Pedro Mairal
Un médico al
que no le gusta el fútbol está almorzando con dos matrimonios
amigos, por Núñez, en una larga sobremesa de domingo. Uno de los
amigos mira por debajo de la mesa su BlackBerry y dice: “¡Vamos!
San Lorenzo metió un gol en el último minuto. Terminó el partido.
Están jugando acá en River”. Los amigos del médico discuten
sobre San Lorenzo. Uno es de San Lorenzo; el otro, de Boca. El los
escucha cansado, mirándose con las esposas respectivas, hartos todos
del tema, y se pone a argumentar contra el fútbol.
Afuera hay unas corridas a la salida
del estadio. Aconsejan en el restaurante esperar un poco, y cierran
la puerta.
Después salen. Hay un tumulto en la
esquina. Se acercan. La gente pide un médico. Contra un poste de
luz, ven a un hincha de San Lorenzo sentado sobre su propio charco de
sangre. El médico duda, se acerca, lo revisa. El tipo le pregunta si
se va a morir. El médico no le contesta. Le mira la herida, trata de
frenar la hemorragia. Llama a una ambulancia y se arrodilla al lado
de él. El hincha, otra vez, le pregunta si se va a morir. El médico
le dice que puede ser. El hincha está en estado de gracia. Se ríe a
carcajadas pero a la vez grita de dolor. El médico lo acompaña en
su agonía.
El hincha le pregunta: “¿De qué
cuadro sos”. “No me gusta el fútbol”, dice el médico.
“Entonces ahora sos de San Lorenzo”, le dice, se saca la bandera
que lleva en los hombros y se la pone al médico. “Mi pasión ahora
es tuya”, le dice. El médico se mira la bandera como bufanda
colgada del cuello, la agarra y en ese momento el hincha le agarra
las manos, se las aprieta y lo trae contra sí como si lo fuera a
zamarrear o a decirle un secreto; no lo suelta. Es un tipo grandote y
fuerte. Se aferra a la vida muriéndose, yéndose. Es un momento
íntimo. Se escucha la respiración agónica. Finalmente, el hincha
le dice al oído: “Aguantame los trapos”. Y se muere.
Llegan otros barras corriendo. Lo
empiezan a levantar. El médico les dice que ya no hay nada que
hacer. Es mi hermano, dice uno. El médico le dice: “Me dio esto”,
le quiere devolver la bandera. El hermano le mira la camisa blanca
ensangrentada, las manos. Le dice: si te la dio, es tuya.
Se lo llevan en andas. Llega la
ambulancia. El médico queda ahí parado en medio de la gente que
mira.
Una semana después está dando una
conferencia en Europa, en un congreso de medicina. Habla en inglés,
lo aplauden. Se va a sentar para escuchar a otros, pero no puede
dejar de mirar en su iPhone cómo va el marcador del partido de San
Lorenzo.
***
Cuando vuelve en el avión lee los
suplementos deportivos on line. La azafata le pide que apague el teléfono y él
le dice: “Ya lo voy a apagar”, y se demora un rato. En el kiosco
del aeropuerto va a comprar cigarrillos (no fuma hace cinco años,
pero no se aguanta) y entre las revistas ve un número aniversario de
San Lorenzo que viene con un DVD. Lo compra y lo hojea en el remise,
con la ventana baja, fumando.
De noche en su cuarto se oye que dice:
Buticce, Albrecht, Rosi, Calics, Villar, arriba Rendo... Prende la
luz, su mujer le pregunta qué le pasa (está casado, con hijos
estudiando en el exterior). Mira la revista, apaga la luz y dice:
Rendo, Veglio, Cocco, González... El domingo le pide a su amigo
cuervo que lo lleve a la cancha. En la popular mira como asustado a
los demás gritando, saltando. De a poco se suma al grito de la
hinchada. Pierden 1 a 0 y el árbitro no cobra un penal evidente.
Empiezan a volar cosas, el amigo se lo quiere llevar y él sigue
saltando desaforado. En los empujones el hermano del barra brava
muerto lo reconoce y se lo lleva al corazón del agite. Uno le
pregunta si es alemán, no escucha, dice que sí. Lo bautizan “el
Alemán”. Se vuelve solo a su casa, sentado en el asiento de atrás
del colectivo, se trata de calmar pero por momentos se ríe solo.
Es obstetra. El lunes está en un
parto. “¿De qué cuadro lo van a hacer?”, pregunta. “El abuelo
es de Huracán”, dice el padre. “No, tiene que ser de San
Lorenzo”, le dice. “Vamos a ver”, dice el padre. “Si no lo
hacés de San Lorenzo no lo asisto yo”, contesta y se empieza a
sacar los guantes, como yéndose. La madre con las piernas abiertas,
empapada en sudor, los mira y dice: “¿Me están jodiendo?” “Está
bien, está bien”, dice el padre, “es de San Lorenzo”. Al día
siguiente, tiene que dar explicaciones al director de la clínica.
Va a ver a su amigo cuervo que es
psicoanalista. Quiere parar con esta conducta, pero no puede. El
amigo le habla de una proyección traumática puesta en el fútbol.
Le dice que San Lorenzo no es lo más importante. Discuten. El médico
se va gritándole: “No tenés huevos, loco, no tenés huevos.”
Vuelve a la cancha, ya es “el Alemán” en la barra brava. Ese día
hay heridos. Lo invitan a un asado. De vuelta en su casa a la noche,
lejos del sexo tullido matrimonial, tienen sexo apasionado y de pie
con su mujer, que lo mira sorprendida.
El lunes lo llaman del hospital para
decirle que no vaya más. “Prendé la tele”, le dice el director.
En el noticiero lo identificaron con las cámaras de la cancha. Su
imagen congelada en pantalla. Santo Biasatti dice: “¿Saben quién
es este señor que tira piedras? Un prestigioso médico porteño.”
Una noche le traen un herido de bala.
Se vuelve médico clandestino de la barra brava. Empieza a tomar
decisiones. Viajan a un partido en el interior... El final mejor no
contarlo todavía.
Perfil, 9 de septiembre y 16 de septiembre de 2012