfono y él le dice: “Ya lo voy a apagar”, y se demora un rato. En el kiosco del aeropuerto va a comprar cigarrillos (no fuma hace cinco años, pero no se aguanta) y entre las revistas ve un número aniversario de San Lorenzo que viene con un DVD. Lo compra y lo hojea en el remise, con la ventana baja, fumando.

De noche en su cuarto se oye que dice: Buticce, Albrecht, Rosi, Calics, Villar, arriba Rendo... Prende la luz, su mujer le pregunta qué le pasa (está casado, con hijos estudiando en el exterior). Mira la revista, apaga la luz y dice: Rendo, Veglio, Cocco, González... El domingo le pide a su amigo cuervo que lo lleve a la cancha. En la popular mira como asustado a los demás gritando, saltando. De a poco se suma al grito de la hinchada. Pierden 1 a 0 y el árbitro no cobra un penal evidente. Empiezan a volar cosas, el amigo se lo quiere llevar y él sigue saltando desaforado. En los empujones el hermano del barra brava muerto lo reconoce y se lo lleva al corazón del agite. Uno le pregunta si es alemán, no escucha, dice que sí. Lo bautizan “el Alemán”. Se vuelve solo a su casa, sentado en el asiento de atrás del colectivo, se trata de calmar pero por momentos se ríe solo.

Es obstetra. El lunes está en un parto. “¿De qué cuadro lo van a hacer?”, pregunta. “El abuelo es de Huracán”, dice el padre. “No, tiene que ser de San Lorenzo”, le dice. “Vamos a ver”, dice el padre. “Si no lo hacés de San Lorenzo no lo asisto yo”, contesta y se empieza a sacar los guantes, como yéndose. La madre con las piernas abiertas, empapada en sudor, los mira y dice: “¿Me están jodiendo?” “Está bien, está bien”, dice el padre, “es de San Lorenzo”. Al día siguiente, tiene que dar explicaciones al director de la clínica.

Va a ver a su amigo cuervo que es psicoanalista. Quiere parar con esta conducta, pero no puede. El amigo le habla de una proyección traumática puesta en el fútbol. Le dice que San Lorenzo no es lo más importante. Discuten. El médico se va gritándole: “No tenés huevos, loco, no tenés huevos.” Vuelve a la cancha, ya es “el Alemán” en la barra brava. Ese día hay heridos. Lo invitan a un asado. De vuelta en su casa a la noche, lejos del sexo tullido matrimonial, tienen sexo apasionado y de pie con su mujer, que lo mira sorprendida.

El lunes lo llaman del hospital para decirle que no vaya más. “Prendé la tele”, le dice el director. En el noticiero lo identificaron con las cámaras de la cancha. Su imagen congelada en pantalla. Santo Biasatti dice: “¿Saben quién es este señor que tira piedras? Un prestigioso médico porteño.”

Una noche le traen un herido de bala. Se vuelve médico clandestino de la barra brava. Empieza a tomar decisiones. Viajan a un partido en el interior... El final mejor no contarlo todavía.




Perfil, 9 de septiembre y 16 de septiembre de 2012