28 de agosto de 2006

Carolina era un gordo que comía semillas de girasol y no me dio asco porque pensé que tal vez sería lindo ser su gorda

por Rodrigo

Yo que soy bailadora/ Ay, de la cumbia señora/ Le digo que lo adoro/ Pero apretao no se baila cumbia/ Él me suelta y se aparta/ Yo agarro mi pollera/ Y al menear la cadera/ Sonriendo altanera/ Le digo: "Baila, Baila" *La suavecita, Gilda*

A la noche. Volvía a El Palomar desde Caballito y en la Rivadavia de Flores se había subido al 53 un gordo tipo cono de unos cincuenta años y bigotito, valijita, *le kabió la onda Gilda* y morrón, nafta y ajo que bajó en la Rosas de Caseros, una calle oscura; y el colectivo, que nacía en José C. Paz y resucitaba en la Boca, el 53, por el contraste intenso de los colores del adentro y afuera, te lo juro, parecía un cine; y la película era una nacional y con algunos de sus tópicos del garrón-sin-salida pero sin problemas de sonido a pesar del ruido del motor debajo de los asientos (movimiento lineal en rotación, y sí, forma de cono está bien.) En Ciudadela, cuando se levantó una vieja mandinga, él se tumbó en el asiento aplastando mi campera y mi mochila y empezó a cabecear por el sueño y no pude contar la cantidad de veces que pensé que se iba a hacer concha contra el piso; él estaba muy cansado y eso me lastimaba el corazoncito. Me consolé pensando que sería lindo que alguien lo cuidara.
Si yo fuera su gorda, una tal Sandra –tal Silvia o tal Graciela o tal Carmen- lo llevaría a la cama más sagrada de la casa y dejaría que él junte mis partes como quien junta porotitos abriendo y cerrando la mano en una mesa, y yo, en la espalda, señalaría pecas y bailaría y, cantando entre sábanas, afinaría el bombardeo de cabezazos con el arrancamos, el vamos y la una entera y volvemos justos y así: nosotros, los dos, somos los únicos que todavía se aman como en las canciones de Julio Iglesias (*somos dos seres en uno/ que amando se mueren/ para guardar un secreto/ lo mucho que quieren.*)

Mi cal y su arena, mi asfalto y su brea: Carolina siempre levanta la cabeza para ver quién llega y quién sale y yo me levanto cuatro veces para ir al baño antes de ir a dormir, a mi comida le pongo comino y hojitas de laurel y él come semillas de girasol los miércoles y yo dulce de membrillo y queso, y en los cumpleaños bailamos casi abrazados la cumbia parda y yo, ahí, yo que bailo y aparto, no él, el que aprieta, baila y tararea, pienso en mamá y en papá, allá en Córdoba y el cuarteto, pienso que ellos no eran tan felices como Carolina y yo.

Él fue un poco ateo pero pensó en Dios al recordar al Tata, él, no yo, yo, después de sacarme el esmalte blanco de las uñas del pie, fui caminando a Lourdes, en La Plata de Santos Lugares, a rezarle a María por él en la gruta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo.