por Miguel U.
Voy a pagar unos libros que encargué, en una ventanilla, un piso 12, en una editorial. Detrás de la ventanilla un tipo con facha de stripper del golden, con pelo tipo marine y claritos, bronceado color terracota-solarium, camisa medio ajustadita en los biceps.
-Te traigo esta factura, quería pagar…
Ni me mira.
-Puse uno nuevo el otro día – dice en voz demasiado alta.
-¿Cómo? – le pregunto.
-Uno hermoso, pez velo se llama. ¿Sabés lo que duró? Tres horas.
Ahí entendí que no me hablaba a mí, sino a alguien que estaba fuera de mi ángulo de visión. Siguió:
-Se lo morfaron los otros. Lo estropearon todo. No sabés. Le comieron toda la cola. Lo metí y al rato veo que lo estaban persiguiendo y lo mordían. Tiene una cola como un velo de novia, por eso le dicen así, pez velo. Lo que más me dolió fue tirarlo a la basura.
Agarró la factura sin mirarme:
-Doscientos treinta y cuatro me dice.
Siempre siento que es imposible superar al gran guionista del mundo. No se te pueden ocurrir diálogos así. Cuando llegás a la escena en que el tipo va a pagar unos libros, rellenás con cualquier lugar común: un cobrador malhumorado, una mina muy pintarrajeada, no sé, una vieja. Lo raro es que hay novelas sucediendo todo el tiempo por todos lados. Esa gente ahí metida hablando de sus peceras, un tema al que vuelven y profundizan a lo largo de los años que trabajan juntos. Qué se yo. Siempre me fascinó la forma en que las cosas pasan, se desarrollan. Una vez fui a un velorio y a las dos horas a una fiesta en la misma cuadra; la gente de cada uno de los dos lugares ni se conocía.
No sé de qué se trata “La música del azar” de Auster, pero me gusta el título. Hay una perfección inalcanzable en el azar. Hace poco en una cocina, en una de esas fiestas de departamento, estábamos con mi amigo Ramón que nunca habla. Entraba gente, abrían la heladera, cerraban sin sacar nada. Fumaban. Salían haciendo unos mutis por el foro perfectos. Acepto que estábamos medio coloquetis, pero era sorprendente lo bien armado que estaba todo. Cayeron unos gorditos con fernet y coca, saquearon el hielo del freezer y lo mezclaron todo ahí, sólo para ellos, en dos botellas de agua mineral cortadas con un tramontina. Los tres de barbitas candado. Después me dijeron que uno era dealer. Más tarde parados en el mismo lugar había unos amigos de veintipico, una de las minitas colgada del novio que contaba chistes. Pero colgada como si el tipo fuera de helio. Era como una mochila. Si un día se pelean, el tipo se la va a tener que hacer extirpar. Había otro tipo con una remera de Bob Esponja que quería tomar mate a las tres de la mañana y abría las alacenas parado sobre la mesada de mármol.
Las cosas sucedían delante de nuestros ojos. Y se me está escapando todo. Perdí todos los detalles, todo el timming de comentarios y cruces de diálogos que formaban diálogos nuevos, toda la complejidad se me fue al carajo del olvido. La yuxtaposición musical que nos llegaba como en rachas, los ochentas remixados, la dueña de casa que se nos sentaba en la rodilla, el peso exacto de su culo, los ratos en que no entraba nadie. Ramón estaba totalmente chino por el cáñamo.
-¿Qué está pasando, Raimon? ¿Qué es todo esto?
-No sé, pero qué bien escribe Dios aunque no exista.
-Hay que escribir así sin meterse, dejar que escriba solo el mundo.
-No -me dijo-, para mí no hay que escribir más, ¿para qué? No hay que leer tampoco. Hay que asombrarse nomás.
Nos quedamos callados, sumergidos en un largo silencio loser. La dueña de casa se asomó por la puerta de la cocina buscando a alguien, colgándose del costado del marco de la puerta. Le vimos solo el torso y desapareció.
-¿La viste? Se asomó como una portera –dijo Ramón.
-Sí… ¿Vos decís que quiere japi?
-Querer sí. Pero hay que ver si quiere la tuya.
-Te traigo esta factura, quería pagar…
Ni me mira.
-Puse uno nuevo el otro día – dice en voz demasiado alta.
-¿Cómo? – le pregunto.
-Uno hermoso, pez velo se llama. ¿Sabés lo que duró? Tres horas.
Ahí entendí que no me hablaba a mí, sino a alguien que estaba fuera de mi ángulo de visión. Siguió:
-Se lo morfaron los otros. Lo estropearon todo. No sabés. Le comieron toda la cola. Lo metí y al rato veo que lo estaban persiguiendo y lo mordían. Tiene una cola como un velo de novia, por eso le dicen así, pez velo. Lo que más me dolió fue tirarlo a la basura.
Agarró la factura sin mirarme:
-Doscientos treinta y cuatro me dice.
Siempre siento que es imposible superar al gran guionista del mundo. No se te pueden ocurrir diálogos así. Cuando llegás a la escena en que el tipo va a pagar unos libros, rellenás con cualquier lugar común: un cobrador malhumorado, una mina muy pintarrajeada, no sé, una vieja. Lo raro es que hay novelas sucediendo todo el tiempo por todos lados. Esa gente ahí metida hablando de sus peceras, un tema al que vuelven y profundizan a lo largo de los años que trabajan juntos. Qué se yo. Siempre me fascinó la forma en que las cosas pasan, se desarrollan. Una vez fui a un velorio y a las dos horas a una fiesta en la misma cuadra; la gente de cada uno de los dos lugares ni se conocía.
No sé de qué se trata “La música del azar” de Auster, pero me gusta el título. Hay una perfección inalcanzable en el azar. Hace poco en una cocina, en una de esas fiestas de departamento, estábamos con mi amigo Ramón que nunca habla. Entraba gente, abrían la heladera, cerraban sin sacar nada. Fumaban. Salían haciendo unos mutis por el foro perfectos. Acepto que estábamos medio coloquetis, pero era sorprendente lo bien armado que estaba todo. Cayeron unos gorditos con fernet y coca, saquearon el hielo del freezer y lo mezclaron todo ahí, sólo para ellos, en dos botellas de agua mineral cortadas con un tramontina. Los tres de barbitas candado. Después me dijeron que uno era dealer. Más tarde parados en el mismo lugar había unos amigos de veintipico, una de las minitas colgada del novio que contaba chistes. Pero colgada como si el tipo fuera de helio. Era como una mochila. Si un día se pelean, el tipo se la va a tener que hacer extirpar. Había otro tipo con una remera de Bob Esponja que quería tomar mate a las tres de la mañana y abría las alacenas parado sobre la mesada de mármol.
Las cosas sucedían delante de nuestros ojos. Y se me está escapando todo. Perdí todos los detalles, todo el timming de comentarios y cruces de diálogos que formaban diálogos nuevos, toda la complejidad se me fue al carajo del olvido. La yuxtaposición musical que nos llegaba como en rachas, los ochentas remixados, la dueña de casa que se nos sentaba en la rodilla, el peso exacto de su culo, los ratos en que no entraba nadie. Ramón estaba totalmente chino por el cáñamo.
-¿Qué está pasando, Raimon? ¿Qué es todo esto?
-No sé, pero qué bien escribe Dios aunque no exista.
-Hay que escribir así sin meterse, dejar que escriba solo el mundo.
-No -me dijo-, para mí no hay que escribir más, ¿para qué? No hay que leer tampoco. Hay que asombrarse nomás.
Nos quedamos callados, sumergidos en un largo silencio loser. La dueña de casa se asomó por la puerta de la cocina buscando a alguien, colgándose del costado del marco de la puerta. Le vimos solo el torso y desapareció.
-¿La viste? Se asomó como una portera –dijo Ramón.
-Sí… ¿Vos decís que quiere japi?
-Querer sí. Pero hay que ver si quiere la tuya.
-...
- Quizá vas a tener que quedarte hasta que amanezca ayudando, limpiando vómitos. Pero puede ser.
Tendría que haberlo grabado, porque no fue así, fue más o menos así.
10 comentarios:
Mike: el azar es lo más, te va llevando solo. La trama del relato cotidiano es muy poco lógico o razonable. Y para mí que la portera quería.
hey ¡aplaudo!
Una vez le preguntaron al entrenador de los San Antonio Spurs cómo hacía para que jugaran tan bien
y él contestó que se trataba simplemente de no cagarla
porque tenía a Ginobili Duncan Parker Robinson y sepa el Gran Guionista quién más, pero ellos eran grandes jugadores, él sólo se dedicaba a no meterse en el libreto.
Creo que ya estas a la altura de Don Nelson -o como se llame-.
él se embolsa varios millones de dólares al año
stá bueno. El azar teje cosas, aunque probablemente seguir diciendo el azar tenga la misma resonancia animista que decir EL Cosmos, Dios, o cualquier otra causa. El azar es que las causas no existan y esa característica suya hace imposible nombrarlo. El azar no puede ser algo. tendría que ser un verbo, inexplicable, indefinible, como todo verbo.
Bueno, me fuí azarosamente al carajo, sólo quería comentar que está bueno lo que escribiste.
$, justo te metiste con (probablemente) el deporte donde menos juega el azar... y encima al tipo, que se llama Gregg Popovich, no le copa nada eso de dejar las cosas tirolibradas al azar. Pero en fin, el concepto se entendió y oscurece mientras me parece que aclaro cosas al pedo.
Coincido con Molina, que en esto la emboca. Creo. Habría que hacer un mano a mano.
Ya lo dijo mi gran amigo Marcos, y lo cito:
"Hay un autor: el azar, y una autora: la entropía.
De sus innumerables fauces brotan obras de todo tipo y calidad"
pues bueno Popovich dijo eso
en serio o en broma, ya nadie se la juega para no quedar como gil.
Eso es lo que yo llamo, disfrutar, valorar los detalles de cada cosa.
Me gustó lo que escribiste, está interesante, o algo así. No sé.
Y el diálogo entre ustedes, brillante.
:)
esto me gustó más que el libro de auster
Muy bueno, Miguel U., su comentario. Usté ha encontrado la forma de usar un recurso literario que me parece especialmente complicado. Lo felicito. Me tomé el atrevimiento de citarlo en mi blog.
Eso me pasa, no puedo escribir cosas distintas a las que viví. Y me siento pésimo! No salen de mi mas que invenciones obvias, baratas y poco interesantes...salvo claro, como dije antes, cuando "cito".
Una vez estuve en una reunión parecida, en un departamento de una amiga de la facultad, celebrando que nos recibimos, justamente el pasado agosto. Cuadros de Frida Kahlo, cerámicos y muebles restaurados decoraban el lugar...pero nada de eso importaba parece, porque terminó siendo un festejo multitudinario de gente desconocida para nosotras, que se amontonaba en todos los rincones de la casa, al punto de dejarnos relegadas a nosotras, las anfitrionas, en un estar de dos por dos y haciendo malabares para llegar hasta el baño sin pisar cabezas. Sumemos que eran poco afectos al arte y proclives a la desubicación.
-¿Alguien sabe la direccion exacta de este edificio?- pregunto una chica -claro, desconocida- mientras sostenia el telefono fijo en la mano..la dueña de la casa no hizo más que mirarla desde la cocina y darsela.
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