por Miguel U.
Supongamos que el mar llegara a Constitución. Que las olas pegaran en una escollera a tres cuadras de Constitución. Que hubiera una peatonal también, con locales de ropa, de souvenirs, y mucha gente, y un tipo que salta sobre vidrios rotos y pide monedas, y parejas viejas con hijos down, y amputados con tarritos pidiendo limosna, y un deambular de domingo en general, chicas con cicatrices, con labio leporino, un tipo con un bracito finito y corto. Y el mar pega contra una playa con espigones. El mar pega a tres cuadras de Constitución, y yo tomo un café en el bar viejo de uno de los muelles que levantaron hace años, cuando llegó el mar. Estoy sentado sobre las olas, las veo pasar, olas negras, fuertes, como si todo el piso se moviera por abajo del muelle, entre los pilotes del bar. Las olas se arman, se encrespan, pegan, pasan. Un mar muerto y potente que llega a la ciudad, hasta los edificios. Se va haciendo de noche, las luces de la costa flotan sobre la superficie cada vez más oscura y aceitosa, y hace frío. El mar llega a Constitución. Es el día de la madre y mi vieja está enferma y no sé qué carajo estoy haciendo acá, solo, en Mar del Plata.
1 comentario:
viví 1o años a tres cuadras de la playa, ademas de haber nacido en esa ciudad. el ruido del mar, esa maquina idiota es la lobotomia de la ciudad. alejandro
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