Pedro Mairal
Desde hace veinte años
el mundo no cambia, algo se congeló en el devenir del diseño y la
moda. Los veinteañeros siguen vestidos como Kurt Cobain. Los años
80, con su brushing flúo, marcaron el último momento de los cambios
ridículos. Y en los 90 se estancó la mutación. La línea
redondeada de los autos, la arquitectura de vidrio y acero, la ropa,
el diseño gráfico, los peinados... todo parece haber quedado en una
meseta de repetición donde sólo se hacen alusiones retro. Es decir,
no hay más presente evolutivo, no hay actualidad como cosa nueva.
Sólo existe el replay de lo que cada uno quiera revivir. Los cambios
suceden dentro de la pantalla, la revolución fue sólo digital, pero
afuera de la pantalla nos quedamos quietos y desentendidos. Los
cibernautas estamos vestidos igual que hace veinte años, cuando
prendimos la computadora por primera vez. La humanidad se distrajo
mirando videítos de YouTube y se olvidó del mundo externo. Quizá
no necesitamos cambios en ese plano concreto, porque todo está
cambiando en este otro plano más cerebral. Somos Kurt Cobain pero
con iPhone. Desde hace dos décadas Bart Simpson sigue teniendo 10
años.
Pienso en Instagram, una
aplicación para darles a las fotos una pátina vintage. El nombre es
una mezcla de instantánea y telegrama. El filtro más conocido de
esta aplicación hace que una foto digital actual tenga los colores
saturados y el grano de una Polaroid de los setentas, con su borde
blanco analógico y todo. La imagen con Instagram pasa así a tener
algo que no podía tener antes una foto del presente, pasa a tener
una nostalgia automática, tiempo acumulado, como si fuera ya un
viejo recuerdo. Y sin embargo quizá es una foto de tu gato sacada
hace pocos minutos. Los norteamericanos son buenos descubriendo ese
tipo de trucos. Mientras los franceses dejan el vino treinta años en
barricas de roble para que tenga esa madera sutil al fondo de su
sabor, en California consiguen el mismo efecto espolvoreando aserrín
de roble sobre el vino nuevo. (Habría que inventar un sobrecito que
le echás al vino en cajita y lo convierte en un Château Petrus
cosecha 1971).
Los fotógrafos están
horrorizados con Instagram porque logra darles un aire profesional a
las malas fotos amateurs. El usuario sólo tiene que encuadrar bien y
apretar un botón, y el cielo de hoy parece el cielo de la infancia,
la ropa tiene un aire gastado, la gente se convierte en sus propios
padres cuando eran jóvenes. Instagram te atrasa una generación (si
tenés cuarenta, porque si tenés veinte te atrasa dos). Para los más
jóvenes habría que ver qué sentido tienen esos anacronismos
visuales, esas alusiones a un mundo analógico que no conocieron y
que no despierta ningún eco afectivo. Instagram es una maquinita del
tiempo que manda a los setenta cualquier cosa que apuntes con tu
lente: tu taza de café, tus pies, tu bicicleta, tu cuadra y el sol
en la ventana.
Ya tenemos en el disco
rígido diez años de fotos digitales. Las primeras, con el numerito
rojo de la fecha que no sabíamos quitar, o esas de familiares
todavía posando como si fuera una ocasión única, un solo disparo.
Fotos de las cuales las mejores se imprimían en papel porque el
archivo digital no se consideraba la cosa en sí, sino algo parecido
a los negativos.
Después las carpetas de
fotos crecieron. Pasamos de las fotos malas a las fotos malísimas,
total no tenían costo. Fotos más documentales que estéticas. Miles
y miles y también videítos. Y también carpetas con fotos borrosas
y ultrapésimas sacadas con el celular. Las mandamos por mail, las
subimos a Facebook, las guardamos en la nube, en Flickr, en Picasa
Web, ahora las compartimos por Twitter en Instagram...
Pero son fotos de un
presente que ya no envejece, sólo cambian un poco los cuerpos; el
entorno es siempre el mismo. No hay pérdida, ni tiempo, ni
nostalgia. Esa falta es lo que parece llenar Instagram: transforma y
envejece un presente eterno e inmutable. Le agrega un filtro
emocional al museo infinito de los días iguales. Durará un rato,
después ya no va a causar efecto. Si cada época inventa su pasado,
¿cómo será en el futuro el pasado de este tiempo congelado? Como
Billy Pilgrim, el personaje de Vonnegut en Matadero 5, nos salimos
del tiempo lineal y vivimos un poco en cada época. Saltamos por los
años con nuestros dispositivos, archivos y filtros. Envejece Madonna
y la suplantamos por Lady Gaga. No necesitás cambiar, tu iPhone
cambia por vos.
Perfil, 17 de noviembre de 2012