Pedro Mairal
Existen dos tipos de familias: la
teatral y la telepática. La familia teatral es la más expresiva,
donde todo sale para fuera y la gente se grita las cosas en la cara.
Familias de estilo italiano, por ejemplo, donde los hermanos pueden
tirarse las sillas por la cabeza y al rato estar abrazados riéndose.
Los conflictos salen a la luz, se ventilan en la mesa, hay
confrontaciones, se levanta la voz, todo sucede más rápido, porque
la energía se libera, el conflicto se vuelve materia actuada para
todos los presentes. Esas familias ya tienen abiertos los canales de
lucha y así aprovechan como un deporte en los asados y comilonas, se
miden entre sí, forcejean. La madre o el padre quizá hacen de
árbitro, aunque nadie está libre del “¿y vos qué te metés?
¿Qué te peinás si no salís en la foto? No saltés que no hay
charquito”, etc. Los invitados o familiares políticos recién
llegados pueden asustarse, porque les parece que se van a matar, que
de esa pelea no se vuelve, que ese llanto va a incubar un odio
eterno, que el insulto le va a quedar colgado al otro de por vida. Y
no. El fluir del domingo dentro de la casa se va llevando lejos el
mal rato, un par de carcajadas soplan la nube de la mala onda, lo
dicho dicho está y quedó claro. El sacudimiento de brazos en plena
discusión fue como un karate a distancia, un “kame hame ha” de
dibujito japonés, puños aéreos de llamas encendidas, y así se
resolvió, uno aplastó al otro, lo revolcó en el barro de la
humillación doméstica, le enseñó, sonó un portazo, bajó al rato
la hermana menor después de encerrarse a llorar en el baño, la tía
hizo el rogel famoso y no faltará quien le diga que le salió
horrible, un mazacote, aunque igual se lo coma y pida otro pedazo.
La familia telepática, en cambio, es
para adentro, más de drama sicológico, de angustia larga y
silenciosa. En este tipo de familia no se pierde nunca la cordialidad
básica, y toda emoción se terceriza. “Estuviste medio duro con
papá, aflojá un poco”, o “A tu hermana no le gustó nada que te
metas con el tema del bautismo”. En la mesa se cuentan anécdotas,
se intercambian opiniones que pueden diferir, pero nadie lleva nada
al plano personal. A lo sumo el aparente choque mínimo se resuelve
en chiste y la causa pasa al juzgado telefónico del lunes a la
mañana donde alguien hace de mediador, habla con uno, habla con
otro, el tema se patea, quizá se disuelve pero queda como el
mercurio en el agua. Y se hacen intensas telepatías donde cada uno
cree que el otro debería ya haber entendido algo que nunca se dijo.
Hay mucha burocracia emocional, se trabaja la culpa con
triangulaciones del mensaje. No se le pega directo a la bocha, se
juega al menos a dos bandas, hasta con el cariño, porque “dice mamá que Sofi está tan agradecida con ustedes.” Se aman y se
odian pero a través de los ríos subterráneos. Aunque esté
presente en los gestos distantes, la palabra amor no se susurra cara
a cara ni en situaciones terminales, y así todo lo no dicho se puede
volver cuento o poema o novela, pero nunca teatro.
Perfil, 8 de diciembre de 2012