20 de diciembre de 2012
La solarística
(Publicado en la revista de la Facultad de comunicación y Letras, de Chile)
Voy a escribir sobre la amistad, sobre la ciencia ficción, sobre la idea de país, sobre los símbolos patrios, sobre un extraño océano compuesto por la materia de nuestros sueños y terrores. Sobre la nostalgia. Voy a escribir acerca de cosas que no tengo en claro. Voy a escribir sobre la polis [SIGUE ACÁ]
13 de diciembre de 2012
Dramaturgos y telépatas
Pedro Mairal
10 de diciembre de 2012
Cipriano
El Cristo de neón que dominaba
la sala velatoria en Gualeguay...
[UN POEMA LARGO QUE SIGUE ACÁ]
[Y ACÁ LO ESTOY LEYENDO EN EL FESTIVAL DE POESÍA DE ROSARIO]
20 de noviembre de 2012
Polaroids por telegrama
8 de noviembre de 2012
Hoy jueves 8 de noviembre
21 de octubre de 2012
Perros al alba
16 de septiembre de 2012
La Pasión
25 de agosto de 2012
18 Whiskys, era cierto
21 de agosto de 2012
El amo y el sirviente
18 de agosto de 2012
Amor incondicional
17 de agosto de 2012
Hijos de Babel
El disco se llama Otros mundos y se puede escuchar acá.
Y acá el blog de Hijos de Babel donde están las entrevistas a los autores.
4 de agosto de 2012
Autorretrato a los 41
24 de julio de 2012
Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal
30 de junio de 2012
Héctor Viel Temperley
Pasaron 25 años de la muerte del poeta Viel Temperley. Los nietos hicieron este video con fotos y fragmentos de sus poemas. El poema final es un poema inédito de Viel.
Y acá el texto que Carolina Esses escribió en la revista Ñ.
27 de junio de 2012
El entenado, de Saer
Para entrar a esta novela de Saer nos metimos en lancha por las islas santafecinas y entrevistamos a Alberto Díaz, Raúl Beceyro y Paulo Ricci.
21 de junio de 2012
Quieta
"El fotolibro Quieta, de la fotógrafa Guadalupe Gaona, es el proyecto ganador de la primera edición del concurso Fotolibro Latinoamérica, convocado por RM en 2010.
El premio fue otorgado por un jurado integrado por Horacio Fernández, Graciela Iturbide, Martin Parr, Lesley Martin, Álvaro Sotillo, Diran Sirinian, Ramón Reverté, Alexis Fabry y juan Pablo Quiroz.
En esta obra, la fotógrafa da cuenta del lento proceso de desmantelamiento de una casa aristocrática de Buenos Aires. Constituye una narración visual, sin escritos, muy propositiva en el contexo de la fotografía latinoamericana".
7 de junio de 2012
Los pichiciegos, de Fogwill
En este capítulo de Impreso en Argentina, para meternos en la novela visionaria de Fogwill, entrevistamos a Ezequiel de Rosso, a Mauro Libertella y a Hugo Emilio Sánchez, el autor de Brilla tú borracho loco, que estuvo en Malvinas en el 82. Copio abajo uno de los poemas de Hugo.
*
4
22 de mayo de 2012
La furia, de Silvina Ocampo
18 de mayo de 2012
Coger en castellano, episodio en Cinco
4 de mayo de 2012
29 de abril de 2012
Misteriosa Buenos Aires, Mujica Láinez
En este capítulo leo los cuentos de Misteriosa Buenos Aires en el orden inverso y eso me pega raro.
Entrevistados: Ernesto Schoo, Alejandra Laera, Daniel Schavelzon
27 de abril de 2012
Cómo festejar un gol
Perfil, 27 de abril de 2012
17 de abril de 2012
Cuentos de locura de amor y de muerte, Quiroga
Impreso en Argentina II: Cuentos de amor de locura y de muerte from Eternauta Dos Mil Uno.
En este capítulo me pierdo en la selva misionera.7 de abril de 2012
Alambres 3
5 de abril de 2012
El Aleph, de Borges
24 de marzo de 2012
Los goles de Messi
Pedro Mairal
Ni el argentino promedio con el desprecio siempre a flor de labios, ni el más furibundo negador de la evidencia, ni el más escéptico espectador de fútbol en el bar de la esquina, puede negar que en Messi hay algo prodigioso. En el video de sus 234 goles en el Barça, es interesante mirar no tanto al jugador genial sino a los arqueros. Algunos goles son fusilamientos, disparos de pelota que dejan arqueros amarillos, verdes, negros, celestes y blancos desparramados por el piso en todas las posiciones posibles; otros son disparos de magia rara que dejan a los arqueros de pie, con los brazos colgando, humillados por el sombrerito, la trayectoria aérea de la pelota picada, la parábola perfecta que –como dibujada con guiones por encima del largo de brazos en la máxima extensión del salto más allá de los guantes– termina en gol. Arqueros alcanzados por el rayo paralizante de la calidad. Porque uno ya los ve nerviosos cuando viene Messi por la derecha y empezando a cruzar hacia la izquierda, dejando jugadores desactivados por el camino, y a punto de patear por esa tangente que encuentra justo el hueco entre cinco piernas defensoras, como un túnel que solamente él puede ver, y es gol. Cuando se acerca, los arqueros se ponen en esa pose rara de agacharse, juntando un poco las rodillas, con los brazos abiertos, pose como de gallina enojada, de paralítico en pleno milagro de volver a caminar, y les da una zozobra ante el cataclismo que se viene, hacen como un repiqueteo, un principio de malambo para un lado, para el otro, ¿por allá?, ¿por acá?, gol. ¿Cómo fue? De caño. Gol de caño a los mejores arqueros del mundo que quedan como desnudos, manoseados, algo les pasó entre las piernas, un golazo global y vía satélite, un relámpago y a la vez un papelón en cámara lenta registrado para siempre en los anales del fútbol. Qué feo ser arquero contra Messi. Si estuviera hecho de palabras y sintaxis, ¿cómo sería un gol de Messi? Habría que empezar quizá con palabras extensas y certeras, los pases de otros jugadores, la velocidad normal, la táctica sintáctica del pase corto, buscando el fantasma del gol por la mitad de cancha, el gol que Messi ya vio y por eso empieza a correr como si fuera a llegar tarde al gol ya escrito, y ahí cuando la agarra se acelera el ritmo de la frase, habría que empezar con monosílabos, voces cortas, amagues, ser casi preverbal, medio autista, acá, allá, un, dos, chau, tres, bis, no, no, sí, gol. Algo así, aunque no se pueda. Mejor seguir viéndolo jugar con su facilidad implacable, desmaterializando arqueros.
Perfil, 23 de marzo de 2012
23 de marzo de 2012
Rayuela, de Cortázar
En este capítulo armamos nuestra propia versión de Rayuela y entrevistamos a Fabián Casas, a Sylvia Iparraguirre y Aníbal Jarkowski.
Impreso en Argentina II: Rayuela from Eternauta Dos Mil Uno.
15 de marzo de 2012
El juguete rabioso, de Roberto Arlt
En este capítulo, entrevistamos a Mirta, la hija de Arlt, a Sylvia Saítta y a Ricardo Ragendorfer.
Impreso en Argentina II: El juguete rabioso from Eternauta Dos Mil Uno.
11 de marzo de 2012
El subrayador
Pedro Mairal
En un bar de Belgrano, donde desayuno a veces, siempre encuentro los diarios subrayados en birome azul. Me intrigaba saber quién hacía eso porque son subrayados muy buenos, afilados, obsesivos, a veces mínimos. Voy a ese bar en busca de esos subrayados porque me ayudan a leer el diario con mejor humor y en menos tiempo. No leo tanto el diario, sino que leo lo que el otro señaló. Busco sus marcas en las páginas. Porque, a veces, no sólo interviene las notas sino también las fotos, y lo hace apenas con unas flechitas que le encontré un par de veces señalando una cara en particular entre varias; puede ser un periodista deportivo con una cara imposible o algún ministro de mirada oblicua, en segundo plano. Siempre es revelador. Y encuentra detalles hasta en las bases de promoción, con letra microscópica, donde una vez subrayó la frase “la utilización de técnicas de naturaleza robótica”.
Se ensaña con las noticias policiales. La expresión “darse a la fuga” lo lleva ya no al subrayado sino a circular esa frase entera en la que nunca antes me hubiera detenido. Es muy rara la expresión “darse a la fuga”, como si la fuga estuviera ahí y los delincuentes se dieran a ella, se entregan no a la policía sino a la fuga, a la carrera loca. También le gusta masa de hierros retorcidos, el infierno dantesco, el frondoso prontuario, el accionar policial, la actitud que podría haber acarreado trágicas consecuencias, el nutrido tiroteo, la cuantiosa cifra de dinero, el acaudalado industrial, el disparo mortal, el próspero comerciante, la salvaje agresión, la brutal golpiza, el repudiable atentado... Si aparecen dos veces en la misma página, le pone una mínima cola al redondel apuntando hacia la otra marca. Un artista.
Confieso que a veces le robo cosas para mis columnas. Una vez, marcó un gran titular que decía: “Plan ‘Más vida’ en La Matanza”; una frase que concentra en sí misma la larga historia de violencia nacional. A veces parece irritarlo la chabonización del periodismo, como un titular que decía: “Con una pantalla joya, el nuevo iPad salió a escena”. Por ahí le agrega un acento o una coma a los globos de los chistes. No hace las palabras cruzadas. Hasta que anularon el rubro 59 de los clasificados, se hacía un picnic con los avisos. Me acuerdo de algunos destacados: “Pelirroja bebo toda tu esencia. Madura alemana sin límites. El turco, ex Vélez, llamame”. Y en los saludos y agradecimientos, me señaló uno de los pocos que valía la pena. Entre los agradecimientos al Gauchito Gil y a San Expedito y los saludos de feliz cumpleaños, había un mensaje que decía: Gladys, nunca te quise.
A veces interviene la sección deportes. Le gusta marcar el “un”, cuando los periodistas dicen: con un River que jugó de fondo, un Boca irreconocible, un Racing que parece distraído. Y también: no encontró el gol, el gol se le niega, el anhelo de quebrar la valla. Frases así, que adornan las páginas. También es perceptivo con las sutilezas de los sociolectos: en Clarín señala palabras como chalé o nena, que un diario como La Nación casi no se permite y reemplaza por casa y niña. Todas estas marcas en birome azul son como una lección de advertencia frente a los eufemismos, las frases hechas, los lugares comunes, y una manera de señalar diamantes escondidos en el barro.
Me preguntaba quién lo hacía, quién alteraba el diario de esa manera en ese bar, hasta hoy a la mañana que por un madrugón de trámite hospitalario fui mucho más temprano de lo habitual y lo vi. Ahí estaba sentado, muy encorvado sobre el diario, con su birome azul en la mano. Es un señor de unos ochenta años. La parte de arriba de su columna vertebral está casi horizontal. Lo miré un rato: flaco y sumido, la campera doblada en la silla de enfrente, el estuche de sus anteojos a un costado, un pocillo ya vacío, el vasito de soda que cada tanto levantaba para tomar un trago mínimo. Por fin había descubierto al subrayador. Empecé a preguntarme qué decirle. Estaba muy concentrado, no lo quería interrumpir. Parecía Dios leyendo el diario, sin ningún interés por las tragedias humanas, señalando los detalles intrascendentes, los giros de la lengua, los bordes invisibles.
No le dije nada. Me pareció que lo iba a molestar, y además quizá le arruinaba esa especie de anonimato de su obra maestra de cada mañana. Me levanté y en la caja le pregunté al que parece el dueño o el encargado: ¿Viene mucho ese señor? –¿Aquel?, sí, todas las mañanas. Raya todo el diario, pero no molesta, me dijo. Pagué el café, pasé por al lado del cono de silencio del subrayador y salí a la calle.
Perfil, 10 de marzo de 2012
8 de marzo de 2012
Enero, de Sara Gallardo
Impreso en Argentina II: Enero from Eternauta Dos Mil Uno.
En este capítulo, para convertir a historieta la novela de Sara Gallardo, nos metemos con Juan en el campo.
Taller de poesía 2012
Dentro del poema
Taller de lectura de poesía
Coordinado por Pedro Mairal y Alejandro Crotto
A lo largo de 8 encuentros, analizaremos poemas de diferentes autores como Neruda, Viel Temperley, Watanabe, Fabián Casas y muchos otros. Intentaremos ver por qué funciona cada poema.
Todos los jueves de 19 a 20:30. Comienza el 15 de marzo, en Callao al 868 - Usina Creativa Callao.
Cupos limitados. Inscripción hasta el 14 de marzo.
Programa de cada reunión:
1 Fabián Casas, Sergio Raimondi, Daniel Durand, Ezequiel Zaidenwerg
2 Joaquín Giannuzzi, Ernesto Cardenal, Gonzalo Rojas
3 El haiku, Jack Kerouac, José Watanabe
4 César Mermet
5 Pablo Neruda
6 El soneto, el endecasílabo
7 Héctor Viel Temperley, Néstor Perlongher
8 Poemas sobre animales
Para más información y reservas: tallermairal@gmail.com
1 de marzo de 2012
29 de febrero de 2012
Tomar las islas
Pedro Mairal
El año pasado entrevisté a Hugo Emilio Sánchez para un programa sobre Los Pichiciegos y me contó que estaba terminando un libro. Lo acabo de leer. Se llama Brilla tú borracho loco, lo publica la editorial Garrincha en marzo. Es la historia de su regreso a Malvinas, 27 años después de haber estado peleando ahí como soldado. Quizá son prejuicios míos, pero el testimonio del regreso de un ex combatiente a Malvinas podría caer en varias trampas emocionales: la solemnidad, el patrioterismo, el rencor, la grandilocuencia, el sentimentalismo. Este libro es todo lo contrario. Su brillo más fuerte es la valentía de su honestidad, su humanidad, su sentido del humor. Y su gran acierto es la decisión de contar esa historia personal en poemas que concentran cada uno un núcleo epifánico y narrativo muy fuerte. Son como gotas que guardan lo esencial de la experiencia, y crecen en la cabeza del lector. La historia se adivina, se entrevé, crece de poema en poema.
Los distintos tiempos –el tiempo de la guerra y el tiempo de la paz– se superponen, se intercalan, con dolor y serenidad, con una calma que parece ser una de las claves del viaje: vivir el silencio actual de un lugar que antes fue atronador; la necesidad no de borrar el recuerdo de guerra sino de contraponerlo a la tranquilidad del presente en la bahía. Dormir en el lugar de las trincheras, pero en paz, bajo las estrellas, sin que nada explote. Con una especie de sabiduría etílica, Sánchez va hilando los momentos del regreso: volver con amigos ex combatientes a tomar las islas, literalmente, con whisky y buenos vinos. Reencontrarse con kelpers, conocer a soldados ingleses que volvieron por el mismo motivo, y dejar que el alcohol devele la hermandad.
Seguí brillando, diamante loco, le pide Roger Waters a Syd Barrett en la canción de Pink Floyd, y en esa euforia vital Sánchez celebra el estar vivo, se arenga a sí mismo a seguir brillando, a seguir viviendo sus contradicciones, haciendo del conflicto (el gran conflicto) algo propio, algo íntimo. Se refiere también a Galtieri, el Teniente General que en su constante curda peligrosa tomaba las decisiones. Brilla tú borracho loco dialoga con el pasado que está ahí todavía: los muertos, los cañones oxidados, la mentira de los noticieros, Las 24 horas de Malvinas, los mundiales de fútbol, la manipulación de los militares argentinos, el maltrato a los soldados. Pero no hay venganza, hay cuentas que se saldan con un poema certero. La amistad de los cuatro amigos que vuelven a las islas es la fuerza que los sostiene para poder atravesar la esfera de fuego de ese recuerdo.
Se están por cumplir treinta años de aquella guerra. El conflicto sigue vigente en las tapas de los diarios. Se escribió, se escribe y se escribirá mucho sobre Malvinas. Pero tengo la impresión de que este libro de poemas de Hugo Emilio Sánchez es lo más verdadero que se pueda escribir sobre la guerra.
Las cicatrices
Pedro Mairal
Cuando estoy entre peronistas me pongo gorila y cuando estoy entre gorilas me pongo peronista, le dije, citándole medio mal y de memoria la frase de Hebe Uhart. Me pedía que me callara porque quería escuchar. En su laptop sobre la cama, hablaba la Presidenta por cadena nacional. Tiene que haber sido enero de 2012 porque a la Presidenta la acababan de operar y tenía una cicatriz que le cruzaba la garganta. Es zombie, le decía yo para hacerla enojar, y me chistaba. ¿No se habrá hecho un trasplante de cuerpo entero? Sonreía apenas y se concentraba en las palabras de Cristina Fernández, que hablaba del milagro de su cáncer curado. “Mi amante kirchnerista”, le decía y ella me corregía: “Soy cristinista y, además, no soy tu amante”.
Teníamos el ventanal abierto, estábamos de vacaciones en Buenos Aires. Ella me había invitado a su casa, un monoambiente en un último piso con terraza. El tema de la cicatriz nos llevó a mostrarnos cada uno las cicatrices: yo, una larga y rugosa en el antebrazo por el día que atravesé un ventanal; ella, una cortita en el pulgar, cuando quiso separar hamburguesas congeladas con un cuchillo, y otra casi invisible en el tobillo que le hizo su hermano con la bici sin querer. Desnuda boca abajo en la cama, mirando su laptop, giró un poco y me mostró el tobillo. “Acá, ¿ves?” Y siguió oyendo su discurso, dejó los pies en el aire, los cruzaba y los descruzaba. No podía ser más linda.
Las cicatrices derivaron en lo raro de que te abran y te saquen cosas en una operación. Y me contó que una vez lo acompañó al campo a su ex, que era veterinario y trabajaba en un haras. Lo vio abrir una yegua muerta. Ella le tuvo que sostener la linterna pero le temblaba la luz. Me dijo que nunca lo había visto hacer eso y que la sorprendió la habilidad, la fuerza con que él le abrió la panza con un cuchillo filoso y la desmembró en pocos minutos. “Encima es un tipo grandote”, me dijo. No se terminaba de entender si la habilidad de su ex la asustaba o le gustaba. Quizá, las dos cosas.
No era la primera vez que me hablaba de su ex. Cuando todavía estaban juntos y ella vino un par de veces a mi casa, me habló de él. El departamento donde vivían en Monserrat era de él y, si se separaban, ella iba a tener que empezar de cero con su casa. Me acuerdo de que en un acto simbólico le regalé el abrelatas que estaba sobre la mesa. Era abrelatas, destapador y sacacorchos. Me contó que lo tuvo en la cartera las semanas antes de separarse y cada vez que buscaba las llaves lo encontraba con la mano al fondo y lo sentía como una llave para abrir algo que todavía no conocía. Y finalmente lo que abrió no fue una vida conmigo, sino un trabajo nuevo, el alquiler de ese depto en Coghlan, su nueva etapa de mujer soltera de 27 años. Ella no quería estar en pareja. “Nos vemos cuando queremos”, me decía. Yo le puse los ganchos de la hamaca paraguaya en la terraza.
Por fin cerró la laptop, nos abrazamos y sonó el portero eléctrico.
“No voy a atender”, dijo, pero se levantó porque sonó su celular. Se le cambió la cara. Volvió a sonar el timbre de abajo. “¿Quién es?”, le pregunté. “Mi ex, pero no pasa nada, no te vistas, no va a subir.” Igual me vestí. Más timbrazos. Ella fue a la cocina y escuché que decía por el tubo del portero eléctrico: “¿Qué querés?” Reapareció y me dijo: “está subiendo”. “¿Tiene llave?” “No, alguien le abrió.” El veterinario descuartizador de caballos estaba subiendo. Agarré mis cosas. “Subite a la azotea –me dijo– si salís por acá te lo vas a cruzar.” “¿Vas a estar bien?”, le pregunté, y hasta ahí llegó mi valentía. Hice pie en la parrilla de la terraza y me trepé a la azotea.
Arriba había dos tanques de agua y las cajas de cables. Me senté atrás de uno de los tanques. Se veía todo el cielo desde Coghlan hacia el norte. De vez en cuando, aparecía un avión y pasaba a mi derecha hacia Aeroparque. Recibí un mensaje de texto: “Lo traje al bar de la esquina estamos hablando después te abro”. Se fue haciendo de noche. De pronto se oyeron gritos por todos lados, un clamor que me asustó hasta que entendí que había sido un gol. Sonó como un gol atomosférico, fue increíble. Después me enteré de que había sido un gol de Boca. Desde entonces, me quedó una manía: cada vez que meten un gol en el Superclásico, le saco el volumen al televisor y escucho el gol que suena enorme en la ciudad. No me importa si es de River o es de Boca. Lo que me importa es volver a estar por un instante ahí arriba, escondido en la azotea de su casa.
Perfil, 28 de enero de 2012