23 de diciembre de 2009

Tarde de domingo

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Joaquín Giannuzzi


El domingo está desierto. La calle se alarga sin finalidad precisa.
Detrás de las paredes la vida parece haber agotado su última oportunidad.
Llamo al azar en algunas puertas y nadie acude.
La población entera ha abandonado el planeta en automóvil.
La historia ha concluído aquí. Las empresas humanas han hecho el ridículo.
¿A quién llamar por teléfono? ¿Por quién morir?
¿A quién apelar con esta mentira?
Si este simulacro durara demasiado, recordaría
que una vez tuve un destino y hasta un entusiasmo
y que la razón de estar vivo estaba en los otros.
Y no quiero imaginar mi pánico
si buscando la prueba absoluta de este mundo vacío
encendiera la radio portátil
y me respondiera el silencio universal.
Si la llegada del hombre había sido un producto casual
su partida es una fuga que me excluye
para que deambule como un muerto
que sabe que está muerto en un domingo infinito.

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(Señales de una causa personal, 1977)

15 de diciembre de 2009

Sábado 19


Él proximo sábado 19 a las 16 hs, se presenta "Rita viaja al cosmos con Mariano", de Fabián Casas y Santiago Barrionuevo.
Delgado 1235

9 de diciembre de 2009

Dame pelota

Dalia Rosetti lee una parte del primer capítulo de su novela "Dame Pelota" editada por Mansalva.



video: p. mairal

1 de diciembre de 2009

El viernes acá

El Viernes 4 de diciembre a las 19, en El Nacional, Estados Unidos 308.
Presentarán la novela Marina Mariasch y Pedro Mairal
Luego No-DJ Guada Gaona hará un set de música de chicas.


"Te pido un taxi es la síntesis de que una situación, escena, momento, ya no da para más. La fiesta, cualquiera que sea, se terminó. Una noche de borrachera con una amiga, una cita a ciegas armada por el enemigo, una conversación con tu madre que te hace involucionar 15 años. Vayamos más lejos. Una relación en la que dos personas ya no se reconocen, o peor, se desconocen. Te pido un taxi es la la frase que obliga a la retirada.
Pero Te pido un taxi, la novela, es mucho más que eso. Es la historia de dos amigas que llegan al mismo tiempo a situaciones límites que las harán barajar y dar de nuevo. Cuando la vida no se parece en nada a lo que planearon, cuando el éxito laboral se convierte en un espejismo y el amor en una fórmula averiada, la amistad es, sin embargo, lo único seguro, el lugar en donde estar a salvo. La posibilidad de hilvanar todo aquello que parece arruinado.
Mercedes Halfon y Fernanda Nicolini lograron escribir una historia verdadera, sin fórmulas fáciles. Sin artilugios. Y, sobre todo, muy divertida".



las autoras de te pido un taxi y de autobombo, fernanda y mechi, por cm

24 de noviembre de 2009

El monstruo

por Pedro Mairal

El otro día vi un monstruo en el subte. Lo vi cuando ya lo tenía encima. Fue el viernes del diluvio universal que dejó los autos flotando a la deriva. Me refugié del chaparrón en la estación Carranza, me subí corriendo al último vagón y ahí estaba el monstruo sentado. Tenía dos patas tocando el suelo y otras dos patitas flacas colgando hacia un costado, la respiración pesada, una mano que le salía por detrás de la nuca, se escondía y volvía a aparecer por abajo de una axila. Tenía algo de pulpo, con dos cabezas unidas por la boca. Se devoraba a sí mismo con violencia, se mordía hasta hacerse doler y con los múltiples brazos se iba palpando y explorando como si necesitara cerciorarse de que ciertas partes de su cuerpo seguían estando en su lugar.

Impresionaba lo abstraído que estaba en sí mismo, como fuera del tiempo, como soñando despierto una guerra alucinante. Estaba empapado, se ve que lo había agarrado la lluvia y no le importaba nada. El vagón se fue llenando cada vez más, nos aglomeramos alrededor del monstruo, impresionados pero disimulando para no mirarlo tanto. Afuera, arriba, caía medio metro de agua en dos minutos, se desentubaba el Arroyo Maldonado, el Gobierno porteño preparaba los comunicados de disculpas, se iba a acabar el mundo, era el fin, y el monstruo entraba delirando en el Apocalipsis, entre suspiros, susurrándose palabras asesinas y calientes, indiferente a la música del acordeonista ciego, sin percatarse de la nena valiente que le dejó una estampita de San Cayetano en una de sus cuatro rodillas ni de la señora de pelo naranja que lo miraba indignada.

De golpe se paró el subte, se colgó el sistema, los claustrofóbicos dejamos de respirar, empalidecimos, todo el espacio se encogió al mismo tiempo. Sin el zumbido de los vagones en movimiento, se oía cada ruidito: una tos, un diálogo, pero más que nada se oía al monstruo, su lamento regodeado, la actividad chiclosa del molusco de su boca, la lengua bífida como buscando algo al fondo de su doble garganta, acogotándose, hasta que necesitó respirar, cambió de posición, con las patas entrelazadas de otra manera, porque tenía algo de Transformer, parecía poder adquirir diversas formas y posturas. Vi que en uno de sus hombros tenía tatuadas una boca y una lengua. Era un monstruo rollinga. En el vagón no se podía respirar y a alguien se le ocurrió preguntarse en voz alta: “No se inundan los túneles, ¿no?”. Ibamos a morir todos y al monstruo seguía sin importarle, seguía rodeándose, trabado, engorilado, se frotaba los muslos, se rascaba, parecía que se ahogaba en un miedo cavernoso, estaba muy inquieto, como sufriendo por una causa personal, metido en una asfixia más profunda que la asfixia del vagón. Por suerte el subte volvió a arrancar y pudimos respirar.

La señora de pelo naranja no aguantó más y le dijo al monstruo que era muy indecente lo que estaba haciendo, que se fuera a un lugar solo, que no teníamos por qué aguantar semejante espectáculo. Con una voz finita y burlona, el monstruo la carajeó y casi a la vez con un vozarrón pesado se rio. La señora dijo que iba a llamar a un policía. El monstruo se levantó y se bajó en la estación siguiente, y atrás la señora y yo también. La señora llamó a un guardia de Metrovías tratando de retener al monstruo por el brazo. El guardia tardó en entender y ahí el monstruo hizo algo genial: se dividió en dos, sin despedirse, y el guardia no supo a qué mitad perseguir, quedó pagando junto a la señora de pelo naranja que protestaba sacudiendo los brazos.

(Perfil, 21 de noviembre de 2009)


22 de noviembre de 2009

Una vez por año - 2

"No quiero hacer trampa. Durante todo este intervalo entre noviembres estuve tentado: pasaban cosas y yo las iba anotando mentalmente, suponiendo que tenían el peso o lo que sea necesario como para formar parte del capítulo anual".
[acá el relato de Federico Levín de cosas contadas una vez por año]

10 de noviembre de 2009

Entrar en librerías

por Pedro Mairal


Entrar en librerías, últimamente, me da mucha ansiedad. Trato ahora de entender las causas y noto que son varias y algo difusas. Para empezar, mi casa ya está llena de libros, muchos no leídos, o leídos por la mitad, libros en los estantes y también apilados en el piso contra las paredes, divididos en torres de las distintas literaturas –argentina, inglesa, latinoamericana, española, francesa–, torres que se derrumban cada tanto y tengo que volver a levantar. No hay más lugar para los libros, pero siempre se agrega alguno. Por eso entro en las librerías ya saturado y aplastado por el peso de lo no leído, el peso de las lecturas pendientes y los anillados intactos de mis amigos, juntando polvo sobre mi escritorio. Entro con una culpa original, una sensación de “no debo estar acá”, pero me lanzo sobre las mesas de novedades y casi en seguida me arrepiento, me da taquicardia. Todas esas tapas, ese diseño gráfico cultural rozándome las cuerdas, el marketing trabajando sobre mi persona, haciéndome calcular cuánta plata tengo en el bolsillo. Algo me aturde. Cómo escribe la gente, pienso, cómo publican, parecen todos César Aira, y yo sin escribir, sin publicar, sin tener siquiera un libro en el alma, como dice Pasolini. Qué bien funciona el mundo sin uno (el mundo editorial y el mundo entero). Qué paliza para el ego literario.

Suceden demasiadas cosas a la vez en esas mesas de novedades. Sobre todo en las novedades locales, uno puede ver las fuerzas chocando entre sí: los inventos editoriales, los intentos por reinstalar un autor, la timidez sobrepuesta de algún colega que al fin se animó, las apuestas a la calidad (esa palabra de la industria láctea como dice Cucurto), el buen ojo de un editor, las esperanzas de bestsellerismo, los premios, las poses no posadas en las solapas, las contratapas elogiosas escritas por el autor mismo, todo lo que el viento se llevó y se llevará. Ahí está la guerra visible de la que los narradores argentinos forman parte, los grupos editoriales, la incidencia oblicua del campo intelectual, un recorte extraño de lo que se escribe hoy día. Uno conoce las internas que conllevó esa antología, las amistades que se rompieron en el proceso de edición, los entramados hormonales de la lista definitiva, y el lobby de esa otra colección, los cafecitos secreteados, los chismes, la extorsión emocional. Cada libro es la punta del iceberg de un intento de operación cultural. Los títulos entre sí se sacan chispas. Como en todas las épocas.

Y está también la ansiedad cuando acabo de sacar un libro, porque me busco de reojo y expectante, me detecto, por un instante me hago upa a mí mismo, disimulo entre las mesas. Después, con las semanas, el libro se va saliendo de foco, se va a los estantes para alejarse finalmente hacia los saldos y los galpones de stock. El director de la librería Hernández, Ezequiel Leder Kremer, contó en una mesa redonda que una plaga de las librerías son los autores de incógnito en busca de su propio libro. Llegan, buscan, preguntan por un libro, hacen ir al empleado hasta el sótano a buscarlo y después lo dejan en un lugar visible. Dan trabajo y no compran nada. Y hay historias tristes. La de Fitzgerald, por ejemplo, cuando en sus últimos años de guionista en Hollywood quiso mostrarle a su nueva secretaria que él era un escritor importante y la fue llevando por las distintas librerías de la ciudad buscando sus novelas sin poder encontrar un solo título.

La ansiedad de las librerías puede aniquilarte. Cuanto más grande la librería, más ansiedad. Uno de los pocos lugares donde estoy tranquilo es la sección de poesía (en general, el tamaño de la sección de poesía es inversamente proporcional al tamaño de la librería). Ahí puedo quedarme hasta provocarme una tortícolis aguda leyendo títulos verticales en los lomos finitos. Me quedo en ese rincón (porque casi siempre la poesía está en un rincón) y busco sin apuro entre los libros de poemas, publicados fuera de la histeria narrativa, fuera de la novedad, fuera del podio de la revista cultural. Madariaga, Giannuzzi, Juanele, Viel Temperley. Ahí le pido a Alejandro Magno que no me tape el sol y me refugio con los poetas que trabajaron en silencio sus libros lanzados al mundo con esa lentitud implacable que le gana a la liebre. Libros de poemas que concentran toda la literatura. Si uno diluye un buen poema en un litro de agua consigue un cuento regular. Si uno diluye ese cuento en diez litros de agua, consigue una novela innecesaria.


Perfil, 7 de noviembre de 2009


8 de noviembre de 2009

29 de octubre de 2009

Mr. Burns

Foto de Silvina Von Lapcevic, de la muestra de fotoperiodismo de Argra 2009.

27 de octubre de 2009

Pozo de Aire - Guadalupe Gaona

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por Guadalupe Gaona


Suelto el bote
y me tiro panza arriba a escuchar
lo que se mueve conmigo adentro.
Una pierna que cuelga.

En el lago las cosas están congeladas.
Seguro que los peces finos y largos
no sufren el paso del tiempo.

Hasta la hora del almuerzo
provoco mi propio naufragio.
Mi madre me hace señas desde la orilla
para que vuelva.
Parece un flamenco atascado en el agua.

Hago que no la veo, que no la escucho.
Hago que no tengo madre.
Mejor soy el bote suelto en el lago.
.
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Ediciones Senda Vox, Buenos Aires, 2009
Nota en Radar, marzo 2007

19 de octubre de 2009

El tren

Le propuse a Anna Maria Farinato, mi traductora al italiano, que escribiera algo que me contó sobre este tren que sale de Turín en la noche. Recién me lo mandó.


El tren de las putas

Anna Maria Farinato

Se me hizo tarde, y perdí el rewind de los trabajadores que después de pasarse el día en la metrópoli regresan al conurbano en horas decentes. La vida ya cambió de turno, y hoy me tocó el tren de las putas [SIGUE ACÁ]

Lyon

29 de septiembre de 2009

La batalla

por Joaquín Giannuzzi

La manada policial había bloqueado
las calles laterales. Una operación mental
tácticamente correcta y fría. Pero en el tumulto
vibraba un núcleo incandescente
donde se decidían las cosas con puños alzados,
alaridos, blasfemias y razones coléricas.
Volaron llamas, escupitajos, mamposterías,
vidrios pulverizados, bulones: el lenguaje
encarnado de gente que sabe lo que quiere
en tiempos miserables. La multitud onduló
jadeante y ciega al estallido del gas
y aunque condenada a una asfixia de lágrimas
perforó por un instante
el cerco de escudos y plástico reforzado.
Silbaron balas y el aire humoso
se astilló en la dispersión. La furia general
se concentró, vaciada en las tensadas cavidades
de cada rostro. En la cabeza de la nación
hubo un leve crujido, como si allá afuera
hubiera sucedido algo todavía desconocido.
Las pantallas de la televisión
dieron por apagada la escena. Había otros temas
que atender y desmentir el desorden:
allí donde al amor sólo le quedaban
falsas definiciones, pero también sospechando
cuántas mutaciones llegarían
a depender de aquella batalla perdida
en el recodo de una guerra interminable.
Después, montado en un aullido de sirenas,
llegó el Estado perfecto en auxilio de los muertos.


(de Apuestas en lo oscuro, 2000)

27 de septiembre de 2009

La famila molecular

por Luis Chaves

En la página de agradecimientos de un ensayo exquisito que acabo de empezar a leer, el autor reserva el final para las, se deduce por los nombres, mujeres que viven con él, les da las gracias porque “me han obsequiado el mejor regalo que una familia puede hacer a un escritor: me han dejado a solas para pensar, fumar y escribir”.

Leí esas palabras, me quedé inmóvil unos segundos y después cerré el libro, como hacen los lectores cuando quiere meditar sobre algo que los tocó. Sentí gran envidia porque cuando las mujeres de mi casa me dejan solo, mi primer impulso, el natural, es telefonear a algún cómplice y, por lo bajo, alcoholizarme. La contrarreacción inmediata es tratar de controlarme, no llamar a nadie. Si lo logro, ya entregado a la sensatez me paro frente la biblioteca, elijo algún libro al azar y abanico las páginas deteniéndome en los pasajes subrayados. No puedo evitar lo de marcar los libros, puedo tirar el teléfono al patio del vecino para alejarme de mis adicciones, pero nunca voy a dejar de subrayar los libros.

Hace un mes, más o menos, cumplí cuarenta años, una edad simbólica, querámoslo o no. Lo celebré con la familia nuclear y amigos cercanos. Rebobinemos: lo pasé con la familia extendida, esa que llamo la familia molecular. Nos reunimos desde tipo 4 de la tarde en el restobar de una amiga, una casa de los 70 con un amplio jardín trasero. Entre cervezas y música de fondo, fue cayendo la noche y de los niños, poco a poco, apenas se oían los chillidos y gritos que venían del lugar donde, cuando hubo luz, podíamos ver el tobogán y la caja de arena.

Hace un mes, más o menos, murió un amigo, Felipe Granados. Tenía 33 años y eligió morir, para ser precisos. Fue, en mi opinión, un escritor excepcional. Aparte de eso, una persona que evidentemente no estaba dispuesta a negociar con nadie la manera como quería vivir y morir. Pocos días después de que falleció, las mujeres que viven conmigo me habían dejado solo en la casa y me senté, con un trago, a pensar y escribir. Saltaba de un texto a otro, igual que cuando abanico libros al azar buscando pasajes subrayados. Como no lograba unir dos oraciones ni medianamente aceptables, recurrí al género epistolar: me puse a redactar mails. Escribí uno corto, telegráfico y que, en rigor, no decía nada concreto, iba dirigido a una lista de correo que incluye a ciertos amigos. En el mismo nanosegundo que le daba enviar me di cuenta de que entre los destinatarios estaba el correo de Felipe. En el nanosegundo siguiente me lamenté en voz alta, “le hubiera preguntado algo inteligente”.

La misma semana de la muerte de Felipe y de mi cumpleaños, nació Sian. Es la hija de Marco y Clea, parte de la familia molecular. La fuimos a conocer y estaba hundida en un almohadón gigante que se amoldaba a su figura como un nido de espuma de poliuretano. Como todos los recién nacidos, tiene ese aire de extraterrestre sabio y semihostil. Como toda recién nacida, Sian también tenía puestas las medias rojas más diminutas posibles ¡y el elástico le quedaba grande!

Ya me estoy acercando al final de esto que quería contar. En realidad, nunca tuve muy claro qué era exactamente lo que tenía para decir, sólo sabía que de pronto se habían juntado eventos particularmente intensos en un par de semanas y que necesitaba sentarme a pensar, escribir, quizás llamar a algún cómplice, quizás no. Se fueron reuniendo en un mismo lugar el escritor del ensayo que estoy leyendo, mi familia molecular, Felipe, una recién nacida. Uno pensaría que de esto tendría que extraerse algún tipo de sabiduría pero la verdad es que no la veo por ningún lado. Tal vez si trazo una línea divisoria en mitad de este texto, de un lado quedan los vivos, del otro los muertos. De un lado el día, del otro la noche, y del fondo de esa noche, desde algún lugar de esa oscuridad, nos parece oír la voz de los que no vemos, como la de aquellos niños que, más imaginarios que invisibles, siguen jugando en el tobogán, en la caja de arena.

http://tetrabrik.blogspot.com/

llueve fuerte sobre mi cumpleaños

por ramón paz


llueve fuerte sobre mi cumpleaños
sobre el domingo llueve sobre el pan
y llueve sobre vélez huracán
sobre los hinchas sobre los travesaños
más jóvenes que yo los jugadores
los taxistas los médicos de guardia
más jóvenes los poetas de vanguardia
más jóvenes los gordos locutores
diluvia en el asado suspendido
sobre el pasto vacío y la parrilla
con una indiferente maravilla
diluvia sobre el tránsito cumplido
treinta y nueve pirulos y yo inerte
y un poquito más cerca de la muerte

19 de septiembre de 2009

Un baile a beneficio

Una milonga tanguera que me hizo escuchar un taxista el otro día. Es la historia de un baile que termina mal. La encontré en youtube, cantada por el Chino Laborde y bailada por Los Macana.


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UN BAILE A BENEFICIO (Milonga) J.C.Caviello, J.A.Fernandez 1950
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Con el lungo Pantaleón,/ Pepino y el Loco Juan,/ el Peludo Santillán,/ Tinto y el Chueco Ramón/ salimos con la intención/ de ir a un bailongo fulero/ a beneficio de un reo/ que se hallaba engayolao/ en Devoto y acusao/ por asuntos del choreo.
Resulta que el loco es de buena familia, pero tiene un inconveniente el hombre: es coleccionista de gallinas.
Al buffet por la bebida/ fui yo, Tinto y el Peludo/ que ya estaba medio mudo/ de la curda que tenía./ Pero alli encontre una cría/ chupando que daba gusto,/ estaba el guitarrero Augusto,/ Gatillo, el Cortao Potranca,/ y el Sordo tenía una trancaque de verlo daba susto.
Este amigo siempre borracho, y pensar que nacio en La Martona, el loco!
En el ambiente de minas/ estaban las de Mendieta,/ con la flaca Pañoleta,/ la Paja Brava y la China,/ Pichuta la golondrina,/ la mechera Encarnación,/ la gorda del corralón,/ Sarita de la cortada,/ la grela de Puñalada/ y la parda 'el callejón.
Era un ambiente bastante bastante someria, el ambiente.
Entre el baile meta y ponga/ que era brava la negrada,/ y entre cortes y quebradas/ se mandaban la milonga./ Una negra media conga/ bailando con un chabón/ le dio al Loco un pisotón/ propiamente en el juanete.../ Si Santillan no se mete/ el Loco, el Loco le da un piñón.
Pero hay que ver amigo, siempre le pisan el juanete al Loco. Tambien, si el Loco tiene un juanete que parece una milanesa.
Pero el chabón muy careta/ al Loco le dio un sopapo,/ cayó el Loco como un sapo/ haciendo sonar la jeta./ Intervino Pañoleta/ para aliviar la cuestión,/ el chabón para un rincón/ se las quería picar,/ pero lo hizo sonar/ de un tortazo Pantaleón.
Pronto se armó la podrida,/ piña trompada y tortazo,/ Santillan tiró un balazo/ con un chumbo que traía./ Toda la gente corría,/ quedo la casa pelada./ Pa' terminar la velada/ yo me chorié un bandoneón,/ un piloto Pantaleón,/ y el Loco la jeta hinchada.

17 de septiembre de 2009

Censura de libros en escuelas de Puerto Rico

La escritora Mayra Santos-Febres cuenta acá sobre la censura que el Departamento de Educación de Puerto Rico decidió aplicar al prohibir una serie de libros literarios por no ser modelos de moral y ética. Arriba un fragmento de la carta.

12 de septiembre de 2009

Maradona acumulado

por Pedro Mairal

Siempre me obsesionó el famoso gol de Maradona a los ingleses. No me canso de verlo una y otra vez porque Maradona corre ahí como un cazador amazónico, esquivando plantas, saltando matas, se inmiscuye, se cuela por el tiempo europeo (el tempo, el timming). Pícaro, corre como un chico, es un chico y los rivales lo marcan como adultos indignados. Maradona corre como fuera de la ley, eludiendo la rectitud moral del hemisferio norte, se escurre, se filtra, y a la vez no toca muchas veces la pelota, la deja ir, la libera hasta ponerla a salvo en el arco. Se la va pasando a sí mismo, al sí mismo que va a estar más allá, más adelante después de saltar al defensor, después del sobrepique, del cambio de ritmo. Se precipita, se cae, y a los cultores del fair play no les queda más remedio que faulearlo, pero como es un chico que se la robó, se la lleva y se la sigue llevando. Los ingleses parecen enyesados, parecen estar jugando a otra cosa, como si de repente les cambiaran las reglas de ese deporte inventado por ellos mismos. No entienden ni preven el individualismo latino; Maradona nunca se la pasa a Valdano, el compañero que tiene al lado. Todo dura 9 segundos. Mete el gol. Elude hasta al camarógrafo. No lo pueden alcanzar ni los compañeros de equipo para abrazarlo.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento mediático, lo vemos parado al borde de la cancha, pero ahora como DT con sobrepeso, mirando el espacio invisible de su gloria, agarrándose las manos detrás de la espalda por la impotencia de no poder intervenir de manera directa en el partido donde sus once jugadores son once inútiles simplemente porque no son Maradona. Ninguno es Diego, ni Messi, que por alguna razón geofísica juega mal al sur del mundo. Hay que ganarle a Paraguay, corremos peligro de quedar eliminados del Mundial de Sudáfrica; hasta la Presidenta Cristina Fernández le habrá metido presión con un “Vamos Diego que el año que viene ganamos el Mundial”, un Mundial indispensable para tapar el gran desastre de patacones y bonos truchos que puede venirse en las provincias. Hay que ganar y Maradona se acumula a sí mismo, mira duro tratando de hacer telekinesis, tratando de dominar la pelota con la mente. Un pelotazo de Paraguay pega en el palo, un casi-gol peligrosísimo, una taquicardia bien disimulada por el Pelusa. Hay que hacer buena letra ahora que los goles reaparecieron, los goles liberados para la gente, aunque TyC se vengue pasando a cada rato el video institucional de sus 15 años donde Diego los felicita por haber hecho tanto por el fútbol y les desea muchos años más, hay que ganar y volcarse hacia la imagen nueva de él regalándole a la Presidenta la camiseta de la selección. Pero la selección está dispersa, no se asume como equipo: Verón se mueve espasmódico por la cancha, rifa pelotas aéreas, Messi no logra jugar con sudamericanos de pata pesada, no esquiva a nadie en esta desprolijidad general del fútbol sudaca, y la defensa hace agua. El año que viene es el Bicentenario, está todo el marketing patriótico armado en combo con el Mundial, es todo una misma gran escarapela redonda, la patria del fútbol, el fútbol de la patria, no nos podemos quedar afuera, no nos puede ganar Paraguay, pero Cabañas hace una pared con Barreto, Haedo recibe un pase exacto, patea al arco y gol de Paraguay. Un desastre. Tan fuerte vibra el estadio Defensores del Chaco que falla el cable coaxil y la imagen del Diego cerrando los ojos se pixela como si estallara de bronca en mil cuadraditos.


Diario Perfil, 12 de septiembre de 2009

11 de septiembre de 2009

Teoría sobre este Messi

p. mairal

En general la mayoría de los argentinos no vemos los partidos enteros de las ligas europeas donde juega Messi. Estamos acostumbrados a ver en un minuto el compilado de sus goles, sus jugadas de lujo, sus tiros libres clavados en el ángulo. No lo vemos pifiar, no lo vemos cuando se la sacan, cuando no logra pasar la defensa, cuando no llega, cuando le falla un pase. No vemos los pifies de Messi. Vemos un Messi editado. Quizá sea cierto que Messi está jugando con menos habilidad y ganas en la selección que en el Barça, pero cuando lo vemos con la camiseta argentina a punto de patear un tiro libre, con toda naturalidad esperamos que haga lo que nos acostumbramos a ver, que meta la pelota en el arco de una manera increíble. Pero Messi a veces pifia, aunque los argentinos no lo podamos creer. Nuestro desencanto con Messi es mayor de lo que debería ser simplemente porque nuestra expectativa es demasiado alta. Queremos que haga siempre lo imposible, queremos al Messi del compilado y ese Messi no existe en tiempo real .

7 de septiembre de 2009

Desde el camión

Para una nota que va a salir en la revista Brando, me subí en Gral Rodríguez a un camión que iba a Gral Pico, La Pampa, y de ahí a Victoria, Entre Ríos, pasando por Santa Fe. Mientras trato de escribir el relato (porque me da mucha ansiedad escribir), edito las imágenes que filmé en la ruta. El video dura 2 minutos y medio. Le mando de acá un abrazo a Javier Gareis, el camionero entrerriano que me tuvo tanta paciencia y hasta desenganchó el acoplado para llevarme a la terminal.
p.mairal

26 de agosto de 2009

El maestro de Kung Fu

por José Watanabe

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco.
Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
Su enemigo ataca con movimientos de animales agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo- me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.

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Cosas del cuerpo, 1999
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19 de agosto de 2009

Rock and roll, nena


Ahora que el blog ya es vintage, los blogueros Cece, Girlontape, Barban y Cariños A se confesaron ayer en el Rojas.

14 de agosto de 2009

"El destino es el encuentro del individuo con su clase"



Eso dice sabiamente Lamberti en este libro de poemas editado por la Funesiana. Acá está un poema del libro: "Córdoba". Y acá una entrevista donde habla de la revelación que tuvo volviendo en ómnibus desde Buenos Aires.

8 de agosto de 2009

Desde el camión

(Publicado en la revista Brando, en mayo de 2010)
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Pedro Mairal
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Mala noche
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La noche antes del viaje daba vueltas en la cama. Me voy a morir, pensaba. Por hacerme el transcultural. Voy a quedar en la ruta señalado con una de esas crucecitas que ponen los familiares al costado de la curva mortal. Estaba todavía a tiempo de cancelar. Además no sabía quién iba a ser el camionero. ¿Qué pasaba si era el camionero prototípico que “chupa como un camionero” y maneja borracho? ¿Cuántos kilómetros iba a soportarlo si manejaba mal? Le había preguntado a mis amigos si les parecía que yo iba a poder ponerme el cinturón de seguridad en el camión y se rieron en mi cara. Me estaba arrepintiendo de haber aceptado la propuesta de la revista: subirme con un tipo que no conocía a un camión con acoplado por las rutas argentinas para escribir un artículo; ellos me conseguían el contacto a través de uno de los redactores que era amigo de alguien que estaba en el tema del transporte y conocía a un camionero. ¿Y si era insoportable el tipo? Empecé a imaginarme dos días con un camionero medio suicida riéndose a carcajadas, puteando con la música a fondo, subiendo travestis en todas las paradas de camiones... Mis amigos me aconsejaron: Hay unos calzones de lata nuevos...

Harina
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A la mañana siguiente llego temprano a la planta procesadora de General Rodríguez, en Provincia de Buenos Aires. El camión ya está cargado y me encuentro con un tipo de unos cuarenta años que me da la mano. Javier, me dice, y yo me presento, le digo que vengo de parte de la revista. Ya le avisaron. Le noto un acento entrerriano, se despide simpático del fotógrafo que viajó con él ayer haciendo fotos para la nota y que ahora antes de irse nos saca una foto juntos. El camión ya está cargado con grandes bolsones de harina de pluma de pollo. Mientras hacen el papeleo del Senasa, el organismo que controla la sanidad agropecuaria, doy una vuelta por la planta entre el ruido insoportable y el olor a pelo quemado; las máquinas procesan vísceras y plumas de pollo hasta convertirlas en una especie de polvo marrón que se usa para alimento balanceado de animales. En la balanza del Senasa calculan el peso de la carga descontándole el peso que tenía el camión cuando llegó vacío y chequean que no supere la carga máxima permitida. Ahí empiezo a escuchar sobre toneladas, controles a camiones, a camioneros, exámenes psicofísicos, cursos de capacitación, permisos para manejar cargas peligrosas...
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La altura
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Cuando nos dan el libre tránsito, me subo al camión (o me trepo más bien) y salimos rumbo a La Pampa, con el sol alto por el Acceso Oeste. Javier se pone el cinturón de seguridad. ¿Hay que ponerse esto?, digo como si me pareciera extraño. Y sí, me dice, siempre es más seguro. Pensar que se habían reído de mí. Lo primero que se siente arriba del camión es la altura distinta, la perspectiva nueva del camino, una sensación de dominio del espacio, porque se ve más lejos en el horizonte. También se siente el tironeo del acoplado, amortiguado por un elástico de acero. Es un camión Volkswagen de 220 caballos de fuerza que arrastra 17 toneladas sin que se note el esfuerzo del motor. El camión cargado tiene como un envión de tren, no parece fácil de frenar, pero frena. De todas formas se siente una gran desproporción con los autos y todavía más con las motos y los ciclistas, que desde ahí arriba parecen una hoja de papel. Si yo fuera un ciclista de calzas de lycra lo pensaría dos veces antes de salir a la ruta y hacerme afeitar al ras por los camiones.
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Heavy
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Javier maneja bien, pero igual tardo un rato en relajarme. Es un camión frontal, sin trompa, nosotros y el parabrisas somos el mascarón de proa de una energía cinética poderosa que se cruza muy cerca con energías similares que vienen en la dirección opuesta. Me pongo a cebar mate tratando de sincronizarme con el tironeo del acoplado para no quemarme. Una vez leí que a los centros del quemado argentinos llegan sobre todo quemaduras en la ingle (y aledaños) por la gente que ceba manejando. Javier me cuenta que es entrerriano y hace 14 años que maneja camiones. Antes fui ambulancista, me dice. Y hablamos un rato largo de ese trabajo, de la ambulancia, de la mafia erótica de los hospitales, de levantar fiambres en los accidentes. Le pregunto si era peligroso y me dice que no. Me señala el camión que estamos pasando y me dice: “Eso es más peligroso”. Miro el camión pero no noto nada raro. “¿Ves la calcomanía esa roja con la llamita? Es de cargas peligrosas, me explica. Llevan agroquímicos. ¿Puede explotar?, pregunto. No, lo afanan, los agroquímicos son carísimos, calculá que se usa un frasquito por hectárea y ahí lleva varias toneladas. Algunos van con custodia. Porque los chorros te paran, y se llevan el camión, lo descargan por ahí y lo dejan tirado. Es la policía siempre. Saben lo que lleva adentro por la calcomanía esa que es obligatoria”. Ahora estamos en la Ruta 7. Los carteles indican que a cuatro kilómetros hay un pueblo llamado Heavy.
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Infografía
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Me pongo a pensar en la circulación de mercadería, de cosas tan específicas a lo largo del país. Nosotros llevamos un ingrediente proteico que formará parte del alimento balanceado para peces de los criaderos de Bariloche. La historia empieza en el frigorífico donde unos rodillos con púas de goma despluman a los pollos que pasan muertos, colgados de las patas, las plumas se acumulan en tanques, se secan con un proceso que se llama liofilización, se muelen en una harina que es transportada largas distancias hasta un molino que la mezcla con otros ingredientes -como harina de lombriz, harina de sangre, levadura de cerveza- y forma pellets que se embolsan para vender y llevar a los criaderos del sur donde comen y engordan las truchas arcoiris que después son abiertas, evisceradas, desespinadas y congeladas en filetes que se exportan a distintos mercados del mundo. De golpe me veo metido dentro de una gran infografía dinámica, con camioncitos moviéndose por un mapa entre plantas procesadoras, redes viales, porcentajes, datos nutricionales, demandas de proteína animal, biología aplicada, criaderos, puertos, barcos, restaurantes, clientes, estómagos humanos.
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Una línea
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El sol está pegando fuerte aunque recién está por llegar la primavera. En Junín tomamos la ruta 188. Se ve mucha maquinaria agrícola parada. No hay movimiento en la tierra, se ven solo rastrojos. Tiene que llover antes de que siembren, me dice Javier. La tierra está seca. Ya se empieza a hacer perfectamente plano el horizonte, como esa línea abstracta que le basta a Fontanarrosa para crear todo el escenario de Inodoro Pereyra. La Pampa empieza antes de La Pampa. Es jueves. Se ven grupos de chicos jugando alrededor de las escuelas en medio del campo. Kilómetros de alambrados y de pronto una liebre corriendo sola. La ruta está medio vacía, no viene nadie de frente y se puede sobrepasar tranquilamente a los más lentos, algo que no es fácil de hacer con un camión de 22 metros de largo. Hay días que quedás en esas chorreras de autos y camiones y capaz que estás horas ahí atrapado en el trencito yendo a 50, me dice. Pasamos por Lincoln y por otro pueblo de nombre raro: Pazos Kanki. Le pregunto a Javier si a veces sueña que maneja. “No, pero la primera noche, cuando vuelvo de un viaje largo no puedo dormir, quedo como apretando pedales”, me dice.
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Almuerzo

No paramos a almorzar, entramos en la tarde a 80 kilómetros por hora con mate y galletitas. Por suerte Javier habla, cuenta cosas, sin que yo tenga que estar sacándole temas con el tirabuzón de preguntas. Se nota que le gusta su trabajo, él mismo me lo dice. A mí me gusta andar, estar moviéndome, me ponés atrás de un escritorio y no aguanto una semana. Lo más duro de este trabajo son las esperas en los puertos, eso es lo peor. A veces te dejan tres días ahí, haciendo fila hasta que te toca turno. Tenés que calar el cereal, pesar, descargar. Te dan un número y capaz que te llaman por altoparlante a las cuatro de la mañana y si te quedaste dormido perdiste, se te meten delante. Por ahí te tirás a descansar un rato y cada diez minutos te tocan la puerta las putas, te llaman “¡Papiiiiitooo, qué haces ahí adentro solito?”. No te dejan dormir. Hay unas combis que pasan y te llevan a un restorán, por treinta pesos tenés tenedor libre. El tema putas se agota ahí, se vuela por la ventana, y empezamos a hablar de comida. Parece que no habrá travestis en rotondas ruteras. Al final, no tomás, no andás de putas, manejás tranquilo… Me trajeron con el monje camionero, le digo. Se ríe y me dice: “Yo soy así, vos escribí lo que quieras”. Me pongo a cambiar la yerba y en el trámite encuentro unos cds. Elegí alguno, me dice y pongo Los Majestuosos del Chamamé.
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Banda sonora
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Es raro lo que hace la música cuando uno está en la ruta. Se vuelve banda sonora de la película sin editar en la que uno va metido. El camino y la música se combinan de maneras extrañas. Entre los sapucays y el acordeón, van pasando hacia atrás los silos, los tambos allá lejos, y en la banquina los altares rojos del Gauchito Gil que en esta última década le ganó mucho protagonismo a la Difunta Correa entre los santos populares. ¿Vos le dejás ofrendas al Gauchito o a la Difunta? “No, yo eso nada, pero respeto, hay gente que para, deja cosas, pide. Yo no”. En unas horas vamos a llegar a General Pico. Hablamos de Victoria, la ciudad entrerriana donde vive con su mujer y una hija chiquita. Me cuenta que tiene otra hija que estudia en Rosario. Yo le cuento de mi hijo y así pasa el paisaje hacia atrás y nos vamos contando la vida, lo que queremos contar, y de vez en cuando nos callamos porque en la ruta uno se deja ir lejos con los ojos y entonces la cabeza se libra de uno mismo, apaga la máquina de pensar en contra, se olvida un poco, se amansa. Javier salió el martes de Victoria, tuvo un viaje a Córdoba y de ahí a General Rodríguez, de donde salimos hoy a la mañana. Ya tiene ganas de volver a su casa, pero todavía hay que descargar el camión en La Pampa.

La Pampa

“Acá en la Petrobrás de Banderaló, dice un amigo que hay una petisa muy bonita. Siempre me dice así: hay una petisa muy bonita”. Javier imita a su amigo y pasamos el limite interprovincial. La Petrobrás aparece de a poco, se agranda de golpe en su perspectiva diseñada, y queda atrás, no paramos, venimos embalados, y la petisa queda para otro día. El disco de Los majestuosos vuelve a empezar y el sol ya casi está tocando el horizonte. Se hace de noche rápido y tomamos curvas larguísimas donde se ven venir de frente las luces de los autos. En Larraudé tomamos la Ruta 1. Falta poco. Me dice que en Pico hay un hotel, él va a dormir al lado del molino, acá adentro del camión; tiene cama y hasta una tele de 12 volts. En las afueras de la ciudad cargamos gasoil, el playero nos habla de accidentes recientes, de los borrachos, de los pendejos en moto que cruzan la ruta sin mirar. Al entrar a la planta del molino hay que pesar de vuelta el camión. El sereno ya lo conoce, se saludan. No hay nadie. La postal del galpón enorme y el camión parado al lado en el playón vacío. Mucha soledad acá. Javier camina a la Shell a comprarse un sándwich de milanesa, yo me voy al hotel. Pico es una ciudad agrícola, trazada con regla sobre la llanura. El hotel está bien y en el restorán de al lado, un grupo de hombres panzones con camisas a cuadros habla un rato largo de escopetas. Mañana empieza otro paro del campo. No se va a poder circular con camiones cargados. De todas formas, no tendríamos que tener problema porque el camión ya va a estar vacío.
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La descarga

A las ocho de la mañana vuelvo al molino y me encuentro el camión dentro del galpón con el acoplado a medio descargar y un autoelevador, de esos que llaman sampi o clark, sacando los grandes bolsones y llevándolos hacia adentro de la planta donde se mezclan las harinas en el molino. Javier me explica que hay que descargarlo alternando un lado y el otro porque si se descarga todo de un solo lado se desbalancea y se puede volcar. Me dice que durmió bien, que estaba fresco y lindo para dormir, pero ahora el día se está poniendo pesado y caluroso. Levanta y cierra las puertas laterales del acoplado, arma la estructura de fierros que sostiene la lona y lo vuelve a tapar, atando cada una de las sogas con un mismo nudo. Es metódico y prolijo. “A mí me gusta el camión bien presentado”, me dice. “Esa cosa del camionero croto que va con la lona flameando no me gusta. El camionero en general es muy croto”, dice y me cuenta que antes los dejaban bañarse en las estaciones de servicio pero ahora cerraron todas las duchas. “El otro día un playero me dice: Las duchas están cerradas porque ustedes rompen y ensucian todo, y es verdad, tiene razón, pero te da bronca”.
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El desierto

Después de volver a pesar el camión salimos hacia el norte. Javier quiere llegar antes que anochezca a Entre Ríos. Se nota la diferencia al estar vacío el camión, parece más fácil de frenar y el acoplado ya no pega tirones. La ruta está todavía más vacía que ayer y un viento caliente se empieza a levantar cada vez más fuerte, un viento que le pega casi de frente al camión y lo relenta. “Mirá, lo traigo a fondo y vamos a 60”, me dice, “Si hay viento gasta mucho más gasoil”. Se arman remolinos en la tierra arada, se está cociendo el caldo de la tormenta de Santa Rosa, hay un falso verano. Es un aire de otro lado, aire del norte que abomba y trae calor y zamarrea las arboledas de eucaliptus. En los alambrados flamean tiras de plástico que quedaron enganchadas. Parece niebla la tierra que vuela. El calor se pone tan bravo que en la Petrobrás de Banderaló compramos una botella de agua, pero la petisa muy bonita no está. Hay una morocha grandota bastante simpática. Con las ventanas abiertas y el viento arremolinando el diálogo seguimos viaje, vamos cruzando la planicie seca y pensando en unos sándwiches que según Javier son muy buenos en un pueblo llamado Sancti Spiritu. Pero todavía hay que agarrar la Ruta 33 en Villegas y el viento nos está demorando.
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Una teoría

Viene uno como dormido cuando vuelve del desierto, dice Martín Fierro en la vuelta, y así vengo en el asiento, aplastado, medio sordo por el viento en los oídos, saliendo del desierto de a poco; unos parches verdes empiezan a aparecer y semi dormido pienso que otra vez no paramos a almorzar, y lo bien que está eso porque en general no me gusta comer frente a frente, prefiero evitar esa especie de confrontación un poco intimidante de la mesa, mejor comer unos sandwiches mirando la ruta, conversar así en movimiento, mirando para adelante, quizá porque esa es la manera en que me gusta escribir, mostrando, sin ponerme delante, aunque hay autores que confrontan al lector y lo hacen bien, yo prefiero ir desplegando las escenas delante de los ojos a la par del lector, sin obstruir el paisaje, prefiero hacerme a un lado, quedar hombro con hombro, escribir como quien va manejando un camión y lleva al lector de acompañante. Así yo voy quizá leyendo este viaje y al volante Javier lo va escribiendo.
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Piquete familiar

Cuando ya estamos entrando por el sur a Santa Fe, me saca del sopor una camioneta 4x4 que se nos pone a la par. “¿Y este?”, dice Javier. El tipo saca la cabeza por la ventana, nos señala la carga y hace montoncito con la mano. ¿Qué llevan?, pregunta. “¡Qué le importa!”, dice Javier y ni lo mira. El tipo después se aburre y nos pasa. Como el camión está tapado con las lonas no se nota que está vacío. En Chabás vemos unos silos gigantes abollados como latas de cerveza vacías por un tornado que pasó en el 2003. Sigue el calor pero ya el aire es otro, menos terroso, más húmedo. En Casilda, nos cruzan delante unas banderas Argentinas. Se ponen en medio del camino una señora mayor con los nietos, un hombre de unos cincuenta años. Nos frenan, preguntan qué llevamos en la carga. Javier les dice que va vacío, que descargó en General Pico y nos dejan seguir. Esto es todo lo que se ve del paro del campo que ya parece gastado, un simulacro de algo que sucedió hace tiempo, aunque sólo haya pasado un año desde los grandes cortes de ruta que paralizaron al país.
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La sombra del lapacho

Ya cerca de Rosario, me dice que está cansado, pero se lo ve contento de estar menos lejos de su casa. Me pregunta qué impresión me llevo de todo esto y le digo la verdad, que tenía miedo de que fuera un camionero insoportable, que me alegra que me haya tocado viajar con él, también le cuento que me gustó ver un eslabón de toda una cadena de producción industrial. Bordeamos la ciudad y cruzamos el río Paraná por el puente interprovincial hacia el lado de Victoria. El agua lleva el diálogo hacia el lado de la pesca y los consejos para asar el pescado sin que se pegue poniéndolo cuando la parrilla está todavía fría, y cómo era el viaje en lancha hasta Rosario cuando todavía no estaba el puente, y qué lugares son buenos para pescar. Ya estamos en Entre Ríos y se nota. Javier me cuenta de la huerta que hicieron con su mujer, de los tomates, de la diferencia entre el agua de la canilla y el agua de lluvia. Quiere llegar, bañarse y tomar mate a la sombra de un lapacho blanco que trajo del norte y plantó hace varios años en su patio.

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El hijo de la maestra
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Se ve de lejos Victoria, ahora el terreno es más amable, ya no es el páramo seco sino un lugar verde con lomadas. Javier me señala todo, allá está el casino, allá el gran hotel, allá hay unos barrios nuevos que están construyendo. Entramos en la ciudad. Me propone desenganchar el acoplado para poder maniobrar en el centro y llevarme a la terminal donde me voy a tomar el colectivo. Le digo que no hace falta pero insiste. En un playón dejamos el acoplado y entramos por las calles de casas bajas. De vez en cuando saluda a algún conocido; está en sus pagos y se le nota en la actitud física, en el entusiasmo orgulloso de estar de vuelta ahí. En la esquina de la plaza me muestra la casa donde nació. Mi vieja era maestra, me dice y llegamos a la terminal. Le agradezco por todo y me bajo. Él tiene que ir hasta el tinglado de su patrón donde se guardan los camiones. Ojalá pueda algún día comprarse el Scania que quiere tener. Ese es su sueño: tener su propio camión. Ahora levanta el brazo, me saluda y lo veo doblar y perderse en la esquina. Se llama Javier Gareis.


6 de agosto de 2009

Oh, yo no soy surrealista, soy empleado

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Como si estuviera debajo de un árbol
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José Watanabe
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En otro lado esta muchacha tendría hermosas piernas
y yo abriría las manos midiendo en el aire su cadera
o pensaría algo impúdico y bello para nombrar sus senos.
Esta muchacha taquígrafa mecanógrafa de buena presencia
no me sonríe ni canta,
pero debiera.
Vive ocho horas diarias frente a mí
sentada sola y lejana
lejana en una larga perspectiva sobrevolada por estantes y escritorios y palomas
fijadas en el aire y una ventana que distorsiona su propio marco y ella más
sola y lejana cada vez.
Oh, yo no
soy surrealista
soy empleado
y esta muchacha archiva mi oficio y beneficio, mi nombre
que flota como un globo entre los conserjes y los doctores.
A la hora del refrigerio ella abre su lonchera
y dispone sobre el escritorio su alimentación de pájaro
como si estuviera debajo de un árbol.
Esta muchacha
como si estuviera debajo de un árbol debiera cantar
y yo debiera ser galante con el suave color de sus mejillas.




Elogio del refrenamiento, antología poética de José Watanabe, Renacimiento, Sevilla, 2003

2 de agosto de 2009

Muchas Emmes

...no sé por qué empezamos a hablar de la manía del Photoshop. Me cuenta que los fotógrafos cuando le muestran las fotos le dicen que no se preocupe, que se arregla. "A mí no me importa eso -dice-, yo quiero ver la luz, si hay una mirada que dice algo, si la foto transmite algo que esté bueno. Tengo las fotos de Playboy originales, sin retoques". ¿Las que salieron tienen retoques? "Bueno, ahora todo sale con retoques -dice Emme-, por la luz y esas cosas". ¿El pubis depilado con forma de conejito de Playboy es fotoshop?, le pregunto poniéndome en evidencia. Eso no es un retoque, lo hice yo, le pedí a mi depilador y después hice un arreglo con la maquinita"...
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(La entrevisté a la multifacética Emme para el número de agosto de Brando. Hablamos de El niño pez, de música, de Rita la salvaje...)
p.mairal

1 de agosto de 2009

Gris Lima

Pedro Mairal

Fue domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano en el Perú (perdonen la tristeza), empieza diciendo César Vallejo en uno de sus mejores poemas, escrito muy lejos de su tierra natal, esos versos que no paré de repetirme durante la semana que pasé en la Feria del Libro en Lima, aunque el domingo no vi burros sino surfers en una playa invernal y ventosa, de cantos rodados que ensordecen la orilla y casi no dejan hablar, porque el Pacífico no hace honor a su nombre, es revuelto y belicoso, y esa mañana hamacaba a los surfers que de lejos parecían focas, flotando en manada, esperando la séptima ola, la ola buena, adentro del mar gris. Enrique Molina definió el gris limeño como estar metido dentro de una perla porque en Lima no sale el sol, llovizna todo el tiempo y la bruma envuelve la ciudad como el alcohol a los autores invitados. Después del pisco y la cerveza Cusqueña uno puede quedar bastante perplejo frente al billete verde de 10 Soles que tiene de un lado un aviador y del otro un avión volando sobre el agua, pero el avión está al revés. El taxista explica que Quiñones Gonzáles fue un héroe de la aviación que hacía vuelos invertidos a pocos metros del las olas y que en la guerra peruano-ecuatoriana terminó inmolándose contra las baterías enemigas como un kamikaze. Cuando le pregunto si habrá sido por la fuerte influencia asiática que tiene el Perú, no entiende el chiste o no le hace gracia, así que escucho al presidente que anuncia planes por la radio en cadena nacional mientras por la ventana veo las peluquerías abiertas a la calle, las mujeres policías conduciendo el tránsito en garitas auspiciadas por Inca Kola, los carteles que dicen oro, plata, brillantes, peinados unisex. Perdonen la tristeza.

(Perfil, 1 de agosto del 2009)

"No tenemos nada en común", nota en El Comercio, Perú

[MÁS FOTOS]

22 de julio de 2009

Juana Bignozzi

foto: p. mairal


LUZ DE GAS


por Juana Bignozzi

Todos pudimos apagar y encender las hogueras
digamos, las luces
los más inconscientes lo hicimos
pero yo pregunto
quién tuvo la valentía de verlas agonizar
y siguió hablando moviéndose
pensando en las celebraciones
sonriendo ante las consecuencias del cambio de estación
la luz que agoniza era una obra que amaba mi madre
en su fantasía del teatro
pero aquí no habrá salvadores
lúcidos detectives jóvenes enamorados
sólo héroes que miran cómo agonizan
y simulan vivir una vida
¿quién la llamó vida?
sin revolución

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De "Regreso a la patria" 1989

11 de julio de 2009

Mehr als Bücher


Mehr als Bücher / Más que libros
Antología de Literatura Cartonera
Berlin: Papper LaPapp, 2009
Edición a cargo de Ausias Navarro Millet
Selección de Textos: alumnos de dos escuelas berlinesas

8 de julio de 2009

Nueva narrativa argentina

por Santiago Llach

Mi novia y mi ex-mujer están en una antología
de la nueva narrativa argentina... [sigue acá]

6 de julio de 2009

Diosiderio

por Fabián Casas

En el 83 entré en Filosofía. El examen de ingreso se dividía en epistemología y lógica. Cursábamos unas semanas durante el fin del verano y después rendíamos. Aprobamos casi todos. Ya en la facultad, me sentía solo: eran nuevos los compañeros, la forma en que se estudiaba cada materia y el ambiente enfervorizado de los pasillos repletos de consignas políticas. También había muchas chicas hermosas. Silvio Rodríguez reinaba a todo lo ancho y lo largo del edificio de la calle Charcas.
Una tarde, entre dos materias, bajé a tomar un café en el bar que estaba en el subsuelo. Era un avispero de gente. Sin embargo, me quedé mirando a un joven muy delgado, con el pelo corto, que hacía una extraña mímica que tenía fascinados a sus compañeros de mesa. Movía las dos manos dando a entender que construía un recuadro inmenso, después hacía que serruchaba los bordes de ese recuadro. Esto lo repetía varias veces hasta que ese recuadro quedaba de un tamaño minúsculo, lo pesaba sobre su mano y, acto seguido, lo arrojaba sobre la tacita de café que estaba delante suyo. Tomaba la cucharita -esta sí real, al igual que la tacita- y revolvía el café. Sus compañeros de mesa se reían.
En los cursos de filosofía antigua teníamos a un bromista que, aprovechando la sordera del ayudante de prácticos, le preguntaba desde el fondo con la boca tapada por una bufanda: "Profesor, Erútodo de Albóndiga, ¿qué resto material de escritura dejó?" A veces cambiaba el nombre del filósofo presocrático y decía: "Profesor, Yogurth de Macedonia...". Todos nos reíamos. Teníamos un compañero que militaba en el Mas y que se paraba a discurrir de manera compulsiva en las clases de Introducción a la Filosofía. Esta cualidad es casi una característica de los alumnos de esta carrera. Se supone que uno va a filosofía a hablar, a discutir, a darle rienda suelta a la vía peripatética. El muchacho en cuestión usaba una boina negra que no se sacaba dentro del aula. Y tenía rulos negros y largos que salían por los costados. Siempre terminaba sus alocuciones con una frase que me parecía genial: "Porque usted sabe, profesor, que en la edad media los árboles eran ninfas". Había otro, un poco más grande en edad, que levantaba la mano para hablar y antes de hacerlo decía: "Me gustaría, antes de hablar sobre este tema en cuestión, hacer un pequeño introito".
Cuando empecé a cursar metafísica en la cátedra de Carpio me tocó sentarme con el mimo del terrón de azúcar invisible. Se llamaba Juan Desiderio e iba a ser uno de esos amigos clave que tenemos en la vida. Algunos cumplen -cumplimos- la función de ser testigos, otros la de ser mentores e impulsores de nuestros amigos. Otros somos sus dobles o sus antagonistas futuros. El joven Desiderio era como una canción de Spinetta: fresca, demencial, surrealista e imprevisible en su ejecución. No sé porque motivo para mí la palabra Horacio remite a un pedazo de cuero, otro gran amigo, Alejandro Caravario, suele decir que a él la palabra Roberto le trae la imagen de postigos antiguos. El significante de Desiderio es la palabra flash. Creo que es la que más repite desde que lo conozco: el tema tal lo "flashea", los poemas de Ginsberg le parecieron un "flash", una mujer lo "hiperflasheeo" y uno de los innumerables grupos de rock que fundó en su vida se llama "Cardioflash". También tocó el bajo, cantó o fue guitarra líder de Aguante de Cancha y Hippie Rabioso, dos grupos efímeros que circularon por pequeños locales de Corrientes. Escribió también varios libros de poesía: La Trilogía Sacra, Tos y la ya famosa "Zanjita" que tanto influenció en buena parte de los poetas que empezaron a escribir a mediados de los 90.
Desiderio es un surrealista trasnochado, un neo hippie y un Larkin melenudo y fumeta, ya que al igual que el inglés conservador, es empleado de una pequeña biblioteca que dirige en Parque Chacabuco. Para los que no lo conozcan físicamente, se lo podría describir con cierto aire a Capusotto, pero con un estilo más rocker: sin duda no desentonaría en ninguno de esos posters extraordinarios de The Mothers of invention, la gran banda de Frank Zappa. Siempre me llamó la atención Desiderio no solo por su fantasía desbocada -sistemáticamente desbocada- sino por su gran corazón. Considero a la bondad como un don superior que sólo muy pocos pueden esgrimir. Entiendo por bondad como una natural disposición a perderse en el otro, a ayudar a los demás por encima de nuestra importancia personal. Existe la vocación de poder y la vocación de servicio. La vocación de servicio es la que nos vuelve invulnerables. Recuerdo que la primera versión de mi primer libro de poemas estaba dedicada a "Juan Desiderio, quien recibe señales telepáticas de la belleza y cuyo corazón jamás emite órdenes". Era una dedicatoria bien beatnik, en línea con otra de las características desiderianas: el camino zen o budista, el keroackismo beat.
Desiderio se fue de la facultad misteriosamente y varios meses después me lo encontré en la Plaza Houssey con una túnica blanca y repartiendo volantes con los poemas de Almafuerte. Estaba apelando al desorden de los sentidos. Después se enamoró de una chica y se fue a vivir una temporada a Costa Rica, yo me quedé en su departamento y recibía, cada varias semanas, unas cartas geniales que parecían escritas por Artaud. Pasaron los años y lo dejé de ver durante mucho tiempo pero siempre teniendo noticias suyas que llegaban a través de otras personas. Hace poco recibí un mail donde me decía que nos podíamos juntar a cenar. Nos juntamos. Estaba en gran forma, más desideriano que nunca. Ni bien se sentó me dijo "Qué flash lo de la gripe porcina!", riéndose. Creo que pensaba, como Artaud en el comienzo del Teatro y su doble, en el poder creativo de la peste. A la mitad de la botella de vino me informó que estaba estudiando Taoísmo con unos chinos a los que conoció comprando comida china en una rotisería. Me dijo que había muchos chinos haciendo esto en varias rotiserías del país y que era ahí donde ellos reclutaban a sus discípulos. Me acordé que hace una semana se había abierto una rotisería china a dos cuadras de casa.
A los postres se puso a relatar la historia de Armand Binoche a quién conoció en la biblioteca en donde trabaja y que estaba viviendo en una casa abandonada, casi como un mendigo. Sin embargo, el tipo era un gran lector y hermano de Juliette Binoche, la actriz francesa. Desiderio lo invitó a vivir a su casa y Armand Binoche terminó conquistando a todos sus amigos con su proverbial simpatía. Armand Binoche también era modelo y actor y le dijo a Desiderio que pensaba viajar al extranjero para retomar su carrera. Lo raro es que pese a su indingencia crónica, siempre tenía plata para sus gastos y se encerraba en su pieza a escribir un libro. En un momento, Armand Binoche organizó una serie de fotos en un estudio -que pagó él- para volver a modelar. Pero le exigió a la fotógrafa que le entregara todas las fotos que había sacado. Así que nadie tiene fotos de Armand Binoche. Una mañana le propuso a Desiderio comprar la casa en la que vivían a medias. Desiderio lo pensó y aceptó. Pusieron un día en el que iban a encontrarse para cerrar el trato. El día indicado Armand Binoche -que ya vivía hace meses en la casa de Desiderio- tenía que pasarlo a buscar por la biblioteca para hacer la operación inmobiliaria. Pero nunca llegó. Tampoco estaba en la casa, de donde desapareció. Aunque era pobre, dejó toda su ropa. Lo único que se llevó fueron los cuadernos donde escribía. A la semana, al correo de Juan llegó un mail de una mujer que decía ser la representante europea de Armand Binoche. El mail decía "lamento informarles que Armand Binoche murió en la calle de un paro cardíaco". Un buen cierre de un demiurgo consumado. Pero algo quedó. Desiderio grabó unas conversaciones que sostuvieron sobre metafísica, política y actuación. Me dijo que las piensa desgrabar y publicar.