Acá lo pueden ver a Fabián Casas cuando tenía la melena del Diego a principio de los 90. "Rally París Dakar" es un documental de Mario Varela que registra una competencia que consistía en algo así como ir a 9 bares por San Telmo y tomar una bebida alcohólica distinta en cada uno: ginebra, vodka, whisky, melaza, vino, etc. No se podía vomitar entre vino y vino. Y se suponía que el último en quedar en pie ganaba y le editaban un libro gratis. Los competidores eran los poetas de la revista 18 Whiskys: Desiderio, Villa, Durand, Casas, Rojo... Dura media hora.
25 de agosto de 2012
21 de agosto de 2012
El amo y el sirviente
por Pedro Mairal
A la mañana me siento en el living y
apoyo la taza de café al lado de la taza sucia de ayer. Y de pronto
me veo repetido, desfasado, facetado en fotogramas, el fantasma del
que fui cada día de la semana apoyando la taza el lunes, apoyando la
taza el martes, y el miércoles, etc. Es decir todos mis etcéteras
como una serpiente que me sigue, un multiplicado reflejo de ascensor,
una coreografía de mí mismo, mi estela semanal.
No logro equilibrarme en la soledad de
mi casa: o soy el amo o soy el sirviente. Cuando soy el amo voy
ensuciando platos, cubiertos, vasos, y ahí quedan, y la ropa se
apila en la silla, y los papeles van formando una parva, los libros
que fui hojeando estos días para preparar clases llegan hasta la
cocina, los cables de los distintos adaptadores y cargadores se van
haciendo un nudo negro... Qué lindo ser el amo, qué gran
displicencia indigna, ser un déspota caprichoso que va barajando el
orden y despeina la casa y vuelca el frasco de monedas en la mesa
para sacar un clip de papel y así lo deja.
Cuando soy el sirviente voy levantando
el caos del señorito. Repaso su semana, la voy como leyendo, acá su
vaso de vitamina C dominical, acá su clase de Saer del jueves, acá
el bol de cereales del miércoles del hijo, acá las cuentas impagas,
acá el recibo que buscó durante días. El sirviente es mucho más
sabio que el amo, más digno, más alto y despejado. Nada de jogging,
ni pijama, ni crocs impresentables. El sirviente es un mayordomo
inglés que respeta hasta el orden alfabético de la biblioteca y
guarda en carpetas las facturas, y dobla la ropa del hijo con amor.
Qué lindo cuando finalmente logro ser el sirviente y la casa queda
planchada, espaciosa, nueva.
Por qué me costará tanto invocarlo
más seguido, y tenerlo más cerca para aplacar el aluvión del amo.
Quisiera ser amo y sirviente al mismo tiempo, poder mezclarlos,
volverlos simultáneos hasta que no se sepa quién hace qué, hasta
que el amo le traiga un té al sirviente que estaba cansado y leyendo
una novela.
Perfil, 17 de agosto de 2012
18 de agosto de 2012
Amor incondicional
Pedro Mairal
Se podría escribir un cuento de una
chica joven que se muda con un viejo escritor. El viejo no termina de
entender el porqué de la devoción de ella, que pasa todo el día en
la casa durmiendo y leyendo, y se acuesta con él de vez en cuando
con ternura, sin desprecio. A los dos años la chica se va y lo deja.
Después entendemos la verdad: ella estaba enamorada de la biblioteca
del escritor, no del escritor, y se quedó todo el tiempo que le
llevó leer sus libros.
Tuve durante diez años mi biblioteca
desparramada en distintos lugares. Mis libros iban y venían según
mi estado civil y mis metros cuadrados. En cajas, en roperos ajenos,
guardé primero, creo, los libros de teoría y ensayo, después en
bolsas de consorcio la narrativa que no fuera latinoamericana,
después me quedé solo con la literatura argentina, pero al final la
ficción también terminó en una baulera oscura... De lo que nunca
pude despegarme fue de mis libros de poesía en castellano que me
acompañan a todos lados, como el árbol de Basho que él llevaba
consigo en cada mudanza.
Intenté varios sistemas que fallaron.
En una época tuve doble fila de libros en los estantes, pero no
funciona porque el libro que no se ve no se lee. Guardé libros abajo
de la cama, pero eso tampoco es práctico y además provoca
pesadillas. A veces imagino una casa con un piso flotante y abajo
guardados los libros en escotillas traslúcidas. Sería una linda
biblioteca.
Ahora estoy logrando reunir todos mis
libros disgregados, rebobinar mi atomización. Sé que puede no
parecer motivo para la felicidad, pero estoy enamorado de mi
biblioteca, de hecho me tolero solo gracias a mis libros. Hace poco
murió un amigo de quien todavía no pude escribir una sola línea
porque ninguna partícula de mi persona se cree realmente que él ya
no esté. El asunto es que, cuando mi amigo ya sabía que se estaba
muriendo, dijo que si tuviera que elegir un epitafio sería esa frase
de Pearsall Smith: “Some people say life is the thing. I prefer
reading”. Que se podría traducir como: “Algunos dicen que lo
importante es vivir. Yo prefiero leer”.
Perfil, 10 de agosto de 2012
17 de agosto de 2012
Hijos de Babel
Fernando Varela me persiguió, me fue a buscar a eventos donde sabía que yo iba a estar, me entrevistó con su hermano, me acosaron con cámara y grabador. Yo no entendía qué querían. Me dijeron que estaban haciendo un disco con canciones basadas en cuentos de autores argentinos. Lo increíble es que lo hicieron. Terminé de entenderlo cuando me lo mandaron y escuché la canción poderosa que hicieron en base a mi cuento Hoy temprano. Se mandaron un laburo enorme, entrevistaron a Casciari, a Dolina, a Castillo, fueron hasta Gesell a grabar a Saccomanno y a Forn. Mucha energía. Y eso es lo que tiene la canción llamada "Nada en pie", energía musical.
El disco se llama Otros mundos y se puede escuchar acá.
Y acá el blog de Hijos de Babel donde están las entrevistas a los autores.
El disco se llama Otros mundos y se puede escuchar acá.
Y acá el blog de Hijos de Babel donde están las entrevistas a los autores.
4 de agosto de 2012
Autorretrato a los 41
por Pedro Mairal
Me están creciendo las tetas. Cuando
me siento, mi panza ya tiene tres pliegues como un Sharpei albino.
Cumplí 41 años. Fui a natación el año pasado y me hizo mucho
bien, pero este año opté por atrofiarme. Y sin embargo nunca las
mujeres me miraron con tanta devoción como ahora. Me agarran
cansado. Las miro de lejos. Cada vez me dan más miedo. Cuanto más
hermosas, más miedo me dan. Son monstruas temibles. Cuanto más
sexuales, más monstruas. Con esa cualidad tentacular de pechos y
glúteos protuberando en direcciones opuestas, los labios rojos, la
melena de león, la boca abierta con dientes y su flor carnívora.
Y lo que hacen con sólo una gota
congelada del varón: se encienden con todas las luces como un cartel
de Las Vegas y empiezan a fabricar en sus vientres a Arnold
Schwarzenegger o a Serena Williams o a Lula da Silva, lo fabrican ahí
dentro, durante nueve meses, y mientras tanto mascan chicle y caminan
y trabajan, como si nada, pasan gradualmente de la cintura de avispa
a la cintura de obispo, se inflan habitadas por un extraterrestre, un
ocupa de rápida multiplicación celular, y finalmente expulsan con
varios pujos al hombre rata, o a Susana Giménez, o a Tyson, o a Ted
Bundy, que sale morado, azul y untado en una pasta blanca y llorando,
atado a la madre por un cordón como una columna retorcida. ¿Hay
algo más temible que eso?
Soy padre de un hijo varón. Después
de separarme, me mudé a un departamento frente a su colegio para
estar cerca de él. Le enseñé a andar en bicicleta, a lavarse los
dientes y a prender fuego. Mis mejores cuentos se los cuento a él
antes de dormir, y después no los escribo. Cada vez creo más en no
escribir. No anotar. Dejar que pase el viento por las ramas de los
árboles sin querer detenerlo con una red de palabras. Estoy bastante
cansado. Como El graduado, quiero quedarme en el fondo de la pileta
de natación con mi traje de buzo y mi arpón. Me acaba de llegar un
mail para ofrecerme 500 dólares por escribir siete mil caracteres
sobre un tema del que no tengo la menor idea. Voy a decir que sí. Ya
no puedo escribir narrativa sin sentirme un impostor.
Perfil, junio de 2012
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