20 de noviembre de 2012

Polaroids por telegrama


Pedro Mairal

Desde hace veinte años el mundo no cambia, algo se congeló en el devenir del diseño y la moda. Los veinteañeros siguen vestidos como Kurt Cobain. Los años 80, con su brushing flúo, marcaron el último momento de los cambios ridículos. Y en los 90 se estancó la mutación. La línea redondeada de los autos, la arquitectura de vidrio y acero, la ropa, el diseño gráfico, los peinados... todo parece haber quedado en una meseta de repetición donde sólo se hacen alusiones retro. Es decir, no hay más presente evolutivo, no hay actualidad como cosa nueva. Sólo existe el replay de lo que cada uno quiera revivir. Los cambios suceden dentro de la pantalla, la revolución fue sólo digital, pero afuera de la pantalla nos quedamos quietos y desentendidos. Los cibernautas estamos vestidos igual que hace veinte años, cuando prendimos la computadora por primera vez. La humanidad se distrajo mirando videítos de YouTube y se olvidó del mundo externo. Quizá no necesitamos cambios en ese plano concreto, porque todo está cambiando en este otro plano más cerebral. Somos Kurt Cobain pero con iPhone. Desde hace dos décadas Bart Simpson sigue teniendo 10 años.

Pienso en Instagram, una aplicación para darles a las fotos una pátina vintage. El nombre es una mezcla de instantánea y telegrama. El filtro más conocido de esta aplicación hace que una foto digital actual tenga los colores saturados y el grano de una Polaroid de los setentas, con su borde blanco analógico y todo. La imagen con Instagram pasa así a tener algo que no podía tener antes una foto del presente, pasa a tener una nostalgia automática, tiempo acumulado, como si fuera ya un viejo recuerdo. Y sin embargo quizá es una foto de tu gato sacada hace pocos minutos. Los norteamericanos son buenos descubriendo ese tipo de trucos. Mientras los franceses dejan el vino treinta años en barricas de roble para que tenga esa madera sutil al fondo de su sabor, en California consiguen el mismo efecto espolvoreando aserrín de roble sobre el vino nuevo. (Habría que inventar un sobrecito que le echás al vino en cajita y lo convierte en un Château Petrus cosecha 1971).

Los fotógrafos están horrorizados con Instagram porque logra darles un aire profesional a las malas fotos amateurs. El usuario sólo tiene que encuadrar bien y apretar un botón, y el cielo de hoy parece el cielo de la infancia, la ropa tiene un aire gastado, la gente se convierte en sus propios padres cuando eran jóvenes. Instagram te atrasa una generación (si tenés cuarenta, porque si tenés veinte te atrasa dos). Para los más jóvenes habría que ver qué sentido tienen esos anacronismos visuales, esas alusiones a un mundo analógico que no conocieron y que no despierta ningún eco afectivo. Instagram es una maquinita del tiempo que manda a los setenta cualquier cosa que apuntes con tu lente: tu taza de café, tus pies, tu bicicleta, tu cuadra y el sol en la ventana.

Ya tenemos en el disco rígido diez años de fotos digitales. Las primeras, con el numerito rojo de la fecha que no sabíamos quitar, o esas de familiares todavía posando como si fuera una ocasión única, un solo disparo. Fotos de las cuales las mejores se imprimían en papel porque el archivo digital no se consideraba la cosa en sí, sino algo parecido a los negativos.

Después las carpetas de fotos crecieron. Pasamos de las fotos malas a las fotos malísimas, total no tenían costo. Fotos más documentales que estéticas. Miles y miles y también videítos. Y también carpetas con fotos borrosas y ultrapésimas sacadas con el celular. Las mandamos por mail, las subimos a Facebook, las guardamos en la nube, en Flickr, en Picasa Web, ahora las compartimos por Twitter en Instagram...

Pero son fotos de un presente que ya no envejece, sólo cambian un poco los cuerpos; el entorno es siempre el mismo. No hay pérdida, ni tiempo, ni nostalgia. Esa falta es lo que parece llenar Instagram: transforma y envejece un presente eterno e inmutable. Le agrega un filtro emocional al museo infinito de los días iguales. Durará un rato, después ya no va a causar efecto. Si cada época inventa su pasado, ¿cómo será en el futuro el pasado de este tiempo congelado? Como Billy Pilgrim, el personaje de Vonnegut en Matadero 5, nos salimos del tiempo lineal y vivimos un poco en cada época. Saltamos por los años con nuestros dispositivos, archivos y filtros. Envejece Madonna y la suplantamos por Lady Gaga. No necesitás cambiar, tu iPhone cambia por vos.



Perfil, 17 de noviembre de 2012


8 de noviembre de 2012

Hoy jueves 8 de noviembre

Hoy jueves 8, leo el final de El Gran Surubí, una novelita que escribí en sonetos y que se publicó a lo largo de este año, por entregas, en la revista Orsai. Cada soneto está ilustrado por Jorge González.
Leen también Carolina Aguirre y Leo Oyola.
Es en Humberto Primo 471
A partir de las 21