Pedro Mairal
De lunes a sábado me despiertan 7.30
los perros que el paseador deja atados en un poste a mitad de cuadra.
Mientras busca más perros por los departamentos, los deja ladrando
sus ladridos metafísicos que suben hasta mi ventana como una jauría
atrapada en un cañadón. Las fachadas de los edificios hacen de
megáfono, el ruido sube. Son casi veinte perros preguntándole cosas
al cielo, en toda la escala, desde el guau profundo de un labrador
hasta el aullido finito de un caniche toy. ¿Qué dicen, a quién
invocan, llaman a sus dueños, liberan tensión, se declaran listos
para algo, se contestan a sí mismos, afirman su yo canino en cada
grito?
Si uno solo empieza, ése desata el
coro, y cada uno empieza a probar la acústica de la cuadra, les
gusta estudiar el espacio a los perros, fijarse dónde pega su
ladrido, dónde rebota, dónde se pierde. Estoy seguro. Tiene algo de
radar su vozarrón. García Lorca muestra muy bien los ladridos
lejanos en lugares abiertos cuando, en su Romancero, un gitano y una
casada infiel van al río de noche, furtivos, a amarse sin ser
vistos, y a lo lejos se oye “un horizonte de perros”. Saer, en su
novela La grande, desglosa el recuerdo de los cinco sentidos en su
pueblo y al llegar a las sensaciones auditivas habla de los ladridos
en el espacio negro descomponiendo una multiplicidad de planos
diferentes, una geometría de ladridos que rebotan en patios
cuadrados, en tapiales largos, en tinglados de chapa. Los ladridos
son el espacio.
Muy lindo y muy literario todo. Pero
quiero dormir media hora más hasta las ocho sin que las tres cabezas
del can Cerbero me ladren en la puerta del infierno. ¿Qué hacer?
¿Bajar con un bate de baseball a hablar con el paseador? ¿Bajar en
son de paz? ¿Llamarlo? ¿Agremiarme con los vecinos para hacerle un
reclamo colectivo? ¿Distribuir su teléfono en un papelito buchón
por todos los pisos? ¿Soltarle una mañana la jauría y dejarle un
cartel mafioso en el poste? ¿Hacerme el San Francisco de Asís y
hermanarme con los hermanos perros hasta anularlos por aceptación?
Qué detestable esa actitud de
tercerizar el tema mascota. Los dueños que no se hacen cargo de sus
perros deberían ser atados todos juntos a un poste. Qué manera de
joder al prójimo. Yo convivo con una gata hace dos meses. A la
tarde, cuando el sol entra por la ventana, ella se sienta derecha,
egipcia y luminosa, adora a un dios antiguo, brinda tributo, se
acicala. Yo la miro y escribo. No molestamos a nadie.
Perfil, 20 de octubre de 2012