por Washington Cucurto
Fabi me llamó por teléfono: “Cucu, estoy en el horno de Banchero, ¡viene el Chicho López a Buenos Aires, no sé qué haceerrr!”. Le recomendé que se tomara un tren a Mar del Plata y se alejara lo más posible de Baires.
Gustavo “Chicho” López es el mayor editor de poesía de este país y de toda Latinoamérica. Hace meses accedió al trono que dejó vacante otro grande con mayúsculas, José Luis Mangieri. Dios lo tenga en sus brazos, al querido José Luis.
En los colegios, en vez de enseñar sobre el cólera y el dengue o la vida boluda del Restaurador de Rosas, deberían enseñarles a los chicos que hay otros oficios gracias a estos muñecos imperdibles, grandes editores, verdaderos agitadores culturales, dinosaurios en extinción que todos deberíamos cuidar como cuidamos a las ballenas y a los osos hormigueros.
Editores de poesía, como el Chicho López, ya no quedan, muchachos. A veces pienso que cuando se canse el Chicho se apagará buena parte de la poesía de este país. Su trabajo es silencioso, pero fundamental.
¿Qué sería de Gelman, Lamborghini, el Cela y otros egoístas si Mangieri no hubiera dedicado su vida a editarlos? ¡Y de los sátrapas de Rubio, Gamba y Raymond, a quienes hay que cuidar! ¿Qué sería de estos poetas sin alguien que se hubiese jugado y editado sus versitos pedorros? ¡Ese alguien es el Chicho López!
Seix Barral y Planeta no serían nada si no hubiera atrás el trabajo de años de los grandes editores de poesía. Y es una pena que todo el rédito se lo lleven los gallegos al editar todos los libros de Gelman, por ejemplo. ¡Y carísimos! Cada vez que veo un librito de Gelman editado por una multi, por ejemplo el excelente Violín y otras cuestiones…, me da una bronca de la puta madre, lo considero una traición a todo el trabajo que hay detrás de la poesía argentina, que no se hizo sola, sino con mucha gente, lectores y autores detrás.
“Cucu, el Chicho es letal, me dice cómo tengo que vivir; que tengo que administrar mejor mi sueldo; que qué espero para tener hijos; que vaya al médico porque se me está cayendo el pelo. Cuando entro a casa encuentro a un muñeco usando el teléfono las 24 horas del día, es el Chicho López, Cucu…”
Eso me dice Fabi, visiblemente deprimido, con los huevos hinchados como dos paquetes de yerba o más nervioso que caballo en la azotea o más resbaloso que teléfono de carnicero; qué sé yo, Fabi, cuidemosló mientras lo tengamos, le digo, que el día que desaparezca vamos a tener que ir a cargar bolsas al topuer.