por Pedro Mairal
El jueves metí un golazo. Lo digo sin vanidad, sinceramente, porque es mi primer gol así, lindo, digamos. Los tipos que meten muchos goles no pueden decir una cosa así sin avergonzarse un poco. Y menos escribirlo en un blog. Pero la verdad, que tieniendo en cuenta que hace un año empecé a jugar al fútbol con estas dos piernas ortopédicas que Dios me ha dado de nacimiento, entonces me siento bien diciéndolo: metí un golazo. Creo que me la pasó el comandante, un pase a lo Riquelme, como empujado al medio. Entonces la dejé rodar hacia el área, la toqué apenas. Juan Diego me gritó “jugala acá, Pedro”, pero yo quería probar al arco antes de que me marcaran y la mandé. El Húngaro, que estaba de arquero, quedó petrificado, lo cual no va en desmedro de él, que es un gran jugador y ataja bien. Lo que pasa es que yo soy tan pifiador en el área que el tipo se quedó pensando que me iba a pasar lo de siempre: un semi tropezón, unos repiqueteos atolodrados y un pifff de pelota que sale en diagonal y se va a la mierda con comba. Pero ayer no. Ayer la calcé justo y la clavé en el ángulo. Qué lindo! Y lo hice yo! Creo que pegó en el travesaño, rebotó para abajo y picó adentro del arco. Esos goles que hacen ruido. Juan Diego, lejos de enojarse porque no se la pasé, decretó: “Esto es histórico”. Por eso lo escribo. Porque ayer, a pesar de que perdimos en los últimos dos minutos, me fui a dormir contento, acunado por una sensación de eslogans de autoayuda o de nike como "imposible is nothing" o "sorpréndete a ti mismo", cosas así, porque la verdad que fue una linda sopresa esto de meter a los 36 años mi primer golazo.