18 de noviembre de 2006

Para Hilde

Por Miguel U.

Hilde, nunca se me ocurrió que pudieras leer en castellano, y menos todavía que te fueras a meter en este blog. Ya sé que no actuabas como si estuvieras enamorada de mí. Es algo que inventé, pero es verdad que los primeros días del seminario me perseguías y buscabas sentarte al lado mío y me hablabas. Yo soy un exagerado; cuando escribo exagero. Ahora que volviste a Austria, quizá algún día se te pase el enojo y entres de nuevo a este blog y leas estas disculpas. Ojalá.

Y ese comentario de que tenés menos sex appeal que la novicia rebelde también es una boludez de argentino canchero (boludez es algo parecido a estupidez pero también es insignificante, y canchero alguien que trata de hacerse el cool). De hecho, por lo que pasó después, te podés dar cuenta de que no es así. Me hiciste confundir. Me pisabas los talones, me buscabas. Después de que leí mi texto, volvimos juntos a los cuartos. Cuando nos dimos cuenta de que teníamos cuartos vecinos me pusiste una cara que me pareció sugerente. Ahí en el pasillo, quisiste ver mis papeles, te me acercaste mucho y entonces te miré. El pelo rubio por los hombros, los ojos claros medio achicados por los anteojos, los rasgos arios o eslavos, que acá vi que tienen algunas chicas paraguayas, que son medio alemanas, muy blancas. Estábamos los dos mirando el mismo papel, respirándonos cerca. Querías saber cosas de mí. Te conté que tengo un hijo, que estoy separado. Me preguntaste si íbamos juntos al paseo en bote más tarde. Te dije que sí, que me tocaras la puerta en un rato y me metí en el cuarto, nervioso.

Calculé que teníamos tiempo antes del “boat trip”. Te esperé. Podía ser. Había que probar. Acomodé un poco las cosas. Saqué la ropa tirada arriba de la cama. Me lavé los dientes. Me miré al espejo. Miré por la ventana. I was beside myself with expectation, o como se dice acá: estaba sacado. Después pensé que no venías. Y tocaste la puerta.

El truco fue fácil, hacerte pasar un segundo porque tenía que preparar algunas cosas antes de salir. Y entraste. Eso es lo que me rompe la cabeza y lo que Pedro y el polaco me decían después cuando les conté: Si una mujer entra a tu cuarto es para tener sexo (to have sex, decían). El polaco incluso decía que en el umbral de la puerta hay un cartel invisible, implícito, que dice: “From here on you are in the sex zone”. Por eso di vueltas, saqué del placard la campera aunque hicieran 25 grados en Cambridge, me rasqué la cabeza. Me reí. Me da mucha vergüenza cada vez que me acuerdo de esto. Qué torpe. Eso de mirarte y sonreir. Y vos como si nada, Hilde. Como si entrar a mi cuarto no fuera ya algo significativo. What?, decías. Im nervous, te dije. Why? Yo me acerqué. Y esa frase, esa frase que me salió: I feel very atracted to you. Qué mal. Merezco la muerte; todos los sepultureros del mundo estaban escuchando y se empezaron a reír en ese instante. Festejaron levantando las palas y se empezaron a pelear para cavarme la fosa. Yo no sé qué se dice en inglés. Quizá no se dice nada. No hay que hablar en esas situaciones. O quizá un Tengo ganas de darte un beso, algo así. Pero avancé con menos gracia que Frankenstein diciendo mi frasesita loser y, claro, esquivaste la situación, tímida, buscando la puerta. Y yo calmándote con lo de bueno no te asustes, junto mis cosas y vamos. ¿Tan desubicado estuve? ¿Tan mal leí los signos? Quizá los signos eran claros y lo que pasaba era que me estabas histeriqueando como adolescente que pone a prueba su poder de seducción. Y quizá lo que me gustaba era justamente tu seducción ingenua y alevosa. Salimos del cuarto y creo que, después de la conmoción, aliviané un poco el momento en la escalera diciendo: You got really scared back there Hilde.

Pensé que íbamos a poder hablar y reírnos en la caminata hasta el río, pero a la salida del college se nos sumó el italiano y ya la cosa se complicó y nos pusimos serios hablando de diarios, derivando entre equívocos y etimologías en común -no sé bien cómo- hasta el latín y Virgilio, antes de que se sumara la mujer paquistaní tan elegante (no me acuerdo su nombre) y nos dividiéramos en parejas –yo con el italiano, vos con ella- para poder caminar más cómodos por las vereditas medievales.

Así que me sumergí en las siete pintas de Guinness negra que me fui tomando en el pub y después en el bote. Tan lindo el recorrido, por ese río entre los sauces llorones, tan civilizado todo en el verano inglés. Las charlas globales, que se iban aflojando con el alcohol, a medida que avanzaba despacio por la campiña esa especie de arca de Noé con todas las razas representadas, los continentes, las carcajadas contenidas o totalmente desatadas según las distintas costumbres de los treinta y siete escritores invitados. Nos cruzamos poco y nada en el bote y me encargué de que me vieras hablarle un rato largo a la italiana. Una reacción infantil, ya lo sé, pero ¿qué más le queda a uno que el despecho?

Saqué fotos, brindé en varios idiomas, en ruso, en checo, prosit, nazdrave. Y a veces te tenía en el rabillo del ojo, incluso mientras caminábamos de vuelta de noche y yo seguía con lecciones de italiano: l’uomo piange perche la ragazza è lontana. Ya medio pesado el tipo, pero a la par con la lentitud del grupo, todos entregados a la corriente de pasos lentos por las calles oscuras.

Te coroné con mi indiferencia como si te importara algo. Hasta me senté en otra mesa cuando llegamos al pub. Conté chistes de los que me arrepentí, anécdotas que traducidas no tenían gracia. Sentí que encontraba a hermanos desconocidos entre los nuevos amigos que también sostenían vasos. Pagué tragos, hablé con el barman sin entenderle ni una palabra, hice muchas veces pis.

Nos echaron a las once, y a la vuelta te perdí en la confusión. Con el polaco compramos cuatro botellas de vino malo y caro en el único pub que seguía abierto. Vos ya no estabas cuando nos quedamos afuera, fumando, tomando vino blanco en las tazas del desayuno, cuando se armó esa semi pelea entre el ucraniano y el checo.

En algún momento hice un mutis por el foro y volví al cuarto. Resoplé, me reí solo. Ahí creo que te escribí la nota en ese inglés medio tarzánico y antiguo (porque las colonias atrasan y yo aprendí el inglés de una colonia). No me acuerdo exactamente qué te decía, algo así como que me perdonaras por haberte puesto incómoda pero que no me arrepentía para nada, que me alegraba haberte hecho saber que me gustabas, que eras sexy, hermosa, inteligente. Que me sentía medio viejo a los 37 años, que vos eras muy joven a tus 25. Que supieras que siempre ibas a ser linda. No sé. Algo así. La firmé y te la pasé por debajo de la puerta a las tres de la mañana. Me acosté. Me daba vuelta todo. En el baño vomité el vino blanco.

Al desayuno me pareció que nos evitábamos. Te me sentaste al lado después mientras nos hablaba esa escritora anglo-turca que no paraba de exaltar las aguas del Bósforo. Yo flotaba en mi resaca, medio fantasma de mí, medio ausente, entrando y saliendo de esa descripción demasiado enumerativa y poética de la ciudad de Estambul que iban leyendo. De pronto te vi escribir algo en una hoja nueva. Y me la diste. La puse en mi carpeta. Decía algo así como que quizá era cierto que vos eras demasiado joven y yo viejo, pero que yo te gustaba como amigo, in the friendship kind of way. Que ibas a guardar mi nota como uno tesoro. Algo así, hiper dulce y humillante. Quién me manda, pensé, a andar pasándome cartitas de amor con estudiantes de 25 años. Después afuera te dije: Me mataste con eso de ser amigos. Voy a ir al río y me voy a tirar al fondo. Por suerte nos reímos, eran las once y media y había sol, algo raro porque dicen que siempre llueve en Cambridge. Te pregunté qué decía mi nota, porque no me acordaba, estaba muy borracho: ¿Decía algo medio zafado? No, actually it was very sweet. Bueno, menos mal, entonces me alegra haberla escrito.

Durante la caminata todos juntos hasta esa librería, la situación pareció ir asentándose bien, con chistecitos, con comentarios a la pasada, “mi amiga Hilde”, “mi gran amiga Hilde”. A la vuelta yo -boca floja, escalvo de mis palabras- hablé de mi blog. Vos hablaste de tus padres, de cómo te cuidan y te vigilan. La niña dorada. Tu vida en Viena donde todo parece funcionar sin problemas. Llegamos y nos preparamos para la fiesta de la última noche. Varias horas tranquilos todos diseminados en sus cuartos.

Cuando bajamos a cenar te vimos aparecer con tu vestidito corto, los estiletos de gamuza roja como para pisarle el corazón a los hombres. Wow, Hilde. Porque hay que decir que te fuiste volviendo cada vez más linda con los días. Te fuiste soltado, desnudándote de a poco. Porque antes de mi bochorno te habías sacado esa especie de blusa al sol y te habías quedado en esa musculosa blanca mostrando los hombros, pero anunciándolo mientras lo hacías, no vaya a ser que alguien se perdiera tu show. Con esa actitud de hija única que me contaste que eras, tenías que llamar la atención. Me voy a sacar esto, hace calor, dijiste. Y la noche de la fiesta eras la más linda, con la boca pintada y con ese vestidito de breteles mínimos, muy corto, que dejaba ver tus piernas largas. Todos los hombres alegrándose de mirarte. Los profesores ingleses asombrados. La testosterona de la semana de abstinencia envenenándonos la sangre.

Me acerqué para decirte lo linda que estabas y sin mirarme me dijiste: So I have no sex appeal, ¿have I? Me costó entender, tardé en conectarlo con lo que había escrito en el blog unos días atrás. No podía ser que supieras eso, no había forma. Leí tu blog, dijiste. Fue el golpe de gracia, como sacar la tarjeta que dice “retrocede cuarenta casilleros”. Me debo haber puesto de algún nuevo color porque me miraste dolida y triunfante, y me hiciste una mueca medio frunciendo la boca y levantando las cejas. No sos vos, dije y me contradije: Es un chiste, además todavía no te conocía. Pero no me contestaste. Te pedí perdón. Y dijiste: Its your blog, you can write whatever you want in it.

No te pregunté ni me pregunté qué hacías leyendo mi blog, por qué te habías puesto a buscar en google mi nombre. No provoqué ninguna escena pasional en el jardín, ni discusión, ni llanto, ni besos en la sombra. Me pareció que era imposible remontar la situación y me quedé callado. Me dejé derrotar. La gente en la fiesta me decía que estaba muy serio. Te miré haciendo de maestra de ceremonias durante ese rato, todos embobados con vos, con tu personalidad directa, sin dudas ni inseguridades, tan linda Hilde, tan llena de vos, casi insoportable. Pero no podía dejar de mirarte. Aguanté un rato más y me fui a dormir temprano, después de que la poeta de Sri Lanka me leyó las manos y me dijo que no tengo corazón.

Así que ahora te escribo esto para vos. Para decirte que mi torpeza era lo único que tenía para ofrecerte. Para que todo esto quede escrito. Y para que el doble beso frío que nos dimos a la mañana siguiente en la estación se convierta quizá con el tiempo en un abrazo. Algo así.